Al igual que la música, la existencia
de la danza en la India
se remonta a los albores de la historia de su cultura y lo hace vinculada
estrechamente a la religión, dado que formaba parte de los rituales de
adoración a las distintas divinidades por parte de las llamadas devadasi, bailarinas de los templos,
merced a las cuales se han conservado los bailes más clásicos hasta nuestros
días. En la mitología hindú, el origen de los mismos se atribuye al dios Shiva,
que bajo la forma de -señor de la danza- recibe el nombre de Nataraja.
Habiendo recibido de Brahma infinidad
de valiosos reconocimientos sobre las artes, el sabio Bharata los recopiló en
una extensa obra, el denominado Natya Shastra, el tratado sobre la danza y el
drama más antiguo que existe, el cual data, según parece, de los inicios de la
era cristiana.
En el Natya Shastra se hallan definidos
la técnica, interpretación, presentación y otros fundamentales aspectos del
baile clásico indio, sirviendo este meticuloso trabajo de guía e inspiración
para los diferentes estilos de danzas, así como los manuales especializados que
surgieron con posterioridad.
ORÍGENES
MILENARIOS
Al hablar de orígenes siempre hay que
remontarse unos cinco mil años atrás, o lo que es igual, tres mil años a.C. y
citar como referencia las ruinas de Mohenjo-Daro, pertenecientes a la
civilización del valle del Indo, lugar donde fueron encontrados interesantes
vestigios y entre ellos, muy curiosamente, una estatuilla de metal
representando a una bailarina en pose de danza.
Los Vedas también citan el arte de la
danza en algunos pasajes de gran belleza y lo mismo sucede con los poemas
épicos del Mahabharata y el Ramayana.
En el estado de Orissa, en las cuevas
de Udayagiri y Khandagiri, existen figuras talladas en la roca y representan
escenas de baile. En realidad, son muchos y muy variados los referentes que
pueden citarse en torno a los inicios de la danza en la India.
Al tener unos principios sólidamente
establecidos, la unión resulta casi perfecta en lo que se refiere a sus valores
espirituales, tradiciones, cultura y cualidades comunes como un profundo
sentimiento religioso, la hospitalidad, la familia, el respeto a los mayores y
el amor a las artes.
La diversidad de la India como pueblo es tan
grande, mejor sería decir tan inmensa, que puede dar cabida en el interior del
mismo país a las montañas más elevadas del mundo, selvas de lujuriosa
vegetación y áridos desiertos, valles surcados por caudalosos ríos y playas
excepcionales, tanto al este como al oeste, a orillas del mar de Bengala o el
de Arabia, y climas tan extremos como el calor tropical o las nieves perpetuas.
Lógicamente, con unos contrastes tan
evidentes, en sus abigarradas ciudades y pequeñas aldeas, los habitantes de
esta tierra han manifestado desde épocas remotas un gran sentido artístico y,
mientras en lo más profundo de su interior trataban de hallar respuestas a los
misterios que se planteaban sobre su existencia, a su vez expresaban sus
sentimientos devocionales y estéticos con canciones de una gran belleza, pero
lo hacían con matices, con unas características diferentes y formas bien
definidas, dependiendo de su lugar de origen.
El hecho de que se desarrollaran
diversos estilos clásicos de baile se debió principalmente a que cada región, a
la vez que adoptó los elementos básicos y las reglas fundamentales que rigen
este arte, aportó al mismo influencias locales como las tradiciones, música,
gustos artísticos, indumentaria, etc… además de la personalidad propia de los
artistas que participaron en su evolución.
Así, por ejemplo, el Bharata Natyam,
Odissi, Kathakali, Kuchipudi, Khatak o Manipuri, son estilos de baile clásico
que corresponden a los estados de Tamil Nadu, Orissa, Kerala, Andhra Pradesh y
algunas regiones concretas de Uttar Pradesh y Manipur respectivamente. Cada
tipo de danza clásica tiene sus particularidades y todas conllevan un
vocabulario preciso de emociones, ya sean amor, tristeza, anhelo, etc. Y bajo
el común denominador de ser una forma de culto religioso, se expresan mediante
gestos y actitudes del cuerpo, brazos, manos, pies, dedos, rostro y ojos, lo
que supone que cada movimiento realizado por un bailarín tenga un significado
específico.
