Capital
intelectual y artística, Fez, la más imperial de las ciudades marroquíes, es
una de las joyas del mundo árabe, un lugar donde es posible experimentar las
más increíbles sensaciones.
Reina
entre las urbes del Islam, fue ensalzada por poetas y escritores, conociendo a
lo largo de su dilatada historia el mayor esplendor, aunque también épocas
atormentadas. En ella, nadie es capaz de discernir donde termina el placer del
espíritu y comienza el de los sentidos.
Envuelta
en el refinamiento de sus palacios y la sensualidad de su vida, Fez, ciudad
única, invita al viajero a tratar de descubrir el misterioso encanto de sus
rincones y quedar inmerso en el más fantástico de los sueños.
La
idílica Fez, como Meknes, Rabat o Marrakech, las llamadas “ciudades imperiales”,
encierran incalculables tesoros de arte, así como riquezas intelectuales y
humanas realmente incomparables. Más que una visita, cada una de ellas merece
un peregrinaje.
Ostentaron
la capitalidad marroquí en distintas épocas y presentan un carácter muy
particular y diferente de los restantes enclaves del país. Albergan gran número
de edificaciones relevantes, mezquitas y medersas, así como jardines, zocos y
alcazabas, poniendo ampliamente de manifiesto que sus núcleos políticos y
culturales las han hecho acreedoras de la distinción que les dieron los
soberanos que ostentaron el poder en las diferentes dinastías.
Cada
una de estas bellas capitales posee su carácter, su propia identidad, a imagen
y semejanza de su población, de su situación geográfica y de la naturaleza física
de los alrededores. Así, Fez, tan reservada que parece secreta y misteriosa,
nunca será ni sospechosa ni equívoca. Aún en sus barrios más olvidados y en sus
oscuras y estrechas callejuelas presenta rasgos de una nobleza y distinción que
hablan por sí solo de un pasado lleno de fastuosidad.
Centro
espiritual y cultural del Marruecos tradicional, más allá de la moderna zona
europea (Ville Nouvelle) que surgió tras la Primera Guerra Mundial, donde los
burgueses han hecho construir sus casas y se han edificado hoteles muy
confortables, la ciudad se desdobla en Fez el-Jedid (la nueva) y Fez el-Bali
(la antigua), dos sectores bien diferenciados y con sus peculiares
características.
Fundada
por Idris I, al filo del año 818, varios centenares de familias musulmanas,
unas expulsadas de Andalucía por los ejércitos cristianos y otras procedentes
de las regiones del Atlas, se instalaron en la orilla derecha del Oued Fez,
marginando a la población bereber y
creando lo que hoy se conoce como el barrio andalusí. Por su parte, gentes que
procedían de Kairouán (actual Tunez), entre ellos ricos comerciantes y
artesanos, se establecieron en la otra orilla siete años más tarde.
Los
árabes de Andalucía aportaron el arte y el saber de una civilización que se
encontraba en el apogeo de su gloria. Aún hoy el barrio de los andalusíes sorprende por su esplendor,
la riqueza y lujosa decoración de sus edificios, rivalizando los palacios y
medersas con bellos artesonados, bronces cincelados, excepcionales policromías,
columnas y escayolas esculpidas, etc. a
pesar de hallarse semiocultos en recónditas callejuelas.
La
mezquita de los andalusíes fue
erigida en el siglo IX y llegó incluso a contar para su mantenimiento con el
apoyo de Abderramán III, Califa de Córdoba. Distintos monarcas contribuyeron a
transformarla y embellecerla, y en la actualidad, como sucediera antaño, sigue
invitando a los fieles al recogimiento y la oración.
Por
lo general, todas las medersas (escuelas coránicas) disponen de sendos patios
pavimentados en mármol o en ónice y a través de sus puertas entreabiertas,
rejas y celosías escapan tímidos rayos de luz que iluminan su apacible
interior. Espacios que rezuman sosiego y espiritualidad, sólo truncado
ocasionalmente por las infantiles voces que entonan salmos y suelen vibrar como
cuerdas de un instrumento musical. Son los lazos que unen a un pueblo con su
cultura, a la tierra con el cielo, a la materia con el espíritu.
El
Attarin, la más bella medersa de la ciudad, sin olvidar la de Bou Inania, ambas
edificadas durante la dinastía de los merinidas,
al igual que el palacio de Dar Batha (sede del museo de artes marroquíes) y el
santuario de Moulay Idris, el asilo más sagrado de todo el Imperio, se erigen
en silenciosos y solemnes testimonios del Fes más exquisito y cultivado, no muy
lejos de los típicos barrios de los tintoreros y curtidores, donde el viajero
se siente inmerso en el bullicio artesanal y el alegre dinamismo de los zocos
con marcado carácter medieval. Una experiencia que, sin duda, subyuga hasta
límites insospechados a quien se asoma a observar este heterogéneo y multicolor
mundo anclado en siglos pasados.
