PRIMER MONASTERIO DEL CÍSTER EN ARAGÓN
“En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”
(Gustavo Adolfo Bécquer)
En las estribaciones de la sierra del Moncayo y en un pequeño valle formado por el río Huecha, se levanta el antiguo monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Veruela. Una auténtica joya arquitectónica cuya fundación tuvo lugar allá por el siglo XII y en la que se entremezclan la historia y la leyenda.
Cierto día del año 1141 don Pedro de Atarés, señor de Borja, se encontraba de cacería en las inmediaciones del macizo del Moncayo y se vio sorprendido por una fuerte tormenta cuando perseguía a un venado. Temiendo por su vida, imploró la protección de la Virgen María , quien atendiendo a sus ruegos se le apareció en el cielo, le protegió del temporal y a la vez le hizo entrega de una pequeña imagen suya depositada sobre una encina. A cambio de su auxilio, le encomendó levantar en ese mismo lugar un monasterio a Ella dedicado.
El monasterio de Santa María de Veruela fue la primera fundación de la Orden del Císter en el reino de Aragón, hacia el año 1145. Vendrían después otras como las de Ntra. Sra. de Rueda en Escatrón en 1182 y Ntra. Sra. de Piedra en Nuévalos en 1186, entre otras, que dejaron bien patente en territorio aragonés la proverbial difusión que alcanzó el Císter por toda Europa durante los siglos XII y XIII.
A lo largo de ocho siglos el monasterio de Santa María de Veruela vivió importantes transformaciones que afectaron no sólo a lo material sino también a su funcionamiento y gobierno, pero siempre bajo la presencia de los cistercienses, los llamados monjes blancos. Hubo de llegar el siglo XIX para que con los profundos cambios que empezaba a experimentar la sociedad española, ligados a la disolución del antiguo régimen y a la emergencia del estado liberal laico, tuviera lugar la supresión de la gran mayoría de monasterios. Veruela no fue una excepción y fue víctima de la brutal desamortización de Mendizábal, político español que abolió las comunidades religiosas y confiscó todos sus bienes en 1835, quedando a partir de entonces el monasterio abandonado a su suerte. Durante diez años de desamparo sufrió severos deterioros y la desaparición de buena parte de su dotación artística, hasta que la Comisión Central de Monumentos comenzó a ocuparse del conjunto. Posteriormente vino la Compañía de Jesús, que se estableció en el monasterio y cuidó de él durante un siglo (1877-1975), periodo en el cual alcanzó la condición de Monumento Nacional.
Consciente de su valor patrimonial y de las posibilidades culturales que es capaz de albergar y proyectar hacia el futuro, a partir de 1976 la Diputación de Zaragoza se hizo cargo de su restauración y cuidado para que sus muros puedan estar abiertos a toda la humanidad.
LOS ORÍGENES DEL CÍSTER
En el siglo XI surgieron en el seno de la Cristiandad Occidental una serie de movimientos renovadores que pretendían devolver a la vida monástica su primigenio espíritu de austeridad, abandono del mundo y plena dedicación a Dios. Aparecieron entonces ciertas órdenes religiosas como la de Grandmont, la Cartujana y la Cisterciense , que quiso volver al estricto cumplimiento de la Regla redactada en el siglo VI por San Benito de Nursia, cuyo contenido más esencial parecía haberse olvidado en la práctica cotidiana de algunas ricas y poderosas abadías benedictinas de la época.
Los albores del Císter tuvieron lugar en el año 1098 cuando un grupo de monjes benedictinos de la abadía francesa de Molesmes, guiados por uno de ellos llamado Roberto, decidieron establecerse en un agreste paraje de la región francesa de Borgoña conocido como Citeaux (de donde deriva el nombre de Císter). La necesidad pronto advertida de preservar por escrito los principios fundamentales que inspiraban la vida en la nueva fundación llevaron a San Esteban Harding, tercer abad de Citeaux, a redactar la Carta de Caridad, considerada el documento constitucional del Císter, aprobada por el papa Calixto II en 1119.
Citeaux llegaría a ser la casa madre de una de las órdenes más sobresalientes de la Iglesia. Su principal impulsor fue San Bernardo, monje de Citeaux, quien en 1123 estableció una nueva fundación en Claraval y alentó un potente proceso de expansión que a su muerte, en 1153, se materializó en 351 monasterios extendidos por toda Europa. A finales del siglo XIII, en su pleno apogeo, el Císter contaba con setecientas abadías. Se había convertido en la más importante rama benedictina.
RECINTO EXTERIOR DE VERUELA
Todo el monasterio se encuentra amurallado para el debido aislamiento de los monjes y protección de sus edificaciones. El trazado tiene forma de hexágono irregular; un muro de casi un kilómetro de perímetro y once cubos protegen una superficie próxima a las cinco hectáreas. La muralla fue construida entre 1541 y 1544. El torreón de ingreso es medieval y posee dos puertas, una pequeña para visitantes y otra mayor para carros y caballerías. En el interior se conserva una capilla y el curioso remate piramidal se concluyó en 1559. Para mayor protección de la puerta, en 1546 se levantó la barbacana actual (recinto defensivo delante de la portada).
