BERLANGA DE DUERO



A TRAVÉS DE LA ESPAÑA MEDIEVAL



Coronada por el magnífico castillo y sus murallas, una visita a este rincón soriano supone una incursión por la sobria belleza medieval.
Importante enclave en su época, Berlanga sufrió los avatares de moros y cristianos que batallaron por estas tierras, pasando el poder de unos a otros durante los siglos X y XI hasta ser reconquistada y nombrar como primer alcalde a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Esta localidad, que rezuma historia por calles, plazas y edificios, fue la primera de la provincia en merecer el título de Conjunto Histórico-Artístico.

UNA FORTALEZA CUAJADA DE HISTORIA
Sus orígenes no son claros a día de hoy. La población de Berlanga es muy antigua, se asegura que procede del asentamiento romano llamado Augusta Valeriánica, en honor al emperador Valeriano, sin embargo, diversos restos esparcidos por todo el término parecen atestiguar que, con anterioridad, ya existió un poblado celtíbero.
Ya en época medieval, a lo largo del siglo X cobró una enorme importancia por su situación estratégica en la frontera del río Duero, cuando el califato de Toledo se trasladó a Medinaceli y se prodigaron las escaramuzas bélicas contra los musulmanes, dada su proximidad a Gormaz, bastión árabe por excelencia. Cabe considerar que por aquel entonces ya estuvo fortificada, disputándose su posesión tanto por parte cristiana como musulmana.
Sabido es que, a finales del siglo X, el caudillo Almanzor destruyó la fortaleza que estaba en manos cristianas, y en el año 1060 fue tomada a los musulmanes por Fernando I, futuro primer rey de Castilla y León.
Cuando se conquistó Toledo en 1085 por Alfonso VI, retrasándose la frontera musulmana hacia el sur del río Tajo, Berlanga cayó, pero no así Medinaceli, por lo que su situación siguió siendo de castillo frontera. La tradición atribuye la concesión de Berlanga al Cid, a su regreso del destierro, por parte del rey castellano reconciliado con él. Según la Crónica General de 1344, el Cid fue alcalde de Berlanga de Duero. Este señorío le habría sido concedido en 1089 por Alfonso VI. De acuerdo con el Cantar, la villa de Berlanga sirvió de posada a las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar a su regreso de Valencia.
A la muerte del monarca, su yerno Alfonso el Batallador de Aragón ocupó y repobló estas tierras.
La villa y el castillo fueron cobrando una gran importancia y siempre resultó una plaza muy disputada, ya no contra el árabe invasor, sino entre reinos y señores cristianos rivales, de manera que hasta finales del siglo XIV no estuvo vinculada a un señorío permanente. Éste llegó por medio de la poderosa familia Tovar, quienes a principios del siglo XVI entroncaron con los Velasco, Condestables de Castilla, Condes de Haro y luego Duques de Frías. A un heredero de esta dinastía le fue otorgado en 1529 por parte del emperador Carlos I el marquesado de Berlanga.
Durante los dos siglos siguientes el castillo cumplió múltiples funciones, desde arsenal de armas o calabozo para prisioneros hasta custodio del archivo de los Duques de Frías y Marqueses de Berlanga, sin descuidar nunca su función militar, dotado de cañones, pedreros y morteros en sus muros. En este sentido cabe destacar el incendio que se produjo en la fortaleza con motivo de la visita de Felipe IV en 1660.
También tuvo su protagonismo durante la Guerra de la Independencia, ya que el general Durán estableció en Berlanga su cuartel general, desde septiembre de 1810 hasta enero de 1811, cuando se retiró a Molina de Aragón ante la inminente llegada de las tropas francesas.
La impresionante fortaleza es una mezcla de castillo medieval del siglo XV, levantado por la familia Tovar (la misma que fundó la soberbia iglesia-colegiata del pueblo) que se alza sobre la cumbre de un risco dominando el pueblo y el río Bordecorex. Con escudos de armas de sus familias sobre la torre del homenaje y rodeada de otra construcción propia del siglo XVI, de modalidad artillera, levantada por el ingeniero militar italiano Benedetto di Ravenna, que trabajó en España para Carlos I y que edificó también el bastión de Villalpando, de características muy similares al de Berlanga, aunque desgraciadamente ya desapareció.
A los pies de esta fortaleza se alzaba un suntuoso palacio y jardines renacentistas, perdidos a partir de la invasión napoleónica, y de los que se conservan restos de la fachada con el escudo de armas de la casa ducal.
Buena parte de las murallas fueron destruidas por los musulmanes al abandonar el castillo. Las que existen en la actualidad están reconstruidas en mampostería. Inicialmente el muro era más bajo y contaba con un remate almenado y era de un grosor aproximado a la mitad del muro actual. Posteriormente fue recrecido en altura, aumentado su grosor, dotado de nuevas almenas y reforzado con cubos de flanqueo que, a nivel arquitectónico, hicieron la función de contrafuertes.
Los restos del tramo que discurren por los acantilados son de la obra inicial. Esta parte no se reforzó pues sus cualidades defensivas naturales hicieron que la antigua muralla fuese considerada como suficiente protección.
Tanto la fortaleza como las murallas tienen un aspecto impresionante. Durante la época medieval resultó un bastión inexpugnable y en la actualidad se han convertido en el símbolo de esta sobria villa soriana con un excepcional pasado histórico.

