UN PUEBLO POR DESCUBRIR
Más
allá de la población turolense de Calamocha, camino de Fuentes Claras y
Monreal, en la llanura por la que serpentea el río Jiloca se alza la pequeña y
acogedora villa de El Poyo del Cid. Un enclave singular y cuajado de historia.
En
el mismo pueblo y alargándose hacia el noroeste se encuentra la sierra de
Valdellosa (1229 metros
de altitud), protegiendo imponente a su hermano pequeño, el llamado cerro de
San Esteban, lugar emblemático, espectacular mirador, al que cedió el
protagonismo histórico por su mejor accesibilidad y visibilidad.
Esta
sierra (de la que ya se extraía material ferroso en 1880) ejerce todavía de
presa de una extensa zona pantanosa, en la que se formaron (al descender el
nivel freático) terrazas o depósitos calcáreos. Este material calizo junto con
la madera que proporcionaban las enormes ramas obtenidas de los conocidos como Chopos
Cabeceros, han conformado durante siglos las estructuras de la mayor parte de
los inmuebles de la localidad y comarca.
UN LUGAR CUAJADO DE HISTORIA
El
principal enclave arqueológico de la localidad se encuentra en el cerro de San
Esteban, donde se localizan los restos de una antigua ciudad celtíbero-romana
que perduró hasta la época de Nerón. Los materiales que han proporcionado las
excavaciones arqueológicas realizadas van desde la cerámica ibérica a la común
romana, junto a fragmentos de terra
sigillata, así como algunos restos de cornisas de estuco con pinturas del
III estilo pompeyano. El yacimiento ha sido reiteradamente destrozado por
excavaciones clandestinas y en fechas recientes se ha visto afectado por el
camino abierto hacia la ermita de San Esteban. En el lugar denominado El Molino
se ha localizado un asentamiento romano imperial.
El
cerro de San Esteban fue ocupado por la ciudad celtíbero-romana Lanqa-Leónica,
que con unos 100.000 metros
cuadrados de superficie y 1456 metros de muralla
fue muy significativa en su época. En la actualidad aún quedan restos, los
cuales supo aprovechar en su momento Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, como puesto
que ofrecía la máxima seguridad para desde aquí lanzar sus correrías por el
valle del río Martín y llevar a cabo el cobro de parias a poblaciones como
Daroca o Molina de Aragón.
Según
fuentes cidianas, incluyendo el Cantar del Mío Cid, también hacen referencia a
la estancia en este lugar del Cid Campeador al filo del año 1089, cuando
celebró la Pascua
de Pentecostés y durante varias semanas aguardó la llegada de refuerzos para el
asalto definitivo a la costa levantina.
El
propio Cantar del Mío Cid reza en una de sus frases:
Aguijó el Cid su caballo, siguiendo su caminar,
hasta acampar en un Poyo que está sobre Monreal,
Alto y grande el cerro era, tan maravilloso y tan
inexpugnable, que no se le podía asaltar.
A la ciudad de Daroca tributo le hizo pagar,
y lo mismo hizo a Molina que del otro lado está,
y la tercera, Teruel, que está del lado de acá;
en su mano tiene el Cid a Cella la del Canal.
Todavía
se aprecia en las vistas aéreas el recinto que cercaba el Torreón Central y que
el Cid consolidó para guarecer a sus tropas.
Según
detalla la historia Rodericci y conociendo la denominación de un paraje de la
localidad (Fuente de Berenguer), es muy probable que en el verano de 1090
Berenguer Ramón II, llamado el fratricida, instalara su campamento en las
faldas del Poyo. Aquí preparó sus huestes -un copioso ejército- para librar
contra la mesnada de Rodrigo Díaz de Vivar la famosa batalla de Tevar, en las
inmediaciones de Monroyo, en la que el Cid le arrebató su espada más preciada,
la “colada”.
El
castillo medieval quedó arruinado posteriormente. Al parecer durante las
guerras de Jaime II de Aragón contra Castilla. La destrucción fue tal que el
rey perdonó el pago de los impuestos en 1297 a los habitantes de El Poyo.
Nadie
pone en duda la importancia histórica de esta villa, de ahí su vinculación al
personaje del Cid Campeador.
PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO
La
arquitectura religiosa de El Poyo del Cid está representado por la iglesia
parroquial que rinde tributo a San Juan Bautista. Fue bendecida en 1735 y la
última restauración se llevó a cabo en el año 2014. En su interior, destaca el
altar principal de estilo rococó en honor al santo.
Junto
a ella están la ermita de San Esteban y la de la Virgen del Moral, la
patrona del pueblo. Las fiestas en su honor se celebran el último fin de semana
de agosto.
En
lo que respecta a la arquitectura del agua, los principales cauces de agua de
El Poyo son la acequia Ceicuela, procedente de Fuentes Claras (allí llamada
acequia del Molino), la acequia Gorda y la acequia Navaza. Los Ojos vertían
directamente al río Jiloca a través de una acequia, recientemente muy
reformada.
La
arquitectura vinculada al uso del agua estaría representada por el lavadero de
lanas, el molino de extramuros y la fuente vieja.
