ESPLENDOR DE AL-ANDALUS
Córdoba es una ciudad luminosa, cuna de civilizaciones, proyectadas desde su integridad; que no en balde está situada en el centro geográfico de Andalucía, lo que permite irradiar su espíritu en todas direcciones, a la vez que propagar sus acentos en aras de su universalidad.
Si a Roma se va por todos los caminos, a Córdoba se accede por el del noble trazado que le determinó el hecho de ser encrucijada de culturas. Situada entre las últimas ondulaciones de Sierra Morena y la campiña dorada por un sol, que por ser de justicia, sentencia de fisonomías el trigo, el olivo y la vida, Córdoba –que es equilibrio supremo- se asienta entre las orillas del legendario e histórico río Guadalquivir, reflejando en él sus torres coronadas.
La ciudad fue ibérica, fenicia, griega, romana, visigótica y mora. Lejana, por su recato en darse, y sola, porque posee los inmortales silencios característicos de las cumbres.
Fue recinto amurallado, y aún atesora los nombres de sus puertas. De entre ellas, destaca la llamada “Puerta del Puente”, Terminal renacentista de la vía que sustenta el viejo puente romano, erigido en lo primitivo por dieciséis arcos. En la margen izquierda del río, la fortaleza medieval de la Calahorra , aporta su hito histórico de carácter monumental.
Los aconteceres históricos de Córdoba se entroncan perfectamente con su emplazamiento físico, cuya belleza sólo puede ser corregida para ser aumentada, pues no en balde es una de las pocas poblaciones del mundo que está considerada foco de destino universal.
Está considerado uno de los monumentos más importantes, sino el que más, de la España musulmana. Edificio singular en su historia y en las líneas que le fueron señalando las civilizaciones y los siglos. A pesar de sus modificaciones posteriores, presenta el momento culminante del arte califal cordobés.
Como todas las mezquitas, ésta de Córdoba tiene un hermoso patio delantero, el llamado Patio de los Naranjos, con fuentes intercaladas que en su tiempo sirvieron para las abluciones de rigor.
El exterior de la mezquita tiene apariencias de fortaleza, donde se conjugan bellas portadas árabes, con elementos arquitectónicos posteriores y, en su línea septentrional posee, adosado, un altar dotado de excelente copia de un cuadro de Julio Romero de Torres, llamado “La Virgen de los Faroles”. Sus puertas son de gran belleza, destacando la de San Esteban, también la de San Miguel y la llamada “Postigo del Palacio o de la Paloma ”, pero, sobre todas, la magnificencia de la suntuosa puerta principal, llamada “del Perdón”, construida en el siglo XIV, bajo puras influencias mudéjares.
La mezquita de Córdoba se empezó a construir en el año 785, bajo el mandato de Abd al-Rahman I sobre planta de una antigua iglesia gótica dedicada a San Vicente. Esta primera construcción poseía once naves en dirección norte-sur, y doce tramos de arcos en sentido este-oeste: la nave central se hizo más ancha que las otras.
La mezquita de Abd al-Rahman I se sustenta por columnas apoyadas en bases elevadas en el pavimento. Dichas columnas se encuentran colocadas en órdenes marcados por la policromía de los fustes; no obstante, las mejores son las que acceden a las naves del centro. Hay capiteles jónicos, corintios y compuestos.
El enhebrado de los pilares de la mezquita está llevado a cabo por arcos al aire (en forma de herradura) intercalados entre uno y otro pilar. Los citados arcos fueron hechos con claves de piedra, desde las que parten, en feliz alternativa, tres grupos de tres ladrillos rojos y dovelas también de piedra. Esta combinación le proporciona una acentuada originalidad al espectáculo que presenta el conjunto de arquerías, y aún le otorga mayor peculiaridad el hecho de que la segunda tanda de arcos sea de medio punto, aunque se observen en ellos la misma disposición de materiales que en los de herradura.
