NUEVA ZELANDA

                                                                 UN PARAISO EN LAS ANTÍPODAS


Aseguran los expertos que este archipiélago es el resto de un continente hundido hace mucho tiempo en las profundidades del Pacífico. Un lugar idílico a miles de kilómetros del resto del mundo. Lo cierto es que parece casi increíble poder encontrar un enclave donde todavía disfrutar de la naturaleza en toda su plenitud.

La variada orografía neozelandesa permite, en un viaje de pocos cientos de kilómetros, un constante cambio de paisaje. Desde fiordos arbolados relativamente intactos y majestuosas regiones de alta montaña, pasando por terrenos de cultivo con suaves colinas y llanuras, hasta llegar a playas doradas, bahías rodeadas de bosques y lagos tranquilos que ofrecen ante la vista un espectáculo de variedad sin igual.
El país está compuesto por dos grandes islas que están separadas por el estrecho de Cook, que tiene 22 kilómetros de ancho en su punto más angosto, otras de menores dimensiones, destacándose entre ellas la isla Stewart y Chatham y varios islotes.
Por su notable aislamiento geográfico, Nueva Zelanda está situada a cerca de 2.000 kilómetros al sureste de Australia en el mar de Tasmania, y sus vecinos más cercanos al norte son Nueva Caledonia, Fiji y Tonga. Debido a este largo aislamiento, en el país se desarrolló una fauna endémica dominada por las aves, muchas de las cuales se extinguieron después de la llegada de los humanos y los mamíferos que introdujeron. La mayor parte de la población neozelandesa es de ascendencia europea; los indígenas maoríes son la minoría más numerosa. Los asiáticos y los polinesios también son minorías significativas, especialmente en las zonas urbanas. Aunque tiene tres idiomas oficiales, el más hablado es el inglés.
Importante resaltar que sus ciudades se sitúan entre las de mejor calidad de vida en el mundo.
Los primeros que llegaron a estas tierras fueron pescadores de la Polinesia oriental. Europa no conoció su existencia hasta 1642, cuando descubrió las islas el holandés Abel Tasman, que pronto las volvió a abandonar por razón de la belicosidad de sus nativos, los maoríes. Más tarde, James Cook visitó Nueva Zelanda, cartografió la costa y estableció contacto con la cultura de los maoríes. Con posterioridad, los balleneros fundaron estaciones, se iniciaron actividades comerciales y también se celebraron matrimonios entre europeos y muchachas nativas. A continuación llegaron los primeros criadores de ovejas en busca de terrenos para pastos. Todas estas innovaciones en el terreno del comercio y la agricultura, así como la importación de nuevas ideas y creencias, modificaron irremisiblemente la vida de la población maorí.
Pese a todo, aún hoy grandes áreas del país se encuentran virtualmente inhabitadas.
Antes de la llegada de los seres humanos, aproximadamente el 80% de la tierra estaba cubierta por bosques, ya que sólo las zonas altas, estériles y volcánicas no tenían árboles. Los bosques fueron dominados por las aves y la ausencia de predadores mamíferos causó que algunas especies como el kiwi, el kakakpo y el takahe evolucionaran sin la habilidad de volar. El kiwi es un icono nacional.
La llegada de los primeros pobladores y la introducción de ratas, hurones y otros mamíferos llevaron a la extinción de varias especies de aves, incluyendo aves grandes como la moa y el águila de Heaast.
Otros animales nativos incluyen a varios reptiles(geckos, y el fósil viviente tuátara), ranas, arañas (katipo), insectos (como el weta) y caracoles. El único registro de mamíferos terrestres nativos de Nueva Zelanda eran tres especies de murciélagos (uno extinto), hasta el 2006, cuando se descubrieron los huesos de un mamífero endémico, del tamaño de un ratón. Sin embargo, los mamíferos marinos son abundantes, ya que en las aguas del país hay ejemplares de casi la mitad de las especies de cetáceos y lobos marinos.

