Castilla
es una tierra de sueños y realidades, plagada de historia y mil leyendas que
hablan de reyes, monjes, nobles y guerreros, de castillos, murallas,
monasterios, iglesias y vestigios que evidencian un pasado repleto de
esplendor.
Hablar
de cultura castellana es mencionar una palabra tan extensa como la tierra que
ocupa. Es tanto como adentrarse en el vértigo de las raíces por un tiempo
compartido: el que escriben mano a mano la propia historia en mayúscula y esa
otra historia más pequeña, cotidiana, hecha al amparo de cada día y presente en
la artesanía, las celebraciones y las costumbres… El largo etcétera de
manifestaciones artísticas y etnográficas está compuesto por la memoria de un
pueblo de fusiones, cuya situación geográfica y estratégica vino a reunir a las
civilizaciones que pasaron por el territorio español. Es también, hablar de un
presente en el que las tradiciones conviven con aires renovados, mientras el
castellano, con fama de arraigo al pasado, las incorpora mejor o peor digeridas
a su listado de costumbres.
En
la provincia de Burgos, la población de Santo Domingo de Silos está situada en
un nudo de caminos históricos: la Ruta de la Lana, las tierras del Cid y el
camino castellano-aragonés. Junto con las vecinas localidades de Lerma y
Covarrubias forman el llamado “Triángulo del Arlanza”.
Algunos
historiadores apuntan incluso que el Monasterio de Santo Domingo de Silos está
ligado a la historia del Cid Campeador ya que, en vida de Rodrigo Díaz de Vivar
y su esposa Jimena, donaron algunas de sus heredades al cenobio, cuyo claustro,
en el año 1081, aún se estaba construyendo.
HISTORIA
La
vida de la comunidad de Santo Domingo de Silos se rige, desde 954, por la Regla de San Benito que
establece un monacato estricto y puro. A fines del siglo X y durante la primera
mitad del siglo XI, la comunidad decayó material y espiritualmente, debido a
las razzias de Almanzor.
De
forma providencial, llegó a Silos en aquel momento crítico el abad Santo
Domingo. Era el 24 de enero de 1041, y llegó a regir el monasterio durante 32
años, hasta su muerte, el 20 de diciembre de 1073. Toda la historia del
monasterio y de la comunidad giró en adelante alrededor de este gran hombre: se
convirtió en el titular del monasterio; fue el héroe a imitar; es el patrono e
intercesor ante Dios y el taumaturgo que obra milagros… Es el símbolo de Silos.
Efectivamente,
por Obra de Santo Domingo y de sus sucesores, nació en Silos el gran monasterio
románico: el claustro genial, la gran iglesia románica con tres naves, pórtico
y cinco ábsides, y las otras dependencias necesarias para la vida de la
comunidad. Durante los siglos XI al XV, Silos fue un monasterio con gran vida y
actividad interna y externa: una comunidad observante e influyente; un centro
de peregrinaciones y de vida cristiana en torno al sepulcro de Santo Domingo;
un ejemplo notable de caridad cristiana y monástica, con la ayuda espiritual y
material a los peregrinos y necesitados; un centro educativo, con su escuela
monástica; un extraordinario centro cultural, con su “escritorio”, de donde
salieron manuscritos de la talla del Beato que se conserva hoy en el Museo
Británico de Londres; un centro artístico, con su admirable taller de
orfebrería y finalmente un patrimonio material muy extenso que da vida no sólo
a la comunidad silense, sino también a muchas aldeas, iglesias, granjas, y
pequeños monasterios, esparcidos por las dos Castillas, sobre todo…
Ya
en la Edad Moderna,
en 1512, Silos se adhirió a la
Congregación benedictina de Valladolid. Esto supuso, sobre
todo al principio, una reforma ascética y jurídica. Poco a poco, las
inquietudes primeras fueron equilibrándose, y la comunidad entró en una etapa
de normalidad a lo largo de tres siglos.
