EL LEGADO DE ROMA
A orillas del azul Mediterráneo, de ese mar por el que
durante siglos, primero los griegos y después los romanos, pasearon sus naves
esparciendo a los cuatro vientos la cultura clásica, Tarraco nació de Roma y
con ella protagonizó una de las etapas más gloriosas de su historia.
En la actualidad convertida en una urbe
moderna y cosmopolita, a lo largo y ancho de su geografía conserva infinidad de
valiosos e interesantes restos de su pasado, vestigios que constituyen el
maravilloso legado del imperio romano.
HIJA
DEL MARE NOSTRUM
Su fundación en el año 218 a.C. se
atribuye a Publio Cornelio Escipión, después de desembarcar en Ampúrias, en el
transcurso de la Segunda Guerra Púnica.
Si bien los enigmas existentes en torno
a los constructores de la muralla ciclópea parecen estar resueltos, queda en
pie el origen de su nombre: Tarraco en la forma latina y Tarrakon en la griega.
Posiblemente en algún lugar de la colina tarraconense llegó a existir un
poblado pre-romano de este nombre, pero los filólogos aún no se han puesto de
acuerdo en determinar si el topónimo debe atribuirse a un antiguo estrato de
población, o bien a los inmigrantes europeos entroncados con los celtas que,
entre los siglos IX y VI a.C., llegaron a estas tierras e introdujeron la
técnica del hierro.
Los romanos se establecieron
básicamente en Tarraco porque necesitaban un puerto y un lugar de fácil
protección que les sirviera de cabeza de playa en la empresa de dominar la
cuenca media del Ebro. Además, la posición escogida señoreaba sobre una vasta
llanura con grandes posibilidades de explotación agrícola. Para precaverse del
peligro cartaginés, fortificaron la base teniendo más en cuenta la topografía
del terreno que los cánones preestablecidos en la fundación de nuevas ciudades.
Así nació la ciudad que, un par de
siglos más tarde llegaría a ser capital de una provincia tan extensa como más
de la mitad de la península ibérica. Después de la guerra civil contra Pompeyo, Julio César le otorgó el título de colonia y posteriormente Octavio Augusto, en ordenación administrativa del imperio, designó a Tarraco como capital de la Hispania Citerior.
No obstante, su mayor esplendor correspondió
a los reinados de Adriano y Trajano, etapa a la que pertenecen los monumentos
más representativos de la dominación romana. Más tarde llegarían épocas de
decadencia y las múltiples vicisitudes del Imperio acarrearon su destrucción
por el rey visigodo Eurico.
La huella de Roma no sólo aparece en las murallas, en las
formidables bóvedas del graderío del circo, en los restos del foro y el
anfiteatro, en el Pretorio o en la necrópolis de San Fructuoso. Está en todas
partes: en los mármoles usados en la obra de la catedral, en la rica colección
de inscripciones lapidarias adosadas en los muros de las casas, en la misma
topografía urbana, en las hiladas de grandes sillares que sirven de cimientos a
edificios medievales o modernos, en los capiteles y aun en columnas enteras
aprovechadas para sostén de alguna que otra edificación. Y no solamente en el
perímetro de la ciudad, sino también en sus alrededores, aparecen notables
vestigios romanos pertenecientes a diferentes monumentos, villas de recreo o
fincas de explotación agrícola.
En los siglos áureos del Imperio,
Tarraco fue una ciudad que albergaba alrededor de 30.000 habitantes y el hecho
de ser capital de la mayor de las provincias hispánicas le otorgó una jerarquía
predominante entre otros enclaves de la península.
La colonia fue un elemento importante
para la romanización de las tierras del Norte español. Por ella penetraron,
además de ejércitos y mercancías, la lengua, el arte, las costumbres y religión
de los conquistadores. Incluso el nombre de varios emperadores ha quedado
vinculado a la colonia tarraconense. Tal es el caso de Augusto, el cual
permaneció en ella los años 27 al 25 a.C. cuando vino a España a combatir a los
cántabros y astures, o bien el Pretor Galba, proclamado emperador de Clunia,
Adriano, el llamado emperador viajero, quien pasó un largo invierno en sus
costas, e incluso Séptimo Severo, el cual gobernó la provincia y durante su
mandato hizo restaurar el templo de Augusto.
Muchas de las actuales calles y plazas
fueron en la antigüedad vías romanas.
La primitiva longitud de las murallas,
buena parte del cinturón fortificado que protegía a la acrópolis, era de unos
cuatro kilómetros de los cuales se conserva una cuarta parte, quedando en la
actualidad encerradas entre modernas edificaciones, algunas del siglo XVIII.
Entre éstas y la muralla antigua queda un ancho pasadizo, el actual paseo
arqueológico.
El recinto amurallado, uno de los mejor
conservados en el mundo romano, forma un conjunto de baluartes, fortificaciones
y murallas propiamente dichas, en el cual una perfecta simbiosis ha permitido
aunar la obra de los Escipiones con los fortines erigidos durante la Guerra de
Sucesión (1714).
