UN PASEO POR EL RENACIMIENTO
Situada en la ribera del
Arno, la capital de la Toscana, símbolo y cuna del Renacimiento, es toda ella
un tesoro de incalculable valor. Una ciudad extraordinaria.
Llegar a Florencia es
como adentrarse en un fantástico sueño. No basta con visitarla, hay que
descubrirla, extasiarse paso a paso en cada uno de sus rincones, perderse por
sus calles repletas de arte e historia y quedar embriagado de su ambiente.
DESTINADA
A FLORECER
Sus orígenes datan de la
época etrusca. Por aquel entonces, el Fiésole (hoy un pueblo cercano) desde una
colina dominaba un amplio valle. Algunos habitantes del lugar decidieron bajar
a orillas del río Arno y fundar un primitivo poblado que, sin ellos saberlo, se
situaba espléndidamente en el centro estratégico entre el norte y el sur de la
península itálica.
Los romanos muy pronto
establecieron una colonia a la que denominaron Florentia (destinada a florecer). Pasó la primera Edad Media sin
muchas transformaciones y emergió en la época de los emperadores carolingios.
Primero fue el feudo de los marqueses de Toscana y, desde el siglo XI, empezó a
conseguir mayor autonomía hasta que en 1115 el municipio florentino se afianzó
de forma definitiva.
Alcanzó su supremacía dos
siglos después, en el XIII. Por aquel entonces, Dante con su Divina Comedia convirtió al florentino
en la lengua italiana. Era la época en que se construyeron los grandes
edificios públicos y Florencia había aumentado su poder, ganando a sus ciudades
rivales (Pistoia, Arezzo o Siena).
Entre finales del siglo
XIII y principios del XIV, la ciudad comenzó a transformarse, cultural y
económicamente, en uno de los centros más importantes de Italia.
Aquel fue el periodo de
los grandes banqueros y mercaderes y de la floreciente industria de la lana y
de la seda.
Una época dominada
políticamente por los Médici, grandes mecenas e impulsores del Renacimiento. El
primero de ellos fue Cosimo I, al que sucedió Lorenzo El Magnífico, gran político y patrocinador, bajo cuyo manto
protector se gestó un gran movimiento que transformaría totalmente a la ciudad
y su entorno.
El desarrollo que
lograron las artes resultó exultante. En literatura surgió Poliziano, Pulci,
Bocaccio… mientras que en pintura lo hicieron personajes como Botticelli,
Lippi, Uccello, etc… En arquitectura, Brunelleschi, Michelozzo, Alberti… y en
escultura, Donatello, Verrocchio y Della Robbia, entre otros.
El gran Leonardo da
Vinci, pintor, arquitecto, científico y escritor, fue otra figura excepcional
de aquella época
Este impulso de
recuperación de la cultura clásica erigió al hombre en el centro del universo,
extendiéndose por todo Occidente.
Entre finales del siglo
XV y principios del XVI, la ciudad se convirtió en República, estando dominado
este periodo por la figura de Girolamo Savonarola.
Aquellos años fueron
también ricos en grandísimas figuras dentro del campo artístico y literario
(Miguel Ángel, Machiavelli, Guicciardini).
Más tarde comenzó la
decadencia de la urbe con la extinción de la familia Médici, recuperando algo
de su importancia con los Lorena aunque sin alcanzar la supremacía de siglos
anteriores.
En la actualidad
Florencia es uno de los focos artísticos y culturales más importantes del
mundo. Su herencia, muy afectada por la II Guerra Mundial y la terrible inundación de
1966, mantiene el peso específico que la convirtió en Cuna del Renacimiento,
siendo centro neurálgico en la espina dorsal de Italia.
LA
CIUDAD CONVERTIDA EN UN MUSEO
Florencia es una ciudad
conocida a nivel mundial por su patrimonio artístico y arquitectónico. El
estilo más extendido, por supuesto, es el renacentista, aunque también cuenta
con un importante patrimonio de otros estilos arquitectónicos y artísticos. Su
centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Partiendo de la famosa Piazza della Signoría, corazón de la ciudad,
destaca de inmediato el Palazzo Vecchio,
centro administrativo desde la época medieval, cuya torre (siglo XIII) se alza
majestuosa sobre la plaza. Símbolo del periodo comunal, se trata, sin duda, del
edificio más emblemático y tiene un bellísimo interior. En el salón del
Cinquecento, las pinturas del techo y de las puertas, manifiestan el arte de
Vasari, y las escenas, el servil homenaje a los Médici. Se trata de una obra
arquitectónica impresionante cuya visita revela los innumerables aspectos del
pensamiento histórico, literario y artístico del siglo XVI. En este salón se
puede admirar El genio de la victoria
obra del escultor Miguel Angel.
