CON SABOR MEDIEVAL
En el umbral de los Pirineos, en la provincia de Huesca y entre profundos barrancos de la sierra de Guara excavados por las aguas del río Vero, se alza el castillo-colegiata de Santa María la Mayor, y a sus pies el laberíntico caserío medieval de la monumental villa de Alquézar. Roca y agua, historia y leyenda, pasado y futuro, aventura y reposado sosiego. Todo se encuentra en esta villa medieval.
Paisajes únicos situados en medio de una geografía natural y agreste, un mundo de agua y roca, abismos que son refugio de una variada fauna y flora, pinturas rupestres, torres y murallas almenadas, ermitas, arquitectura tradicional, pozos de nieve, leyendas de doncellas y reyes moros, senderismo, aventura y, por supuesto, el mítico descenso del Vero… Esta villa del Somontano de Barbastro se encuentra a 660 metros de altitud en la falda meridional de la sierra de Sevil.
En el pasado había un solo acceso por la carretera de Barbastro que conectaba con L’Arrabal e iba a morir al portalón gótico de entrada a la villa. En la actualidad, lo más cómodo es acceder por una carretera que por el oeste lleva directamente al aparcamiento.
L’Arrabal surgió entre los siglos XIX y XX cuando, tras un proceso de emigración, el recinto primitivo quedó casi abandonado. El excesivo coste que suponía la rehabilitación del degradado caserío llevó a la población a desarrollar este nuevo barrio que hoy sigue creciendo. En esta zona se concentran buena parte de los servicios turísticos de la población.
UN POCO DE HISTORIA
A los pies del visitante se extiende el espeso caserío que surgió a la sombra de una de las principales fortalezas musulmanas de esta comarca, conocida entonces como Barbitaniya. Fue erigida a comienzos del siglo IX por Jalaf-ibn-Rasid, como enclave defensivo frente al condado cristiano de Sobrarbe y a fin de proteger la frontera y el acceso a la próspera ciudad de Barbastro. Tal fue la importancia de este castillo que incluso daría nombre a la villa, ya que el topónimo Alquézar proviene del árabe al-qásr (fortaleza).
Hacia el año 1067, el rey de Aragón Sancho Ramírez la ganó para los cristianos. Estableció en ella una comunidad de canónigos para dar servicio religioso a la guarnición militar que, posteriormente, avanzó hacia la conquista del llano.
Inmediatamente después de la conquista cristiana se favoreció la repoblación del lugar con la concesión de un Fuero que ofrecía interesantes privilegios a quienes se establecieran en Alquézar. Pronto el recinto amurallado quedó pequeño y las casas se fueron extendiendo por la falda de la montaña, a los pies de la actual Colegiata, mirando al sur para protegerse del rigor del clima.
Tras un periodo de crisis a mediados del siglo XIV, causado por la llamada Peste Negra, la cual redujo la población a una tercera parte, el crecimiento demográfico del siglo XV trajo la expansión de todo el caserío.
UNA VILLA MEDIEVAL
El trazado urbano es sencillo: las calles principales, que corren paralelas, se adaptan a la curvas de nivel; otras más estrechas dispuestas de forma perpendicular las ponen en comunicación. Algunas están cubiertas. Son los llamados “callizos” que se aprovechaban para situar habitaciones voladas, ganando así espacio para la casa.
Según se cuenta, en el pasado era posible cruzar Alquézar de un extremo a otro, sin necesidad de poner un pie en la calle.
Un portalón gótico da acceso al recinto urbano primitivo. En su frente campea el escudo con las tres torres, emblema municipal de la villa. De aquí arranca la antigua calle Mayor (hoy Pedro Arnal Cavero) que tiene continuidad en la calle de la Iglesia, con la que forma un eje longitudinal que atraviesa el pueblo y une la entrada a la villa con el camino de acceso a la Colegiata.
Las calles principales de la villa desembocan en el espacio irregular de la antigua plaza Mayor, hoy llamada de Mosén Rafael Eyerbe; se trata de una hermosa y recoleta plaza porticada, bajo cuyos soportales, unos con arcos de medio punto y otros adintelados, se situaban los puestos de los comerciantes y artesanos venidos de las tierras llanas y de las montañas.
Desde la calle de la Iglesia parte la senda que desciende por el angosto Barranco de la Fuente hasta el río. Recibe su nombre de la hermosa fuente renacentista que se construyó en el siglo XVI y desde allí se contempla una impresionante panorámica del acantilado rocoso sobre el que se yergue la Colegiata.
Testimonio de las creencias y costumbres de los vecinos de la villa de Alquézar son los amuletos de protección colocados en los dinteles de las puertas y chimeneas de las casas. Patas de jabalí u olletas tenían la misión de proteger la casa y su patrimonio de las fuerzas del mal y propiciar la fertilidad de los campos, de los animales y de las personas que en ellas vivían.
En muchas de las fachadas destacan escudos heráldicos. La mayor parte son del siglo XVIII y en ellos, frente a los sobrios blasones antiguos, la decoración cobra un gran protagonismo, añadiéndose al escudo propiamente dicho yelmos, cartelas, tenantes, soportes, divisas, voces de guerra y multitud de elementos vegetales. Y es que en aquel siglo hubo una auténtica fiebre nobiliaria. Los propietarios acomodados que podían demostrar su ascendencia aristocrática hicieron valer sus derechos y obtener su título nobiliario que les aseguraba múltiples privilegios, como la exención de ciertos impuestos y obligaciones o la inviolabilidad de sus bienes y personas. Así fue como algunos pueblos se llenaron de escudos que, en muchos casos, fueron añadidos con posterioridad a la construcción de la casa.