Además, con el transcurso del tiempo,
la danza clásica se enriqueció con las costumbres populares existentes en las
diferentes regiones, surgiendo otro tipo de baile tradicional muy arraigado
entre las gentes.
A través de las danzas tradicionales
puede accederse al conocimiento del alma de los pueblos, porque las mismas son
como un espejo en el cual se reflejan sus más profundos sentimientos o ideales.
Por eso es muy natural que en un país como la India, donde la espiritualidad es algo tan
inherente, lleguen a formar parte incluso de la propia vida y, el arte en
general y la danza muy en particular, expresen sutiles experiencias internas a
la vez que las manifiestan exteriormente de la forma más bella y armoniosa.
Resulta innegable que la música y la
danza clásica hindustani siempre resultan apasionantes.
La danza, al igual que todas las artes,
exige a quienes se dedican a ella una disciplina muy especial y, sobre todo, un
alto poder de concentración.
Interpretar una danza clásica requiere
un perfecto dominio de la mente y el cuerpo, logrado a través de una intensa y
continua práctica. Unido todo ello al gozo que experimenta la bailarina al
ejecutar su propio arte y a la sensación de belleza plástica, le confiere, sin
duda, una muy particular sensibilidad que aproxima al sentimiento espiritual.
El simbolismo religioso siempre ha
influido en todas las artes y en la
India se percibe en sus diversas manifestaciones.
A pesar de que, en la mayoría de los
casos, las coreografías están claramente establecidas por una serie de reglas
que las rigen, existe una cierta libertad de acción para la intérprete,
pudiendo improvisar en determinados momentos, aunque ello depende mucho de la
experiencia y profesionalidad de la bailarina.
Resulta verdaderamente curioso observar
durante la ejecución de una danza los gestos de las manos, de las piernas, las
posturas que adoptan los pies, el cuello, los ojos muy primordialmente, la boca
y los párpados de la intérprete.
Todo tiene un significado y del
conjunto de las emociones expresadas surge el placer estético.
EL
CULTO A LAS DEIDADES
Al igual que sucede en todas las
religiones, las ceremonias de adoración a las divinidades ocupan una parte
importante de los ritos a llevar a cabo, creando siempre una atmósfera propicia
que ayuda a la mente a concentrarse en pensamientos espirituales.
Desde hace miles de años, los templos
erigidos a los dioses han tenido una gran influencia en la sociedad hindú y, al
margen de cumplir su función como centro de culto y prácticas espirituales,
disponían de estancias y dependencias anexas en las cuales se reunían con
frecuencia los filósofos y grandes sacerdotes para comentar las sagradas
escrituras, siendo también lugar de cita para los contadores de relatos y
cuentos, especialmente poemas épicos como el Mahabharata o los Puranas.
De alguna forma, los templos eran
también importantes centros de cultura.
En estos templos, junto con los upacharas u ofrendas a una deidad, ya
fuesen frutas, flores o perfumes, surgieron como algo propicio la música y la
danza. Con el transcurso de los tiempos, la danza como forma simbólica de culto
acabó por convertirse en un fenómeno de tipo social, de ahí que se encontraran
bailarines en cualquier tipo de acontecimiento y no sólo por lo que de
espectáculo tiene la danza, sino porque los bailarines, al igual que todos los
brahmanes, están considerados como portadores de energía positiva dado que
siempre atraen las bendiciones de los dioses y los mejores augurios.
Las devadasi
o servidoras de Dios eran jóvenes que se consagraban a la deidad de un
templo y su principal función consistía en cantar y bailar en su honor, para
lograr su protección. Por lo general, también actuaban en determinadas
festividades, al realizar ceremonias especiales o bien cuando la deidad era
llevada en procesión por las calles.
Las devadasi,
como se las conoce en el sur de la
India, dado que en otras regiones tienen nombres distintos,
solían dividirse en diferentes categorías y de acuerdo con los motivos por los
cuales entraban al servicio de un templo. Existían aquellas que, sin recibir
ningún tipo de retribución, se ofrecían por voluntad propia y las que se
vendían o eran vendidas de por vida como servidoras del santuario. También
había devadasi que se ofrecían para
cumplir una penitencia, para lograr de los dioses un deseo muy determinado,
prosperidad para su familia o bien como gratitud por haberles sido concedido
una gracia especial. Los motivos podían ser muchos y muy diversos.
