ESCENARIO
DE UN TIEMPO APASIONADO
Los ocho siglos que duró la Reconquista (711-1492) llevada a cabo por los reinos
cristianos del norte para recuperar las tierras sometidas por los musulmanes,
mantuvieron la Península Ibérica en frecuente estado de guerra. Si se añaden a
ello las tensiones internas entre la nobleza y la monarquía, frecuentes durante
la Baja Edad Media y el Renacimiento, que derivaron a veces en auténtica guerra
civil, se comprende con facilidad el papel que jugaron los castillos y el por
qué de su abundancia en España, con cerca de 2.500 fortificaciones siguiendo el
concepto de castillo, sin incluir torres, ciudadelas, alcazabas u otros tipo de
elementos de defensa.
Situado en una elevación del terreno (mota),
domina la villa y toda su extensa comarca. De él arrancaba un recinto
amurallado que se amplió hasta en tres ocasiones, que abrazaba la población, y
del cual subsisten algunos restos. Se edificó con el característico ladrillo
rojizo propio de la zona, empleándose la piedra únicamente para pequeños
detalles, como troneras, escudos, etc.
Fue declarado Bien de Interés Cultural el 8
de noviembre de 1904.
UNA
APASIONANTE HISTORIA
La villa debió de ser repoblada entre los
años 1070 y 1080, fortificándose primeramente el recinto de la villa vieja,
conocido como La Mota. Con el
crecimiento de la ciudad, el recinto de La Mota quedó convertido en una
fortaleza independiente de la propia villa. Así, en 1354 Enrique de Trastámara
y sus partidarios combatieron la villa.
En 1390 Juan I donó la villa a su hijo el
infante Fernando de Antequera, futuro rey de Aragón. De esta forma, a su muerte
en 1416, Medina y su Mota pasaron a poder del infante de Aragón, Juan. Éste
debió de hacer alguna obra en el viejo recinto, por la que en 1433 condenaba a
ciertos vecinos a pagar dos mil maravedíes. Los enfrentamientos entre Juan II
de Castilla y los infantes de Aragón, propiciaron que la villa estuviera en
ocasiones dividida entre uno y otro bando, dominando los aragoneses la Mota y
el rey el palacio de la plaza.
En 1439 el infante de Aragón había mandado “cerrar todos los portillos y poner guardas a
las puertas y en la villa”, encerrando al rey en ella. Dos años después
era, sin embargo, el rey de Castilla el que dominaba la villa y cercaba La
Mota, donde se había refugiado los partidarios de Aragón con “250 hombres, sin víveres y muy poco agua y de malos pozos”, llegando
a un acuerdo para rendirla cuando el rey la comenzaba a minar.
Después de la batalla de Olmedo de 1445, La Mota quedó definitivamente en manos reales y hacia 1460 ordenó Enrique IV de Castilla la construcción de una torre que luego fue la causa de multitud de desgracias. En 1464 entrega la tenencia de La Mota al arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, que poco después le traiciona y apoya al rebelde príncipe Alfonso. El rey fue entonces sobre Medina y llegó antes de que amaneciese, donde Alonso de Vivero, que era alcalde de ella y tenía la Mota, que es la fortaleza, por el arzobispo de Toledo no le quiso recibir y el rey mandó quedar gente de guarda sobe ella que la cercasen y por capitán (puso) a su contador mayor Pedrarias Dávila”, que la tomó. En 1467 La Mota estaba otra vez en manos de los partidarios del príncipe don Alfonso, apoyando la villa a Enrique IV, pero finalmente toda la villa cayó en manos del príncipe. Muerto éste en 1468, la rebelión la encabezó su hermana la princesa Isabel (la futura Reina Católica), que ese mismo año firmó con el rey el acuerdo de los Toros de Guisando. En él se estipulaba que Isabel “recibía la villa de Medina del Campo e alcázar e fortalezas della e con la torre de la mota”.
Sin embargo, en 1470 el rey le quitó Medina a su hermana Isabel para dársela a su hija, la princesa Juana. La Mota quedó entonces en manos de un partidario del rey, el arzobispo de Sevilla, Alonso Fonseca, hasta su muerte en 1473.
En esta fecha, los medinenses, con la ayuda del alcaide de Castronuño, habían cercado La Mota y pretendían derribarla. El sobrino del arzobispo, que la defendía, viendo la imposibilidad de mantenerla, pactó con los medinenses su entrega al Duque de Alba, quien la retuvo hasta 1475 y debió de hacer algunas pequeñas obras en el interior, gastando en ellas algo más de 45.000 maravedíes.
