M E D I N A C E L I



ROMANA Y MEDIEVAL

 

Con la encrucijada escrita en el tiempo y el espacio, el estratégico castro que los celtíberos fundaran con el nombre de Occilis no podía tener otro destino que el de ver superponerse a la historia. Importante enclave de la conquista romana y capital musulmana de la Marca Media, la llamada Ciudad de la Mesa (Medina-Occilis) volvería a ser escenario de batallas entre los reinos cristianos, para continuar por los vericuetos de los siglos hasta la creación del Ducado de Medinaceli por los Reyes Católicos.
En ella se cree que duerme el sueño eterno el caudillo Almanzor, después de que su hijo fuera a buscar su cadáver al cercano Bordecorex. En este mismo lugar fronterizo entre la historia y la leyenda, el Cid también mantiene aquí un recuerdo doble: por un lado, un Cantar que alude en varias ocasiones a la villa; por otro, el posible origen de uno de los autores del poema medieval y anónimo.

EL ARCO ROMANO, SÍMBOLO DE LA CIUDAD
El pasado de Medinaceli, esa memoria superpuesta en los estratos del suelo y del tiempo, dejó en la ciudad un intenso poso cultural y patrimonial. Su esplendor histórico, unido a un progresivo abandono a partir del siglo XVI, le permitió conservar apenas sin alteraciones su aspecto señorial, lo que desembocó en su catalogación como Conjunto Histórico-Artístico.
Una puerta ancha recibe en Medinaceli al visitante desde sus tres ojos. No es otra que el arco romano de triple arcada, único en España, magnífico en sus grandes dimensiones, y secreto en su dedicación y fecha de construcción, no en balde sendas hipótesis apuntan que el exclusivo arco pudo ser erigido en el siglo I o II. Faro y señero de una Occilis que primero fue un campamento y más tarde un importante enlace en la vía entre Caesaraugusta (Zaragoza) y Emérita Augusta, la actual Mérida extremeña.

A TRAVÉS DE LA HISTORIA
Tras el arco romano, calles empedradas y sinuosas dibujan los restos más antiguos del trazado urbano, de época árabe: callejuelas a las que se asoman las casonas nobles y los blasones, el Palacio de los Duques de Medinaceli, el del Marqués de Casablanca, los múltiples testigos en sillería de los siglos XVI y XVII…
Con una superficie de unos cinco mil metros cuadrados y situada donde estuvo el antiguo foro romano, la Plaza Mayor está completamente restaurada en la actualidad. El poderoso imperio dejó bellas herencias policromas en ella, donde fue hallado un mosaico de grandes dimensiones, parte del cual se conserva en el Palacio Ducal, renacentista y construido en el siglo XVI como digna sede de la Casa de Medinaceli, cuyos escudos destacan en la fachada. A lo largo del siglo XIX cayó en desuso y se deterioró hasta casi la ruina total, estado en el permaneció hasta su restauración a finales de los años noventa.
Bajo los soportales se encuentra el Aula Arqueológica y la Alhóndiga.
El consejo para el viajero es siempre callejear y colarse por los hechizos de la villa, descubrir una muralla que ya rodeaba la ciudad en época celtíbera y de la que se conservan algunos destellos romanos junto al arco, y detrás de las ruinas del antiguo beaterio de San Román, que probablemente fue en la antigüedad una sinagoga, fuera del perímetro de la muralla, visitar la antigua nevera árabe, que fue utilizada durante siglos para preservar alimentos mediante la nieve que se conservaba bajo su bóveda gracias a su disposición en la ladera norte de la meseta. Hacia poniente se abre el bello y medieval Arco Árabe, única puerta que queda en pie entre los restos más íntegros de la muralla.
En el paseo de ronda hacia el castillo pueden distinguirse los distintos niveles de la muralla que desde tiempos romanos rodeó a la villa.
La Colegiata de Nuestra Señora de la Asunción fue construida en el siglo XVI, sobre una primitiva iglesia románica. Se cuenta que sus abades disputaron durante siglos con los sucesivos obispos de Sigüenza por mantener sus privilegios. De nave única, en ella destacan sus capillas del gótico tardío, la cripta románica, la rejería gótica, el altar barroco y la muy venerada talla del Cristo de Medinaceli.
Junto a la iglesia de San Martín, el convento de Santa Isabel se mantiene en perfecto estado (siglo XVI) y en su interior, alternando con sus rezos, las monjas clarisas sustituyeron, hace tiempo ya, la elaboración de alfombras por su reconocida repostería.
Son visibles también desde el valle los restos reconstruidos del antiguo castillo, que fue alcazaba árabe y posteriormente residencia de los entonces condes de Medinaceli hasta su traslado al Palacio Ducal en la Playa Mayor.
Hecha con los milagros de memorias y mitos, la villa de Medinaceli recuerda su origen antiguo en piedras y ceremonias: en noviembre, el fin de semana más cercano al día 13, un ritual ancestral prende en la plaza. Es el Toro Júbilo, un astado enorme que irrumpe embarrado y enarbolando una cornamenta postiza (gamella), sobre la que arden dos grandes bolas de fuego. La fiesta habla de lo que podría ser un rito iniciático: los mozos cortan la soga y luego corren entre las pavesas. Es el día de los Cuerpos Santos, la noche en la que la religiosidad se cuela en cinco hogueras, una por cada mártir medinense, que encienden aún más una tradición pagana: el toro de los celtíberos.

