Como puerta de entrada a un país donde la fantasía continúa siendo infinitamente superior a la realidad y sobre el que resulta imposible emitir juicios con mentalidad occidental, es en la legendaria Delhi donde mejor conviven la más arraigada tradición, un ambiente cosmopolita y el estilo británico que le imprimió su pasado colonial.
Quizá no sea la ciudad más bella de la India pero, sin duda alguna, alardea de marcados contrastes, está saturada de historia y significa un punto y aparte de acentuadas características que le confiere un atractivo muy especial.
Para el recién llegado que lo desconoce todo sobre la península indostánica, la primera reacción es de asombro y evidente desconcierto ya que no se conciben muchos aspectos, actitudes, costumbres y formas de vida, no en balde, aún hoy, en pleno siglo XXI, siguen viviendo personas que son adeptas a doctrinas filosóficas que datan de cinco mil años.
Sin embargo, cuando ya se lleva más tiempo recorriendo ciudades y pueblos, tratando con las gentes y aproximándose a su realidad, de alguna forma van aceptándose sus marcadas peculiaridades y el propio carácter indio que tiene en la hospitalidad y el respeto una expresión profundamente enraizada, amén de ser poseedor de unos valores innatos desgraciadamente perdidos en Occidente, lo cual termina por subyugar hasta límites insospechados, de ahí que quien viaja al subcontinente indio, más tarde o más temprano decida volver. No se trata de una frase hecha, es una auténtica realidad.
EL UMBRAL DEL HINDUSTAN
Delhi, aún siendo la capital, deja con satisfacción a Calcuta y Mumbai (la antigua Bombay) el papel de la supremacía comercial e industrial pero, por encima de todo, es un notable enclave histórico ya que se trata de una de las ciudades más antiguas del mundo.
Ninguna ciudad de la India ha tenido una historia tan larga, continua y variada como Delhi. Durante los últimos 3.000 años ha conocido la grandeza y la decadencia de grandes imperios, los propios indios, los musulmanes, los mogoles y los británicos.
Los monumentos que han sobrevivido reflejan todo un desfile del poder y la gloria de los antiguos gobernantes a través de los siglos.
En realidad no es sólo una metrópoli, sino un conjunto de ocho ciudades que datan desde el 900 a .C. hasta el 1931 d.C., año en que los británicos terminaron la construcción de Nueva Delhi. Sus monumentos son un reflejo del desarrollo de los estilos arquitectónicos del país y hablan bien a las claras sobre las constantes invasiones y conquistas que tuvo que sufrir a lo largo de los siglos.
Las primeras referencias sobre Delhi se encuentran en escrituras budistas y jaínes, aunque no se han podido datar con exactitud. En uno de los grandes poemas épicos de la India , el Mahabharata, ya se menciona la ciudad de Indraprastha, fundada por los Pandavas a orilla del río Yamuna, y éste cabe calificarlo como el verdadero origen.
Se dice que, por aquel entonces, era una ciudad que tenía un gran palacio con todo lujo, calles anchas y caminos con árboles, fuentes, plazas y tiendas llenas de las más exóticas mercancías. Recientes excavaciones en Purana Qila han venido a demostrar la veracidad de ello.
En el siglo XI d.C. el rey Anangpal estableció la capital en Lal Kot, en los alrededores del Qutub Minar. Esta fue la primera ciudad de Delhi.
Hacia finales del siglo XII d.C. Mohamed Ghori que procedía de Afganistán ocupó Delhi, pero se retiró pronto, dejando el nuevo reino en manos de su leal esclavo Allauddin Khilji. El fuerte de Lal Kot continuó siendo la capital hasta 1303, año en que Khilji derrotó a los rajputs en Siri, donde construyó la segunda ciudad de Delhi.
Las escrituras que se conservan sobre Lal Kot hablan de una ciudad que nadaba en la opulencia y la prosperidad, y en la que florecieron el comercio, el arte y la artesanía especialmente, existiendo oro, plata y piedras preciosas en abundancia, lo que la convirtió en una obsesión para futuros invasores
Más adelante, durante el reinado de los Tughlaks, una tribu de origen turco, (1320-1412) se fundaron la tercera y cuarta Delhi.
Se llamó Tughlakabad, ciudad que se construyó en cuatro años, pero que tuvieron que abandonar pronto debido a la escasez de agua en la zona.
El sultán Mohamed-bin-Tughlak construyó otra ciudad (la cuarta) a la que llamó Jahanpanah, ubicada cerca del Qutub Minar con el fin de proteger a sus súbditos, que vivían en las llanuras, del ataque de los invasores.
La quinta ciudad de Delhi fue fundada por Feroz Shah Tughlak (1351-1388), a la que denominó Ferozabad.
