A L J A F E R Í A



ESPLENDOR HISPANO-MUSULMÁN


Situado en la antigua periferia de la capital del Reino de Aragón, el castillo-palacio de la Aljafería, fue construido en el siglo XI como lugar de recreo de los reyes de Taifas, pasando a ser residencia de los monarcas cristianos tras la reconquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador.
Después de permanecer sumido en un grave olvido y deterioro durante mucho tiempo, una vez aplicadas las necesarias reformas, éstas le han devuelto su esplendor de antaño, no en balde está considerado uno de los monumentos más importantes de la arquitectura hispano-musulmana.
A lo largo y ancho de la capital zaragozana, ciudad histórica del valle del Ebro, pueden encontrarse vestigios de la antigua Cesar Augusta, foco difusor de la cultura romana y desde donde se latinizó buena parte del territorio ibérico, así como infinidad de monumentos renacentistas, barrocos, neoclásicos y, por supuesto del gótico-mudéjar, al margen del epicentro devocional que es la basílica del Pilar, erigida sobre una primitiva iglesia mozárabe, la cual aglutina diferentes estilos constructivos y ornamentales.
La Aljafería, declarada Monumento Nacional, encierra interesantes bellezas arquitectónicas e inmerso en asombrada contemplación, el viajero se siente como trasladado a otro mundo, a lejanos tiempos en las que diferentes culturas dejaron su profunda huella.

EL PALACIO ISLÁMICO
Por tratarse de reductos poco menos que inexpugnables, siempre envueltos en misterio y fascinación, palacetes, medersas, mausoleos, mezquitas y todo tipo de recintos de origen islámico siempre han excitado la imaginación de Occidente.
Lo cierto es que a través de los siglos un aura de extraña seducción ha existido en torno a estos enclaves con magníficos pabellones, suntuosas estancias, corredores, terrazas, salas de oración, miradores e inigualables jardines que siempre rezumaban la fragancia de los más penetrantes perfumes, sándalo, jazmín, mirra, etc… lugares de auténtico privilegio en los que residían quienes gobernaban la España musulmana. Un laberinto de ensueño capaz de subyugar hasta límites insospechados.
Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre estos legendarios paraísos habitados por notables califas, guerreros, relevantes personajes y hermosas mujeres, extravagantes personajes, sin duda, a los que la literatura ha atribuido sin mesura cierto encanto y singular embrujo.
Los musulmanes, posiblemente como ningún otro pueblo, siempre rodeados del mayor lujo y refinamiento, han utilizado para el disfrute de sus sentidos del color, la propia naturaleza y, sobre todo, de un derroche de interpretación y ejecución del arte en sus distintas facetas, revistiendo sus edificaciones de brillantes matices y con un carácter muy genuino.
El dogma de origen divino del Corán confiere a su contenido la categoría de verdad revelada, cuyo valor sagrado y benéfico induce al ensalzamiento artístico de la caligrafía con que escriben sus versículos. Esta caligrafía junto a las lacerías y las estilizaciones vegetales son el principal motivo de decoración de los más importantes monumentos islámicos, lo que ha llevado a la creencia de que el arte musulmán no era figurativo
Al respecto, cabe decir que no hay mejor medio para comprender a una civilización del pasado que la contemplación de sus obras de arte.
La Aljafería es un buen ejemplo. Conserva parte de su primitivo recinto fortificado, de planta cuadrangular y reforzado por grandes torreones semicirculares, a los que hay que añadir el volumen prismático de la torre del Trovador, cuya zona inferior, datada en el siglo IX, es el resto más antiguo del conjunto arquitectónico.
Este recinto alberga en su parte central unas construcciones residenciales que responden al modelo de tipología palacial islámica de influencia omeya, tal y como ya se había desarrollado en los palacios musulmanes del desierto, conjugando belleza y movimiento con estabilidad y poder.
Por lo tanto, cabe decir que, frente al espíritu defensivo y la reciedumbre de las murallas, el palacio taifal, de una delicada belleza ornamental, presenta un esquema compositivo a base de un gran patio rectangular, a cielo abierto y con una alberca en su lado sur, y a continuación, dos pórticos laterales y arquerías que actúan a modo de pantallas visuales. Al fondo, existen unas estancias que en sus orígenes estaban destinadas para uso ceremonial y privado.
Asimismo, en el pórtico norte se encuentra un pequeño oratorio, de planta octogonal y de reducidas dimensiones, en cuyo interior se observa una fina y profusa decoración con los típicos motivos de ataurique (ornamentación de yeso o estuco muy característica del arte árabe) además de fragmentos pictóricos, de tonos vivos y contrastados, que resultan de sumo interés.
A pesar de que el palacio fue mandado edificar por Aben-Alfaje en el año 864, las principales construcciones se llevaron a cabo en el siglo XI.
Todos estos logros artísticos se corresponden con las obras realizadas en la segunda mitad del siglo XI bajo el mandato del rey Abu Yafar Ah-mad ibn Hud al Muqtadir, y no hacen sino reflejar la importancia cultural y el virtuosismo plástico de su corte.
Tras su primer destierro, Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, luchó bajo la media luna de Zaragoza junto a su amigo al Muqtadir, quien se hallaba fortificado en esta ciudad a orillas del Ebro.
El palacio de la Aljafería supone uno de los momentos álgidos del arte hispano-musulmán y sus aportaciones artísticas fueron retomadas con posterioridad en los Reales Alcázares de Sevilla y en la Alhambra de Granada.
Evocaciones coránicas, nostalgias de palmeras y mares de arena en las metáforas deslumbrantes de sus arquerías y estuco. Una orgía que pone de manifiesto su primitivo esplendor y ese refinamiento tan peculiar en el arte islámico.