El
arte clásico hizo su entrada en Silos con la actual sacristía, construida en el
trienio de gobierno del abad Pedro de la Cueva, de 1595 a 1598. Por fines ascéticos de clausura,
el abad Alonso de Figueroa (1578-1584), y uno de sus sucesores, Alonso de
Belorado (1598-1601) emprendieron la construcción de la gran muralla que, por
el oeste y por el norte rodea el jardín del monasterio, empalmando con el muro
sur de la antigua muralla de la villa. En 1630 se comenzó la ampliación del
monasterio románico por el ángulo este-sur, doblándose con una crujía que se convirtió,
la planta baja en comedor nuevo, y la planta superior en dormitorio.
El
siglo XVIII se significó en Silos por un espíritu emprendedor, y se doblaron
todos los edificios claustrales: de 1729 a 1731 se levantó la escalera central,
también llamada “de los leones”. Se debió a la iniciativa del abad Baltasar
Díaz. Él también concibió el gran proyecto de doblar los edificios del
monasterio en torno a un segundo claustro neoclásico. Así se originaron, de 1729 a 1739, las cuatro alas
que circundan el llamado “patio de San José”, con doble crujía cada una y la
fachada oeste, como nueva entrada. Continuaron los proyectos y trabajos del P.
Baltasar Díaz, los abades Isidoro Rodríguez (1733-1737) e Isidoro de Quevedo
(1737-1741). Al final del primer cuadrienio del P. Baltasar Díaz, en 1732, se
construyó la actual capilla de Santo Domingo. La empresa renovadora,
neoclásica, del siglo XVIII, se consumó con el derribo de la iglesia románica y
su sustitución por la actual, diseñada por Ventura Rodríguez. Su construcción
se llevó a cabo en cuarenta años, de 1752 a 1792.
En
1835 se interrumpió la vida monástica en Silos. A consecuencia del decreto de
desamortización del ministro Mendizábal y expulsión de los religiosos de sus
conventos, el 17 de noviembre, la comunidad benedictina de Silos se dispersó.
En el desorden universal, se perdieron para el monasterio y para el país la
mayor parte de los manuscritos de su valioso archivo, las alhajas acumuladas en
más de un milenio y casi todas sus obras de arte. También los edificios, con el
tiempo y la negligencia, se fueron deteriorando. Silos estuvo sin monjes
durante 45 años, de 1835 a
1880.
De
forma providencial, el 18 de diciembre de 1880, un grupo de monjes benedictinos
franceses, de la abadía de Ligugé, dirigidos de forma inteligente por un monje
de Solesmes, Don Ildefonso Guépin, salvaron a Silos de la catástrofe total,
cuando eligieron sus ruinas como morada y fueron, con esfuerzo heroico,
restaurando el monasterio. Con dicha restauración material, procuraron
recuperar parte de sus restos culturales, y así buscaron y encontraron 14
manuscritos medievales, muchos diplomas, también de la
Edad Media, y casi todo el archivo de la Edad Moderna.
En
este largo siglo de vida monástica contemporánea, la comunidad benedictina de Silos
ha tenido y tiene una gran vitalidad: con su testimonio, sus celebraciones
litúrgicas, sus aportaciones a ala cultura, y con su irradiación fundando
varias casas nuevas en España: Estíbaliz (Álava), Montserrat en Madrid, Leyre
(Navarra), El Valle (Madrid), y en Hispanoamérica: México y Buenos Aires, Silos
ha ocupado un lugar importante en la Orden Benedictina actual.
Los
monjes de Santo Domingo de Silos entonan a diferentes horas del día los textos
latinos del canto gregoriano. Su origen se remonta al comienzo de la Era
cristiana, pero fue el Papa Gregorio I quien codificó este rito ceremonial.
Escuchar esta música cadenciosa y armónica, ayuda profundamente, sin duda, a
serenar el espíritu.
