DONDE EL MISTICISMO ABSORBE LOS SENTIDOS
Espiritualmente
más cerca del cielo que de la Tierra, Ladakh es una pequeña región del norte de
la India, en
las faldas del Himalaya. Reconocido
por la belleza de sus montañas remotas y su cultura, en ocasiones es llamado el
«pequeño Tibet» ya que siempre ha estado muy influenciado por las costumbres
tibetanas. Sus hospitalarias y humildes gentes dedican su vida
al budismo más puro, a la vez que tratan de conservar intactas sus milenarias
tradiciones.
Los numerosos grabados en rocas
encontrados en diversas partes de la región, confirman que el área estuvo
habitada desde tiempos neolíticos. Los primeros habitantes de Ladakh fueron una
mezcla de poblaciones indoarias que ya eran mencionadas en las obras de Heródoto
y en las listas geográficas de los Purana (en hinduismo un género de literatura india escrita).
Alrededor del siglo I,
Ladakh formaba parte del imperio Kushana.
El budismo llegó por el oeste desde Cachemira en el siglo II
cuando gran parte de la zona este de Ladakh y oeste del Tibet aún practicaban
la religión Bon.
En el siglo XIII
al enfrentarse con la conquista
islámica del sudeste asiático, Ladakh optó por buscar y aceptar la
guía del Tíbet en temas religiosos. A lo largo de casi dos siglos, estas tierras
fueron asoladas por ataques e invasiones de los estados musulmanes vecinos, que
condujeron a un debilitamiento y fractura de Ladakh, y la conversión parcial de
sus habitantes al Islam.
Con
el transcurrir de los años, toda la región se convirtió en un lugar política y
estratégicamente importante, lo que significó verse envuelto en muchos
conflictos. Pakistán invadió parte de su territorio y a su vez, al filo de
1950, el gobierno comunista de Mao Tsé Tung, que previamente había cerrado las
fronteras entre Nubra y Xinjiang, bloqueando todas las rutas comerciales,
terminó por arrasar el Tíbet, siendo numerosos los tibetanos que buscaron
refugio en los monasterios de Ladakh, huyendo penosamente a través del
Himalaya.
Dado
que los musulmanes de Cachemira pretendían instaurar el Islam en la región
mediante un acoso constante, India se vio forzada a desplazar efectivos
militares a la zona. A su vez, en 1962, China en una maniobra de clara
provocación invadió Aksai Chin alegando un problema de fronteras, lo cual terminó
con una guerra que enfrentó a China e India. No fue hasta el año 1974 cuando
Ladakh abrió de nuevo las puertas al turismo.
EL ENCANTO MEDIEVAL DE LEH
Ladakh es una región muy fría y de
gran altitud, dado que los Himalayas crean una zona sin lluvias, al evitar la
entrada en el área de las nubes del monzón.
La principal fuente de agua es la precipitación en forma de nieve que cae en
las montañas. Recientes inundaciones ocurridas en el valle del Indo han sido
atribuidas a patrones de lluvias anormales, o a la retracción de los glaciares,
y en todo caso ambas causas serían atribuibles al calentamiento global.
Desde
la brutal ocupación del Tíbet por parte del ejército chino en 1951, que llevó a
la total destrucción de miles de monasterios budistas y a la persecución
constante de su cultura, Ladakh se ha
transformado, junto con Sikkim, Bhután y algunas de las áreas más alejadas de
Nepal, en uno de los más remotos lugares del mundo donde es posible
experimentar en la actualidad y en todo su esplendor, la vida dentro de una
sociedad tibetano-budista.
Pueblos
que quedan incomunicados durante meses (desde noviembre hasta mayo), no en
balde para llegar hasta aquí hay que cruzar enormes y grandes pasos de montaña
En medio de la alta meseta tibetana, superando los 3.500 metros de
altitud y a orillas del impetuoso río Indo, la pequeña ciudad de Leh, que
ejerce de capital de la región, es lógicamente de clara inspiración budista y
trae a la mente cualquier idílico pueblo tibetano anclado en siglos pasados
Leh tiene un encanto muy especial para los
visitantes que llegan hasta este recóndito enclave de nuestro planeta rodeado
de montañas. Extiende sus casas y huertos junto a los repliegues de un meando del
alto Indo, en un valle nivelado por los glaciares.
Durante algunos días, sin prisas y acompañados de
gentes sencillas y realmente encantadoras que siempre tienen una sonrisa para
el recién llegado, vale la pena conocer su Palacio Real, el Monasterio Rojo o
incluso el fuerte. Junto con la mezquita y el animado bazar resultan visitas
ineludibles.