Para el primer emperador mogol Babur, la India no tenía atractivo, y tanto fue así que mandó ser enterrado en Kabul. Su hijo, el emperador mogol Humayun construyó Purana Quila, la sexta ciudad de Delhi en la zona donde había estado ubicada la antigua Indraprastha.
Tanto el gran emperador Akbar como su hijo Jehangir tuvieron la capitalidad en Agra.
En los tiempos de Jehangir, Delhi sufrió la peste bubónica, murieron miles de personas y la ciudad tuvo que ser abandonada.
Shahjehanabad, la actual Vieja Delhi, fue construida por el emperador mogol Shah Jahan entre 1638 y 1649, siendo, por tanto, la séptima ciudad. Este emperador fue denominado “el gran constructor del imperio mogol” (a él se debe el Taj Mahal de Agra). Delhi comprendía por aquel entonces el renombrado Fuerte Rojo, la mezquita de Jama Masjid y los palacios.
La octava ciudad, inaugurada en 1931 por los británicos, es la que se conoce como Nueva Delhi. La construyeron dos arquitectos británicos, Sir Edwin Lutyens y Sir Herbert Baker, siguiendo el estilo de la grandeza de la India. Esta ciudad nueva es la capital actual del país.
En la actualidad, con sus más de doce millones de habitantes, Delhi ocupa un lugar de privilegio junto a las orillas del río Yamuna, que nace de un glaciar en el Himalaya y confluye con el sagrado Ganges en Allahabad.
La ciudad se encuentra en una región calurosa y árida, entre el valle del río Indo y la llanura gangética.
UN PASEO A TRAVÉS DE LA CIUDAD
La capital india se presenta bajo dos aspectos por completo diferenciados y ambos conviven en la más perfecta armonía. La vieja Delhi, tradicional, milenaria y auténtica, con sus restos mogoles, callejuelas estrechas, sus mercados multicolores, concurridos bazares, palacios, mezquitas, templos y donde la gente abarrota, por así decirlo, cada metro cuadrado de espacio disponible, y por otro lado, la ciudad nueva con sus amplias avenidas y bulevares, zonas ajardinadas, edificios modernos, etc. . . la cual, merced a su pasado británico, ha tenido bastante menos dificultad en transformarse casi en una urbe occidental aunque con claras reminiscencias victorianas.
Entre los vestigios que aún perduran de las épocas en que Delhi se convulsionaba bajo el dominio de los invasores se halla Purana Qila, antigua fortificación que se construyó en el emplazamiento de la mítica Indraprastha y que constituye un soberbio ejemplo del arte indo-musulmán.
No obstante, es el maravilloso Fuerte Rojo el que causa un mayor impacto. Denominado así por el color de la piedra arenisca que se empleó en su construcción, como es norma en el estilo mogol, fue ciudadela fortificada y palacio imperial. Su recinto se halla rodeado por cerca de dos kilómetros de murallas y tiene su entrada principal por la puerta de Lahore, llamada así por estar orientada hacia esa ciudad del Noroeste y que en la actualidad está ubicada en Pakistán.
De forma octogonal y una belleza singular, fue escenario de muchos de los avatares por los que atravesó la ciudad, pudiéndose citar entre los más recientes, el nombramiento de la Reina Victoria (1877) como emperatriz de la India , o bien la proclamación de la independencia en Agosto de 1947.
Al margen de sus espectaculares murallas exteriores, adentrarse en él significa una experiencia apasionante, dado que, de inmediato surge ante el visitante el más vistoso y multicolor mercado que pueda imaginarse, antaño lugar donde trabajaban los orfebres, así como una serie de pequeños palacios separados por jardines, estancias construidas en mármol, columnas, enormes pasadizos salpicados de celosías de una delicada belleza, baños reales, un pequeño museo e incluso una mezquita.
Un conjunto, en suma, de extraordinario valor arquitectónico.
Abandonando las murallas del Fuerte Rojo se penetra en Chadni Chowk, el corazón de la vieja Delhi, una selva humana en la que el bullicio y la confusión reinan a cada paso. No es suficiente con contemplar atónito este excitante espectáculo, hay que caminar por sus callejuelas para vivir el ambiente con intensidad, algo realmente indescriptible.
Tiendas, bazares, carros... incluso en el suelo, en cualquier rincón por recóndito que éste sea puede ubicarse un comerciante, un simple charlatán, un asceta o un mendigo, alguien que trata de vender su mercancía, explicar un relato, pedir una limosna o simplemente embaucar al asombrado desconocedor del laberinto realmente enloquecedor en el que se encuentra sumido y donde, de inmediato, se perciben los más fuertes olores, como si perfumes, frituras, gasolina quemada, especias y hierbas se unieran en la más irritante mezcla.