LA GRAN MEZQUITA
A
los refugiados kairuaníes se atribuye
la construcción de la imponente mezquita El Qaraouiyn, una de las más grandes
de todo Marruecos, la cual destaca por su brillante y original tejado de color
esmeralda. En su amplio interior llama poderosamente la atención el mihrab que fue realizado en Córdoba, de
singular belleza, amén del gran número de columnas de mármol que traen
inevitablemente el recuerdo de la Alhambra de Granada por su extraordinaria
similitud.
El
Qaraouiyn es uno de los centros de enseñanza más antiguos del mundo occidental,
anterior incluso a Oxford y a la Sorbona, conservando su hegemonía como uno de
los principales focos intelectuales del Magreb. Su riquísima biblioteca
contiene más de 30.000 volúmenes (una tercera parte de los cuales son
manuscritos) y un soberbio Corán del siglo IX. Tras su fundación en el año 857,
fue ampliada y embellecida a lo largo de los siglos por las sucesivas dinastías
marroquíes y continúa siendo un símbolo de inquebrantable fe, un sueño
convertido en piedra demostrativo del auténtico fervor musulmán.
Cuando
los merinidas tomaron el poder en el
siglo XIII, creyeron que Fez el Bali era demasiado pequeña para albergar los
palacios que merecía su magnificencia y de ahí que los construyeran fuera de
sus muros, añadiendo jardines, mezquitas, escuelas coránicas, zocos, etc. Así
nació la nueva Fez o el-Jedid.
La
conocida como calle mayor de los merinidas
y plaza de los alaouitas, constituyen
su centro neurálgico, siendo Dar el-Makhzen, el palacio real de puertas
doradas, punto de referencia inevitable, asomándose a la explanada de la que
sale la calle Bou Khessissat, con sus típicas casas de madera y hierro forjado.
A
sólo unos cientos de metros se halla el cementerio israelita con sus
inmaculadas tumbas. Un reducto silencioso en pleno corazón del mellah, el barrio judío.
El
recorrido alrededor de Fez es un paseo tan encantador que bien vale la pena
hacerlo dos veces: al alba, con la luz que asciende tras las colinas y, al
crepúsculo, cuando el sol baña de ocre y de rojo las cascadas de los tejados y
de las cúpulas. Una visión que quedará grabada en la memoria como una dulce
invitación a volver.
UNA CIUDAD EXCITANTE
Resulta
en verdad difícil evocar en unas pocas líneas los múltiples atractivos de la
denominada “ciudad de Idriss”. Su encanto, exhuberancia, su atmósfera única,
sus aromas, la inmensa variedad de sus colores, etc. la hacen incomparable.
Una
ciudad como ésta no conviene descubrirla con prisas y, si visitarla es un
auténtico placer, pocas cosas hay tan excitantes en el mundo como sumergirse en
su medina, la fantástica medina de Fez, la mayor y más intrincada de todo el
Magreb, considerada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad desde 1981.
Más
que recorrerla, es preferible perderse a través de ella, vivir inmerso en el
torbellino de su vida y fundirse entre la muchedumbre que la abarrota, prestar
oído a sus cantos y gritos que respiran la alegría de vivir, dejándose guiar en
suma por los sentidos. La lana mullida, los vasos de té ardiente, los aromas de
increíbles perfumes y de las salmueras en el zoco de los vendedores de
especias, el estallido de colores en las madejas que cuelgan en el zoco de los
tintoreros, el sabor de los pinchos y de los pasteles de miel, el murmullo de
las conversaciones de los hombres en los cafetines, el suave pero constante
tintineo de las herramientas que se escucha por todas partes. Vagar y soñar en
este laberinto de angostos pasadizos, escaleras, pasajes, bóvedas y callejones
sin salida, donde cada esquina es capaz de esconder infinidad de sorpresas, es
tanto como participar de la fascinante autenticidad de un mundo celosamente
conservado.
Contemplando
la suave pendiente de sus tejados desde las tumbas de los merinidas, nadie imaginaría que Fez encierra tanta agitación.
La
vieja medina puede ser citada como ejemplo típico de ciudad musulmana, donde
las casas se comunican por las terrazas, lugar en el que la sociedad de mujeres
conoce una vida libre y fuera del alcance de las miradas masculinas. Sus
callejones son estrechos, algunos casi inaccesibles, pero por detrás de los
muros ciegos surgen apacibles patios y jardines que rebosan de luz, de agua y
flores.
Ciudad
santa de resplandor infinito, joya de la civilización hispano-árabe, Fez hay
que descubrirla poco a poco, con respeto. Sólo así se consigue desvelar su
lejano esplendor pudiendo acceder a la llamada de la medina, vibrando con la
actividad de sus artesanos y mercaderes, guardianes de venerables tradiciones
las cuales son transmitidas de generación en generación, ejecutando con esmero y
amor objetos que son pequeñas obras de arte.
Existe
un mucho de turbador en la medina de Fez, algo irresistible que arrastra,
seduce e invita a sumergirse en su interior, observar cuanto sucede y, de
alguna forma, palpar una vida detenida en el tiempo.
Sin
duda, hay que levantar uno por uno los velos que cubren los múltiples rostros
de esta ciudad de ensueño y dejarse cautivar por su historia repleta de
leyendas y misterios.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)