LA CULTURA MAORÍ
Los primeros maoríes desarrollaron su propia cultura característica, basada en la cultura polinesia. La cultura maorí fue suprimida durante el intento de asimilaciómn de los maoríes por parte de los británicos. Después de la Segunda Guerra Mundial, se desalentó el udo del idioma maorí (te reo maorí) en las escuelas y lugares de trabajo, reduciendo el conocimiento del idioma a sólo algunas comunidades en algunas zonas remotas. Recientemente ha sufrido un proceso de revitalización, y en 1987 se le otorgó el estatus de idioma oficial. Ahora hay escuelas para aprender el idioma y dos canales de televisión maorí, los únicos a nivel nacional que transmiten la mayoría de su contenido del horario estelar en maorí.
Como parte del resurgimiento de la cultura maorí, la elaboración de artesanías tradicionales, como el tallado de madera y el tejido, se han extendido, y los artistas maoríes están aumentando en número e influencia. Las primeras pinturas y fotografías de Nueva Zelanda estuvieron dominadas por los paisajes. Las primeras formas de arquitectura consistían en casas de reunión talladas en madera decoradas con grabados y tallas simbólicos. Estos edificios eran muy diversos y originalmente estaban diseñados para reconstruirse constantemente, cambiar y adaptarse a diferentes formas y necesidades.
Los maoríes rápidamente adoptaron la escritura como un medio para el intercambio de ideas, y muchos de sus poemas y tradiciones orales se han conservado de manera escrita. La mayor parte de la literatura neozelandesa era muy similar a la del Reino Unido, y no fue hasta la década de 1950, con el aumento del número de librerías y editoriales, que la literatura de Nueva Zelanda comenzó a ser ampliamente conocida. La música moderna neozelandesa ha estado influenciada por géneros como el hip hop, el rock and roll, el country, el blues, el country, y el jazz, los cuales se han mezclado con la música folklórica de Nueva Zelanda y Polinesia. Los inmigrantes también trajeron al país su propia música folclórica, como es el caso de las bandas escocesas de gaitas, uno de las primeras influencias musicales extranjeras. Actualmente, existen algunos artistas que interpretan canciones en maorí, que trajeron consigo el resurgimiento de la tradición maorí.
Aunque el cine llegó al país desde la década de 1920, no fue hasta medio siglo después que el número de películas neozelandesas aumentó significativamente. En 1978, la Comisión de Cine de Nueva Zelanda comenzó a brindar apoyo a los cineastas locales y muchas de sus películas alcanzaron una audiencia mundial, y algunos recibieron reconocimientos internacionales. Los diversos escenarios naturales del país, su tamaño pequeño y los incentivos del gobierno, lograron que algunas películas de gran presupuesto hayan sido filmadas en Nueva Zelanda; la más representativa de las cuales es la trilogía cinematográfica de El Señor de los Anillos.
Al contrario que Australia, Nueva Zelanda nunca fue colonizada por presidiarios ni emigrantes pobres, sino por gente ambiciosa que quería crear algo nuevo. Naturalmente, también se quiso fundar una estructura social en versión idealizada, semejante a la de Inglaterra de aquel tiempo. Aunque este plan fracasó, todavía se conservan en las zonas más antiguas costumbres y tradiciones inglesas, de modo que se tiene la impresión de estar en la Inglaterra victoriana.
Nueva Zelanda siempre estuvo más vinculada a Gran Bretaña que cualquier otro país de la Commonwealth, pero eso no quiere decir que su vida carezca de personalidad propia.
Mientras que la isla del Norte la determina un terreno volcánico de alta montaña, la isla del Sur se caracteriza de forma predominante por la cordillera cubierta de glaciares de los Alpes meridionales neozelandeses, con altitudes muy superiores a los 3.000 metros. Su montaña más alta es el Cook de 3.764 metros.