EL PALACIO CRISTIANO - MEDIEVAL
Tras la reconquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador en el año 1118, se inició la andadura cristiana de la Aljafería, convirtiéndose en el palacio de los monarcas aragoneses, quienes a su vez llevaron a cabo en el interior sucesivas obras de ampliación y acondicionamiento.
De todo este periodo medieval, siglos XII-XIV, cabe citar la iglesia de San Martín, la denominada alcoba de Santa Isabel, así como la desaparecida capilla de San Jorge, la arquería oeste del patio de Santa Isabel y, sobre todo, las salas del palacio mudéjar del rey Pedro IV, coronadas por unos espléndidos alfarjes o pavimentos de maderas labradas y combinados artísticamente, los cuales han sido recientemente recuperados.
Además, estas sobrias edificaciones son de vital importancia por haber sido el principal foco de influencia para el nacimiento del arte mudéjar aragonés.

EL PALACIO DE LOS REYES CATÓLICOS
Fue erigido sobre la fábrica musulmana en torno al año 1492 (año sumamente importante y decisivo en nuestra historia merced al descubrimiento de América y a la conquista de Granada), con el fin de simbolizar el poder y prestigio de los monarcas cristianos sobre el derrotado pueblo musulmán. La dirección de las obras recayó en el maestro mudéjar Faraig de Gali, y en ellas se funde la herencia artística medieval con los nuevos aportes del Renacimiento. Una interesante mezcla capaz de desembocar en un estilo sobrio pero realmente brillante.
De ésta época es la monumental escalinata con pasamanos de yesería y decorada con gusto del gótico flamígero que conduce a las estancias reales, una galería o corredor y un conjunto de salas decoradas con artesonados de madera tallada y dorada, en un ejercicio imaginativo en el que siempre figuran de forma prominente los emblemas de los monarcas Fernando e Isabel, así como las solerías a base de losetillas y azulejos, que tienen su culminación en el Salón del Trono con soberbio techo gótico-mudéjar.

REFORMAS EN EPOCAS MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
A partir de 1593 y por mandato del rey Felipe II, el ingeniero de Siena Tiburcio Spanochi diseñó los planos para transformar la Aljafería en un fuerte o ciudadela con un estilo más moderno. A partir de entonces se dotó al conjunto de una muralla almenada, con baluartes pentagonales en las esquinas y un imponente foso de circunvalación (de paredes en ligero talud y con sus correspondientes puentes levadizos), amén de estancias con alojamientos para soldados y caballerizas
Lo que en realidad se pretendió al construir esta fortificación no fue otra cosa que poner de manifiesto la autoridad real frente a las reivindicaciones forales de los aragoneses, así como el deseo del monarca por frenar posibles revueltas de la población zaragozana.
Después de este primer acondicionamiento militar, durante los siglos XVIII y XIX se produjeron en el edificio distintas intervenciones para su adaptación como acuartelamiento, y de ellas todavía se conservan los bloques construidos en la época del rey Carlos III y dos de los torreones neogóticos añadidos en tiempos de Isabel II.
Hay que resaltar que son muy pocos los monumentos que cuentan con muestras arquitectónicas tan sobresalientes y diversas como las que existen en la Aljafería, pues en ella quedan resumidos los acontecimientos histórico-artísticos de Zaragoza y Aragón durante muchos siglos.
La Aljafería fue declarada Monumento Nacional de interés Histórico-Artístico en 1931, a pesar de lo cual, todavía en 1947 permanecía como un lugar olvidado y con deprimente aspecto. Posteriormente se trabajó en su recuperación y con la intervención de diferentes arquitectos se consiguió recuperarlo hasta lograr el aspecto que ofrece en la actualidad, diferenciando los restos originales de los reconstruidos.
Desde 1987, el palacio, fiel testigo de la historia, terminó recobrando su dignidad al acoger entre sus viejos muros a las Cortes de Aragón.
La Aljafería es un extraordinario complejo, o si se prefiere un cúmulo de edificaciones que se fueron superponiendo a través de los siglos. Un lugar de excepción en torno al que los adjetivos superlativos fluyen con facilidad al tratarse de un auténtico alarde de belleza arquitectónica.

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