Los techos eran planos y realizados con artesonados de madera tallada. El pavimento estaba constituido por ladrillos rojos y, en algunos sitios, por losas de mármol. En el uso cotidiano se solía recubrir el suelo con esteras.
Una vez pasados los doce arcos descritos, el visitante llega a la parte correspondiente a la primera ampliación de la mezquita, que se hizo necesaria ante el progresivo crecimiento demográfico de Córdoba.
La inició Abd al-Rahman II, en el año 833. Consistió en la prolongación de las once naves primeras en dirección sur, con una penetración de ocho nuevos tramos de arcos. Para dar unidad al conjunto fue necesario traspasar la qibla o muro frontal en todas las mezquitas y destruir el mihrab de la primera construcción.
Esta ampliación supuso la gran novedad de la instalación de espléndidos capiteles, muchos de ellos labrados ya especialmente por canteros cordobeses. Son extraordinarios algunos fustes de columnas, sobre todo los dos instalados en el sitio perteneciente al mihrab de esta construcción. De ella también hay que decir que fue la más afectada cuando en el siglo XVI se hicieron las obras de demolición para erigir la Capilla Mayor , el coro y el trascoro del templo cristiano.
En el año 961, el califa Al-Hakam II ordenó una tercera construcción en la mezquita. Quedó aumentada con once tramos de arquerías, que se cerraron definitivamente con la nueva qibla y el espléndido mihrab.
En esta ampliación los fustes están colocados según sus tonalidades; no presentan basamentos ornamentales y soportan capiteles que alternan de la siguiente forma: los de orden corintio sobre fustes de mármol azul, y los de orden compuesto están apoyados sobre los de mármol rosa. Como también los techos nos presentan los más bellos artesonados, se puede afirmar que la zona de la mezquita construida por orden de Al-Hakam II, es la más notable de todas.
Al fondo de esta ampliación se nos presenta el prodigioso mihrab. Está situado en el pabellón del centro. La cúpula del gran vestíbulo del pequeño recinto sagrado, presenta una formidable estructura octogonal, con duplicidad columnaria en los ángulos para apoyar ocho arcos que, al cruzarse, forman la maravillosa bóveda, a su vez dorada por valiosísimos mosaicos de rara perfección.
En el año 987, durante el califato de Hixem II, el entonces primer ministro Almanzor ordenó la ampliación de la mezquita, que viene a ser casi la tercera parte del edificio.
Esta construcción desplazó la mezquita hacia el este, pues consistió en alzar un edificio de planta rectangular, del que unos de sus grandes lados vino a servir de muro de las tres construcciones anteriores y a definir para siempre la fachada oriental. Fueron aumentadas ocho naves, en las que capiteles de orden corintio se sustentan sobre columnas de mármol donde alternan colores azules y violetas.
La mezquita, a partir de Almanzor, ya no volvió a ser objeto de modificaciones musulmanas. Es cierto que, con ésta, perdió su primitiva simetría, pero no puede negarse que se beneficio de originalidad. El mihrab quedó desplazado hacia la derecha y resulta impresionante su contemplación desde la entrada del “Arco de Bendiciones”. Sin embargo, también ofrece una impresión sobrecogedora dirigir la mirada hacia el extremo oriental o contemplar el espacio en sentidos transversales, porque las columnas ratifican el tópico del bosque y las interminables arcadas agudizan su sentido del misterio, matizando sus sombras con las perforadas claridades de los cenitales establecidos entre la vieja techumbre.
Cuando en 1236 el rey San Fernando realizó la conquista de la ciudad, la mezquita fue consagrada, dedicándola a la Asunción de María.
A principios del siglo XVI, a pesar de la oposición de los cordobeses, las jerarquías eclesiásticas consiguieron del rey Carlos I que autorizara la construcción de la “Capilla Mayor”; la Catedral. Para hacerla, tuvieron que destruir gran parte de la mezquita de Abd al-Rahman II y de la de Almanzor.
El retablo de la capilla mayor, de 1618, está realizado con jaspes y mármoles rojos de Carcabuey.
