UN PARAISO
EN EL MEDITERRANEO
Los múltiples encantos naturales de la isla
de Jerba llegaron a convertirla en el jardín feliz que, a orillas del
Mediterráneo, hizo las delicias del mítico Ulises a su regreso de Troya. En la
actualidad, una excelente infraestructura hotelera ha hecho posible el milagro
turístico de este idílico rincón, objetivo primordial para el viajero ávido de
relajación que pretende transformar sus vacaciones en un sueño inolvidable.
En la costa oriental de Túnez, tierra de
leyendas y tradiciones milenarias, Jerba, saturada de playas, palmeras y
mezquitas, es un auténtico oasis marítimo donde la vida discurre apacible.
Favorecida con un clima excepcional en cualquier época del año y una orografía
carente de relieves de importancia, completamente llana, sin apenas una colina
que venga a truncar el verde paisaje de palmeras y olivos, la isla muestra de
inmediato al recién llegado sus riquezas y los notables vestigios que hablan
por sí solos sobre lo que antaño constituyó su atormentada historia.
Siguiendo la huella de los tiempos, desde que
los fenicios realizaran las primeras incursiones por el norte de África, hasta
que en oleadas llegaron conquistadores vándalos, romanos, bizantinos, omeyas,
otomanos y los árabes que trajeron el Islam para imponerlo a sus primitivos
pobladores, los bereberes, gentes nobles y libres, su devenir estuvo cuajado de
fantásticos episodios de invasores y piratas, no obstante, los nativos de la
isla, lejos de guerrear, fueron transformándose en expertos mercaderes,
dominaron la agricultura y la pesca, siendo maestros en trabajar la artesanía,
algunas de cuyas costumbres y formas de vida aún perduran.
Jerba, sin embargo, no permaneció anclada en
el pasado. Con el transcurso de los siglos supo, primero asimilar perfectamente
su propia historia y en las últimas décadas evolucionar, ofreciendo todo un
abanico de contrastes que impacta en el visitante.
Algunos, poco conocedores, sin duda, de su
realidad, al referirse a la isla optan con frecuencia por echar mano del fácil
y poco original recurso de calificarla de rincón tropical, e incluso efectúan
improcedentes comparaciones con el Caribe o la Polinesia, lo cual, distorsiona
más que favorece el aspecto real de este bello enclave que es, a todas luces,
diferente, con seductora personalidad y muy capaz de sorprender a cada paso, de
ahí que haya logrado captar el interés de buena parte del turismo europeo, sin
renunciar a su propia identidad y sus tradiciones más ancestrales, lo que le
confiere, todo sea dicho de paso, un cariz de evidente atractivo a esta perla
tunecina donde, junto al mar y no lejos del desierto, quizá mejor se pone de
relieve la condición del propio país, auténtico esplendor del Magreb.
A TRAVES DE HOUMT SOUK
Houmt Souk, que ejerce de capital y centro
neurálgico de la isla, es una pequeña y muy acogedora ciudad en la que el
viajero nunca puede sentirse extraño.
En ella todo se encuentra a escasa distancia
y resulta una delicia pasear por sus calles que rezuman los más suaves aromas,
o bien adentrarse en su increíble zoco, toda una tentación, capaz de
entusiasmar con sus bazares de baratijas, alfombras, cestería, telas, joyas,
artículos de piel, cerámica… Una orgía de luz y color que absorbe los sentidos,
un maravilloso laberinto en el que hay que perderse para vivirlo con
intensidad, sólo así es posible descubrir el genuino ambiente de Houmt Souk.
Y entre angostas callejuelas y pasadizos, a
manera de pequeños oasis donde reposar el espíritu, surgen alegres las singulares
y recónditas plazas salpicadas de exuberante vegetación, lugar característico
en el que se ubican los típicos cafetines, éstos siempre llenos de gentes, no
en balde se trata del punto de cita ineludible para propiciar el encuentro con
un amigo, tratar de un posible negocio, simplemente charlar, dedicarse a la
contemplación del excitante entorno, o los ancianos dejar correr pausadamente
el tiempo a la vez que saborean un café turco o un té con hierbas, mientras se
fuman una narghile, la clásica pipa de
agua.
La mezquita de los turcos, la llamada de los
Extraños con inscripciones coránicas alrededor de su alminar, e incluso una muy
peculiar iglesia católica que hace más de un siglo albergó pescadores malteses
y griegos que se establecieron en Jerba, son enclaves de recomendable visita,
sin olvidar un recorrido sin prisas a través de los múltiples jardines, algún
que otro hammam o salas de baños y
los agradables e íntimos rincones que con frecuencia recuerdan las imágenes de
Al Andalus.
En los aledaños del puerto, donde el ambiente
transpira una sosegada belleza, existen una serie de restaurantes en los que
saborear buen pescado es una exquisitez que no hay que pasar por alto. Muy
cerca, en la proximidad de las pequeñas embarcaciones pesqueras que se mecen en
las calmosas aguas, en la misma playa y rodeada de palmeras, se alza majestuosa
la fortificación de El Kebir, antaño testigo de mil hazañas desde que en ella
se estableció el almirante Roger de Lauria.
