PAPÚA – NUEVA GUINEA

RETORNO A UN MUNDO PERDIDO


Situada al norte de Australia y perteneciente al archipiélago de Melanesia, Nueva Guinea es la segunda mayor isla del mundo y uno de los pocos paraísos que aún conserva rincones desconocidos de nuestro planeta. Un lugar remoto donde, en pleno siglo XXI, aún es posible encontrar algunas tribus diseminadas por su territorio que viven como en la Edad de Pìedra. Algo realmente increíble y apasionante que convierte el viaje a estas latitudes en una auténtica aventura.
Sin duda alguna, Nueva Guinea es la más bella y misteriosa isla de todo el Pacífico, capaz de ofrecer los más inusitados contrastes.
Papúa ocupa la mitad oriental de la isla, dado que la otra mitad (Irian Jaya) pertenece a Indonesia.

La aproximación más lógica hasta Papúa suele realizarse desde Cairns, localidad costera del nordeste de Australia. Tras un vuelo de apenas hora y media, nada más llegar a Port Moresby, de inmediato se percata el visitante de un importante cambio de civilización, unido a la percepción de un clima cálido y bochornoso que ya no abandonará en adelante. Los fuertes calores y olores son una de las primeras impresiones apenas se llega a la capital.
Papúa es un país realmente fascinante donde las contradicciones son palpables y sorprenden a cada paso. El modernismo de la más rabiosa actualidad en Port Moresby, convive con el pasado más remoto que existe en el resto del territorio.
Hasta hace relativamente poco tiempo, eran conocidos los viajes y exploraciones de los grandes descubridores, sin embargo nada se conocía de Papúa-Nueva Guinea (así llamada por la similitud de sus habitantes con los de la Guinea africana). Mientras Livingstone y Stanley trataban de desvelar los misterios en el corazón del continente negro, salvo sus costas ningún blanco conocía nada de Papúa,.
Durante siglos permanecieron olvidadas estas tierras, hasta que navegantes holandeses, alemanes e ingleses llegaron a la isla con el ansia de fundar colonias en beneficio de sus respectivos países de origen, entre ellos Moresby que en el año 1870 tomó posesión de la parte sur de la costa.
A finales del siglo XIX los exploradores italianos D’Albertis y Beccari ya relataban: “Poder hallar al hombre hijo de la naturaleza todavía sin contaminar, el hombre salvaje en estado primitivo habitando las selvas vírgenes, era una idea tan fija en mi mente que excitaba mi fantasía antes de llegar a la tierra del ave del paraíso: Papuasia”.
Ambos exploraron la isla y realizaron detallados estudios sobre toda clase de plantas, serpientes, insectos y pájaros. Regresaron a Australia para volver mejor preparados y con una embarcación más fiable, siendo entonces cuando, mientras desarrollaban su trabajo científico, éste culminó con el hallazgo de algunas de las tribus que en principio les atacaron desde sus chalupas. Aquellos orgullosos y feroces guerreros vestidos con plumajes y luciendo en todo su cuerpo pinturas de vistosos colores, impactaron a los recién llegados.
Después de varias tentativas, los dos exploradores regresaron a su país y sus relatos entusiasmaron a la sociedad italiana de la época.
Derrotados al finalizar la primera guerra mundial, los alemanes se vieron obligados a retirarse a la isla de New Britain que habían ocupado y la costa septentrional de Nueva Guinea, quedando en poder de ingleses y holandeses.
Las noticias sobre que en la isla podía hallarse oro, hizo brillar la codicia de varios países y de ahí que se realizaran algunas incursiones merced a la pericia de exploradores y aventureros, aunque con escaso éxito.
Finalmente, entre 1930 y 1934, los australianos Dweyer y Leahy exploraron diferentes zonas entre Goroka y Mount Hagen, estableciendo contacto con algunas poblaciones de indígenas de las que se desconocía por completo su existencia. Entretanto, la parte occidental de la isla de Nueva Guinea (por aquel entonces perteneciente a Holanda)) siguió siendo una región prácticamente inexplorada, mientras que la parte oriental, Papúa, llegó a alcanzar la independencia en el ámbito de la Commonwealth en 1975.



