T O L E D O

                          CIUDAD IMPERIAL




Se levanta hacia el cielo de Castilla, sumergida en una atmósfera de luz violácea y agrupada sobre un enorme peñasco que parece desafiar el espacio, mientras el río Tajo, impetuoso, la rodea trazando una curva cerrada que sujeta los muros anclados en el tiempo. El divino Greco ya la pintó inmersa en una niebla mística de polvo y cielo; como una tierra espoleada por cadavéricos sueños de gloria.
Quien de lejos llega y la contempla generosa de sol, tras vislumbrar en la distancia el acorazado perfil de la catedral, la mole severa y geométrica del Alcázar, sus murallas, las puertas y el paisaje que la rodea, experimenta quizás esa inquietante sensación de soledad y aislamiento que sobrecoge al penetrar en ciertas páginas de la historia de España… Y el viajero se adentra en la ciudad imperial de Toledo.

UN RETAZO DE HISTORIA
Su origen aparece envuelto en la más fascinante de las leyendas, y fue el historiador Tito Livio quien por primera vez dio testimonio de “Toletum” como “pequeña población fortificada”. Por su importante situación geográfica, en el cruce de las rutas más importantes de la península Ibérica, Toledo fue presa codiciada de las diversas civilizaciones que a través de los siglos se sucedieron en España.
En su etapa romana ya fue nudo de gran valor estratégico, acuñó moneda y tuvo un grandioso circo y acueducto, no en balde numerosos restos romanos acreditan esta relevancia. Los reyes visigodos instalaron en ella su corte a mediados del siglo VI, pasando a ser por ello capital política y religiosa de la España visigoda, recibiendo el título de “ciudad regia”; este hecho determinó que Toledo se transformara de pronto en un poderoso foco artístico de orfebres y decoradores.
Los islamitas la llamaron “Tolaitola”, quedando como muestra de su arte dos bellas mezquitas -especialmente la del Cristo de la Luz-, tres de las puertas del recinto de la ciudad -entre las que destaca la Puerta de Bisagra- y algunos otros ejemplos.
Alfonso VI, Rey de Castilla, la reconquistó en 1085, convirtiéndola en capital del reino castellano y comenzando una nueva etapa de enriquecimiento, que fue en aumento durante los siglos siguientes, hasta alcanzar su momento de plenitud en el último cuarto del siglo XV y la primera mitad del XVI.
Ya con anterioridad, durante el siglo XIII, la Escuela de Traductores de Toledo había hecho llegar la cultura clásica y oriental al mundo de Occidente; y Toledo tuvo el ambiente más favorable para la convivencia de cristianos, árabes y judíos.
En el siglo XV los Reyes Católicos mostraron su predilección por la ciudad erigiendo el templo de San Juan de los Reyes, con la intención de ser enterrados en ese lugar. Y más tarde fueron proclamados sucesores al trono Doña Juana la Loca y Don Felipe el Hermoso en la catedral toledana. Centro de acción de los “comuneros”, recuerda la figura admirable de Doña María Pacheco (la viuda de Padilla). Más adelante, Toledo perdió su capitalidad en 1561 con Felipe II, tras los gloriosos años del Emperador Carlos, pero siguió siendo religiosamente Sede Primada de España.

DERROCHE DE RIQUEZA ARTÍSTICA
Son tantas y tan valiosas las riquezas artísticas que existen en cada rincón de la ciudad, que ésta queda convertida en un auténtico y rico museo, un conjunto monumental de extraordinaria magnitud, de ahí que fuera declarada en su totalidad Monumento Nacional.
No existen barrios separados que permitan al visitante adentrarse con la imaginación en los distintos periodos históricos que llegó a vivir. La escasez de espacio, debido a su emplazamiento, obligó a levantar, muro con muro, los monumentos más dispares. Todos los estilos conviven: el árabe, el mudéjar, el gótico o el renacentista. La acumulación de joyas artísticas de diferentes siglos es su más acusada característica, formando un conjunto pintoresco de extraña perfección.
El único edificio anterior a la reconquista cristiana que se conserva intacto es la mezquita del Cristo de la Luz, del siglo X; sobre cuatro columnas con capiteles visigodos se alzan nueve cúpulas de las más variadas estructuras, derivadas todas ellas de la preciosa mezquita de Córdoba. Los cristianos que vivían en la ciudad durante la dominación musulmana -mozárabes- tenían sus iglesias abiertas al culto, pero las que se conservan de aquella época, por ejemplo, la de San Sebastián y la de Santa Eulalia, fueron reedificadas más tarde. Las nuevas iglesias, reconstruidas o elevadas de nueva planta durante la Edad Media cristiana -siglos XII al XV-, reciben el calificativo de mudéjares; en ellas se mezclan motivos cristianos con las más ricas decoraciones árabes. Destacan entre estas iglesias mudéjares Santiago del Arrabal (XIII), el Cristo de la Vega, San Vicente, Santo Tomé, San Miguel y San Román, estas cuatro últimas con torres de singular belleza.
Mudéjares, al igual que las iglesias cristianas, son las sinagogas. De las numerosas que poseía Toledo, sólo dos se conservan, situadas en el suroeste de la ciudad, asiento del que fue floreciente barrio judío. La más antigua sinagoga, hoy llamada de Santa María la Blanca, está inspirada en el arte almohade y cuenta con bellos arcos de herradura y capiteles muy característicos. La sinagoga del Tránsito, del siglo XIV, es de sencilla estructura y la mandó construir Samuel-Halevi, tesorero de Pedro I de Castilla.

