- N I L O -


MÍTICO Y LEGENDARIO



El continente negro, así denominado por el color de la piel de la mayoría de sus habitantes o quizás por la oscuridad de nuestros conocimientos sobre el mismo, es un poderoso gigante dormido desde hace millones de años y regido por dioses que se asegura son seres vivientes.
Un enorme territorio en el que se aglutinan los más variados, bellos y violentos contrastes. Las nevadas cumbres del Kilimanjaro, el volcánico Rift Walley, los lagos Victoria y Tanganyika, la llanura del Serengueti, la selva lluviosa que envuelve las cimas del Ruwenzori o los desiertos del Sahara y el Kalahari… son lugares que siempre han hecho soñar al viajero porque evocan todo el espíritu de la gran aventura.
A lo largo de la historia han surgido infinidad de exploradores que se adentraron en estas tierras, rebasando los límites de lo hasta entonces conocido. A principios del siglo XIX, traficantes árabes de esclavos y marfil de la isla de Zanzíbar, contaban relatos sobre grandes lagos y montañas en el corazón de África de las que nacía un caudaloso río.
Tenían que ser las fuentes del Nilo.
Los antiguos egipcios ya sabían que su cauce continuaba más al sur de la ciudad que hoy se conoce como Khartoum en Sudán.
El historiador Herodoto, en el año 460 a.C. recopiló cuantos datos pudo aunque no logró descifrar las incógnitas. Más tarde, exploradores griegos alcanzaron el punto donde se unen el Nilo Blanco y el Azul.
Algún tiempo después, Ptolomeo, geógrafo que vivía en Alejandría, siguiendo cuanto había escuchado a muchos mercaderes dibujó un mapa en el que aparecían varios lagos y montañas cubiertas de nieve y situó el nacimiento del río en las denominadas -Montañas de la Luna-.
En el siglo XVII, misioneros jesuitas descubrieron el nacimiento del Nilo Azul, pero las fuentes del Nilo Blanco seguían siendo un misterio y un reto fascinante.
En 1854, Richard F. Burton, afamado explorador y escritor inglés, tras haber sido el primer europeo que, vestido de musulmán, entró en La Meca y Medina, ciudades sagradas del Islam, pretendió explorar la región de Somalia. Su objetivo era recabar información sobre una tierra apenas explorada y estudiar el comercio de la zona. En su proyecto le acompañaron tres militares británicos, uno de ellos era John Hanning Speke, reputado cazador inglés y Teniente de la Infantería nativa de Bengala en la India.
Liderados por Burton se propusieron atravesar Africa de Nordeste a Sudoeste, sin embargo, no llegaron muy lejos, dado que una noche su campamento fue atacado por tribus somalíes hostiles. Varios compañeros murieron y Speke resultó gravemente herido. Pese a lograr escapar, la mandíbula de Burton fue atravesada por una lanza, decidiendo entonces regresar a Londres.
Dos años después (1856), la Royal Geographical Society encargó de nuevo una expedición con objeto de descubrir las fuentes del Nilo. En diciembre, Burton y Speke llegaron a Zanzíbar (su nombre significa "tierra de negros"). Tras varios meses, desde Bagamoyo partieron tierra adentro por la ruta de los esclavos, tratando de evitar el paso por las tierras de los salvajes guerreros masai, con el fin de determinar sus límites y así dilucidar si ese gran lago era o no la fuente del Nilo. Fue aquel un viaje lleno de peligros, muchas deserciones y enfermedades.
Después de pasar un mes en Tabora, a principios de 1858 y cerca de Ujiji, alcanzaron el gran lago al que Burton denominó Tanganyka (que significa "lugar de encuentro de las aguas"). Por aquel entonces, los dos hombres se encontraban en lamentable estado, especialmente Burton, quien herido en las piernas y con la mandíbula ulcerada debía desplazarse en parihuelas. Por su parte, Speke estaba medio ciego.
Volvieron a Tabora y Burton se quedó en el campamento escribiendo sobre el viaje, mientras Speke, más recuperado, continuó hacia el norte y alcanzó un gran lago al que puso el nombre de Victoria (en honor de la reina de Inglaterra). Sin recorrerlo y sólo debido a su intuición, regresó y comunicó a su compañero que había descubierto las fuentes del Nilo.
Burton no le creyó pero no podía ir a comprobarlo, quedando convaleciente en la costa africana antes de regresar a Inglaterra. Speke lo hizo antes e influido por su editor, sin esperar más tiempo comunicó a la Royal Geographical Society que había encontrado las fuentes del Nilo, atribuyéndose todos los honores que en justicia debían haber sido, cuando menos, compartidos.
Al llegar Burton a Inglaterra, Speke había conseguido fama y los apoyos necesarios para realizar un segundo viaje en solitario que confirmara sus "intuiciones" sobre el nacimiento del gran río.
Las carencias de Speke como geógrafo y explorador eran muchas y pronto los escépticos se dieron cuenta de ello. La Royal Geographical Society organizó entonces una reunión en la que, tanto Burton como Speke, debían dar sus opiniones, pero ocurrió algo imprevisto. El 16 de septiembre de 1864, un día antes de la comparecencia de ambos ante los expertos de la sociedad británica, Speke moría de un disparo en una cacería. Su propia arma se había disparado. Nunca se supo si fue un accidente o un suicidio.
A pesar de todo y aunque hoy en día los geógrafos sitúen las fuentes del Nilo en las corrientes que fluyen hacia el río Kagera en las tierras altas de Burundi (concretamente el río Luvironza), Speke fue considerado por la historia como el descubridor.