Todo es susceptible de ser vendido, desde una camisa usada hasta una valiosa joya, unas tallas de madera, instrumentos musicales, hierbas que se anuncian con poderes mágicos, marfil, telas, cuchillos, especias aromáticas, frutas, verduras o saris.
Un mundo en verdad extraño y fascinante.
Y en torno a esta amalgama de colores, sabores y ruidos, calles y más calles, animales, vehículos, carromatos, camiones, autobuses y los típicos y peculiares rickshaw de tracción humana, todo ello salpicado con gentes por todas partes, una multitud entre la que hay que abrirse paso para poder avanzar, santones en plena meditación, encantadores de serpientes, narradores de profecías inverosímiles, bailarines, comerciantes, mil curiosos y una legión de niños que, con enormes ojos oscuros y una sonrisa en los labios, rodean y siguen al atolondrado viajero.
Una geografía densa en la que indudablemente harían falta meses, quizás años, para descifrarla con un mínimo de detenimiento. Chadni Chowk es como un terrible desorden humano, un misterio o quién sabe si infinidad de ellos, un embrujo excitante, algo que rompe con todos los esquemas y ante lo que no hay más remedio que dejarse llevar, una experiencia que no debe perderse quien pretenda conocer un poco el auténtico latir de esta maravillosa ciudad.
No lejos del lugar, se erige majestuosa la gran mezquita de Jama Masjid, una de las mayores de todo el país y el reducto islámico de Delhi por excelencia, donde en días de plegaria y sacrificio suelen reunirse hasta más de veinte mil fieles. Un auténtico oasis espiritual que invita a la meditación, pero también lugar de descanso para muchas familias musulmanas.
DE HUMAYUN AL RAJ GHAT
Los mogoles introdujeron el amor por los palacios, jardines, las fuentes y el agua.
El mausoleo de Humayun, magnífico conjunto de piedra arenisca roja con adornos de mármol, son un fiel exponente de esta singular demostración de belleza y el amplio recinto donde se ubica resulta un lugar extraordinario en el que deambular sin prisas, completamente aislado de la vorágine que palpita en el exterior.
El complejo de Qutub Minar está constituido por una mezquita principal, una de las más sobresalientes del mundo y cuyo patio central está adornado con pilares decorados. A un lado se encuentra una de las mayores curiosidades de Delhi, una columna de hierro que data del siglo IV y que, pese al transcurso de los siglos, no ha sufrido alteración alguna. La joya más soberbia de este complejo es el esbelto Qutub Minar de 73 metros de altura, levantado en el siglo XIII como torre de victoria. Tiene cuatro balcones que se apoyan en unas ménsulas o repisas primorosamente decoradas y es uno de los monumentos más refinados de todo el país.
A orillas del río Yamuna, se ubica el Raj Ghat, donde fue incinerado el cuerpo del Mahatma Gandhi, el maltrecho cuerpo de un hombre, de un luchador incansable por la paz, del "padre de la nación" y ejemplo para la humanidad. Los jardines que bordean el lugar a diario son visitados por multitud de indios que quieren rendir con flores y plegarias un recuerdo imperecedero al Mahatma siendo, asimismo, punto de cita ineludible para quien visita Delhi.
Otros puntos destacados de la capital son, por ejemplo, el Jantar Mantar, el primero de los observatorios construidos por Jai Singh II de Jaipur a partir de 1699; y el templo de Laxmi Narayan (1938) relativamente moderno, pero el lugar adecuado donde introducirse en el conocimiento de algunos de los dioses del amplísimo panteón hindú. En los jardines Lodhi (un oasis de tranquilidad dentro de la urbe) hay tumbas indomusulmanas pertenecientes a soberanos sayyidas y lodhis, cuya belleza es más que notable. Más al oeste, la tumba de Safdarjung (noble mogol de principios del siglo XVIII), es de uno de los últimos ejemplos de arquitectura mogol. En Ferozshah Kotla, están las ruinas de la que fue quinta ciudad de Delhi, en las cuales aún se conserva la columna de Ashoka con inscripciones de famosos edictos.
A orillas del río Yamuna, se ubica el Raj Ghat, donde fue incinerado el cuerpo del Mahatma Gandhi, el artífice de la independencia, el denominado "padre de la nación" y ejemplo para la humanidad. Los jardines que bordean el lugar son visitados a diario por multitud de indios que quieren rendir con flores y plegarias un recuerdo imperecedero al Mahatma siendo, asimismo, punto de cita ineludible para el visitante.
También a orillas del Yamuna se hallan los lugares donde fueron incinerados Nehru, su hija Indira Gandhi y sus hijos Sanjay y Rajiv.