LA CATEDRAL Y SAN JUAN DE LOS REYES
La catedral de Toledo o la conversión de la palabra en espacio; es el trueque en piedra de la fe de los hombres. Una obra magnífica y auténtico símbolo de la ciudad imperial.
Del gótico puede admirarse, en primer lugar, la catedral, más sólida y monumental que los ejemplos del mismo estilo en otros países. Su silueta se destaca como una forma cúbica. Se comenzó a construir el año 1226 y sus características más destacadas son la robustez de líneas, las influencias mudéjares en la decoración y la muy original solución en las bóvedas de la girola -la convierten en la más original y autóctona de las catedrales que se elevaron en España dentro del periodo del arte gótico-.
Su planta consta de una nave principal, en la que alberga el coro, cuatro naves laterales que rodean la capilla mayor, formando dos de ellas la excepcional girola y un crucero, que apenas se destaca. Su única torre, muy esbelta, domina la perspectiva de la ciudad. La construcción de esta catedral fue empresa de siglos. Por los mismos años del descubrimiento de América (1492) quedó terminada la fábrica fundamental del templo. Los diversos periodos del arte gótico están representados en su decoración.
El coro es ya renacentista, parte de su sillería alta fue tallada por Alonso Berruguete. Al mismo periodo corresponden una serie de dependencias del templo: la capilla mozárabe, la sala capitular, la sacristía, que constituye un verdadero museo de pintura con obras de El Greco, Lucas Jordán, Juan de Borgoña y Goya, entre otros; la sala del tesoro, donde se expone la custodia labrada por Enrique de Arfe a principios del siglo XVI, en oro y plata sobredorada, que tiene algo más de tres metros de altura y un peso aproximado de doscientos kilos. No puede dejar de mencionarse al hablar de la catedral su riqueza en hierros forjados.
Entre los severos sepulcros reales se alza el riquísimo retablo mayor de madera estofada, obra de Bigarny, Almonacid, Petit-Jean y otros.
El claustro gótico es también una muestra de singular encanto.
Otra muestra importante del gótico es el Monasterio de San Juan de los Reyes.
Si la catedral o las sinagogas -cada una en su estilo- son una muestra de esa intimidad toledana que cubre con modestas fachadas el lujo de sus interiores, San Juan de los Reyes es por el contrario un triunfo presuntuoso del oropel y la heráldica. Edificado por los Reyes Católicos bajo el signo de la victoria, fue concebido en su mayor parte con una estética nobiliaria y triunfante. Trabajaron en su construcción más de doscientos maestros canteros a las órdenes de Juan Guas y es en el fondo el símbolo labrado de una época belicosa y marcial, aguileña y púrpura. Es el símbolo también de ese otro Toledo imperial y aguerrido que suele intimidar al visitante al aproximarse a sus murallas; ese Toledo con rostro de águila que encierra un manso corazón entre sus alas explayadas. También San Juan de los Reyes, en su soberbio triunfo de blasones y águilas, esconde el soledoso y caritativo corazón de su claustro, realmente excepcional.
En el exterior y perteneciente al estilo gótico también son la puerta y el puente de San Martín que da acceso a la ciudad a través de un arco de medio punto ennoblecido, en su clave, por un blasón.