El palacio abacial (segunda mitad del siglo XVI) es una amplia construcción de ladrillo cara vista y decoración de azulejería. Aquí tuvieron su residencia el abad y despacho de botica y el padre cillero (encargado de los almacenes).
Siguiendo por el paseo ajardinado, el visitante se encuentra frente a la portada de la iglesia abacial (finales del siglo XII).
La fachada se organiza en torno a una portada abocinada de medio punto de estilo románico; encima, una teoría de arquillos de medio punto sustentados por delgadas columnas y en el centro de éstas un crismón, símbolo epigráfico del nombre de Cristo. Corona el conjunto un gran óculo decorado con una celosía calada que ilumina la nave central. A la izquierda se yergue la torre de Santiago (siglos XVI y XVII).
Tras rebasar la portería del monasterio se halla la cilla o almacén de grano y bodega. Antes de su remodelación en el siglo XIV albergó el llamado callejón de los conversos que daba paso a la iglesia por la puerta de tradición románica que se abre en su muro norte (inicios del siglo XIII).
CLAUSTRO GÓTICO (SIGLO XIV)
El claustro centra el monasterio y distribuye los accesos a sus distintas partes. Es de estilo gótico levantino y fue reconstruido después de la llamada Guerra de los dos Pedros, durante la que las tropas castellanas arrasaron esta parte del cenobio (1366). De acuerdo con el espíritu cisterciense no existen capiteles con escenas fabulosas y disparatados seres monstruosos, tan solo sencillas especies vegetales (hojas de hiedra, higuera, roble, vid, etc.) que como un jardín de piedra ocupan una posición determinada en el claustro.
Una fuente en el centro -hoy perdida- serviría para lavabo de los monjes que acuden al refectorio después de realizar diversas labores. En la clave de la bóveda hay esculpida la figura de un caballero y al exterior se observan en los contrafuertes algunas de las gárgolas góticas originales.
La cocina (siglo XIII). Además de la belleza de esta dependencia hay que destacar la singularidad del “pasaplatos” que comunica con el refectorio de monjes.
El refectorio (siglos XIII y XIV) es la sala donde los monjes efectuaban las comidas en común (del latín refectorium, que significa reparar las fuerzas mediante el alimento). Aparte se situaría el comedor de los conversos. Durante las comidas se atendía a la lectura de un libro edificante, leído por un monje desde un púlpito situado al fondo de la sala. Esta estancia medieval fue remozada y cubierta con bóveda de crucería gótica.
En el calefactorio (siglo XIII) estuvo la antigua cámara abacial, ornada en su muro este con una galería de miembros ilustres de la Orden del Císter, mural ejecutado hacia 1600. En el muro oeste se encontraba el calefactorio, uno de los pocos lugares provistos de chimenea donde los monjes podían calentarse en caso de necesidad.
La sala de los monjes (mediados del siglo XIII) era un lugar de estudio comunicado con las antiguas letrinas y con la enfermería medieval derruida en el siglo XVII. Primitivamente sus muros estaban enlucidos con yeso.
El paso a la huerta (siglos XIII y XVII). Según la mentalidad cisterciense, el ocio es el enemigo del alma, por ello a ciertas horas los hermanos tienen que dedicarse al trabajo manual que consistía en el cuidado de enfermos, el jardín monástico y la copia de manuscritos. Cuando acudían a trabajar al scriptorium y accedían al jardín o la huerta los monjes utilizaban este paso que, si bien tradicionalmente se ha identificado con la salida a la huerta, podría conducir también a otras dependencias ahora perdidas, como la enfermería. En el siglo XVII, con la construcción del monasterio barroco, este espacio se convirtió en lugar de paso entre el nuevo monasterio y el conjunto medieval, siendo entonces decorada la bóveda con motivos vegetales.
La escalera y cúpula del monasterio nuevo (siglo XVII) está decorada profusamente en estuco policromado y muestra en la cúpula las imágenes de los santos fundadores de la Orden y en las pechinas los escudos de Veruela, del Císter, del legendario fundador Pedro de Atarés y de las Órdenes Militares relacionadas con la congregación cisterciense.
El locutorio o dependencia donde estaba permitido hablar y donde el prior ordenaba a los monjes las tareas del día es del siglo XIII.
La sala capitular (siglo XIII) es una de las estancias que mejor se conserva y de las más interesantes del claustro. En ella el abad reunía a la comunidad para informar. Es también el lugar más solemne del monasterio y generalmente donde son enterrados los abades, cuyas lápidas sepulcrales ornan la solería.
El armarium (siglo XIII). En el muro de la galería oriental del claustro, cerca de la puerta de la iglesia, era donde los monjes podían encontrar un nicho donde guardar los libros. En el siglo XVII la sacristía medieval y el armarium desaparecieron transformándose en antesala de la espaciosa sacristía barroca.