El Palacio Real fue construido en el siglo XVII por
el rey Singe Namgyal. Sobre su terraza se erige un chorten coronado por un pináculo recién pintado que domina el valle
y protege a todos los habitantes. Los
chorten son construcciones cuadradas
en su base y con un cono en la parte superior que asemeja una estupa, suelen
ser de color blanco y se encuentran de todos los tamaños en esta región de
Ladakh.
El edificio del palacio consta de 9 plantas, está
deshabitado desde la invasión en 1834, del maharajá cachemir Zorawar Singh. Su
interior, a semejanza del Potala de Lhasa, está constituido por escaleras,
estrechos pasillos adornados con thangkas,
pinturas y armas, y constituye un museo.
El Tsemo Gompa o Monasterio Rojo, es del siglo XV,
posee una colosal imagen del Buda Bodhisattva de tres pisos de altura. Llegar
hasta este monasterio implica una caminata extenuante, pero vale la pena
hacerla ya que las vistas panorámicas en Leh son extraordinarias.
Por su parte, la mezquita de Leh (en el interior del
bazar) es una maravilla arquitectónica que no hay que perderse y al mismo
tiempo obliga a mezclarse en la caótica y colorida actividad del mercado.
En el distrito de Leh viven casi 4.000 refugiados
provenientes de todas partes del Tíbet. Su principal lengua es el ladakhi, un dialecto tibetano que es lo
suficientemente distinto, como para que los nativos de Ladakh tengan que
comunicarse con ellos en hindi o en inglés.
EL MISTERIOSO ATRACTIVO DE LOS
MONASTERIOS
Penetrar en el interior de templos, monasterios y
estupas que abundan en esta región y permanecer en silencio mientras se
escuchan los rezos de los monjes, es como sentirse trasladado en el tiempo y el
espacio, vivir intensamente otro mundo en el éxtasis, aproximándose al
conocimiento de las deidades que en ellos se representan.
Incluso es más, vale la pena perderse por los
intrincados caminos que surcan el montañoso paisaje y acercarse a contemplar la
vida en estos lugares de recogimiento y meditación. Es una experiencia
enriquecedora que invita a reflexionar. Además, no existe problema en algunos de ellos en
disponer de un buen alojamiento, aunque austero, y una buena mesa.
Entre los valles de Zanskar y Nubra son numerosos
los monasterios perdidos en el agreste paisaje, la mayoría rondando los 4.500
metros de altitud. Por lo general se hallan encaramados en lo alto de las
cumbres de las áridas colinas y escalonan sus edificios de acuerdo con el
estilo tibetano, formando verdaderos dédalos de estancias y patios donde viven
y rezan centenares de lamas. Estos monasterios son piadosamente conservados y
en ellos la vida resulta muy dura, especialmente durante el invierno, cuando el
viento sopla en ráfagas glaciales y la temperatura baja a menos treinta grados
centígrados.
A unos veinte kilómetros de Leh se ubica el
monasterio de Phyang. Este monasterio de la orden kagyupa se encuentra en lo más alto de una colina sobre la que es
posible disfrutar de una impresionante vista. El gran festival de este
monasterio se realiza en el mes de julio.
El monasterio de Shey fue hasta el siglo XVI
residencia real y donde los reyes de Ladakh solían nacer. Está a unos quince
kilómetros de Leh.
Por su parte, Thikse es uno de los más impresionantes
recintos monásticos de la región. Se encuentra situado sobre una de las laderas
del valle del Indo. Construido en el siglo XV bajo la orden gelugpa, este monasterio consta de doce
pisos, diez templos, un sector especial para monjas y la residencia de unos
sesenta lamas que viven en casas que cuelgan de un barranco. Su fiesta se
celebra a mediados de julio y principios de agosto.
El de Hemis, a unos 45 kilómetros al sur
de Leh, es el monasterio más grande y rico de Ladakh.
Seguramente el más excepcional desde el punto de
vista artístico es el de Alchi. Este monasterio fue fundado en el siglo XI por
Richen Zangpo, un monje que traducía manuscritos del sánscrito al tibetano y
del que se dice que fundó un total de 108 monasterios a lo largo de los
Himalayas. Merece una visita detallada para poder admirar la fineza del tallado
de sus puertas y la consecución de sus hermosos murales. Son una maravilla.
Lamayuru es el monasterio más antiguo de Ladakh
(data del siglo X) y fue también fundado por Richen Zangpo. A 140 kilómetros de
Leh, siempre a orillas del río Indo. Se encuentra en un lugar solitario, literalmente
rodeado de montañas de una gran belleza, las mismas que han propiciado su
aislamiento y convertido en el rincón ideal para quien busca escapar del resto
del mundo.
Spitok está a sólo ocho kilómetros de Leh, pertenece
a la orden gelugpa y data del siglo
XI.
