Como comarca turística,
la sierra de Francia reúne en un seno un conjunto de atractivos que, sin duda
alguna, sorprenden muy agradablemente al viajero. En el corazón de la misma, a
más de mil metros de altitud y en medio de un entorno natural de incomparable
belleza se halla La Alberca, enclave de privilegio con una arquitectura popular
magníficamente conservada y una gran riqueza en cuanto a tradición y costumbres
se refiere. Al filo del mes de agosto, las fiestas en honor de la Asunción
convierten el lugar en ineludible punto de visita.
Pasear por las calles de
La Alberca y extasiarse en su contemplación es tanto como adentrarse en un
fascinante mundo de luz y radiante color. Podían emplearse horas y más horas
recorriendo todos y cada uno de sus rincones y siempre daría la sensación de
que algo se queda por ver… cada esquina, cada ventana o fachada, los geranios
del rojo más intenso salpicando rústicos balcones de madera o de hierro, luz y
sombra jugando en el espacio. Todo un deleite, una sinfonía indescriptible que
se precipita ante los ojos del asombrado visitante que trata de escudriñar a
través del laberinto que forman calles y plazas de este pueblo que se detuvo en
el tiempo y conserva aún intactas sus más puras esencias.
UN AMBIENTE SINGULAR
Amanece en la sierra,
los aún tibios rayos solares asoman sobre los tejados albercanos y bien pronto surgen las mujeres con sus cubos y
escobas, dispuestas a limpiar puertas, balcones y la calle entera, haciéndolo
con tal esmero como si de sacarle brillo al más preciado de sus muebles se
tratara.
Las primeras luces del
alba pretenden sin conseguirlo, pillar desprevenidos a los vecinos. La gran
fiesta ya se presiente cercana y no hay quien sea capaz de quedarse en el
interior de su casa.
A medida que van
transcurriendo las horas, el entusiasmo se va haciendo más palpable en el
ambiente. El Diagosto se encuentra en
peno apogeo. Las carreteras y accesos que afluyen al pueblo comienzan a
saturarse de toda clase de vehículos procedentes de cerca y de lejos, de todas
partes, mientras peregrinos, curiosos, turistas y toda clase de visitantes,
miles y miles de gentes, se apresuran ávidos de empaparse del gran
acontecimiento festivo.
La plaza mayor, lugar de
encuentro, rebosa de bullicio, algarabía y estruendo, y en ella cada instante
se vive con inusitada expectación.
Se canta y se baila por
las calles, las tabernas aparecen repletas por doquier y en el alegre tumulto
se entremezclan los recién llegados con quienes no se acostaron la noche
anterior, por aquello de que dormir puede resultar poco menos que perder el
tiempo en plenas fiestas de la Asunción. Lo realmente cierto es que, cada
minuto vivido en La Alberca tiene un incalculable valor.
EL “TRAJE DE VISTAS”
En la actualidad,
algunos ancianos (especialmente las mujeres) aún conservan en su cotidiano
atuendo, notables vestigios del típico traje albercano, no obstante, el denominado “traje de vistas” queda
reservado para las ocasiones de singular relevancia como es el caso del Diagosto.
Sin lugar a ningún
género de dudas, no existe en España un vestido tradicional que le supere en
belleza, historia y riqueza a la vez. Resulta difícil en verdad poder
determinar su origen, sin embargo, la utilización de algunos abalorios tales
como cadenas, joyas y determinados medallones, son símbolos diversos y algunos
adornos muy concretos (amuletos, mediaslunas, etc.) hacen pensar en una cierta
influencia oriental, lo cual no es nada descabellado si se tiene en cuenta que
los judíos eran numerosos por estas tierras al filo del siglo XV y aún hoy,
estos vestidos conservan cierta similitud con algunos también utilizados en
ceremonias especiales por mujeres palestinas o sirias.
Por su riqueza en
acabados, en muchas familias se sigue considerando el “traje de vistas” como
una parte de herencia y se da el caso de que algunas mujeres, incluso renuncian
a cualquier otro legado, llámese éste tierras, fincas o dinero, a cambio de
poseer las ropas, joyas y toda clase de complementos adicionales de este
vestido, el cual se luce, por lo general, en muy contadas ocasiones.
El traje está
confeccionado en paño grueso y terciopelo para lograr un mejor ajuste y caída,
y en él destacan, desde un paño para reforzar la cadera que soporta el peso de
las largas sayas, hasta la mantilla o bello tocado en la cabeza, a manera de
pañuelo de seda con múltiples dibujos y colores, pasando por la blusa cerrada y
de manga ancha, el fajero, el ceñidor con borlas doradas, el bernio y la
cortapisa, amén de medias de lana bordadas y zapatos bajos, en negro y con
hebilla de plata.
Los collares, pendientes
y todo tipo de alhajas y amuletos, al igual que el vestido, le son colocados a
quien lo lleva, por lo general, por la abuela o la mujer de mayor edad de la
familia, tal y como resulta preceptivo. El bellísimo “traje de vistas” es, sin
duda, uno de los grandes protagonistas de la fiesta y sobre el mismo, cualquier
adjetivo debe hacerse en grado superlativo.
EL OFERTORIO Y LA LOA
Mediada la mañana y una
vez terminados los oficios en la iglesia que permanece abarrotada, se inicia la
procesión hasta la plaza mayor.
La cruz gótica abre el
paso y tras ella, el tamboril, el cual juega un papel sumamente importante en
la celebración porque de alguna manera es el que marca las pautas.
Los mayordomos con
sendas capas negras abren la comitiva, situándose a continuación los
estandartes de las diferentes cofradías.