PORT MORESBY, UNA CAPITAL ATÍPICA

Port Moresby es una ciudad singular formada por algunos conglomerados urbanos que aparecen delimitados según la raza o religión de sus habitantes, mientras que los indígenas siguen viviendo en sus edificios construidos sobre plataformas soportadas sobre postes de madera, aunque sí es cierto que todos disponen de electricidad y algunos avances modernos.
Con cierto aire provinciano que invita a pasear por los alrededores, cabe la posibilidad de visitar el Jardín Botánico para ver las dos mil especies de orquídeas diversas o bien acercarse al barrio de Hanuabada que fue el núcleo primitivo en tiempos de su descubridor Moresby, pero poca cosa más. Lo cierto es que carece del típico encanto tropical y por esta razón para el recién llegado quizá resulte desalentador encontrarse un ambiente bastante moderno.
Lo que sí es cierto y llama poderosamente la atención, es el hecho de que en estas latitudes el viajero occidental no es asediado por el nativo de color para pedir alguna limosna o vender algo, como suele suceder en otras latitudes.
En Port Moresby tampoco aparecen los indígenas con las caras pintadas ni vestidos con extraños plumajes, para encontrarlos hay que adentrarse en las Highlands, en las Tierras Altas del norte. Para la gran mayoría de circuitos organizados, esta ciudad es un simple lugar de paso.
Papúa debe su auténtica personalidad a su ancestral aislamiento durante siglos. En esta tierra se hablan alrededor de setecientos dialectos.
Nueva Guinea y concretamente Papúa es una tierra rica y fértil. En el altiplano se cultivan especialmente el té y el café (que dirigen empresas australianas), mientras que en la costa se trabaja la copra.
El país es muy rico en minerales, principalmente el oro, metal del que es uno de los primeros productores. En las fuentes del río Fly se encuentra la que es, muy posiblemente, la mina de oro más grande de todo el mundo. En muchos de sus afluentes abundan también los indígenas que se dedican a pasar por el cedazo la arena de las orillas y siempre consiguen extraer algo.
Entre la fauna, cabe considerar que han sido catalogadas más de setecientas especies de pájaros. El uso de armas de fuego de forma indiscriminada ha hecho estragos y algunas de estas especies están en peligro de extinción.

