EL GRECO Y TOLEDO




Nacido en Candía, la actual Heraclion, capital de Creta, a lo largo de su vida viajó a Venecia, Roma, Parma, Madrid y finalmente Toledo, siendo sus obras reconocidas en todo el mundo.
Hasta los 26 años vivió en su Creta natal, donde fue apreciado maestro de iconos en el estilo posbizantino vigente en la isla. Su experiencia pictórica, la obtuvo en tres focos culturales muy distintos: la primera formación bizantina fue la causante de importantes aspectos de su estilo que florecieron después en la madurez; la segunda la obtuvo en Venecia de los pintores del alto Renacimiento, de forma muy especial de Tiziano, aprendiendo la pintura al óleo y su gama de colores, de hecho él mismo siempre se consideró parte de la escuela veneciana; por último, su estancia en Roma le permitió conocer la obra de Miguel Ángel y el manierismo, que se convirtió en su estilo vital, interpretado de una forma autónoma. Finalmente, en España desarrolló sus grandes obras, las que le hicieron famoso.
Actualmente está considerado uno de los artistas más grandes de la civilización occidental.
A finales de 1566 pidió permiso a las autoridades venecianas para vender una “tabla de la Pasión de Cristo ejecutada sobre fondo de oro” en una subasta. Este icono bizantino del joven Doménicos fue vendido por el precio de 70 ducados de oro, igual valor que una obra de Tiziano o Tintoretto de la misma época, de ahí que alcanzara una posición importante entre los pintores cretenses, llegando incluso a ser llamado “maestro”.
Algunos historiadores aceptan que su religión era la ortodoxa, aunque otros estudiosos creen que formaba parte de la minoría católica cretense o que se convirtió al catolicismo romano antes de abandonar la isla.

VENECIA
En 1567 abandonó Creta para trasladarse a Venecia, donde continuó su formación. En aquel tiempo, Venecia era el mayor centro artístico de toda Italia. Allí trabajaba con intensidad el genio supremo de Tiziano, apurando sus últimos años de vida en medio de un reconocimiento universal. También Tintoretto, Paolo Veronese y Jacobo Basano se encontraban en la ciudad y El Greco estudió el trabajo de todos ellos.
Entre las obras más conocidas de su periodo veneciano cabe destacar la Curación del nacido ciego, en la que se percibe la influencia de Tiziano en el tratamiento del color y la de Tintoretto en la composición de figuras y la utilización del espacio.
Después de tres años de estancia en Venecia, se acabó marchando debido a la importante competencia que existía.
Su siguiente paso fue la ciudad de Parma, donde se detuvo a conocer la obra de Correggio, pues sus comentarios elogiosos hacia ese pintor (lo llamó “figura única de la pintura”) demuestran un conocimiento directo de su arte.


ROMA
Después de Parma, Doménicos se instaló en Roma. Su llegada está documentada en una carta de presentación del miniaturista Giulio Clovio al cardenal Alejandro Farnesio, fechada el 16 de noviembre de 1570, donde le solicitaba que acogiese al pintor en su palacio hasta que encontrara otro acomodo.
A través del bibliotecario del cardenal, el erudito Fulvio Orsini, entró en contacto con la élite intelectual de la ciudad. Conoció al clérigo español Don Luis de Castilla, forjándose entre ambos una estrecha amistad, defendiéndole la obra del artista toda su vida hasta el punto de convertirse en albacea en su testamento.
En septiembre de 1572, pagó sus cuotas a la Academia de San Lucas como pintor de miniaturas y a renglón seguido abrió su propio taller, contratando a varios colaboradores. Francisco Preboste, que fue un pintor ayudante suyo, trabajó con él hasta los últimos años de su vida.
Cuando El Greco vivió en Roma, Miguel Ángel y Rafael ya habían muerto, pero su enorme influencia seguía vigente. Los pintores romanos de la década de 1550 habían establecido un estilo llamado manierismo pleno o maniera, donde las figuras se fueron exagerando y complicando hasta convertirse en artificiales, buscando un virtuosismo preciosista. Por otro lado, las reformas de la doctrina y de las prácticas católicas iniciadas en el Concilio de Trento, empezaban a condicionar el arte religioso.
El periodo italiano se considera como un tiempo de estudio y preparación, pues la genialidad de El Greco no surgió hasta sus primeras obras en Toledo en 1577. En Italia no recibió ningún encargo de importancia, ya que era extranjero y Roma estaba dominada por pintores como Zuccaro, Pulzone y Sicciolante, de menor calidad artística, pero más conocidos y mejor situados en la sociedad.
Entre sus principales obras de su periodo romano, cabe destacar: Purificación del Templo; varios retratos como el que le hizo a Giulio Clovio o el del gobernador de Malta Vincentio Anastagi. También ejecutó una serie de obras profundamente marcadas por su aprendizaje veneciano, tales como El soplón y la Anunciación.
En 1576 decidió abandonar Roma y se marchó a Madrid.