En 1475 la corona reclamó La Mota y el 20 de febrero le ordenaron a Francisco Girón, el alcaide, que la entregase a Alonso de Quintanilla, enviado por los reyes. Fue a partir de esa fecha cuando se construyó la barrera artillera. Se conservaron algunas cuentas de estos años con pagos al maestro de Abdalla, posiblemente el principal alarife de la obra, al maestro Alí de Lerma. También se conservaron cuentas de las obras en los últimos años (1479-1482), cuyo montante se aproximaba a los tres millones de maravedíes
La barrera debía estar acabada en 1483, figurando esa fecha en el escudo que se conserva sobre la puerta principal de ésta y en el que aparecen las armas de los Reyes Católicos sin la granada y el yugo y las flechas, sus divisas.
En los años siguientes La Mota alcanzo
notoriedad histórica ya que en su interior albergó a doña Juana de Castilla,
hija de los Reyes Católicos, mientras que la reina, aquejada de deficiente
salud, se encontraba en el Palacio Real Testamentario ubicado en Medina del
Campo. La Mota en aquellos tiempos fue escenario del desencuentro entre madre e
hija que provocó que doña Juana acabara regresando a Flandes, mientras que la
reina Isabel, muy enferma, terminara muriendo en el palacio de Medina.
Posteriormente, el castillo se convirtió en prisión de
Estado y en él estuvieron detenidos distintos personajes, tales como Hernando
Pizarro, Rodrigo Calderón, el duque Fernando de Calabria, César Borgia
o el conde Aranda. Quizá el hecho más destacado sea la huida de César Borgia,
el llamado duque Valentino, hijo del papa Alejandro VI
(Rodrigo Borgia), y a quien el Gran Capitán
hizo prisionero en Nápoles, enviándole primero al castillo de Chinchilla, en la actual
provincia de Albacete, de donde intentó escapar mediante una estratagema, no
sin antes querer arrojar por las almenas a su alcaide y guardián, Gabriel de Guzmán, quien
se libró de muerte segura gracias a su agilidad y fortaleza. Tras el fallido
golpe, el Rey Católico ordenó el traslado de Borgia al castillo de La Mota,
custodiado esta vez por el alcaide Gabriel de Tapia. Pasado
un tiempo de rigurosa prisión, aunque propia de un personaje de su alcurnia,
maquinó una nueva fuga con la complicidad exterior del conde de Benavente, Rodrigo Alonso Pimentel, enemigo del Rey
Católico, y las ayudas interiores del capellán y algunos criados.
La noche del 25 de octubre
de 1506
se descolgó mediante sogas de la torre del homenaje. La soga no alcanzaba al
suelo, de forma que el último tramo tuvo que salvarlo saltando. En unión del
conde de Benavente, llegaron en secreto a Villalón,
donde se ocultó unos días (se ofrecían diez mil ducados por su captura). Luego
pasaron a Santander para eludir el cerco que el Rey
Católico había dispuesto para su captura, y desde allí se trasladó a Navarra,
cuyo rey Juan III de Albret era hermano de su esposa
francesa Carlota.
Durante la guerra de las Comunidades en 1520-1521, la fortaleza
permaneció fiel a la corona, pese a que Medina era comunera y controlaba el
parque de artillería. «Un regidor llegó a decir que se utilizase el artillería
para derrocar la Mota» e incluso, «cuando los de la Junta (comunera)
llegaron a Medina desde Ávila, también acudieron a ellos unos 2000 hombres
pidiendo que tomasen la fortaleza», pero gracias a la habilidad diplomática del
alcaide, que tenía guarnecida la fortaleza, no llegaron a atacarla.
DESCRIPCIÓN
El edificio actual debe su imagen a un largo proceso de restauración, aún en curso, iniciado a raíz de su declaración como Bien de Interés Cultural (B.I.C.), el 8 de noviembre de 1904. El castillo posee una planta trapezoidal y consta de dos recintos. El primero barbacana es bajo, con cubos en los ángulos y en el centro de cada uno de sus lados. Presenta escarpa hacia el foso, y la puerta se protege por dos robustos torreones, comunicados en sentido vertical. El segundo recinto, mucho más sólido, tiene muros de gran altura y fuertes torreones en los ángulos, destacando por su elevación la torre del homenaje.