BIRLA HOUSE
El jardín de Birla House es otro lugar de ineludible visita para el viajero y de peregrinaje para todos los indios, en cuyas mentes permanece el imborrable recuerdo de aquella tarde del 30 de enero de 1948.
Aquella apacible tarde, al igual que otras muchas, era el prólogo de un mágico y dorado crepúsculo. Sin embargo, los dioses, quizá el destino, habían ya decidido que en las siguientes y fatídicas horas iba a escribirse la página posiblemente más trágica de la historia de la India.
Con bastante antelación sobre la hora en que el Mahatma acostumbraba a efectuar su habitual plegaria, comenzó a escucharse el creciente rumor de las gentes que acudían a vivir de cerca las reflexiones del venerable anciano.
Gandhi, apoyado en los hombros de sus sobrinas-nietas, Manu y Abha, avanzó por el jardín. Sus pasos eran lentos, mientras con una tibia sonrisa agradecía la presencia de los que hasta allí se habían desplazado. Una aureola celestial parecía rodear al anciano y una sensación de paz y bondad le invadía, sin embargo, su entorno rezumaba traición y muerte.
El terrible ejecutor, se abrió paso disimuladamente entre la multitud para aproximarse a la pequeña comitiva al frente de la cual se encontraba su víctima. Quería sorprenderle con un afectuoso saludo y así detener su avance. En el bolsillo llevaba un arma, un instrumento mortal capaz de truncar una vida, de dejar huérfano a todo un pueblo.
Gandhiji ascendió los escasos peldaños que le separaban del lugar donde solía efectuar la plegaria. Su asesino estaba ya a sólo unos metros de distancia.
Irrumpió en su camino y juntando las manos a manera de salutación, se inclinó levemente frente a él. Creyendo que se trataba de uno de los fieles que pretendía acercarse al Mahatma, quisieron apartarle amablemente añadiendo que la ceremonia ya llevaba unos minutos de retraso. La respuesta fue inmediata.
Con pérfida serenidad, el asesino apuntó su pistola hacia el cuerpo del Mahatma y le disparó tres veces a escasa distancia.
Los balazos atronaron como si de una gran explosión se tratara.
La sonrisa se desdibujó de los labios de Gandhi, levantó con dificultad su mano derecha en un gesto que fue interpretado por sus seguidores como de perdón hacia su asesino, sus brazos cayeron súbitamente y todo su débil cuerpo se desplomó con las ropas ensangrentadas.
!He Ram! (Oh Dios mío) fue su única y leve exclamación.
Infinidad de gritos sonaron en medio de una total confusión.
Todo se había consumado. El sol pareció desaparecer bruscamente. La India oscureció de dolor.
Desde entonces, el silencio más absoluto reina en el jardín de Birla House, convertido en lugar de meditación y peregrinaje.
Lógicamente, en un recorrido por Delhi no pueden obviarse las grandes avenidas, los enormes edificios y la Indian Gate , colosal monumento erigido a la memoria de los 70.000 soldados indios que murieron durante la I ª Guerra Mundial.
La misma avenida donde se ubica la Indian Gate termina desembocando en los jardines de la residencia presidencial de Rashtrapati Bhavan, uno de los edificios más emblemáticos construidos por los británicos. Tampoco debe obviarse un paseo por los alrededores de Connaught Place, en la zona más urbanizada y que representa la capital moderna. Finalmente, no debe olvidarse Teen Murti House la que fue residencia de la familia Nehru-Gandhi, ahora convertida en museo. Un lugar histórico rodeado de jardines donde puede pasearse lejos del bullicio de la ciudad.
No obstante, la belleza de la zona más moderna de Nueva Delhi lejos está de parecerse a la de los emblemáticos rincones de la vieja ciudad que sigue mostrándose como hace siglos.
Asombra y extasía a la vez la contemplación de las primeras luces del alba cuando éstas pugnan por abrirse paso entre las mil callejuelas de la entrañable y mítica Delhi. Es entonces cuando la actividad se inicia pausadamente, sin prisas. Hombres y mujeres se dirigen a su quehacer cotidiano en medio de un bullicio que comienza a hacerse palpable y a convertirse en protagonistas de una auténtica marea humana.
El milagro se renueva y tanto los afortunados que tienen un cobijo y una ocupación, sea cual fuere, como aquellos que trataron de dormitar en algún que otro oscuro rincón, empiezan una nueva jornada. Los vendedores se aprestan a abrir sus pequeños bazares, a colocar sus mercancías en tenderetes, mientras otros inician sus oraciones en los templos y mezquitas. Comienza para todos ellos un nuevo día, un reto ya habitual, una nueva aventura llena de esperanza que tiene como marco las calles de Delhi, uno de los más atractivos escenarios de la fascinante India.