TOLEDO
Con su llegada a la ciudad castellana, comenzó a ejecutar las que posteriormente se convertirían en sus obras maestras.
En aquella época el monasterio de El Escorial, cerca de Madrid, estaba concluyéndose, y el rey Felipe II invitó al mundo artístico de Italia a que fuera a decorarlo. A través de Clovio y Orsini, el pintor cretense conoció a personajes de gran influencia, y ello le facilitó sus primeros trabajos en la capital toledana.
El retablo mayor y dos laterales para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo. A estos retablos pertenecen La Asunción de la Virgen y La Trinidad. Simultáneamente le contrataron para que realizase El expolio para la sacristía de la Catedral.
El Martirio de San Mauricio, encargado por el propio rey Felipe II para El Escorial, no acabó de gustarle. Sin embargo, estas obras establecieron la reputación del pintor en Toledo, le dieron gran prestigio y tuvo que abrir un taller para atender sus encargos. Tuvo la confianza de Diego de Castilla, así como de clérigos e intelectuales de la ciudad que reconocieron su valía. Pero en cambio, las relaciones comerciales con sus clientes fueron desde el inicio harto complicadas a causa del pleito sobre el valor de El expolio, pues el cabildo de la Catedral lo valoró en mucho menos de lo que pretendía el pintor.
Entretanto, en 1578 nació Jorge Manuel, su único hijo, fruto de su relación con Jerónima de las Cuevas, con la cual no se llegó a casar y se cree fue retratada en el cuadro La dama de armiño.
Después de pintar El caballero de la mano en el pecho y a partir de 1581, El Greco consolidó la temática religiosa de sus cuadros.
Aunque faltándole el favor real, decidió continuar viviendo en Toledo, instalándose en casa del marqués de Villena, donde también abrió su taller. Está documentada la presencia de su ayudante, el pintor italiano Francisco Preboste, quien con su colaboración hizo posible que dicho taller pudiera acoger más ambiciosos proyectos de pintura, escultura policromada y marcos arquitectónicos de madera dorada.
Fue en 1588 cuando el párroco Don Andrés Núñez le encargó El entierro del Conde de Orgaz para la iglesia de Santo Tomé en Toledo, donde aún se encuentra en la actualidad. Dicho cuadro, posiblemente el que le hizo más famoso, representa el sepelio de un noble toledano (Gonzalo Ruiz de Toledo), que según una leyenda local fue enterrado por los santos Esteban y Agustín. El pintor representó en la comitiva y de forma anacrónica a personales locales de su tiempo, incluyendo también a su hijo. En la parte superior del cuadro, el alma del fallecido asciende al cielo, el cual pintó densamente poblado de ángeles y santos.
En los años siguientes, dejó de ser un simple residente de la ciudad de Toledo para empezar a aparecer como vecino. Dio un giro a sus métodos, comenzando a realizar retablos y no sólo pinturas, para introducirse de pleno en el mercado español. Su hijo entró a trabajar como aprendiz en su taller.
Dada la reputación que alcanzó y su amistad con algunos mecenas locales, fue produciéndose un aumento de los encargos, algo que ya se mantendría hasta su muerte. De aquella época datan sus lienzos más religiosos, representando a San Juan Evangelista y San Francisco, Las lágrimas de San Pedro, La Sagrada Familia, San Andrés y San Francisco, y también San Jerónimo. Asimismo, firmó un contrato con el clérigo Martín Ramírez de Zaya, comprometiéndose a realizar unos retablos para una capilla privada de la ciudad dedicada a San José, que incluyeron sus pinturas: San José con el Niño Jesús, San Martín y el mendigo, La Virgen con el Niño junto con las Santas Inés y Martina. Sus figuras iban siendo cada vez más alargadas y retorcidas, sus cuadros más estrechos y altos, a la vez que su interpretación personalísima del manierismo alcanzaba su culminación.

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA
En 1603 y a través de su hijo, El Greco fue contratado por el Hospital de la Caridad de Illescas (Toledo) para la realización de un retablo, que provocó un largo pleito que duró cuatro años por las tasaciones de esta obra.
Al año siguiente falleció su hermano sin realizar testamento, puesto que a su llegada a España nada quedaba de su fortuna.
Por aquel entonces, en los inicios del siglo XVII, solía recibir en su casa toledana a intelectuales como Luis de Góngora o Fray Hortensio Félix de Paravincio.
En agosto de 1612, junto con su hijo Jorge Manuel acordaron con las monjas de Santo Domingo el Antiguo (Toledo), contar con una capilla para el enterramiento familiar. A tal efecto, el artista cretense realizó otra de sus obras maestras: La Adoración de los pastores, donde sus figuras manifiestan la sorpresa y la adoración de forma conmovedora.
El 7 de abril de 1614, Doménicos Theotocópoulos falleció a la edad de 73 años, una semana después de nombrar a sus albaceas, siendo enterrado en Santo Domingo el Antiguo. El panteón debió ser trasladado antes de 1619 al monasterio de San Torcuato, debido a una disputa con las monjas, y fue destruido al demolerse la iglesia en el siglo XIX.
Su vida, llena de orgullo e independencia, siempre tendió al afianzamiento de su peculiar y extraño estilo, evitando las imitaciones. Llegó a coleccionar volúmenes valiosos, que formaron una maravillosa biblioteca. Un experto contemporáneo lo definió como “un hombre de hábitos e ideas excéntricos, tremenda determinación, extraordinaria reticencia y extrema devoción”.
Por éstas u otras características, fue una voz respetada y un hombre celebrado, convirtiéndose en un artista incuestionablemente español.
Su amigo Fray Hortensio Félix Paravicino, predicador y gran poeta del siglo XVII español, escribió de Él Greco en un conocido soneto: “Creta le dio la vida y los pinceles, Toledo mejor patria, donde empieza a lograr con la muerte eternidades”.
Doménicos Theotocópoulos, El Greco, sin duda alguna, fue un pintor de indiscutible talla universal y Toledo la ciudad que, al final, supo reconocer su inmenso trabajo. En la actualidad, en la capital toledana el visitante puede contemplar algunas de sus mejores obras en el museo a él dedicado, así como la casa donde se alojó en los últimos años de vida de este genio de la pintura.

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