LA MONUMENTAL COLEGIATA
Este bello edificio construido en 1526-1530 por el arquitecto Juan de Rasines es de planta del tipo llamado de lonja, con tres naves centrales muy elevadas y crucero, fuertes columnas cilíndricas que sostienen las bóvedas y de rica tracería. Se trata de una iglesia monumental rica en tallas, sepulcros y retablos.
El retablo mayor de la colegiata de Santa María del Mercado es barroco, de estilo churrigueresco, con cuatro enormes columnas salomónicas, cada una de ellas, labrada en un solo tronco. Impresiona por sus grandes dimensiones y tiene la particularidad de mostrar la madera desnuda, sin dorar ni policromar. Está presidido por un baldaquino barroco dorado que aloja la imagen de Nuestra Señora del Mercado, patrona de Berlanga de Duero, con El Niño en brazos.
La Capilla absidal, también llamada de los Obispos o de Coria, está situada en el lado del Evangelio y es una de las que flanquean la Capilla Mayor. Contiene el sepulcro del obispo de Coria.
A destacar también la capilla dedicada a Santa Ana. Está situada en el ángulo que forman la nave y el brazo izquierdo del crucero, tiene reja y entrada por la nave. Esta capilla contiene un retablo gótico de gran valor, pintado sobre tabla. En ella se encuentran los sepulcros de los González de Aguilera.
El coro de la colegiata se abre al crucero, y ocupa una posición central con respecto a la planta de la iglesia. Su gran sencillez decorativa encaja de forma perfecta en la sobriedad monumental de la iglesia, no recargada de ornamentación.
Antes de abandonar la Colegiata resulta curioso e ineludible contemplar el caimán expuesto en una pared, el cual fue traído de Panamá, según se cree,   por Fray Tomás de Berlanga a mediados del siglo XVI.

OTROS PUNTOS DE INTERÉS
La picota o “rollo” de Berlanga se encuentra situada a las afueras de la villa y es uno de los ejemplares más interesantes y mejor conservados de la provincia. Se trata de un pilar de piedra caliza, de buena labor, de sección cuadrangular y clara contextura gótica. La airosa silueta de este signo de jurisdicción se alza sobre cinco gradas circulares. Hacia su mitad, sobresalen, a manera de gárgolas, cuatro cabezas de leones ya muy deterioradas por el paso del tiempo. Sobre ellas, se encarama un pequeño y sencillo templete de sección piramidal, a modo de pináculo, tal como suele ser usual en las construcciones góticas religiosas de finales del siglo XV y comienzos del XVI. Rematando la picota figura un oso tenante.
Nuestra Señora de la Soledad es una ermita situada también a la salida de la población, cerca de la picota. De acuerdo con su condición de ermita humilladero, es una pequeña pero bien proporcionada dependencia de planta cuadrangular. Posee una bóveda octopartita. Los nervios descansan en ménsulas angulares, ornadas con ovas y gallones. Las costaneras están perforadas por nichos -con proyección hacia el exterior- de sencillos arcos de medio punto, destinados, sin duda, a cobijar imágenes.
La también ermita de la Virgen de las Torres se sitúa frente a la Puerta de Aguilera y era una de las que cerraba la villa. Fue la capilla del hospital de San Antonio, anejo a ella y mandado edificar por los condestables de Castilla, duques de Frías y marqueses de Berlanga, señores que fueron de la villa hasta la abolición de los señoríos. El retablo es barroco y sirve de marco a la imagen policromada, sedente, con Niño en brazos, por la que los berlangueses sienten una gran devoción, celebrándose la fiesta el 24 de septiembre, con procesión, salve cantada en el monasterio de Concepcionistas y subasta de banzos y quitada de manto.

