Al citar ciudades, territorios y regiones del
Rajasthán, Gujarat y otros estados de la India, que fueron devastados hace
siglos por sangrientas batallas, sin duda, hay que hablar sobre los que fueron
sus míticos protagonistas, los príncipes rajputs,
los maharajás, a quienes se les atribuían orígenes divinos y estaban
considerados como hijos de las estrellas y una reencarnación de los dioses. Sin
ir más lejos, los soberanos de Udaipur, Jaipur, Jodhpur y Bikaner se proclamaron
a sí mismos como descendientes del sol, mientras que los de Jaisalmer, Karauli
y Jhalawar lo eran de la luna.
En torno a su majestuosa y omnipotente figura
surgieron historias sin fin que hablaban sobre su muy arraigado sentido del
honor, sus desmesuradas ansias de riqueza, enormes ejércitos, fastuosas
ceremonias, bellas maharanís y concubinas, esclavas que eran sometidas a las
más sofisticadas depravaciones, relatos de hazañas guerreras, cacerías de
tigres… Un mundo fascinante que ya desapareció, pero las leyendas siguen ahí y
no perecerán nunca. Tan sólo sus fortalezas y grandes palacios de mármol
adornados con piedras preciosas, posteriormente convertidos en algunos de los
mejores hoteles del mundo, quedan en pie como mudos testigos de la época más fastuosa
de la India.
Llegaron a ejercer su poder sobre más de cien
millones de personas. En 1947 existían alrededor de 565 estados principescos y
muchos de ellos reinaban sobre territorios tan grandes como algunos países
europeos.
Después de la independencia (15 de agosto de 1947)
fueron perdiendo influencia de una forma ostensible, para la mayoría de ellos
oscurecieron los astros que siempre les habían iluminado, quedando reducidos a
pequeños grupos que, lejos de dominar a millones de súbditos, la mayoría
optaron por vivir de sus rentas o muy inteligentemente por dedicarse a las
finanzas y la política.
Aun así, perduran todavía ricos herederos
convertidos en aristócratas o personajes de élite. Extravagantes individuos en
un mundo moderno que nada tiene que ver con aquel feudal en el que se
desenvolvían sus antecesores, pero que debido a sus riquezas y un poder al que
no pueden sustraerse, sellan con matrimonios acordados importantes alianzas
entre familias de rango elevado, celebran ostentosos ritos y mantienen un
reducido séquito que sigue sometido a vasallaje.
Los últimos descendientes de los grandes guerreros rajput significan toda una aureola de
fantasía que, de alguna manera, con el transcurso del tiempo han heredado los
modernos jeques del petróleo.
Muchas fueron las historias que siempre se relataron
en torno a los príncipes, a cuál de ellas más jocosa e interesante. Aún hoy en
día, cualquier anciano contador de relatos en las murallas de Jaisalmer, en las
inmediaciones de la fortaleza de Amber o en el mercado de Jodhpur, los explica
con minucioso detalle ante el asombro de quienes le escuchan con avidez.
Los maharajás han sabido adaptar su boato a los
nuevos tiempos. Rara es la familia que no tenga ascendientes rajputs en los cuales no murieran muchos
de sus miembros en las luchas que tenían lugar. Los más ricos y afortunados,
convirtieron sus palacios en hoteles y las fortalezas en museos, incluso hubo
algunos que al principio se dedicaron a la política y otros, los menos, se
consagraron a la vida religiosa.
A pesar del tiempo transcurrido, el pueblo indio
sigue mostrando respeto y una gran admiración por estos singulares personajes.
En algunas poblaciones continúan siendo considerados como soberanos.