A un día de camino desde Padum y en la pequeña aldea
de Karsha, es donde se halla uno de los monasterios que aseguran es el más
antiguo y grande de todo el valle de Zanskar. En su interior llama
poderosamente la atención que, de las columnas que lo sostienen, penden
hermosos colgantes de seda multicolor, mientras las imágenes de Buda lo invaden
todo. Este es un monasterio a cuyas puertas llegan con mucha frecuencia
peregrinos que no parecen denotar cansancio tras un viaje de postraciones,
mientras recitan sus mantras a la vez
que hacen girar sus molinillos de oración.
Un centenar de monjes de la secta budista gelugpa se ocupan del monasterio,
impartiendo enseñanzas de filosofía, medicina tibetana, música, matemáticas,
sánscrito y, por supuesto, las enseñanzas de Buda. Al respecto, cada familia de
la comunidad, siguiendo la tradición tibetana, entrega su hijo menor para que
sea educado en el monasterio, asegurando la perpetuidad de éste.
Ladakh es uno de los últimos lugares donde se vive
de forma monacal, inmersos en el budismo tibetano. Muy a pesar de las difíciles
condiciones de vida de estos lugares de recogimiento, la sonrisa de la fe
resulta eterna e imborrable.
A través de la semioscuridad, donde
incluso puede escucharse el silencio, y amparados únicamente por las vacilantes
lamparillas alimentadas con manteca rancia de yak, se percibe esa intensa
espiritualidad propia de los templos y monasterios tibetanos, mientras resuenan
monótonos, graves y profundos los rezos de los monjes. Un mundo difícil de
penetrar, casi tanto como lograr escapar de él.
UN
MUNDO ANCLADO EN EL TIEMPO
Desplazándose en coche o en desvencijados autobuses,
también es posible conectar con otros pueblos donde el tiempo parece haberse
detenido hace siglos.
A cada paso, se abre ante la vista y los sentidos
del ávido viajero un mundo natural que puede parecer incomprensible para el
occidental que contempla su realidad, la existencia de unas gentes humildes
basada en el trabajo en los campos, la oración y el silencio, un ambiente en
suma cargado de espiritualidad. Una atmósfera feliz donde la violencia no
parece tener cabida.
Montañas, senderos, pequeños pueblos que huelen a
té, a enebro y a rancia mantequilla de yak. En cualquier punto de su abrupta geografía,
observar en silencio la inmensidad de cuanto rodea al viajero, resulta
reconfortante en grado sumo. Un hombre caminando al frente de su yunta de yaks
sobre una alfombra de cebada recién cosechada. Sentada a la puerta de su casa, una mujer anciana,
con profundos surcos en su rostro, teje con sus manos de piel reseca. Otra mujer, que aparenta ser más joven, de piel
oscurecida, revuelve el mantecoso té en un tronco ahuecado. Dos pequeños se entretienen en la parte trasera
de una cabaña y sus juguetes son un palo y unas piedras… Para estas gentes el
ocio no existe, no queda tiempo y son felices así. Cualquier escena parece pertenecer a otra época.
Contemplando su vivir cotidiano, uno quizá llega a
entender a la India
ancestral cuya visión tenía Gandhi, porque no debe olvidarse que estas tierras
de Ladakh puedan parecer el “pequeño Tíbet”, pero sigue siendo territorio
indio.
En estas aldeas, que son todas autosuficientes, cada
elemento de una familia tiene un papel muy importante y así lo desempeñará
durante toda su existencia. Resulta del todo imposible no aprender de su forma
de vida, reflexionar y extraer conclusiones importantes que el viajero pueda
aplicar en algún aspecto de su vida.
Mientras, el viento es el encargado de expandir las oraciones
de los banderines sagrados desde la más inmediata colina a todos los confines
del universo, repitiendo el mantra de
la compasión: Om mani padme hum. Una
letanía milenaria que ha acompañado al budismo a través de los siglos.
Ante la magnificencia natural que rodea en todo
momento y a cada paso, empequeñeciendo, sin duda, cualquier pretensión humana,
las gentes de Ladakh afrontan su vida con enorme sencillez y respeto, y a
través de sus actos cotidianos inspiran la pureza del budismo tibetano.
Lo cierto es que ninguna descripción
puede ni tan siquiera aproximarse a la serena majestuosidad, la grandeza y el
atractivo de los paisajes y las gentes de Ladakh. Percibir la sosegada
sensibilidad de un mundo tan exótico como lejano y anclado a años luz de
nuestra civilización, supone una fuerte sacudida al escepticismo y, por
supuesto, a nadie deja indiferente.
(Ver interesante colección gráfica de
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