En la plaza del Rey y junto al museo
Arqueológico, se ubican los restos del Pretorio-Palacio de Augusto, un edificio
de planta casi cuadrada, construcción directamente relacionada con su
dedicación militar junto a la muralla y que durante siglos sufrió múltiples
modificaciones.
En la época medieval, los monarcas
catalano-aragoneses lo remozaron, habilitándolo para palacio real y residencia
de su representante en la ciudad. De los elementos arquitectónicos romanos sólo
quedan en pie los muros de grandes sillares almohadillados, dos puertas muy
espectaculares y dos bóvedas superpuestas, la inferior subterránea y la
superior con una fachada en la que destacan sendos adornos dóricos que parecen
estar relacionados con el teatro Marcelo de Roma.
En los sótanos de este Palacio fue
martirizado San Hermenegildo, hijo del Rey Leovigildo en el año 585. Próximo a la conocida como Playa del Milagro se levantan las fantásticas ruinas del anfiteatro (siglo I). Los trabajo de excavación realizados en 1953, permitieron descubrir la totalidad de su trazado, con loque antaño eran los graderíos y la arena, al igual que los fosos, encima de los cuales se levantó un templo de planta basilical (siglo V). En este anfiteatro fueron incinerados San Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio en el año 259 d. C. EN la parte alta de la ciudad, detrás de la catedral, se conservan los restos del primitivo Foro, una gran bóveda, la puerta y el muro. Este era un lugar privilegiado en el que se discutían temas comerciales y filosóficos. Está ocupado actualmente por uno de los muchos museos existentes en la ciudad, en los que puede el visitante percatarse del desarrollo histórico tarraconense.
El conjunto arqueológico que forman las ruinas romanas de Tarraco fué declarado Patriminio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000, con catorce lugares distintos.
UN INTERESANTE PATRIMONIO ARQUITECTONICO
No puede cerrarse un recorrido a través de Tarragona sin antes destacar la majestuosidad de su iglesia-catdral de Santa María, el templo más representativo de la época medieval, dado que fue sede metropolitana de la Corona de Aragón hasta el reinado de Jaime II.
Construida, al parecer entre 1174 y 1350, las primitivas concepciones románicas fueron suplantadas por estilos más próximos al gótico, resintiéndose de estos cambios la estructura del templo que no responde a un estilo uniforme, sino a la superposición y mezcla de diferentes elementos arquitectónicos. Las puertas de acceso románicas a ambos lados y la gran ojiva en el centro sobre la que hay un gran rosetón, tienen una singular belleza.
Forman un gran conjunto las escenas del Juicio Final en el tímpano de la puerta central, las estatuas de los apóstoles a ambos lados y una bella imagen de la Virgen con Jesús en brazos. Sobre la puerta románica de la derecha hay empotrado un sarcófago cristiano del siglo IV, ademñas de unos interesantes relieves.
Las capillas de Santo Tomás, de la Virgen de Montserrat y San Miguel guardan diferentes retablos góticos; la de la Inmaculada Concepción, de estructura barroca, contiene varias pinturas al óleo, al temple y al fresco. La capilla Santa Tecla es de estilo neoclásico y la del Baptisterio (XV) de estilo gótico-flamígero con bóveda estrellada. El claustro (siglos XII y XIII) es de
estilo transición románico-gótico, rematado con artísticos capiteles en su
mayoría decorados e historiados con diversos temas. La puerta de entrada a este
claustro procediendo del templo es románica. En la Sala capitular antigua
(siglo XIII) se guarda una colección de pinturas góticas del Museo Diocesano, y
en la más moderna pueden observar diferentes tapices.
Deambulando por la ciudad otros puntos
de interés son: El portal de San Antonio, puerta de la muralla ornamentada a
modo de Arco de Triunfo que data de 1737 y es de estilo barroco. El barrio del Serrallo es un barrio de
pescadores que fue erigido en 1854 al ser demolidas las casas y almacenes de
los pescadores para construir la estación del ferrocarril. Conserva un cierto
sabor tradicional y destaca por sus numerosos restaurantes especializados en
pescado.
El Mercado central es un edificio modernista
del año 1915 y fue diseñado por el arquitecto Josep María Pujol i de Barberá.
Considerado
como el corazón de la ciudad es el majestuoso paseo de la Rambla Nova. Destaca
por sus terrazas, restaurantes, tiendas elegantes y se distintas instituciones
tanto públicas como privadas. Alinea interesantes edificios representativos de la
arquitectura de los siglos XIX y XX. Fue diseñada en 1854 tras la demolición de
la vieja muralla de San Juan, levantada en el siglo XVI y que se había
convertido en una barrera entre la Parte Alta tradicional y el floreciente y
expansivo barrio de la Marina. Acoge los monumentos a Roger de Lauria erigido
en 1883 y el dedicado a los “Héroes de 1811”. En su extensión moderna, se
levanta el popular monumento dedicado a los Castellers.
Otro
de los lugares imprescindibles en una visita a Tarragona es el Balcón del
Mediterráneo. Denominado así por Emilio Castelar, es un mirador situado sobre
un acantilado al borde del mar, al final de la Rambla Nova. Desde este punto se
puede contemplar una majestuosa panorámica del mar, todo el puerto, la estación
del ferrocarril, el anfiteatro romano, la playa y La Punta del Milagro.