Por citar un ejemplo, Sawai Man Singh II, maharajá de
Jaipur, fue un destacado deportista y jugador de polo y hasta llegó a desempeñar
funciones diplomáticas, siendo embajador de la India en España. Cuando en 1902
se trasladó a Inglaterra, quiso llevarse consigo dos enormes jarras llenas a
rebosar con casi 14.000 litros de agua del Ganges, para beber y realizar sus
abluciones. La infinidad de sus tesoros eran celosamente guardados por sus
guerreros rajputs. Su mujer, Gayatri
Devi, princesa de Cooch Behar, fue personaje destacado de la vida social
internacional, incluso fue reconocida por la revista Vogue como una de las mujeres más hermosas del mundo,
convirtiéndose en un icono de la moda internacional. Fue parlamentaria del
partido Swatantra y estuvo en la cárcel durante el estado de emergencia
decretado en 1977 por Indira Gandhi. Llegó a escribir sus memorias en el libro Recuerdos de una princesa y ya viuda
regentó uno de sus palacios transformados en hotel, el famoso Rambagh Palace.
Se dice que su madre solía pasear una tortuga (con diamantes incrustados en su
caparazón) por los casinos de la Costa Azul, porque pensaba que le daba buena
suerte en el juego.
TODO
UN ABANICO DE EXCENTRICIDADES
El día que nació el último maharajá de Jaipur, Bhawani
Singh Bahadur se celebraron fiestas y el champán corrió como el agua por todo
el reino.
Tuvo una institutriz inglesa y educación británica.
Presumía de ser uno de los primeros que se adaptaron a los nuevos tiempos y llegó
a ser un alto cargo del ejército indio.
La gran fortuna de esta familia de Jaipur se remonta
a la época mogol. Siempre se ha rumoreado que en algunos palacios aún se
esconden joyas y tesoros de un valor incalculable. El maharajá acostumbraba a
decir que el dinero pertenece a su pueblo, pero sabido es también que en su
época tenía numerosas inversiones inmobiliarias en Europa y en la propia India,
llegando a poseer una compañía eléctrica y acciones en grandes y numerosas
empresas.
Por las mañanas recibía en sus audiencias a las
gentes del pueblo. Solía decir que él sólo tenía una maharani, pero su abuelo llegó a contar con más de un centenar y
12.000 concubinas en diferentes palacios de su propiedad.
Siempre repetía que algún día cambiarían las cosas,
dado que con ellos se cometió un grave error histórico por parte del Gobierno.
El Umaid Bhavan de Jodhpur es el último gran palacio
erigido en la India. Se inició la construcción en 1929 y en ella intervinieron
más de tres mil personas y fueron necesarios dieciséis años de trabajos. Gaj
Singh II siempre se sintió muy orgulloso. Varias salas del palacio se convirtieron
en hotel, uno de los más lujosos del país y conserva un cierto aire victoriano.
Su familia reinó sin interrupción durante siglos. Su
padre fue un apasionado de la aviación y llegó a construir el aeródromo de
Jodhpur. Falleció en un accidente aéreo.
Gajendra Singh II se convirtió en heredero con
apenas cuatro años de edad, siendo su madre la regente. De niño recorría el
palacio con su bicicleta.
Llegaba a asegurar que cualquier visitante era su
huésped. Solía recibir en la terraza, acompañado de su secretaria. A decir verdad, fue un gran impulsor del
turismo en todo el Rajasthán.
Está ya retirado, pero conserva varios coches
(Cadillac, Buick, Delahaye y Rolls). Tiene varios perros y guarda vagones de
ferrocarril en un hangar.
Sus padres llegaron a poseer su propia red de
ferrocarriles y tenían una servidumbre de casi trescientas personas.
En realidad sólo unos pocos maharajás se entregaban
a los más delirantes excesos. Pero todos compartían gustos extravagantes y
pasiones sin límites por los automóviles, las mujeres, los deportes, las
cacerías y las joyas.
Siguiendo con el capítulo de desmesuras, cabe citar
que, por ejemplo, el maharajá de Bikaner dotó a las ventanas de su palacio de
vidrieras de jade, alabastro, ámbar y topacio.
El maharajá de Mysore supo por unos viajeros chinos
de las propiedades afrodisíacas de los diamantes y no dudó en triturar buena
parte de sus tesoros.
Su palacio posiblemente fue uno de los mayores del
mundo, tenía seiscientas habitaciones, de ellas sólo veinte estaban ocupadas
por una colección de animales: tigres, elefantes, panteras y búfalos disecados,
trofeos de sus antepasados.