IGLESIA ABACIAL (SIGLOS XII Y XIII)
Su estructura en tres naves cubierta con crucería simple gótica y una cabecera muy desarrollada con girola y cinco absidiolos cubiertos con bóveda de tradición románica. En 1249 la mayor parte del templo ya se había erigido. En la iglesia, los monjes pasan en torno a un cuarto del día rezando las distintas horas canónicas, desde maitines a completas; por este motivo es la edificación mayor y más cuidada de cualquier monasterio cisterciense. A los pies de la nave colateral sur se abre la puerta de los conversos (los legos) de tradición románica (inicios del siglo XIII). Éstos, al igual que en el resto del monasterio, no se mezclaban con los monjes y poseían un coro independiente en la nave central, detrás de los monjes.
En el amplio altar mayor (siglos XII y XIII) se venera a Nuestra Señora de Veruela, talla en madera policromada de finales del siglo XV; antaño hubo también un gran retablo renacentista hoy perdido.
Las tumbas son de los siglos XVI y XVIII. En el tramo central del crucero y talladas en alabastro blanco, se disponen nueve lápidas funerarias decoradas con el báculo símbolo de los abades. A ellas se suma la del noble Juan de Gurrea, que destaca por el color oscuro de la piedra negra en que está tallada.
En la entrada a la girola por el lado sur, se encuentra el reducido acceso a la cripta (siglo XVII). Está situada debajo del presbiterio, donde todavía se conservan algunos cofres con restos óseos de la casa ducal de Villahermosa, que mandó erigirla a comienzos del siglo XVII.
La capilla de San Bernardo (siglo XVI) es una amplia edificación renacentista levantada por el abad Lope Marco para su sepultura (talla en alabastro 1552-1553). En esta capilla se expone la losa sepulcral del infante Alfonso de Aragón, hijo del rey Jaime I el Conquistador, cuyo escudo campea en la talla en piedra (1260).
Desde el lado occidental del brazo norte del crucero se accede a la escalera de caracol que permite el ascenso a la torre medieval (siglo XIII) de planta cuadrada. Se construyó avanzado el siglo XIII. En su interior sorprende una angosta dependencia cuya función pudo ser la de celda de aislamiento.
La sala de difuntos (siglo XIV) es el espacio empleado para el lavado y amortajamiento de los cadáveres de los monjes antes de su enterramiento en el vecino cementerio.
Referente a la sacristía nueva (siglo XVII), se inició su edificación entre 1661-1668, siendo decorada poco después acorde al estilo barroco. Sustituyó a la primitiva sacristía. Se ingresa desde la iglesia a través de una portada monumental en yeso policromado, que incluyo numerosos ángeles niños, algunas figuras alegóricas y en el remate la Inmaculada y Cristo Resucitado Niño. En el interior, los muros se articulan mediante pilastras corintias labradas con motivos geométricos.
LOS BÉCQUER EN VERUELA
Tras los daños causados por la desamortización (1835), Veruela se convirtió en lugar romántico y apacible donde algunos esforzados viajeros llegaron para estudiar sus piedras o disfrutar de los parajes naturales del Moncayo pues “todos los males se curan con los aires de Veruela” según un verso de la época (1861).
El ilustre poeta Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, el pintor Valeriano, disfrutaron junto a sus familias de una larga estancia en el monasterio entre diciembre de 1863 y julio de 1864, cuyos frutos artísticos fueron la serie de nueve cartas “Desde mi celda” escritas por Gustavo Adolfo para el diario madrileño El Contemporáneo (mayo a octubre de 1864) y varios álbumes de dibujos y acuarelas de Valeriano, quien regresó de nuevo en agosto de 1865.
El poeta estaba familiarizado con la zona desde mucho antes y el paisaje del Moncayo le sugirió algunas de sus leyendas más famosas como “El monte de las ánimas”, “El gnomo” y “La corza blanca”.
La estancia en el monasterio sirvió a ambos hermanos como base de una serie de artículos sobre Veruela y los tipos populares de la zona escritos por Gustavo Adolfo e ilustrados por Valeriano, fueron publicados entre 1865 y 1869. En ellos quedó patente el interés antropológico de Bécquer, solidario y unido al de la pintura de su hermano Valeriano.
Una vez en el exterior del monasterio y frente a la puerta de entrada, existe la llamada “Cruz negra” (siglo XVI). Se trata de una cruz de término, símbolo religioso y temporal indicador de la justicia civil y criminal que impartían los abades de Veruela en su señorío. Fue realizada en mármol extraído de las vecinas canteras de la población de Trasmoz. Esta “Cruz negra” fue evocada por el poeta Bécquer en una de sus “Cartas desde mi celda” (1864). Se asegura que durante su estancia en el monasterio solía esperar a diario y en dicho lugar la llegada de la correspondencia.
Al abandonar Veruela, el visitante se muestra, sin duda, reconfortado espiritualmente habiendo podido percatarse de la atmósfera de austeridad y recogimiento que rezuman las paredes de este monasterio cisterciense, histórico y legendario a la vez, que se ubica a los pies de la sierra del Moncayo y muy próximo a los limites provinciales que separan Aragón y Navarra.