LA SINAGOGA DE LA GHRIBA
En el interior de la isla, la Ghriba es un
peculiar punto de interés, máxime considerando que se trata de una sinagoga
judía en tierra musulmana.
Hace muchos siglos, varias comunidades judías
se establecieron en Jerba (casi 600 años ante de J.C.) huyendo del saqueo de
Jerusalén. Después, su número fue creciendo, Hara Seghira y Hara Kebira se
convirtieron en sendos pueblos, quedando enraizados en la vida de la isla sin
ningún tipo de problemas y como notable ejemplo de fraternidad. Tras la
independencia de Túnez en 1956, la mayoría regresaron a Israel, pero aún así
existe una importante presencia y lo que es más importante, un legado
arquitectónico, la famosa sinagoga de La Ghriba en las inmediaciones de Hara
Seghira, hoy llamada Er Riadh.
La actual edificación se dice que fue construida
sobre otra antiquísima, hace de ello unos 75 años. En su interior decorado con
azulejos y pintura brillante, sobre los rústicos bancos cubiertos de pequeñas
alfombras y rodeados de una profunda religiosidad, habitualmente puede
sorprenderse a fieles en oración y leyendo textos en voz alta, lo cual le
imprime al entorno un ambiente de marcado misticismo.
En la sinagoga de La Ghriba se guarda uno de
los Torá (pergamino sagrado que se utiliza especialmente en las ceremonias
litúrgicas) más antiguos que existen en todo el mundo, por ello es lugar de
peregrinación y está considerada como el centro de culto judío más importante
de todo el continente africano.
Si algo hay que llama poderosamente la
atención del visitante al efectuar un recorrido por la isla, es la gran
cantidad de mezquitas diseminadas por toda su geografía. Increíblemente
blancas, pequeñas o grandes, y aunque parecen similares no lo son ya que cada
una tiene sus especiales características y estilo, bien por su fachada, las
paredes que la circundan, el minarete, el recinto interior, etc. Destaca la de
El May con su aire de reducto fortificado, pero no hay que obviar Jemaa El
Kabir, Tajdid y El Gayed.
Debido a su carácter insular, Jerba ha sabido
conservar a lo largo del tiempo culturas y religiones. A pesar de las numerosas
y sucesivas aportaciones a nivel de población por parte de otras
civilizaciones, el legado bereber se mantiene puro en Guellala, Cedghiane,
Mellita y Cedouikech.
Otro de los aspectos relevantes de Jerba es
la artesanía, la cual tiene sus raíces en lo más profundo de las civilizaciones
mediterráneas. Al respecto, aún existen algunos pueblos en los que resulta
fácil contemplar a los nativos trabajando, como se venía haciendo desde hace
siglos. Guellala, en el sur de la isla, es uno de ellos, reconocido
popularmente por los numerosos talleres de cerámica y un lugar donde se dan
cita verdaderos maestros, tal es el caso de Romdhane Ben Mahmoud, de prestigio
internacional ya que las propias autoridades tunecinas le han llevado a muchos
países para promocionar su preciosa labor artesanal, auténtico orgullo de
Túnez.
Rodeada de solitarias playas de seductor
encanto, la zona más cosmopolita de Jerba se concentra en Midoun, donde mejor
se ha desarrollado la infraestructura hotelera. De forma ordenada e
inteligente, sin herir el paisaje y con edificios nada descomunales ni
abigarrados, han surgido a lo largo de los últimos años muy buenos hoteles,
algunos de auténtico lujo, capaces de satisfacer y a precios muy asequibles, a
los más exigentes en materia de ocio y placer.
Jerba sorprende y causa admiración porque en
ella son posibles todos los contrastes conviviendo en armonía. Así, la zona
residencial para turistas alterna a la perfección con los pueblos más
recónditos donde la vida transcurre al ritmo que marcan sus primitivos
pobladores, como si para ellos el tiempo se hubiese detenido hace siglos, ya
que se siguen celebrando ancestrales ritos, mercados y fiestas, donde se suele
observar a las mujeres ataviadas con sus vestidos tradicionales, cubriendo su
cabeza con un ligero velo y encima llevando un puntiagudo sombrero de paja,
todo ello sin echar en olvido los habituales menzels o viviendas clásicas de la isla, los molinos subterráneos
de aceite, los pintorescos pozos de agua y las grandes extensiones de olivos.
Una amalgama multicolor que termina por cautivar irremediablemente.
Jerba suele ser también el punto de partida
para el viajero que continúa hacia el sur del país, en busca de la aventura del
desierto, la cordillera de la Matmata, Medenine, Tataouine o bien se dirige
hacia el chott o lago salado de El
Jerid para extasiarse en la contemplación de los bellos oasis de montaña de
Tamerza y Mides, amén de realizar una visita a las incomparables Nefta o
Tozeur.
Entre el mar y el desierto, Túnez dispone de
un amplísimo abanico de ofertas turísticas a cuál de ellas más exótica e
interesante para el viajero. La isla de Jerba, ancestral y moderna al mismo
tiempo, es un auténtico paraíso vacacional.
(Ver interesante
colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)