LA RUTA DE LAS HIGHLANDS

Cuando se abandona Port Moresby en dirección a las Tierras Altas es cuando realmente comienza la aventura. El centro de las Highlands está en Mount Haggen, enclavado en un fértil valle rodeado de montañas. Un conglomerado de casas desperdigadas y un mercado con escasa variedad de productos a las que acuden muchos nativos en busca de suministros. Estas Tierras Altas es la zona más densamente poblada y desde el punto de vista agrícola también una de las más ricas (tapioca, plátano, café, zanahoria, patata).
A partir de este punto, bien pronto se percata el viajero de que se halla en un entorno por completo distinto. Un mundo regido por ancestrales tradiciones y leyendas.
A pocos kilómetros al norte, rodeados de ríos caudalosos y las selvas más impenetrables, infinidad de aldeas siguen habitadas por indígenas de piel oscura, casi negra, antaño indomables guerreros que pertenecen a las culturas más ancestrales, practican ritos, viven como en el época del neolítico e incluso se dice de ellos que descienden de los antiguos cortadores de cabezas humanas.
La parada más importante está en Goroka (a unos 300 kilómetros de la capital). Es en este lugar donde se celebran los mayores festivales de las tribus. En Goroka hay un museo muy curioso en el que se exponen armas, instrumentos musicales y antiguos adornos de las tribus.
En las Highlands resulta frecuente encontrarse con un sing sing (una fiesta tribal).
Recomendable la visita al valle de Assaro, donde habitan los hombres con máscaras de barro o arcilla blanca y el cuerpo untado del mismo color (los mudmen son una de las tribus más emblemáticas del país). Se dice que usan esta indumentaria porque antiguamente fueron acosados por otras tribus más belicosas y para defenderse idearon cubrirse todo el cuerpo de arcilla blanca (el color que dentro de sus creencias simboliza la muerte). Una vez disfrazados avanzaron hacia sus atacantes lentamente y gesticulando de una forma especial, lo cual fue interpretado como algo sobrenatural, de ahí que terminaran huyendo despavoridos.
Cuando estos hombres de Assaro realizan sus sing sing, estos bailes siguen permaneciendo impregnados de una evidente expectación, causando un fuerte impacto en quienes los contemplan.
Hombres y mujeres se esmeran en la labor de maquillaje y adecuación de la vestimenta para una fiesta, el proceso puede durar horas, pero el resultado es una explosión de arte y colorido en los cuerpos engalanados, realmente espectacular.
Por lo general, en sus bailes simulan salir al encuentro de otras tribus y gesticulan amenazantes para amedrentar a sus rivales. Los sing sing suelen celebrarse también en bodas, funerales, ritos de iniciación de jóvenes o como acto de compensación de guerras. Cualquier regalo debe compensarse con otro mejor y una disputa entre tribus siempre suele terminar con un sing sing como símbolo de paz y amistad. Los cerdos acostumbran a utilizarse como regalos de intercambio.
Algunas danzas imitan los movimientos del ave del paraíso, luciendo sus cuerpos maquillados. Unos están embadurnados con arcilla, mientras otros lo están con una mezcla de aceite y carbón vegetal. Toda clase de pelucas, plumas, abalorios y conchas marinas cubren los cuerpos de los guerreros. Los colores los consiguen directamente de la naturaleza extrayendo sustancias de árboles y plantas, transformando sus rostros en una amalgama multicolor que contrasta con sus oscuras pieles.
El ritmo trepidante de las danzas y la indumentaria multicolor de quienes participan en ellas, siempre termina sorprendiendo a quien presencia sus evoluciones. Sus fiestas y celebración de ritos son muy habituales, de ahí que no sea difícil encontrarles ataviados para estas especiales ocasiones y, en contra de lo que puede suponerse, no les disgusta en absoluto verse sorprendidos por las cámaras de los visitantes extranjeros, incluso les gusta llamar la atención.
Los contrastes abismales entre lo ancestral y lo más actual pueden apreciarse a cada momento y en cualquier lugar de Papúa. En los mercados, por ejemplo, se venden toda clase de frutas, pero también paquetes de cigarrillos de todas las marcas. En el interior, los hombres de las aldeas van armados con arcos, flechas y cuchillos (las luchas reales entre tribus aún acostumbran a ser frecuentes), pero a la vez presumen de relojes (aunque no funcionen) y acuden a sus guerras tribales encaramados en camiones, escuchan la radio, usan utensilios modernos e incluso llevan paraguas para guarecerse de la lluvia o para protegerse del implacable sol. Realmente curioso.
Estas luchas entre tribus es una tradición que permanece inalterable desde hace siglos. El gobierno trata de mediar, pero resulta del todo imposible controlar este tipo de hostilidades porque en ellas a veces se dirime el orgullo de una aldea o de una familia.
El explorador D’Albertis contó en sus relatos que en cierta ocasión encontró en una aldea momias que estaban expuestas sobre bastones. Un rito muy normal entre las tribus. Los muertos, tanto si pertenecen al mismo clan como si son de otra tribu enemiga y habían sido muertos en combate, eran ahumados, después untados y recubiertos por una capa de tierra roja, para ser posteriormente izados en cañas de bambú y colocados en cavernas o en cualquier lugar resguardado. Periódicamente los iban pintando de nuevo para que durasen más tiempo. Esta costumbre fue desapareciendo con la llegada de misioneros, si bien es cierto que aún es posible encontrar lugares en los que los antiguos muertos son conservados y venerados. Los kukukuku que viven en el valle de Aseki, cerca de Bulolo, una tribu belicosa de aborígenes, siguen honrando así a sus muertos.
Interesante visitar el monte Wilhelm, que con sus 4.535 metros en la cumbre más elevada de todo el país, así como la aldea de Tari, famosa por ser antaño el hogar de feroces guerreros.

