V A L L D E M O S A

EL SUEÑO DE CHOPIN

Rodeada de un evocador paisaje y como tratando de escapar del bullicio de los grandes núcleos urbanos de la costa mallorquina, Valldemosa, privilegio de monarcas a lo largo de la historia, de inmediato trae el recuerdo del gran genio de la música Federico Chopin, quien se llegó a inspirar en este bello rincón para componer algunas de sus obras tan extraordinarias como inolvidables.

Mallorca, destino turístico por excelencia a lo largo de las últimas décadas, isla de la calma según rezan algunas recomendaciones publicitarias y auténtico paraíso para el descanso y la diversión, no es solamente un litoral con bellas playas, grandes hoteles y confortables bungalows con una amplísima oferta capaz de satisfacer al viajero más exigente en materia de ocio, es más, mucho más.

Para quien llega con ánimo de vivirla de cerca, conocer sus gentes y costumbres, cultura, fiestas, etc... adentrarse en su interior significa tanto como penetrar en un mundo diferente, sobrio, apacible y con sabor de antaño, no en balde aún es posible percibir en cada uno de sus rincones la herencia de unos orígenes impregnados de sencillez y autenticidad. Es entonces cuando se descubre la Mallorca auténtica, la de raíces romanas y medievales con reminiscencias islámicas que hablan de un fastuoso pasado histórico como importante enclave del Mare Nostrum.

A poco menos de una veintena de kilómetros de Palma en dirección hacia Sóller y a unos quinientos metros de altitud sobre el nivel del mar, en las inmediaciones de la sierra de Alfabia y situada en un escenario incomparable en el que la naturaleza se recrea sin inhibiciones, se encuentra la villa de Valldemosa, uno de los lugares de la isla más conocidos a nivel internacional debido a que en épocas pasadas a él quedaron vinculados ilustres personajes y prestigiosos artistas e intelectuales como Luis Salvador de Austria y su madre, la duquesa de Toscana, Eduardo de Inglaterra, Rubén Dario, Gaspar M. de Jovellanos, Manuel de Falla, Santiago Rusiñol, Miguel de Unamuno o Federico Chopin y George Sand, quienes, sin duda, quedaron impresionados por la belleza de sus montañas, su exuberante vegetación y por ese remanso de paz y sosiego que se experimentan al deambular por su callejuelas y plazas.

A LA SOMBRA DE LA CARTUJA

Dos de los lugares de la villa que gozan de mayor poder de atracción para el visitante son el Palacio del Rey Sancho y la Cartuja.

Los monarcas mallorquines, como antes romanos y musulmanes, siempre sintieron una especial predilección por Valldemosa y aunque amparados en una austeridad calificada como de extrema y monacal, gustaron de construirse sendas fortificaciones. Así fue como surgieron La Almudaina, Bellver, Sineu y Manacor.

Jaime II fijó su atención en la apacible villa mallorquina y aunque él no lograra disfrutar de sus excelencias, mandó a su hijo Sancho I para que fuera a recuperarse de su asma bronquial en el palacio cuya construcción finalizó en los alrededores de 1309.

Posteriormente, los monarcas Jaime III y Juan I, apodado el trovador, también realizaron breves estancias en el palacio, no obstante, con el paso del tiempo acabó sumido en el olvido y el más absoluto abandono.

Junto a esta bella edificación, en la parte más alta y estratégica de Valldemosa se alza el antiguo monasterio de la Cartuja, fundado por gracia especial del rey Martin I el Humano al filo del año 1399.

Siglos después fue objeto de sendas obras de remodelación, pero las mismas se realizaron con excesiva lentitud y cuando llegó la exclaustración de 1835 parte de la iglesia todavía estaba a medio construir. De estilo neoclásico, contiene frescos y pinturas de fray Manuel Bayeu, cuñado de Francisco de Goya, y fray Joaquin Juncosa, asi como tallas del escultor Adriá Ferrán.

En el interior de la Cartuja merece destacarse la sacristía con mobiliario que data del siglo XVI, dos pinturas representando la Santa Cena y la aparición de la Virgen a San Bruno y Santa Margarita Thomás, junto a otras anónimas. En diferentes vitrinas se exponen objetos artísticos, relicarios, ornamentos de finales del siglo XVII, imágenes policromadas, misales y un curioso mueble de marquetería con minúsculas incrustaciones de naranjo y olivo.

El sencillo y austero claustro de los mirtos, fiel exponente de las escasas pretensiones de todo el conjunto arquitectónico, parece estar en perfecta armonía con el sobrio espíritu de la regla cartujana.