La Virgen de la Asunción
es llevada a hombros a través de las empedradas calles y tras ella desfilan las
autoridades y el clero, además de un buen número de devotos que acompañan en el
corto recorrido.
Griterío y alborozo
general cuando la imagen de la Virgen hace su aparición en la plaza en la que
se apiña un gentío enorme y que apenas si deja un resquicio. Instantes después,
ya en silencio, se inicia el Ofertorio.
El alcalde, el juez y el
resto de autoridades, de dos en dos y sin dar nunca la espalda a la imagen de
la Virgen, acuden a saludarla, y a renglón seguido lo hacen los mayordomos, las
mujeres y sus familiares, etc.
A continuación, el
tamboril y la dulzaina suenan al unísono, desgranando las notas de las bellas
danzas típicas en las cuales se entrelazan las cintas del ramo. Diferentes
bailes ponen punto final al acto, retirándose posteriormente la Asunción a la
iglesia, acompañada de toda la comitiva igual que al comienzo. Un acto tan
sencillo como entrañable.
La Loa se desarrolla al
día siguiente, el 16 de agosto, y viene a ser un auto sacramental a nivel
popular, siendo después del Ofertorio el acto más importante y esperado por los
albercanos y todos los forasteros que
llegan hasta este bello pueblo salmantino.
El personaje de “El
Gracioso” y después los galanes, abren la representación, no obstante, es la
aparición del “Demonio” la que causa mayor algarabía, especialmente cuando éste
se encarama sobre la “Serpiente”. Acto seguido comienza el estallido de cohetes
y tracas y todo es confusión hasta que surge la figura de San Miguel Arcángel y
las siete virtudes.
El estruendo de los
fuegos de artificio de alguna manera viene a poner el epílogo a estas fiestas,
en las cuales también son de destacar el rosario que se canta a través de las
calles, el festival folklórico, la lidia de vaquillas, los bailes nocturnos en
la plaza y un largo etcétera realmente interesante.
Una vez terminada la
fiesta del Diagosto vuelve la
tranquilidad a La Alberca, de nuevo se convierte en un remanso de paz, en un
rincón de indescriptible belleza natural en plena sierra de Francia, al borde
del valle de Las Batuecas.
PASEANDO POR LA ALBERCA
La Alberca es un pueblo
litúrgico y tradicional. El marcado espíritu religioso durante siglos ha
configurado el carácter albercano que
se proyecta en expresiones de ritos para toda su vida, ritos para nacer, para
vivir y para morir. La manifestación visual del rito se ha ido forjando a lo largo
de su historia, por una parte en manifestaciones costumbristas y por otra en
manifestaciones arquitectónicas.
Sólo hay que caminar por
sus calles y alrededores para ver manifestaciones religiosas grabadas en
piedra, quizás por el anhelo del ser humano de permanecer en la memoria de los
vivos cuando los que lo hacen ya no están, o quizás para recordarse a sí mismos
y a los demás que el sentimiento religioso está presente.
La iglesia parroquial es
del siglo XVIII. Posee un interesante púlpito en granito policromado del siglo
XVI, así como hay que destacar la imagen del Santísimo Cristo del Sudor. La
gran torre fue construida 212 años antes que la iglesia.
En los alrededores de La
Alberca hay muchas ermitas. La de Nuestra Señora de Majadas Viejas, en el camino
de Mogarraz y a unos tres kilómetros a través de un bosque de castaño y
robledal. Tiene una virgen románica del siglo XII.
No muy lejos se
encuentra la ermita de San Marcos, desde donde puede contemplarse una excelente
panorámica de la Peña de Francia.
La ermita del Cristo del
Humilladero está dentro del pueblo, es de las más antiguas. La imagen del
Cristo del Humilladero sale en procesión el Jueves Santo.
La ermita de San Blas se
halla en dirección a Las Batuecas, hasta no hace muchos años era el cementerio
del pueblo. No se realiza culto en ella, sin embargo para los albercanos cobra especial importancia
por la romería de “el día del Pendón”.
La ermita de San Antonio
en la entrada desde Salamanca, tiene su procesión y misa el día de su
festividad.
Por último reseñar el
parque natural de Las Batuecas-Sierra de Francia. Dentro del recinto sagrado se
encuentran dispersas hasta dieciocho ermitas, algunas de las cuales se pueden
visitar aunque están en ruinas.
La Alberca es un pueblo
muy proclive a los festejos. El 8 de septiembre se celebra la romería a la Peña
de Francia y el sábado anterior a Pentecostés se celebra otra a las Majadas
Viejas.
En La Alberca si tiene
la curiosa tradición de dejar un cerdo suelto por las calles que es alimentado
por los vecinos. El llamado “marrano de San Antón”, es bendecido el 13 de junio
y liberado. El 17 de enero, día de San Antonio Abad es rifado a las puertas de
la iglesia y los beneficios van destinados a la cofradía de San Antón.
Durante el mes de
noviembre tiene lugar la llamada Calbochada que consiste en asar castañas en la
plaza mayor del pueblo, mientras se celebran bailes populares.
El 2 de febrero se
celebra la festividad de las Candelas con una procesión con la Virgen de la
Asunción.
El Diagosto en La Alberca no es pues la única festividad, aunque sí la
que reúne a más visitantes llegados de los pueblos próximos e incluso turistas
que proceden de toda España por su interés tradicional.
La Alberca es, sin duda
alguna, un lugar incomparable entre frondosos bosques de castaños, robles y
nogales, cuna de devociones serranas camino de Las Mestas cacereñas y donde ya
se presienten próximas Las Hurdes.
(Ver interesante colección gráfica de este reportaje
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