- Torre del Homenaje: tiene planta cuadrada y mide 38 m de altura y 13 m de anchura en cada lado de su perímetro exterior. Unida a los muros del segundo recinto, forma el ángulo norte del mismo, defendiendo la puerta de entrada que da al Patio de Armas. En la actualidad consta de cinco plantas. La primera y segunda están reconstruidas, son octogonales, con bóveda plana. La tercera, también reconstruida, es un cuadrado con bóveda de plena cimbra. Sobre éstas se encuentra la más bella e interesante de todas, reformada por una estancia de planta cuadrada que se transforma en un octágono por medio de semibóvedas de aristas o trompas, que cierran los ángulos del cuadrado y después de un polígono de 16 lados montado en una arquería volada de planta triangular, abriéndose cada arquito sobre una base que va disminuyendo desde arriba hacia abajo hasta terminar en punta. También de planta cuadrada y bóveda de claustro es la estancia del piso más alto, transformándose en un octágono por medio de unas pechinas planas situadas en los ángulos del cuadrado. En la plataforma de la torre hay matacanes a lo largo de cada una de sus fachadas, protegidos a su vez por ocho garitones que forman ángulos entrantes en ésta. En el centro se levanta una torre caballero de arcos de medio punto.
- Patio de Armas: se organiza por medio de tres crujías que se abren al patio por una serie de arcos apuntados, reproduciendo las trazas originales de las dependencias del castillo. La portada gótica es un vaciado de la que mandó poner Beatriz Galindo, la Latina, en el Hospital de Madrid que llevaba su nombre. El original de esta portada es obra de un artista árabe, el alarife Hazan. Está hecha al gusto musulmán, como lo indica la curva del arco de ingreso, que luce una decoración de bolas, estatuillas bajo lindos doseles y realzando el conjunto una airosa ventana, todo ello encuadrado dentro de un alfiz de tipo naturalista. Se representa el abrazo de san Joaquín y santa Ana ante la Puerta Dorada, los timbres de los Ramírez y los Galindo, y estatuas de dos santos. La colocación de esta portada en el Patio de Armas se debe al Marqués de Lozoya.
- Capilla: dedicada a santa María del Castillo; es de tipo románico-mudéjar, sugerida por F. Justo Pérez de Urbel. Sobria y serena de líneas, ajustada a las normas de la más pura liturgia y simbología cristiana. Es una de las dependencias más bellas del castillo. En el altar mayor hay un sencillo retablo con bajorrelieves que representan a seis santos españoles: san Raimundo de Fitero, Santiago Apóstol, san Fernando, santa Teresa de Jesús, san Isidro y san Isidoro. También hay un sagrario de plata de forma basilical y líneas románicas. Corona este retablo un Cristo de marfil del siglo XVI con cruz de forja. En los laterales hay dos imágenes: santa María del Castillo y san José, obra del escultor José Clara, son conocidas como el "grupo de la Mota", están talladas en un tronco de cerezo cuya tonalidad armoniza con el ladrillo de la construcción. En el lado izquierdo del crucero hay un tríptico flamenco que unos críticos atribuyen a Memling y otros a Jan van Eyck (es propiedad del Hospital de la Inmaculada Concepción y san Diego de Alcalá, Patronato de Simón Ruiz Envito, de Medina del Campo). En el lado derecho hay una talla de santa Teresa del siglo XVII, procedente del taller de Gregorio Fernández. En la zona de los pies de la capilla hay una tabla catalana con influencia italiana del siglo XV. La losa del primer sepulcro de José Antonio Primo de Rivera cuando descansó en El Escorial forma parte del suelo.
- Vestíbulo: está decorado con una copia de la carta de Juan de la Cosa, pintada por Viladomat sobre tela, reproducción de la del Museo Naval de Madrid, y una talla de madera procedente de Haití. Es un tronco que representa a un indígena con tambor y dos figuras laterales.
A la planta noble se accede por una escalera de Honor,
de estilo gótico flamígero, copia también de la del
Hospital de la Latina citado. En esta planta se encuentra el salón de Honor,
con acceso a una de las torres rectangulares, una pequeña sala de siete m de
longitud por dos de anchura llamada "el mirador o peinador de la
Reina", en recuerdo de Juana la Loca,
donde dicen que se pasaba largas horas esperando el retorno de su amado esposo.
Está cubierta con bóveda ojival de cañón seguido, orlada de tercerías góticas y
rosetones;
en ella quedan restos de la primitiva policromía. En los tímpanos de la bóveda
campeaban los emblemas de los Reyes Católicos, que en la actualidad apenas se
perciben. El salón está decorado con yeserías que representan
los mismos símbolos que hay en el mirador de la Reina.
Mudos testigos de nuestro pasado las
fortalezas han asistido a la representación de historias heroicas y aventuras
legendarias. Fruto de una época -el Medievo- en la cual guerrear era poco menos
que una obligación, sus estancias conocieron amores, locuras y venganzas.
El castillo de la Mota, ubicado en la villa
de Medina del Campo (Valladolid) ha vivido a lo largo de los siglos algunas de
las páginas más cruciales de nuestra Historia.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)