SAN BAUDELIO Y RELLO
A sólo siete kilómetros de Berlanga se encuentra Casillas y, pasado el pueblo, la carretera que lleva hasta la ermita de San Baudelio (siglo XI). Una de las obras mozárabes más importantes y singulares de toda la Península, cuya construcción quedó enmarcada en la época de consolidación de los reinos cristianos en la zona (año 1060), cuando tuvo lugar la toma, por Fernando I, de Gormaz, Vadorrey, Aguilera y Berlanga, poblaciones que se encontraban camino de Medinaceli.
Asentada sobre una roca desnuda, en un paraje agreste y duro, tiene sus orígenes en la existencia de una cueva eremítica. Aunque poco llamativa por la parte exterior, a excepción de su puerta de arco de herradura, realmente sorprende su interior en el que destaca un enorme pilar central del que arrancan ocho nervios, simulando las ramas de una gigantesca palmera. El coro de la ermita se sustenta sobre una columnata de trazas árabes. El hecho de que fuera utilizada como fortín y torre de vigilancia en el siglo XI explica que sólo cuenta con dos pequeñas ventanas abocinadas como huecos que dejan penetrar la luz. Los muros de la ermita estaban decorados con pinturas mozárabes del mismo siglo y románicas del siglo XII, las cuales fueron objeto de un expolio importante y en la actualidad se hallan repartidas en diferentes colecciones y museos.
Aún hoy se sigue conociendo a la ermita de San Baudelio como la “Capilla Sixtina del arte mozárabe”.
Al sur de Berlanga y más allá de San Baudelio y Caltojar, en dirección hacia el este, se encuentra Rello, una villa medieval amurallada, con las ruinas del castillo en uno de sus extremos y todo el caserío encerrado en lo alto de un risco de piedra caliza. En el término se halla también una atalaya califal con inusual forma troncocónica, llamada Torre del Tiñón, a mitad de camino de Bordecorex, en la cual se sitúa la muerte de Almanzor, que se retiraba malherido a Medinaceli. Tras la Reconquista perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga hasta el siglo XV.
Rello fue declarado Bien de Interés Cultural como Conjunto Histórico y Bien Protegido de la Junta de Castilla y León.

FRAY TOMÁS DE BERLANGA (1487-1551)
No puede cerrarse este reportaje sobre Berlanga de Duero, sin hacer mención del que es, muy posiblemente, su hijo más ilustre.
Perteneciente a una familia de agricultores, según se deduce de algunos apuntes de su época, durante sus primeros estudios ya se perfilaba como aplicado y virtuoso. Más tarde pasó a estudiar en el Burgo de Osma, para seguir los pasos de Santo Domingo de Guzmán.
Posteriormente estudió en el convento de San Esteban de Salamanca, y una vez preparado para enfrentarse a las tareas de la Orden Dominica, en 1508 profesó y continuó su preparación humanística, además de instruirse en temas geográficos, náuticos y de ciencias naturales, que le valdrían en el futuro para desarrollar una extraordinaria labor positiva en sus viajes por el Nuevo Mundo.
En 1510 embarcó hacia la isla La Española, formando parte de la segunda expedición dominica, y algún tiempo después fue elegido como prior del convento de Santo Domingo.
Desde 1531 a 1545 se hizo cargo del obispado de Panamá y antes de su nombramiento había sido enviado a México como Viceprovincial de su Orden.
En 1533 fue nombrado consejero de la Corona española, y en 1535, como legado regio, viajó hasta Lima para mediar sobre las disputas que sostenían Diego de Almagro y Francisco Pizarro, sobre los límites de sus respectivas gobernaciones.
En el viaje oficial hasta Lima, las corrientes marinas le apartaron de su ruta, llevándole hasta un archipiélago que Fray Tomás bautizó como “islas Galápagos”, por la gran cantidad de tortugas que habitaban dichas islas. El descubrimiento y descripción de estas islas, le fue comunicado por el propio Fray Tomás al emperador Carlos I desde la ciudad ecuatoriana de Portoviejo, que un año antes había sido fundada por Francisco Pacheco.
La misión mediadora del dominico fracasó, básicamente porque Pizarro obstaculizó su tarea. Viendo que no le era posible cumplir su labor y contrariado por los acontecimientos, se dispuso a volver a Panamá. No obstante, mientras permaneció en Lima pudo adelantar las obras del convento de Santo Domingo, dando a conocer las providencias que traía a favor de los indios, además de fiscalizar la administración de los gravámenes que pertenecían a la Corona.
Aparte de ser activo en su cometido misionero, también se preocupó de fomentar la agricultura en las tierras del Nuevo Mundo. Inducido por sus ideas progresistas y sus conocimientos geográfico-marinos, concibió la idea de comunicar el Atlántico con el Pacífico. Durante los años 1534 a 1536 ya se hicieron los primeros estudios para establecer una comunicación interoceánica, aprovechando las condiciones del istmo de Panamá.
Agobiado, sin duda, por su gran trabajo misionero y las responsabilidades clericales, a los 50 años renunció al obispado de Panamá y regresó a su pueblo natal. Aun así continuó trabajando y en 1543 fundó un convento de su Orden en Medina de Rioseco y celebró la primera misa en aquel sagrado recinto. Además, en Berlanga fundó varias capellanías y señaló rentas para dotar a huérfanas desamparadas.
El ilustre clérigo murió en agosto de 1551 en la misma villa que le vio nacer, siendo enterrado en la capilla mayor de la Colegiata, del lado de la epístola.

Tras visitar sus alrededores y recorrer las calles de la villa de Berlanga, con su perfil castellano en fachadas, soportales y empedrados, y siempre teniendo como mudo testigo de la historia a las murallas que circundan el impresionante castillo, el viajero que abandona estas sobrias tierras que derrochan atractivos y patrimonio, no puede olvidar el auténtico sabor medieval en el que ha vivido inmerso. Todo un alarde en plena geografía soriana.



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