TIERRAS DE MEDINACELI : CRUCE DE SEDUCCIONES
Desde Medinaceli, el valle del Jalón se estrena abajo. Mirador dilatado sobre una colina, la villa se alimenta de tiempo y paseos, hermoso mundo de piedra en el que la historia y los hombres escribieron su memoria intensa.
Desde ella, donde el viajero andará despacio, se abren numerosas rutas: Romanillos brinda románico, calzada y fuente romana, tumbas antropomorfas medievales y colección etnográfica; más allá late fuerte la leyenda: en Barahona vivieron las brujas. Así lo afirma al menos la tradición y un documento del Archivo de Cuenca, donde se recoge el proceso inquisitorial contra varias mujeres de la localidad. Cuentan que en el Campo de las Brujas, las hechiceras hacían aquelarres y bailaban con diablos alrededor de una piedra cónica con un agujero que aún existe.
La ruta sigue y se adentra en el yacimiento del Paleolítico Inferior más importante de la península. Está a quince kilómetros de Medinaceli, y desde principios de siglo ha arrojado en las continuas excavaciones restos fosilizados de uros, caballos, lobos y hasta huesos de elefantes de hace 300.000 años, algunos con colmillos de más de tres metros de longitud, que pueden contemplarse en el museo de Ambrona, junto a herramientas de piedra.
Más allá, un pueblo rojo olvida entre cerros desgastados la aridez castellana. Se llama Somaén, y mientras sus cuestas echan un pulso incierto a la gravedad, ve al río Jalón lamer las huertas desde su torreón cuadrado de los siglos XIV y XV.
Siguiendo el camino por esta tierra de tránsito, aparece Arcos con esencias aragonesas y castellanas, cruzándose en las callejuelas empinadas. Desde allí, la angosta carretera de Iruecha devuelve al viajero el sabor de la piedra y los silencios. Un pastor con manta y cayado se perfila en el horizonte de sabinas y encinas. Secularmente apartada, esta zona parece haber detenido los relojes en los tendales y los arroyos, al tiempo que una hermosura extraña perfila los caseríos de piedra y su despoblación imparable.
Al llegar a Chaorna, la belleza se viene de golpe en las casas y las fuentes, las cuevas que se hicieron tainas, las rocas anillando la aldea, los restos del castillo de arquitectura militar medieval, las cascadas que ponen fertilidad al entorno adusto y callado…
La carretera, que sigue estrecha y solitaria, lleva por seducciones de pura tierra hasta Judes y su laguna. Más tarde, Iruecha dará su saludo de piedra, sabina, encina y roble. El pueblo conserva restos del castillo medieval y una nevera comunal, construcción subterránea donde se introducía nieve para conservar los alimentos de todos los vecinos. Pero lo más célebre de esta población alejada de las rutas convencionales es sin duda La Soldadesca. El 20 de agosto, en una celebración relacionada con las fiestas de moros y cristianos, los cofrades de la Virgen de la Cabeza ejecutan un belicoso baile y ondean banderas multicolores, antes de que los musulmanes simulen una invasión y sean derrotados, para acabar postrándose todos ante la Virgen. Por la noche, los vecinos recorren las calles, en un rosario de faroles coloreados que el resto del año permanecen guardados en el templo.
De nuevo en ruta, el camino sigue y todo se esfuma tras el umbral cisterciense de Santa María de Huerta. Entra en la escena del viaje un oasis a intramuros: dos mundos ajenos que comparten siglo y espacio, tan distantes entre sí como dos universos. Imaginamos que la mística ha de parecerse mucho a esta paz de claustro y luces de vidriera… Y dejamos atrás el cenobio. Trabajo, oración y estudio. Una campanilla anuncia la Nona, la Sexta, Víspera, Completas….
Prosiguiendo el camino, antes de llegar a Monteagudo, un desvío señaliza Almaluez. El pequeño pueblo sorprende con un tesoro único en Castilla y León en su iglesia del siglo XVI: un impresionante baldaquín del XVIII, de madera policromada, gigantescas columnas salomónicas y techumbre de media naranja, que el viajero podrá inspeccionar por la parte trasera gracias al pasillo al fondo del ábside.
De regreso a la carretera, un pueblo-fortaleza asoma sobre una muela. Sólido, rojizo y centro histórico de guerra y pactos entre los dos reinos limítrofes. Monteagudo bebe vientos del cercano Aragón. Una puerta almenada da paso en su lienzo amurallado a un destacado conjunto histórico-artístico, que se hace palpable en el castillo-palacio y la iglesia, ambos del siglo XV e influencia mudéjar.
De regreso a Soria, y si no quiere volver el viajero a Santa María, una veintena de kilómetros por tierras de la Recompensa llevan a Morón de Almazán, hermosa plaza de la comarca. Pero eso ya forma parte de otro viaje…         

Adentrarse en Medinaceli y deambular en silencio por sus calles es como penetrar a hurtadillas en las páginas de la historia y saciarse de la misma a cada paso. Hay que saborear el placer de observar cada rincón, cada esquina, cada puerta o ventana y vagar inmerso en un encantamiento que absorbe los sentidos.  

(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)