EL ARTE EN EL MONASTERIO
El
arte es la aportación más exquisita del espíritu humano, al mismo tiempo que
sirve para elevar, agradar, transmitir paz y educar los sentimientos más nobles
del hombre. En este sentido, el monasterio de Silos es un ejemplo admirable: la
arquitectura, la escultura, la pintura, la música… se unen para perfeccionar la
mente y el corazón, promoviendo los valores culturales, estéticos, religiosos y
comunitarios.
CLAUSTRO
El
claustro románico de Silos es y ha sido siempre el centro de la vida de la
comunidad monástica. Hacia él convergen y de él parten los otros edificios del
monasterio y todas las actividades del monje; al norte ha estado siempre la
iglesia, donde se ora en común o en privado; al oriente se encontraba en la
Edad Media la sala capitular, que servía
para las reuniones de la comunidad, y el “escritorio”, donde copiaban con
paciencia y arte los manuscritos silentes; al sur se hallaba la cocina y el
comedor, en el primer nivel, y el dormitorio en el segundo; al poniente estaba
la hospedería, también en dos pisos. El claustro es el lugar a propósito para
la contemplación “física”, para pasear y para descansar. Por eso, el claustro,
además de centro convergente por su ubicación en el monasterio, tenía que ser
bello, adornado con las manos mágicas del artista, del arquitecto, del escultor
y del jardinero. En Silos, esto se ha logrado de una manera prodigiosa:
“Tus arcos y capiteles infrangibles,
¿quién los hizo?, ¿poeta o escultor?
…¿o bajaron los ángeles del cielo
con los planos ya trazados del Señor?”
Tradicionalmente
se ha afirmado que el claustro del monasterio lo planeó y empezó Santo Domingo
-las galerías de Oriente y del Norte- a mediados del siglo XI. El escultor no
dejó ni la fecha ni su nombre. Es un maestro genial, perfeccionista, que cuida
al mínimo detalle, exquisito, amante del orden y de la variedad, delicado, que
termina todo, canónico, proporcionado, estilizado a la vez que da a todo vida y
movimiento, que estudia el conjunto y el detalle y no admite el error más
insignificante. Artista consumado, que da unidad al estilo de su obra, que
busca la variedad sin caer en el excentrismo, que enseña con el mensaje y,
sobre todo, con el placer estético. Seguramente conoció y buscó el simbolismo
de las escenas que esculpe, pero es difícil hallar la clave y la interpretación
exacta o distinguir entre lo simplemente decorativo y lo simbólico.
A
esta obra maestra del arte románico hay que acercarse con vocación y
pensamiento de monje, o con inquietudes de visitante. El claustro de Silos,
internacionalmente famoso no defrauda nunca, ni a nadie, ni en su conjunto ni
en el detalle. Cuanto más se le contempla, más se le admira.
Desde
el punto de vista arquitectónico, el claustro tiene dos niveles exactamente
superpuestos. El claustro inferior es de dos épocas: las galería de poniente y
sur son de la segunda mitad del siglo XI. El plano solar forma un rectángulo
con 16 arcos en las galerías norte y sur y 14 en las galerías de oriente y
poniente. El claustro superior se construyó a fines del siglo XII.
Hay
que fijarse, primero en los seis bajorrelieves del primer maestro, empezando la
visita por el ángulo nororiental, por donde, muy probablemente se comenzó a
construir el claustro. Destacan “La Ascensión”, “Pentecostés”, “La Sepultura y
Resurrección”, “El Descendimiento”, “Los Discípulos de Emaús”, “La Duda de Santo Tomás”, “La Anunciación” y
finalmente “El Árbol de Jese” o genealogía de Cristo, aunque más deteriorado,
también es una obra escultórica maestra. También los capiteles, del 37 al 64,
globalmente, aunque de distintas manos y temas, pertenecen a la posterior
etapa, segunda mitad del siglo XII. Este claustro se completa con el artesonado
mudéjar, probablemente de finales del siglo XIV, hacia 1390. La fabricación se
debe a buen seguro a árabes residentes en tierras de cristianos. De madera de
pino bien labrada, con pinturas decorativas y escenas que no siguen temas
lógica e históricamente continuos, sino que exhiben las costumbres profanas de
la época.