El trono que solía ocupar era de oro macizo y
aseguran que pesaba una tonelada y hasta él se llegaba a través de unas
escaleras, también de oro que simbolizaban la ascensión del dios Vishnú hasta
la Verdad.
El maharajá de Kapurthala tenía el topacio mayor del
mundo y lo lucía en su turbante. Hizo traerse de Francia a una legión de
arquitectos y decoradores y mandó construir al pie del Himalaya una
reproducción del castillo de Versalles, llenándolo de jarrones de Sèvres,
tapices valiosísimos y muebles antiguos, Proclamó el francés la lengua de la
corte y vistió a sus criados sikhs
con empolvadas pelucas como si estuvieran en la corte de los reyes de Francia.
Llegó a casarse con la bailarina española Anita
Delgado con la que llegó a tener un hijo, el que fuera maharajá Kumar Ajit
Singh. Vivió primero en la India y luego entre París y Málaga, falleciendo en
Madrid en 1962.
PASIÓN
POR LAS JOYAS
Algunos maharajás se retiraron a vivir en Europa. Un
autoexilio para vivir de sus riquezas, especialmente en Gran Bretaña.
El rajá de Orissa tenía un trono que parecía una
enorme cama (comprada a un anticuario de Londres) porque se asemejaba al lecho
de la reina Victoria de Inglaterra. Está colocada en una sala enorme, sobre un
podio lleno de columnas griegas y estatuas de mujeres desnudas en mármol
blanco.
Por su parte, el maharajá de Baroda veneraba el oro
y las piedras preciosas a las que atribuía poderes sobrenaturales. Sólo una
familia estaba autorizada a tejer con hilos de oro sus túnicas. Tenía en su
poder grandes colecciones de joyas, consideradas las más grandes y valiosas del
mundo. Poseía también tapices hechos con perlas y esmeraldas.
El elefante preferido del maharajá llevaba adornos
en sus colmillos de oro macizo, así como en el palanquín y los brazaletes de
sus patas y las cadenas que colgaban de sus orejas.
El
sexto nizam (de origen musulmán) de Hyderabad,
Mahbub Ali Pasha, no sólo poseyó un diamante más grande que todos los citados,
sino la colección más enorme y magnífica de todos los príncipes de la India. El
diamante Jacob de 162 quilates fue comprado inicialmente por Alexander Jacob
(al que se le achacó ser judío, armenio, agente ruso y británico, además de poseer
poderes mágicos). Mahbub Ali Pasha se lo compró y curiosamente su heredero lo
descubrió en la punta de una de las zapatillas de su padre. Lo puso sobre una
filigrana dorada y luego lo utilizó como pisapapeles.
La
colección de perlas de este nizam
resulta casi imposible de creer. Dio instrucciones para que fuesen tasadas.
Cubos y cubos de perlas se sacaron del tesoro, y fueron lavadas en ácido bórico
para pasar a su clasificación. Al final se pusieron a secar en el tejado de
palacio sobre enormes sábanas que lo cubrían por completo.
Aunque
la mejor historia sobre colecciones de joyas concierne a las instrucciones
del séptimo nizam para reabrir el llamado Palacio Inglés, que había sido cerrado en 1911 al morir su padre.
Cuando el oficial encargado abrió los armarios de los dormitorios encontró
joyas carísimas esparcidas por los suelos. Mahbub Ali Pasha llevaba siempre los
bolsillos de sus ropas llenos de joyas para dar como regalo cuando así se le
antojaba. A su muerte, las ropas no se habían examinado, y como los forros se
habían podrido su contenido se vino abajo.
Cartier
también llenó de joyas al gran Bhupinder Singh, el maharajá de Patiala. Los
diseñadores tuvieron en cuenta las formas tradicionales de las joyas indias,
aunque las nuevas piezas presentaban elegantes trabajos inspirados en las
tendencias contemporáneas del art deco.
Seguramente para Cartier fue la primera vez que había realizado una nath, un aro para la nariz con
diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros, típico del sur de la India, además de
tobilleras, brazaletes y anillos. Nada menos que 223 perlas fueron perforadas
en la creación de un solo brazalete.
PRÓXIMO CAPÍTULO : MUJERES, ELEFANTES, AVIONES Y ROLLS
ROYCE
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