Es muy bello el tabernáculo de mármol, así como son ricos y significativos los dos púlpitos de caoba realizador por Verdiguier. Espléndida la gran lámpara de plata, obra del platero cordobés Martín Sánchez de la Cruz. La sillería del coro es muy importante: fue tallada en caoba y profusamente decorada con figuras, medallones y relieves. Su realización se debe a Duque Cornejo y es del siglo XVIII.
El grandioso templo Mezquita-Catedral está casi enmarcado por más de cincuenta capillas. Merecen especial mención las de la Concepción con imágenes de Pedro de Mena; la de San Bartolomé, donde está la tumba del poeta Góngora, y la del Cardenal Salazar, construida en el siglo XVIII y utilizada como Sacristía y Sala Capitular. Desde esta capilla se accede a la estancia donde se guarda el tesoro catedralicio, que posee extraordinarias obras artísticas: sobre todo la Custodia , valiosa creación de Enrique de Arfe.
EL ALCÁZAR DE LOS REYES CRISTIANOS
Es otro de los monumentos importantes de Córdoba. Ante los torreones y las murallas de su fachada principal se desenvuelve una buen trazada teoría de palmeras, naranjos y cipreses, acomodados en una cuidadosa repetición de arriates y alcorques, destacando sobre el oro de un albero que le imprime carácter al lugar. Una artística verja deja entrever los árboles de la parte alta de sus jardines.
El rey Alfonso X el Sabio, hijo de San Fernando, inició los preparativos para la construcción del edificio, pero fue su biznieto, Alfonso XI en el año 1328, quien empezó a darle su configuración.
Sucesivamente fue morada circunstancial de los monarcas reyes castellanos. Desde él, los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, preparaban las guerras de la conquista de Granada, y en él, recibieron por primera vez a Cristóbal Colón.
Es subyugadora la colección de mosaicos romanos: “Cabecita infantil”, “Motivos vegetales”, “Mimo durante una representación” y “Psique y Cupido”, así como el “Océano” de la antesala. Pero el mejor, sin duda, es el de “Polifemo y Galatea”, verdadera obra genial.
Antes de detenerse en los mosaicos hay que contemplar un sarcófago romano hecho de una sola pieza de mármol blanco, fechado a principios del siglo III de nuestra Era, y procedente de un taller de la misma Roma.
Merecen una detenida visita los encantadores jardines, con sus albercas escalonadas, así como los patios del edificio. Entre árboles y flores el visitante puede contemplar el monumento al plátano cantado por Marcial, y las estatuas “Colón ante los Reyes Católicos”, “Ninfa del Guadalquivir” y las de algunos monarcas castellanos.
Las múltiples perspectivas que ofrece a lo lejos la Gran Mezquita , son para ser saboreadas lentamente como el más delicioso manjar con el que deleitar nuestros ojos. Pero es desde el otro lado del Guadalquivir, desde donde puede admirarse en toda la extensión de su belleza. Así debió imaginarla aquel príncipe Omeya fugitivo que contemplara, por vez primera, su cielo desde esta orilla. Porque fueron las aguas del viejo Wadi-al-Quebir las que abrieron las puertas a Abd al-Rahman en aquel mayo del año 756.
Así comenzó a tomar cuerpo el sueño de la Gran Mezquita de la que tanto se ha dicho y escrito desde labios y plumas poéticas, enamoradas, sacras, profanas, sublimes o sencillas, en un intento de describir lo indescriptible. Y es que, la asombrosa belleza de sus columnas, mosaicos y celosías, está impregnada de toda la espiritualidad que han encerrado sus muros a través de los siglos. Sólo la más exquisita sensibilidad pudo crear tal cúmulo de hermosura y sólo el alma humana, una vez sumergida en el bosque sagrado de su interior, podrá conocer el misterio que encierra, la increíble beldad que transita, como una brisa sosegada, por entre las columnas que sostienen esta valiosísima joya heredada del más alto esplendor de Al-Andalus.
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