Había mujeres que dedicaban su vida al
templo por simple devoción, niñas huérfanas que eran recogidas por los
sacerdotes y otras que lo heredaban de sus madres, siendo preparadas desde muy
corta edad para concluir prestando sus servicios a cambio de una remuneración.
La princesa Mirabai, esposa del maharana rajput de Chittor, era una gran
poetisa que ofrecía sus cantos y bailes al dios Krishna en el templo de su
ciudad. En cierta ocasión, el gran emperador mogol Akbar, fascinado por todo
cuanto había oído hablar de ella, junto con el maestro de música de su corte
viajó hasta donde vivía la princesa para conocerla. Una vez en el templo y
disfrazados de peregrinos, se mezclaron entre los fieles para de tal forma
poder contemplar a la mística Mirabai. Al finalizar su actuación, Akbar se
aproximó a la bailarina, tocó sus pies en señal respetuosa y luego depositó un
valioso collar como ofrenda a la imagen de Krishna. A causa de la proverbial
enemistad entre mogoles y rajputs, el
incidente le causó a Mirabai infinidad de problemas en su corte.
Se conoce por relatos históricos que,
mujeres pertenecientes a nobles familias, incluso reinas y algunas de ellas
casadas, por circunstancias bastante especiales llegaron a ser devadasi. Estos casos infrecuentes se
dieron en Mysore, Puri y Kanchipuram.
Las adolescentes, casi niñas, que eran
aceptadas para ser devadasi en un
templo, después de superar una serie de trámites y cuando los astrólogos
determinaban la fecha propicia, eran recibidas en la que iba a ser su morada a
partir de entonces, siendo conducidas en procesión a lomos de un caballo
ricamente engalanado. Una vez la comitiva llegaba al templo y a manera de
ofrenda, se procedía a depositar a los pies de la deidad una bandeja de metal
con los elementos necesarios para el ritual, especialmente un collar con un
pendiente de oro, símbolo del enlace matrimonial hindú. Sentadas frente al
altar, recibían el collar de manos del sacerdote oficiante con lo cual quedaban
convertidas en esposas del dios venerado en aquel lugar, pasando entonces a
recibir su primera lección de danza.
Las devadasi
recibían una enseñanza muy superior a la que ofrecía cualquier escuela, siendo
con el tiempo unas mujeres privilegiadas por los amplios conocimientos
adquiridos, los cuales las diferenciaban ostensiblemente del resto de mujeres.
Cuando se completaba su instrucción,
las jóvenes pasaban a pertenecer al templo y el día que realizaban su primera danza
era una ocasión de vital importancia en su vida, dándose el caso de que al
celebrarse esta ceremonia acudían a la misma otros artistas, eruditos y gentes
de la nobleza.
A lo largo de la historia se dieron
muchos casos de devadasi que alcanzaron honores y prestigio, siendo
muy respetadas y admiradas.
Con el paso del tiempo, muchas
tradiciones se fueron perdiendo, se adulteraron las costumbres y debitaron las
reglas de conducta que regían para las devadasi,
prevaleciendo la tentación de recibir remuneraciones en dinero a cambio de
actuar en las residencias de los personajes nobles y determinados festivales
públicos.
Las bailarinas dejaron de pertenecer
exclusivamente a un templo determinado y en algunas ocasiones, en torno a ellas
crecieron habladurías que en nada las beneficiaban. Llegó a decirse que
mantenían relaciones amorosas con los sacerdotes y los brahmanes de los
templos, y también que eran las favoritas de algunos reyes que terminaron
casándose con ellas. Incluso existen escritos en los cuales se cita que,
especialmente durante la época colonial británica, se transformaron en esclavas
para el entretenimiento y sus actuaciones eran una forma encubierta de
prostitución.
Muy
a pesar de los rumores negativos que crecieron a su alrededor, aún hoy, las devadasi están consideradas como
personas de buen augurio y de ahí que sigan estando presentes en muchas
manifestaciones de tipo religioso y social.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)