UN AMPLIO ABANICO DE ESTILOS
El hospital de la Santa Cruz, hoy museo del mismo nombre, es de estilo plateresco, posee bellos artesonados y una valiosa colección de cuadros de El Greco, entre los que destaca “La Asunción de la Virgen”. Guarda asimismo en su interior interesantes objetos de artes, crucifijos de marfil, muebles y una treintena de tapices de Bruselas.
Muy interesante también el hospital de Tavera o de Afuera, con fachada renacentista y dos patios gemelos. Dentro de la iglesia se encuentra el sepulcro de mármol del Cardenal Tavera, obra de Alonso Berruguete. En el ala izquierda del hospital se halla instalado el museo de la Fundación San Juan Bautista, con interesantes pinturas de El Greco, Ribera, Carreño, Tiziano y Tinttoreto.
Pero no termina aquí el acervo artístico de Toledo. Existen otros muchos ejemplos de la variedad de estilos, desde el renacentista (Santo Domingo el Antiguo, San José y la Puerta Nueva de Bisagra, con su gigantesco escudo imperial, que fue reconstruida en 1550, quizá sobre las ruinas de una vieja puerta árabe), hasta el neoclásico, pasando por ejemplares del barroco, como la iglesia de San Ildefonso.
Muchos otros monumentos artísticos atraen en el deambular por la ciudad. Santo Tomé, que guarda como especial tesoro el más famoso lienzo de El Greco: “El entierro del Conde de Orgaz”. La posada de la Santa Hermandad, con típica fachada del siglo XV, la casa de El Greco sobre la que fue vivienda del marqués de Villena y el Arco de la Sangre, junto al lugar de la antigua posada, cargada de recuerdos cervantinos. Y por supuesto, El Alcázar, que parece presidir toda la ciudad y que fue casi completamente derruido tras el asedio y bombardeo de que fue objeto por parte de las tropas republicanas en 1936, después reconstruido tras la gesta heroica y como Monumento a la Victoria dedicado a los héroes del Alcázar.

TOLEDO Y EL GRECO
Hacia el año 1577 llegó a Toledo el pintor Dominico Theotocópuli, “El Greco”. Su encuentro con los horizontes atormentados, con su magia y su misterio, supuso un acontecimiento para el arte español de la época. El pintor descubrió las ocultas ataduras que lo ligaban definitivamente a la ciudad como por un extraño encantamiento.
Desde entonces, en esa isla varada en la horizontal geográfica castellana, El Greco pintó, dejando en Toledo su mejor arte, su presencia y su ausencia. Las mejores obras del artista cretense quedaron en la ciudad y su provincia, convirtiéndose en museo de sus pinturas.
Toledo muestra con orgullo la obra magistral de El Greco, el visionario, absolutamente identificados la ciudad y el hombre. Muy cerca de donde se hallaba la vivienda del pintor se levanta la casa y museo de El Greco, con una importante colección de obras suyas.

Plazuelas silenciosas, íntimas. Arrabales silenciosos y milenarios. Sólidos palacios, una red de callejuelas estrechas y empinadas que se entrecruzan formando un verdadero laberinto. En las portadas, numerosos escudos y remates. Aglomeración de edificios y, como centro de la vida cotidiana, la abierta plaza Zocodover, corazón de la urbe imperial.
El atractivo de Toledo se apoya en gran parte en su milagrosa disposición urbana, en la que las ruinas de la antigua judería ponen su nota de magia poética. Algo de fortaleza, de altivez y melancolía al mismo tiempo, de plenitud y misticismo. Olorosa a retama y a incienso, tal como aparece pintada por El Greco, Toledo, la inaccesible y grandiosa, a la que Tirso de Molina llamó “corazón de España”, produce una emoción honda en la que se han prendido cuantos a ella han llegado. Son numerosos los escritores que dejaron testimonio de su impacto, pero es Cervantes quien dio con la clave del espíritu de cuanto la ciudad tiene de símbolo. Esa “peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades”, es la definición más exacta y eterna. Como eterna aparece la impresión amorosa de Garcilaso, que plasmó su mirada poética en las aguas del Tajo, en los atardeceres cárdenos de la vega, en las alamedas rumorosas.
Toledo guarda ecos de la “Celestina”, hechicera y artera; de las magias del marqués de Villena y de la grandeza de Alfonso X el Sabio. Por sus rincones silenciosos parecen escucharse los ecos de todos los personajes que han creado su leyenda amorosa, heroica y caballeresca. Pasado y presente en un tiempo sin medida.
Cuando el viajero abandona la ciudad tras seguir las huellas de la historia, sin ninguna duda, lleva impregnado en su corazón el auténtico espíritu de Toledo.