A ORILLAS DEL RIO SEPIK

Para llegar al Sepik, la región más interesante del país en su aspecto antropológico y geográfico, es preciso volar hasta Wewak, ciudad costera del país y una de las más importantes. Después, por espacio de varias horas de viaje en autobús a través de pistas forestales, el recorrido empieza a dejar al descubierto aldeas primitivas. A medida que se aproxima el gran río, se percibe la sensación de aventura.
Otra opción es volar hasta la ribera del río Karawari, afluente del Sepik, y después de aterrizar sobre un prado dirigirse a Amboin para alojarse en la Karawari Lodge. A partir de este punto se inicia el contacto con la jungla.
El Sepik es uno de los ríos más caudaloso de Papúa y, lo más interesante, cuna y cobijo de toda una civilización que se asienta en sus orillas.
El río Sepik nace en las montañas centrales de Nueva Guinea, en los límites con Irian Jaya, serpentea por la zona norte del país hasta morir en el mar de Bismark, en pleno Pacífico (cerca de la localidad de Angoram).
Cultural y geográficamente está dividido en tres regiones: Lower, Middle y Upper, siendo ésta última la más desconocida y donde viven algunas de las tribus más primitivas que existen en la actualidad.
Existen algunos cruceros fluviales, no obstante, para vivir la auténtica aventura nada mejor que ascender con una piragua río arriba y, por supuesto e imprescindible, hacerlo con la ayuda de un guía nativo.
Está claro que el limitado acceso por vía terrestre al río ha dotado a los nativos de un notorio aislamiento de la otra realidad existente en Papúa, la zona sur de la isla donde emerge la modernidad de la capital Port Moresby.
Apenas se comienza a remontar el río, el viajero empieza a ser consciente de que inicia a partir de aquel instante un retorno al pasado. Como si de repente empezara a vivir inmerso en siglos atrás, olvidándose del resto del mundo para sumergirse en una dimensión por completo distinta y muy similar a la que debieron vivir nuestros antepasados más lejanos, totalmente ajenos a cualquier tipo de evolución tecnológica. Yapanaut, Yangching y Korhogo son algunos de los poblados más interesantes.
Los jóvenes de algunas de las tribus que jalonan el río aún hoy siguen pasando por ritos de iniciación a la pubertad y a la madurez, los cuales incluyen la ceremonia de lacerar sus torsos con cuchillas. Las heridas producidas, una vez cubiertas de barro dejan cicatrices que simulan las escamas del cocodrilo.
Nada más llegar a la aldea de Swagrup se empieza a despejar algunas dudas. En olvido queda pronto cualquier tipo de temor a lo desconocido, dado que las gentes que habitan en estas latitudes son sencillas y hospitalarias, aceptando contactar con el visitante que procede de lejanas tierras.
Cualquiera de nuestras costumbres más cotidianas, cepillarse los dientes o lavarse con jabón, por citar dos ejemplos, son objeto de gran expectación para los asombrados nativos, quienes no dudan en aproximarse al extranjero para observarle detenidamente, provocando siempre risas y situaciones jocosas. Aunque su vida no tenga nada en absoluto que ver con los hábitos occidentales, los indígenas encuentran en la tierra y la jungla todo lo que precisan para vivir y son felices. Viven básicamente de la caza y la pesca.
El universal lenguaje de los gestos siempre simplifica cualquier explicación y la presencia del viajero se convierte en algo familiar y en el centro de diversión para los nativos.
Cualquier jornada de aventura en la selva del río Sepik siempre finaliza con una cena frugal y sin complicaciones, alrededor del fuego y bajo el cielo plagado de estrellas.
Cada aldea proporciona sensaciones diferentes, amén de la posibilidad de poder adquirir valiosas tallas y máscaras de madera que los nativos suelen trabajar en las llamadas haus tambarán o “casas de los espíritus”, templos de culto y ritos en el que esta vedada la entrada a las mujeres.
El paso por las distintas aldeas perdidas a lo largo del Sepik supone nuevas y apasionantes vivencias que, sin lugar a dudas, transportan a los orígenes de la humanidad.
Cuando se abandona Papúa con destino a cualquier lugar de Occidente, de forma irremediable acuden a la mente las imágenes y situaciones vividas en este rincón del paraíso. Una experiencia inolvidable a través de un mundo perdido.

ALGUNOS DATOS DE INTERÉS PARA EL VIAJERO

El término papúa significa en malayo “pelo crespo”. Papúa tiene una superficie de 461.691 kilómetros cuadrados y una población que puede rondar los cinco millones de habitantes.
Los rasgos físicos de los melanesios se parecen más a los africanos que a los asiáticos: piel oscura, pelo ensortijado, nariz chata. Pero hay más diferencias entre ellos que en la más uniforme cultura polinesia.
La moneda oficial es la kina (aproximadamente un dólar).
Aunque el idioma oficial es el inglés, se usa habitualmente el pidgin, mezcla de palabras inglesas y sintaxis melanesia. Lo utilizan las tribus para entenderse entre sí, y tuvo su origen en el inglés simplificado con el que los primeros comerciantes se comunicaron con los nativos.
La red de carreteras es muy escasa. La mejor forma de desplazarse desde Port Moresby hasta las Tierras Altas es mediante vuelos de Air Niugini (es más barato si los billetes se sacan fuera del país). También se pueden alquilar avionetas y helicópteros.
La estación seca va de mayo a octubre y la húmeda de diciembre a marzo.
La zona de las Tierras Altas es muy lluviosa y casi todos los días suele caer alguna tormenta.
Aparte de las recomendaciones habituales para los países tropicales, hay que tener en cuenta los mosquitos que atacan ferozmente. Hay que equiparse con buenos repelentes y de noche indispensable la mosquitera.