Desde los primeros tiempos, los monjes dispusieron de una vieja botica en la cual no sólo elaboraban medicamentos destinados a la propia comunidad, sino que también los suministraban gratuitamente a los vecinos del pueblo. En el actual recinto de la farmacia se guardan estanterías, mobiliario, cerámicas catalanas y vidrio mallorquín de los siglos XVII y XVIII junto con una colección de morteros, espátulas e instrumentos análogos para dosificar o triturar los específicos de la farmacopea monacal como tisanas, linimentos y jarabes.

Tras cruzar el claustro de los mirtos y observar las diferentes salas que componen la celda prioral, la atención se centra en las restantes celdas en las cuales se puede admirar el piano mallorquín que utilizó Chopin durante su estancia, mientras que en otra se halla el piano Pleyel que le enviaron desde París. No se conservan muebles, ropas y otros utensilios de uso estrictamente personal, ya que temiendo el contagio de la tuberculosis del insigne compositor, todo fue quemado o destruído.

Las celdas reflejan con toda fidelidad la primitiva estructura de los aposentos claustrales, solemnes, frías y silenciosas. Al propio Chopin llegaron a parecerle lúgubres y comentó al respecto: Mi celda tiene la forma de ataúd de gran tamaño, con las bóvedas recubiertas de polvo y una ventana pequeña.

EL RECUERDO DE CHOPIN

Sin lugar a dudas, el personaje que más vinculado ha permanecido a la historia de Valldemosa ha sido el músico Federico Chopin y eso teniendo en cuenta que en la Cartuja apenas si llegó a residir por espacio de un invierno (1838/39).

Federico, joven de salud muy precaria, aferrado a sus firmes creencias religiosas y con una timidez que le era proverbial, tenía un carácter completamente opuesto al de George Sand, en cuyos brazos cayó tras quedar roto su noviazgo anterior.

Por su parte, la escritora francesa, doce años mayor que Federico, mujer dominante y altiva a la que con frecuencia se recuerda por fumar con descaro e ir vestida con ropa masculina, había vivido infinidad de escandalosas aventuras amorosas con hombres de alto rango, gustaba de llamar la atención en público y para ello no reparaba en ir contra todo tipo de conducta social de la época. Nada pues unía a aquella singular pareja, sin embargo, ellos vivieron una corta pero intensa historia de amor, que en parte tuvo como escenario la Cartuja de Valldemosa.

Después de comprobar que el clima más húmedo de Palma no le convenía a la frágil salud de Chopin, George Sand optó por viajar hacia el interior en busca de unas más agradables temperaturas. Tal y como narró en su libro Invierno en Mallorca, al principio el entorno se le antojó paradisíaco y extraordinario, no obstante, su fuerte carácter bien pronto chocó con las costumbres de las sencillas gentes del lugar escandalizadas por su forma de vivir, siendo entonces cuando empezaron a surgir los descaros, sus críticas constantes y el deseo de abandonar la isla.

George Sand profesaba un extraño amor hacia el músico que más bien parecía inclinación maternal, vivió con él una relación atormentada, pero éste, sintiéndose amparado como nunca lo había estado, dió rienda suelta a su inspiración y asi durante su estancia en la isla, fascinado y a la vez como inmerso en un fantástico sueño, creó brillantes composiciones y lasonata Opus 35 en la que se incluye se celebérrima Marcha Fúnebre. Un brillante trabajo que luego quedaría como el más bello legado para la historia de la música.

Después de la visita al Palacio del Rey Sancho y la Cartuja de Valldemosa, nada más recomendable para el viajero que un tranquilo paseo a través de sus calles, saboreando a cada paso una quietud que es muy propia de este bello lugar en el que el tiempo parece haberse detenido hace siglos. Asimismo, puede completarse la visita aprovechando para comprar artesanía balear de rica tradición: bordados a mano, tallas de madera de olivo, hierros forjados, vidrios artísticos, primorosas creaciones de bisutería, etc... que, sin duda alguna, representan toda una tentación.

Una excursión hasta Valldemosa puede significar también la posibilidad de asomarse a la costa para contemplar La Foradada, a sólo unos kilómetros, o bien llegar hasta el puerto de Sóller, entre naranjos, o incluso acercarse a Deiá, pintoresco pueblo rodeado de montañas, regresando a Palma por la carretera del litoral y asi ver la zona occidental de la isla con abruptos acantilados y recónditas playas de finísima arena.

Valldemosa es un encantador rincón mallorquín agraciado por la naturaleza, favorecido a lo largo de la historia y con el perenne recuerdo del genial compositor Federico Chopin.


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