Con
respecto al lavadero de lanas cabe decir que, en el camino de Fuentes Claras,
en un pequeño bosque muy especial, todavía se pueden apreciar restos del
lavadero de lanas. Probablemente sea el único de la península en el que se
puede observar su caldera original. El complejo es espectacular y merece la
pena visitarlo. Su caldera, que calentaba el agua para el escaldado posterior
de la lana, se proveía a través de un canal del tamaño de una teja moldeado en
piedra, de las aguas frescas y cristalinas de los Ojos de Fuentes Claras y El
Poyo. Estos son los manantiales más significativos de la zona y aportan, junto
a multitud de fuentes, no sólo riqueza al valle sino también cobijo a
muchísimas especies.
La
industria textil fue importantísima en la economía nacional entre los siglos
XVII y XVIII. En esta instalación de El Poyo se recogía la lana, se apaleaba,
se eliminaban los restos, se desensuardaba con agua caliente, se aclaraba con
fría y finalmente se secaba para transportarla a Zaragoza con el último
propósito de ser exportada al resto de Europa.
En
El Poyo también se encuentran elementos arquitectónicos singulares. Típicos de
la zona son los “peirones”. Y el pueblo tiene unos cuantos.
También
destacan el trinquete de la Casa
Consistorial y los tres palomares.
UN PUEBLO AMANTE DE SUS TRADICIONES
A
resaltar que el tercer domingo de mayo se celebra el llamado “día de los
Penitentes”, una jornada en la que los protagonistas son los miembros de la
cofradía de la Sangre
de Cristo. Si bien es cierto que no puede determinarse la fecha exacta de la
creación de esta hermandad, los documentos más antiguos sobre ella datan de
1612 y hacen referencia a otros anteriores.
La
tradición ha ido evolucionando con el paso del tiempo. Los vecinos se trasladan
en vehículos con la imagen de la
Virgen hasta Calamocha, donde desfilan hasta la ermita del
Santo Cristo. Allí, los penitentes o “curitos” procesionan al ritmo de la banda
de la cofradía del Santo Cristo de Calamocha. Hay varios detalles que
despiertan la curiosidad en este acto. Por ejemplo, que los penitentes nunca
dan la espalda a la imagen cuando salen de la ermita. Y ya de vuelta a El Poyo,
las reverencias entre las banderas y el Pendón de la cofradía, así como la
salutación del resto de santos a la
Virgen, también llaman la atención. Es una tradición de
fuerte arraigo popular.
Del
mismo modo, El Poyo del Cid sigue manteniendo la tradición de encender hogueras
por sus calles en las vísperas de San Antón, Santa Lucía o San Blas.
Recientemente,
la Asociación Cultural Mío Cid, que pone en marcha diferentes eventos a lo
largo del año,
presentó con carácter
excepcional la novela EL MANUSCRITO DEL CID (GRAMNEXO
Editores) con asistencia de su autor, el periodista y escritor Fernando Rubio
Milá.
La encantadora villa de El Poyo del
Cid, siempre muy vinculada a las hazañas de don Rodrigo Díaz de Vivar, no en
balde la mayoría de sus habitantes son fieles admiradores del personaje, acogió
con expectación y entusiasmo este evento literario que despertó un gran interés
en todo momento.
El
viajero que se aproxima hasta El Poyo, antes incluso de llegar al núcleo de
población, descubre como bienvenida la fenomenal escultura de Rodrigo Díaz de
Vivar que se alza en sus inmediaciones. Una muestra más que evidente de que se
halla en territorio cidiano y en adelante observará en todas y cada una de sus
gentes el entusiasmo y la admiración que despierta el bravo guerrero, el Cid
Campeador, que por estas tierras estuvo al frente de su mesnada y causó el
terror entre sus enemigos.
Deambular
sin prisa por sus acogedoras calles y escuchar con atención los relatos los
ancianos del lugar que se muestran muy orgullosos de su pasado, sin lugar a
ningún género de dudas, hace vivir al recién llegado como inmerso en el mundo
medieval en el que tanta fama logró conquistar Mío Cid. Un orgullo que
reivindican cada mes de junio, siendo entones cuando la localidad retrocede
hasta aquella época, hasta el momento en que Rodrigo Díaz de Vivar pisó estas
tierras. Un encuentro que comenzó a celebrarse en 1999, coincidiendo con la
conmemoración del noveno centenario de su muerte.
La
Asociación Cultural Mío Cid se encarga todos los años de organizar esta
celebración y cierto es que cada vez con mayor éxito de participación. El
entusiasmo se desborda cuando las tropas desfilan por la localidad, y no sólo en
ella toman parte los lugareños, sino también recreacionistas que acuden incluso
de otras Comunidades Autónomas. Los cascos de los caballos, así como el ritmo
del tambor y de la dulzaina marcan el camino hasta encontrarse con la escultura
del Cid de bronce que se halla a la entrada a la entrada del pueblo, suponen un
espectáculo realmente excepcional y multicolor.
El
Poyo del Cid alberga un patrimonio natural y cultural muy singular, con unas
tradiciones muy arraigadas y una historia que marca el carácter de las gentes
de este pueblo… Un pueblo por descubrir.
(Ver interesante colección gráfica de este reportaje
en GALERIA DE FOTOS)
Fuentes
de información: Archivo, Asociación Mío Cid, Centro de Estudios del Xiloca y
Calamocha TV.