VESTIGIOS
ROMANOS EN EL CAMPO DE TARRAGONA
Donde posiblemente mejor queda
reflejada la grandeza de esta Imperial Tarraco es en el acueducto, también
llamado Puente del Diablo, el cual ha
resistido incólume el paso de los siglos. Situado a escasos kilómetros de la
ciudad, es una muestra de cómo los romanos sabían armonizar la sencillez y el
utilitarismo de una obra de ingeniería, con la proporción y la belleza de
líneas. Está formado por una doble hilada de arcadas que alcanza 25 metros de
altura y los 217 de longitud. Corresponde a la época de Trajano.
Otro de los monumentos más admirados es
la Torre de los Escipiones. Se trata de un sepulcro del siglo I ubicado junto a
la carretera de Barcelona, a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la antigua Vía
Aurelia que seguía la franja del litoral.
La construcción en 1923 de la fábrica
de tabacos, en la orilla izquierda del río Francolí, junto a la carretera de
Valencia, dio como resultado el descubrimiento de una necrópolis
romano-cristiana de unos 200 metros cuadrados, sepultada a unos dos metros bajo
el nivel del suelo. La importancia de las materiales hallados fue tal que la
necrópolis es con mucho la más importante de su estilo de cuantas se conocen en
España y quizá en el Occidente europeo.
En el mismo lugar del hallazgo se
levantó un museo para guardar todo el material recuperado en las excavaciones.
Este cementerio corresponde a los
siglos III al VI y en él se encontraron más de dos mil sepulcros de todas
clases. En su interior aparecieron diversidad de enseres domésticos, incluso
una muñeca articulada de marfil del siglo IV. Dignos de mención son los
mosaicos, los cuales pueden parangonarse con los más bellos ejemplares
sepulcrales de la costa mediterránea, comparables a los de Túnez.
Importante fue también el hallazgo de
la planta de una basílica del siglo IV, construida sobre los sepulcros
identificados como de los santos mártires Fructuoso, Augurio y Elogio. Denota
influencias orientales que confirman la existencia de unas relaciones activas
entre Tarraco y el Oriente mediterráneo a través del África del Norte. Entre el material de construcción usado en la necrópolis, figuran gran cantidad de elementos que provienen de edificios en ruinas. Testimonios de las devastaciones causadas por los invasiones germánicos.
Otro de los monumentos más emblemáticos de cuantos existen en los alrededores de Tarragona es el Arco de Bará, una de las obras romanas más características. Es un bello y espectacular arco triunfal levantado por Lucio Licinio Sura, General Trajano (siglo II) A unos nueve kilómetros de la ciudad se halla la cantera del Médol. De ella se extrajo toda la piedra que permitió la construcción de la Tarraco romana. Rodeado de vegetación se alza un monolito de 20 metros de altura, como testimonio de los bloques arrancados en el transcurso de varios siglos.
El paisaje del Campo de Tarragona tiene una personalidad muy bien definida y se la imprimen sus amplias llanuras de color rojizo o violácea en las que en un terreno básicamente ondulado se suceden tierras bien cultivadas con vastos campos de almendros y avellanos, amén de otras zonas de viñedos por lo general mezclados con viejos olivos o austeros algarrobos. De vez en cuando pequeños bosques de pinos sustitutuyen a los cultivos, especialmente en los frentes de suaves colinas que se alzan en una gran parte de la franja litoral.
UNA RICA GASTRONOMÍA
Dada la condición marítima de la
comarca del Tarragonés, su gastronomía gira en torno al pescado.
Sin lugar a ningún género de dudas, la
salsa romesco es la más
representativa de las especialidades gastronómicas. Los buenos aceites, los
pimientos y los secretos culinarios que los pescadores han transmitido de
generación en generación son los ingredientes de esta salsa. El romesco tiene un área de influencia que
se extiende por todo el campo de Tarragona, las montañas de Prades y las
tierras leridanas de Les Garrigues. También puede saborearse la exquisita sopa
de pescado y los típicos rossejat i
la musola.
El privilegiado papel que juega la
gastronomía en esta zona viene complementado con sus vinos, suaves y
excelentes, no en balde todas las comarcas de la provincia son buenas
productoras, Priorato, Tierra Alta, Bajo Penedés, Conca de Barberá, Ribera del
Ebro, etc.
La legendaria Calípolis, según los
griegos, Imperial Tarraco para los romanos, siempre permanecerá vinculada a su
denso pasado histórico. Su tranquilidad y belleza, la suavidad del clima y sus
múltiples atractivos turísticos le daban hasta hace bien poco una visión de
ciudad en calma, melancólica y casi provinciana. Sin embargo, se trata de una
urbe moderna, igualmente bella y señorial, en constante desarrollo comercial e
industrial pero que no por ello ha perdido sus encantos. Como si se tratara de
un sueño, descubrirla nos lleva a evocar toda su grandiosidad. Tarragona se ha
convertido en las últimas décadas en un centro de atracción turística de primer
orden.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)