El
claustro superior parece del mismo taller y de la misma época con bastante
uniformidad de estilo, y de gran sencillez, en comparación con el claustro
inferior. Tiene temas variados, pero poco desarrollados, y sin los alardes de
detalle y perfección que tiene el inferior. Todo este claustro superior data de
finales del siglo XII.
Completa
la visita del claustro el jardín, con el famoso ciprés de Silos. Plantado en 1882, ha ido creciendo,
tupido y esbelto, hasta alcanzar más de 25 metros de altura. Es
la admiración de todos, y los poetas le han dedicado, con frecuencia, sus
mejores versos. Fran Justo Pérez de Urbel, monje de Silos, le dedicó un poema:
“Silencioso ciprés, cuya negra silueta,
como un dedo gigante me señala una meta
allá lejos, muy lejos…: un palacio de bruma
una isla de oro, una ilusión de espuma,
la sombra imperceptible de una forma querida
que sin cesar persigue el alma dolorida”
MUSEO
En
una sala, que fue la mitad inferior de la hospedería medieval, se exponen las
piezas principales que fueron salvadas de la brutal desamortización
(1835-1880): piezas visigóticas y mozárabes, testimonios arqueológicos de la
primera vida monástica; pinturas anónimas sobre madera; varias piezas de
orfebrería; estatuas procedentes de la antigua iglesia románica, fotografías de
los 14 manuscritos medievales que aún se conservan en el archivo de Silos y de
algunos otros documentos; esmaltes del antiguo y actual taller del monasterio,
así como el tímpano de una de las puertas de la iglesia destruida de Silos.
BOTICA
Los
monjes, en general han contribuido a
lo largo de los siglos, en grado importante, a la creación científica. Los
monjes de Silos, concretamente, han dejado un testimonio excepcional de su
conocimiento, de su práctica y de su interés por las ciencias biológicas y
farmacéuticas.
A
principios del siglo XVIII, en 1705, fundaron una farmacia. Esta se componía
del jardín botánico especializado, el laboratorio bioquímico, la biblioteca y
el botamen. En la actualidad, todo esto, muy completo y bien conservado, se
exhibe como museo especial. Al visitarlo se puede admirar la biblioteca, con
cerca de 500 volúmenes, pocos del siglo XVI, muchos del XVII, XVIII y XIX; y el
botamen, con cerca de 400 jarros, todos ellos de loza de Talavera de la Reina (Toledo), hechos
expresamente para la botica con el escudo del monasterio.
IGLESIA NEOCLÁSICA
Esta
iglesia sustituye, en el mismo emplazamiento, a la iglesia románica de Silos,
parte de cuyas ruinas se encuentran en la cripta arqueológica. Los planos de la
iglesia neoclásica los elaboró el gran arquitecto Ventura Rodríguez, aunque su
proyecto era mucho más ambicioso de lo que es la realidad que hoy puede
contemplarse. La iglesia románica comenzó a demolerse en 1751 e inmediatamente
se empezó la construcción de la neoclásica, terminándose en 1792.
La
planta está formada por una gran nave, con eje mayor de oriente a poniente.
Tiene cuatro capillas, integradas por arcos con la nave mayor. Guarda
perfectamente los cánones clásicos. En el crucero se une todo con cuatro
imponentes arcos torales. Aunque austera, la iglesia neoclásica tiene un gran
estudio de sus formas y proporciones y produce un placer estético severo, pero
innegable. Su vida son las celebraciones litúrgicas conjuntas de la comunidad
monástica y del pueblo.
Conocer
Silos supone para el viajero tanto como haber vivido una singular experiencia.
Inmerso en asombrada contemplación, en una atmósfera que transmite paz,
sosiego, la más insoldable tranquilidad de espíritu e invita a la meditación,
como si se sintiera trasladado a otro mundo distinto, de ensueño, quizá
irreal... o posiblemente lo irreal sea cuanto hay más allá de las puertas del
monasterio benedictino.
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