AUCKLAND
Es la ciudad más grande de Nueva Zelanda y se encuentra en la isla del Norte. En el casco urbano abundan los centros de negocio y las grandes compañías internacionales. Alberga casi la tercera parte de la población del país y en ella predominan numerosas casas unifamiliares.
La llamada “ciudad de las velas” ya que cuenta con la mayor cantidad de embarcaciones per cápita que cualquier otra ciudad portuaria del mundo, tiene en el Dante Catherine Tizard uno de sus mayores edificios. Desde su decimoquinta planta se puede divisar toda la metrópoli y los puertos llenos de barcos mercantes.
Resulta muy interesante una visita al museo de la ciudad, donde merece especial atención el Salón Maorí, el cual posee la mayor selección de artesanía polinésica y maorí de todo el hemisferio meridional.
Esta ciudad se esparce sobre una plácida superficie cubierta por colinas formadas por innumerables volcanes inactivos. La península de Coromandel, con su excelente clima y su impresionante litoral con bahías protegidas, constituye un importante lugar de esparcimiento para su población.
Al sur de Coromandel, en la bahía de Plenty, crecieron las primeras frutas kiwi que pronto conquistaron al mundo entero e hicieron famosa a Nueva Zelanda. No muy lejos se encuentra Te Urewera, un parque nacional de los muchos que tiene el país, y no sólo rico por conservar la cultura autóctona, sino también por sus contrastes y maravillas naturales. Este es también el punto de acceso a White Island, una isla volcánica activa y singular fenómeno natural.
Un recorrido puede incluir también un paseo por la bahía de Waitemata para contemplar la zona portuaria, las playas de Misión Bay, Kohimarama y St. Heliers, así como las zonas residenciales.
Asimismo, desde la cima del monte Eden se obtienen magníficas panorámicas de la ciudad y sus alrededores.
La ciudad de Rotorua está situada en la zona termal más espectacular del mundo, a orillas del lago del mismo nombre. Es el lugar de reposo más conocido de la isla del Norte, con sus fuentes termales i géiseres que silban y borbotean. La energía de este fenómeno natural se aprovecha económicamente en su mayor parte. Una cuarta parte de las viviendas de esta ciudad están abastecidas con energía geotérmica.
Dos curiosidades: Resulta indispensable realizar una visita a la aldea de Whakarewarewa, centro principal de la actividad termal y donde se puede contemplar el modelo de un poblado maorí “pa”, lo cual da una idea aproximada de cómo vivían los nativos antes de la llegada de los europeos. Y en segundo lugar resulta interesante y muy curioso a la vez presenciar una demostración de perros pastores para la recogida y la guía de los rebaños de ovejas, así como la técnica utilizada para obtener la lana.
Por carretera y cruzando la cordillera de los Mamaku puede el viajero aproximarse hasta Waitomo donde un atractivo muy apreciado es la visita a la mundialmente famosa gruta de los Gusanos Luminosos.
Cruzando el parque nacional de Tongariro se llega hasta Wellington, importante centro cultural ubicado en un extremo de esta isla del Norte.
Fundada por los británicos en 1840, en Wellington, la segunda ciudad más importante después de Auckland, los antiguos edificios del gobierno se ubican cerca del puerto, mientras que las elegantes casas se alzan en las colinas. Digno de atención es el que fuera palacio gubernamental, el mayor edificio de madera de todo el hemisferio sur.
Al igual que San Francisco, la ciudad tiene el problema de que su tierra se halla encima de una falla.

ISLA DEL SUR
En la isla del Sur, las dos urbes más importantes son Christchurch y Dunedin.
También llamada “ciudad jardín”, Christchurch posee un marcado carácter inglés ya que fue colonizada por miembros de la iglesia anglicana a mediados del siglo XIX. Es un centro comercial e importante nudo de comunicaciones, aparte de una ciudad de fuerte carácter inglés antiguo. Entre sus obras arquitectónicas de estilo victoriano y neo-gótico destaca especialmente la catedral.
En ruta hacia el extremo sur de la isla, hasta el parque nacional del monte Cook, hay que aproximarse al lago Tekapo con su cautivadora iglesia del Buen Pastor y las magníficas montañas que la envuelven.
Por su parte, Dunedin, que es conocida como la “Edimburgo del sur”, refleja la influencia de los primeros colonos escoceses y todas las estatuas, parques y edificios trasmiten una sutil y nostálgica atmósfera de Escocia. Dunedin es renombrada por su arquitectura victoriana y por la belleza de sus paisajes.
Queenstown es una de las ciudades turísticas más atractivas, rodeada de montañas impresionantes, las Remarkables. Vale la pena admirar el lago Wadatipu y el pueblo minero de Arrowtown que se originó en 1862, cuando el aventurero William Fox, hizo un descubrimiento que llevó a cientos de buscadores de fortuna a la región, la llamada “fiebre del oro”.
De una gran belleza, el Fiordo Milford merece efectuar un pequeño crucero para disfrutar de sus cascadas y los antiguos cursos glaciares.
La naturaleza de estas islas ofrece condiciones ideales para el descanso. Las ciudades se quedan prácticamente desiertas durante los fines de semana y en época de vacaciones, dado que el tiempo libre y vivir en contacto con el mundo natural que les rodea juega un papel muy importante para los neozelandeses. La práctica de cualquier tipo de deporte se convierte para ellos en poco menos que una pasión y ese modo de vivir permite al visitante no tener que jugar el papel pasivo del invitado.
Para conocer estas islas y a sus habitantes, hay que adaptarse a sus costumbres típicas. En ellas se ofrece un amplio margen al individualismo, lo que constituye, sin duda, la característica más típica y también más simpática de los “kiwis”.
Hay que tener muy claro que los neozelandeses habitan un país dominado por sus paisajes: playas interminables, suaves colinas que dan paso a cráteres humeantes y burbujeantes, cumbres nevadas, extensas zonas verdes y lagos cristalinos. La naturaleza en el estado más puro.
Muy a tener en cuenta que las estaciones del año son opuestas totalmente a las europeas, por lo cual diciembre, enero y febrero constituyen el verano neozelandés. No obstante, la diferencia térmica entre el verano y el invierno es de apenas unos 10º C.
Sin lugar a ningún género de dudas, si los europeos buscamos un lugar excepcional, un paraíso en el extremo opuesto del mundo, Nueva Zelanda es un objetivo turístico por excelencia.