EL NILO AZUL
El también llamado Gran Abbai arranca muy tranquilo del lago Tana, en las tierras altas septentrionales de Etiopía.
En las márgenes, salvo los pescadores con sus balsas de papiro, no existe el más mínimo atisbo de civilización. Reinan la soledad y el aislamiento más extremos, bajo un sol ecuatorial tan abrasador como luminoso.
Al sur, tras un promontorio surge Bahar Dar, mientras al otro lado del lago se levantan diferentes monasterios habitados por monjes coptos, los cuales han sobrevivido desde la Edad Media.
Después de Bahar Dar el río discurre entre rocas y la navegación resulta imposible. El paisaje es entonces encantador, una mezcla del África tropical y montañosa.
A unos 30 kilómetros la convulsión del río se hace patente y el murmullo de las aguas se convierte en estruendo. Las cataratas de Tissisat son tan extraordinarias como poco conocidas. Hay quien las asemeja a las Victoria en el Zambeze. Un espectáculo natural de una belleza incomparable.
Tras las cataratas Tissisat el río comienza a excavar su gran cauce en la meseta etíope, avanza entre cantos rodados y matorrales, pero el desierto se presiente próximo. La aldea de Bumbodi, apenas unas chozas, marca la frontera entre Etiopía y Sudán.
Entre ambos países no ha existido nunca un comercio significativo. Las rutas de caravanas quedan en las llanuras y los etíopes buscan la salida al exterior a través del Mar Rojo.
Algunos afluentes, torrentes en épocas de escasas lluvias, vienen a aumentar su caudal.
Las llanuras desérticas y los pantanos, ejercen de frontera para dividir dos mundos, dejando al Sur el África negra para penetrar en el Norte, el mundo árabe, donde una forzada e intransigente islamización sólo ha traído conflictos y una guerra sin final que arruina día a día la vida de una población a la que no le queda otro recurso que sobrevivir
En Karthoum se une al Nilo Blanco y prosigue su plácido recorrido hasta el Mediterráneo.

TIERRA DE FARAONES
El Egipto faraónico, el valle del Nilo, acoge a lo largo de su recorrido una larga sucesión de templos, pirámides y monumentos funerarios de una belleza y magnitud realmente asombrosa, como mudos testigos de unas épocas que fascinaron a la humanidad y lo siguen haciendo a través de los siglos.
Referirse al Nilo es tanto como hacerlo sobre la fascinante historia del Egipto milenario. Recorrer su cauce significa ir conociendo paso a paso a las gentes y sus más ancestrales costumbres a través de innumerables generaciones, no en balde se trata de un pueblo cuya existencia, según las escrituras, se remonta a más de diez siglos antes de C.
Desde las tierras altas de Kush, en el desierto de Nubia y próximo a los límites con el Sudán, hasta su desembocadura en el Mediterráneo cerca de la no menos mítica Alejandría, serpentea a veces encauzado por montañas y otras expandiendo su enorme caudal. Junto con el Tigris, el Eufrates y el Indo, el curso bajo del Nilo ha sido cuna de las primeras civilizaciones del mundo. Además, se convirtió en la principal vía comercial y de comunicaciones, así como en el centro de la vida espiritual de la época.
En el extremo sur de Egipto, en el valle de Nubia y a más de 300 kilómetros de Assuán, se levanta el que puede considerarse como el más colosal y majestuoso de cuantos templos se hiciera construir Ramsés, una de las maravillas más emblemáticas del país. Se trata de Abu Simbel, fiel reflejo del fantástico delirio del más excéntrico de los faraones.
Investigadores y expertos egiptólogos han tratado de estudiar los motivos que pudieron inducir a Ramsés a levantar este templo en un paraje tan insólito como desolado. Nunca se ha llegado a conclusiones determinantes al respecto, dado que mientras unos afirman que la tierra de los nubios siempre fue un lugar árido y seco, otros aseguran que, al parecer, la baja Nubia fue un exótico lugar, considerado como un paraíso plagado de lujuriosa vegetación.
Siguiendo por el majestuoso Nilo se llega hasta Assuán, avistando el templo de Isis en la isla sagrada de Philae. Más adelante, tras Kom Ombo, el magnífico templo dedicado a Sobek, el dios cocodrilo, y Edfu con su templo de Horus, en la otra orilla se ubica Esna, antigua capital del alto Egipto.
Luxor y Karnak, el Valle de los Reyes, Menphis, etc… jalonan el cauce que serpentea hasta llegar a El Cairo, la capital. A decir verdad, todo en el antiguo Egipto rebasa con creces los límites de la imaginación.
En las inmediaciones del Mediterráneo el caudal del gran río se desparrama para formar un bello delta, el punto final a su recorrido. Muy cerca del lugar, la ciudad de Alejandría, tan legendaria como moderna y cosmopolita, en los últimos años se ha convertido en atractivo centro turístico aunque conservando vestigios de las épocas en las que se erigió como capital del mundo antiguo. Nilo, con sólo citar su nombre de inmediato afluyen a la mente relatos llenos de misterio y fascinación. Lo cierto es que pocos ríos existen que sean tan míticos en todo el mundo.