El salón del Duecento es
también bellísimo.
Desde la plaza y en
dirección al río Arno se encuentra la Gallería degli Uffizi, construida también por
Vasari para acoger las oficinas (uffizi)
de la administración del estado. Es una de las pinacotecas más importantes del
mundo.
Toda la fortuna de la
familia de los Médici se encuentra en este templo de la pintura. Sus amplios
corredores y salones albergan auténticos hitos de la historia del arte, desde
los Cimabué del siglo XIII hasta los Rembrandt del XVIII, así como la colección
más exhaustiva que existe de la pintura del Renacimiento. Cuadros de Rafael,
Tiziano, Botticelli, Durero, Rubens, Caravaggio, Giotto, Lippi… un alarde que
apasiona
En la Accademia la belleza sorprende en su interior.
En 1563 se creó en la ciudad la primera Academia de las Artes existente en
Europa. El edificio actual fue fundado en 1784 y alberga una obra maestra: el David de Miguel Ángel.
Está esculpida en un solo
bloque de mármol de Carrara sobre el que Agostino di Duccio había empezado a
trabajar, estropeándolo y dejándolo abandonado en el patio de la Opera del Duomo. Considerado
como el canon clásico del Renacimiento, el David
consagró a Miguel Ángel como el gran escultor de su tiempo y ha quedado como
símbolo vigoroso del republicanismo florentino.
A destacar, asimismo, la Piedad de Palestrina que Miguel Ángel dejó
inacabada, así como la Madonna del Mare atribuida a Botticelli y Venus y Cupido de Pontormo.
Contiene, además,
pinturas de Filipino Lippi y Rodolfo Ghirlandalo. El salón de la Toscaza presenta pinturas
y esculturas del siglo XIX y modelos de yeso de Lorenzo Bartolini.
La riqueza artística
también sorprende al visitante en plena calle. Todo el casco antiguo es un gran
museo donde destacan con luz propia maravillosas esculturas y edificios
antiguos.
Entre las sorpresas que
reserva Florencia destaca el Duomo,
en la encrucijada de las calles más transitadas. Su nombre es el de Santa María del Fiore.
La catedral (en italiano duomo, que proviene del latín Domus Dei o lo que es igual Casa de
Dios) está consagrada a Santa María del Fiore. Su construcción le fue
encomendada a Arnolfo di Cambio en 1296 con la idea de superar todo lo visto
hasta entonces. El máximo problema lo supuso, un siglo después, la cúpula. Sólo
Brunelleschi, que había estudiado las técnicas clásicas en Roma, pudo
solucionarlo erigiendo su famosa cúpula. Una gran obra que el Renacimiento
aportaba a la posteridad.
La fachada del edificio
es decimonónica. En su interior resalta su desnuda oquedad y el interesante
Coro octogonal, obra de Bandinelli, situado debajo de la cúpula. Sobre el altar
se halla un crucifijo de madera de Benedetto de Maiano (siglo XV).
En la cripta (descubierta
en los años sesenta) hay fragmentos escultóricos romanos antiguos y de los
cristianos primitivos, así como tumbas de los siglos XIII y XIV.
El suelo está recubierto
de mármol de colores que forma un laberinto de formas y texturas. Excepto la
cúpula y los tejados de cerámicas de color naranja, las paredes del templo
están recubiertas de mármol toscazo blanco, verde y rosa, formando dibujos
nerviosos y mágicos. Este recubrimiento data del Renacimiento, excepto el de la
fachada que es del siglo XIX.