Alquézar, igual que otros muchos pueblos del Somontano, se confunde con el paisaje. Y es que las casas aquí son del color de la tierra, porque están construidas con los materiales que ella proporciona: piedra, ladrillo y tapial.
EL CASTILLO
En lo más alto de la cresta rocosa y rodeada de profundos barrancos, fue donde Jalaf-ibn-Rasid erigió este recinto amurallado que acabaría dando nombre a la villa. Esta imponente construcción abarca únicamente la cara oeste de la montaña. Los enormes y verticales acantilados que forman el cauce del río Vero son los que hacen la función de fortaleza natural en los restantes flancos del castillo. Desde la iglesia de San Miguel, en el centro del pueblo, puede observarse con toda su grandiosidad y solidez.
El acceso, en rampas sucesivas, pendientes y acodadas, está protegido por una torre albarrana, levantada fuera de los muros de la fortificación primitiva y que servía tanto para defensa como de atalaya.
Entre los siglos XV y XVI se fortificó el sigzagueante acceso mediante una sucesión de lienzos almenados y con una puerta blasonada. Al atravesarla el visitante se encuentra frente a una alargada puerta gótica, la llamada Mazmorra de las Santas Nunila y Alodia, jóvenes que fueron decapitadas en el año 851.
La torre central de la parte alta, se acondicionó como “esconjuradero”. Su función era conjurar los nublados y tormentas, tocando las campanas e invocando a Santa Bárbara.
Una vez en lo más elevado de Alquézar, hay que adentrarse en lo que es el conjunto artístico de mayor relevancia.
LA COLEGIATA
El claustro, la colegiata, el museo, la iglesia Prioral y los restos de la iglesia Abacial. Historia, arte y cultura en un recinto que, salvando el paso de los años, continúa siendo el eje central del Alto Aragón.
La iglesia Abacial, antigua iglesia de Santa María de Alquézar, recibió su consagración en 1099, durante el reinado de Pedro I de Aragón y Navarra. A pesar de su estado, se conserva el muro meridional y el atrio porticado de estilo románico. Este atrio que daba acceso al primitivo templo románico se decora con capiteles con escenas del Génesis (siglo XII). Está integrado en el claustro (siglo XIV) y ornamentado con pinturas murales de los siglos XIV-XVIII que representan la infancia y pasión de Cristo. La capilla de Santa Ana, abierta al claustro, es fiel reflejo del crisol de culturas que fue el Somontano en el siglo XVI. En su portada decorada en estuco, aparecen elementos góticos, mudéjares y renacentistas.
En el siglo XVI el claustro se amplió con la construcción de un segundo piso. En una de las estancias que en el pasado sirvió de habitación para los canónigos, se exponen algunas piezas sobresalientes que conforman el museo de la Colegiata, donde quedan expuestas bellas obras medievales, renacentistas y barrocas. Entre los objetos, se conserva un cayado de marfil perteneciente a un báculo del siglo XII. Completan esta exposición piezas de orfebrería de los siglos XVI y XVII, con cálices, cruces y otras reliquias.
Una bonita portada gótica da acceso a la Iglesia Prioral (siglo XVI), la cual se convirtió exclusivamente de culto una vez que los servicios parroquiales fueron destinados a la iglesia de San Miguel. Las bóvedas de crucería estrellada concentran la riqueza decorativa de la arquitectura interior del templo.
El retablo mayor (renacentista del siglo XVI) se concibió como un monumental sagrado puesto que tras el óculo central estaba expuesto de forma permanente el Santísimo Sacramento. La capilla de los Lecina (barroco del siglo XVII) alberga un espléndido Cristo crucificado, de estilo románico y tamaño casi natural, que podría ser del siglo XIII.
En los siglos XVII y XVIII la música ocupó un lugar importantísimo en las celebraciones y la riqueza de los sonidos del órgano barroco, dio brillo y espectacularidad a los oficios.
En el interior de la villa puede visitarse este museo que se inauguró en julio de 1994. Fabián y Carlos Castillo se encargaron se reunir todas las piezas que lo componen con el fin de demostrar a las generaciones actuales cómo era la vida de sus antepasados. Un recorrido por las dependencias de una casa del siglo XVII (patio, cocina, alcobas, bodegas, cuadras, etc.) sumerge al visitante en las costumbres de los habitantes del Somontano hasta mediados del siglo XX.
La pieza más interesante del museo muy posiblemente sea el molino medieval de aceite excavado en la misma roca.
PATRIMONIO NATURAL Y CULTURAL
Roca, agua, historia, arte y leyenda se funden en Alquézar formando un universo sorprendente, único, inesperado, en el que es posible retroceder en el tiempo mientras se recorren sus estrechas callejuelas, se atraviesan las puertas de la muralla y se escuchan historias de moros y cristianos.
La villa de Alquézar se localiza en un entorno paisajístico impresionante, que ofrece múltiples alternativas y acerca todos los encantos y rincones mágicos de su territorio a los amantes de la naturaleza y los deportes de aventura (escaladas, excursiones a pie o en bicicleta.)
Barrancos, acantilados, cuevas y abrigos configuran un paisaje sobrecogedor y hermoso, habitado desde la prehistoria. El Parque Cultural del Río Vero alberga un impresionante conjunto de arte rupestre, en el que se pueden contemplar todos los estilos clásicos prehistóricos europeos: paleolítico, levantino y esquemático. Por sus valores fue declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial y ha sido declarado también Itinerario Cultural Europeo por el Consejo de Europa.
En los alrededores de Alquézar, la naturaleza muestra con generosidad todo un mundo de color, contrastes, lugares insólitos y formas sorprendentes. Mientras, a sus pies, el río Vero abriga con su agresivo cauce y con toda la originalidad paisajística que le caracteriza, a esta localidad de trazas medievales.
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