Enfrente de la puerta
Oeste despunta el Battistero. Es el
edificio más antiguo de la ciudad. Las puertas de bronce son una muestra clara
de la evolución de los estilos escultóricos, del gótico al Renacimiento. Los
diferentes paneles reseñan la biografía de San
Juan Bautista, las virtudes cardinales y teologales. En la puerta Norte, de
Vittorio Ghiberti y su taller, los paneles ilustran escenas del Nuevo Testamento, los cuatro
evangelistas y cuatro doctores de la iglesia.
La puerta Este, también
de Ghiberti (Miguel Angel las llamó las
puertas del paraíso) ilustra escenas del Antiguo Testamento.
El interior tiene una
apariencia más clásica que el exterior. Cuenta con columnas y capiteles
procedentes de antiguos edificios romanos. Los mosaicos del techo son del siglo
XIII y representan el Juicio final, la Creación, la vida de San José y la de San Juan Bautista. Pese a los cinco
siglos de restauraciones periódicas no han perdido nada de su magia.
Una característica que
tienen muchos templos italianos es que el campanario no está unido a la
iglesia, sino separado, a pocos metros de la misma. El campanile es conocido como la Torre del Giotto haciendo honor a quien
empezó su construcción. Fue concluido en el siglo XIV.
En el Museo de la Opera del Duomo es donde se encuentra la
excepcional escultura inacabada de La
piedad de Miguel Angel.
Muy interesante también el
barrio de los Médici, con especial
atención a las esculturas de la Sacristía Nueva en la iglesia de San Lorenzo (reconstruida por
Brunelleschi a mediados del siglo XV). En el convento de San Marcos fundado en el siglo XIII y ampliado con la llegada de los
monjes dominicos, no deben pasarse por alto los murales del Beato Angélico.
Tampoco hay que olvidar
el entorno de la plaza de la
Annunciata, Hospital de los Inocentes y la iglesia y palacio de los Grifoni
En el barrio de Dante hay que visitar la casa
de los Alighieri, el palacio
medieval de los Bargello, situado en
una antigua prisión, el cual reúne una interesante colección de esculturas de
todo tipo y estilos, con obras como el Baco
de Miguel Ángel, el Mercurio de
Giambologna o el David de Donatello. Y
a pocos pasos, la iglesia y convento de la Santa
Croce, donde permanecen enterrados Maquiavelo, Miguel
Ángel, Galilei, Alfieri y Rossini, y en la cual pueden contemplarse en
diferentes capillas los frescos de Giotto, Gaddi y Da Milano, entre otros, sin
olvidar las esculturas de Donatello. En un claustro contiguo se alza la capilla
de los Pazzi, obra de Brunelleshi.
La casa de los Buonarotti y la lonja del pescado
están en el mismo barrio.
Atravesando el denominado
Ponte Vecchio, el único florentino
que no fue derruido durante la última guerra, se halla el palacio Pitti y detrás el jardín Boboli, la basílica del Santo Spírito, proyectada en 1434 por Brunelleschi, y el Carmine (con frescos de Masaccio). Volviendo a cruzar el río Arno
por el puente de la Santa Trinitá se
llega a la plaza de Santa Maria Novella
con la iglesia gótica del mismo nombre.
Salir de compras por la
ciudad es una auténtica delicia, perderse por sus mercadillos o bien deambular
por sus librerías es otro de sus muchos atractivos, pero para ello hay que
tener muy presente el carácter florentino, que es único en Italia. Los
florentinos de todos los niveles económicos profesan un profundo respeto a dos
valores esenciales, la artesanía y la habilidad para negociar. Ambos fueron los
que hicieron de esta urbe una de las más ricas del siglo XV europeo.
Los florentinos, con su
mentalidad negociante, comprenden el regateo y la comparación de precios y
calidades. Incluso en los grandes almacenes se puede intentar una rebaja, sconto o gentilezza, cuando se compra más de un artículo.
Florencia es única, un
lugar de privilegio donde escultores, tallistas, arquitectos, pintores, genios,
sin duda, convirtieron sus prodigiosos trabajos en auténticas joyas de arte.
Vale realmente la pena perderse por el laberinto de sus calles y empaparse del
ambiente florentino.
Lo cierto es que se
disparan los adjetivos superlativos a la hora de hablar del secreto encanto que
encierran todos y cada uno de sus rincones.
(Ver interesante colección gráfica de
este reportaje en GALERIA DE FOTOS)