K A T H M A N D U

                                   DONDE LO ESPIRITUAL ABSORBE LOS SENTIDOS


Aun teniendo en cuenta que los viajeros de cualquier parte del mundo vienen evolucionando al mismo ritmo que los más insólitos destinos turísticos y la mayoría de rutas a través de la India suelen completarse con una breve extensión al reino nepalí, éste país que hasta hace sólo unas décadas resultaba inaccesible, aún hoy continúa encerrando los más inescrutables secretos.
No son suficientes unos días para conocer el auténtico Nepal, por ello quien llega a la mítica Kathmandú apenas si puede percatarse de la seductora belleza de los palacios erigidos por los príncipes hindúes y los monasterios budistas levantados por los monjes tibetanos, sin olvidar la infinidad de templos que sorprenden a cada paso y son el fiel exponente de la influencia de una de las culturas más refinadas de todo el continente asiático.
Todo ello, teniendo como incomparable escenario las majestuosas cimas del llamado "techo del mundo".

UN PAIS DE TEMPLOS Y PAGODAS
Resulta en extremo difícil poder llegar a comprender el misterio que siempre envuelve a las religiones, toda la mitología, las creencias y tradiciones del pueblo nepalí. Es algo que está tan arraigado en sus gentes que se ha convertido en su propia forma de vida. Budismo e hinduismo, las dos religiones más extendidas, han sido capaces de dejar a través de los siglos un legado de excepción y no sólo de carácter espiritual, sino también con obras arquitectónicas que son una muestra más que fehaciente de la fe y el amor.
Por ello, contemplar estas maravillas y penetrar en el interior de templos monasterios y estupas, permanecer en silencio y verse rodeado de tal magnificencia, es como sentirse trasladado en el tiempo y el espacio, vivir intensamente otro mundo en el éxtasis, aproximándose al conocimiento de las deidades que en ellos se representan, Buda, Shiva, Vishnú, Ganesh, Parvati, Krishna…
Quien llega hasta Kathmandú y se asoma a su realidad, la cual parece seguir anclada en la lejanía de los siglos, puede contemplar todas las edificaciones que abarrotan los barrios más antiguos de la ciudad y de tal modo asistir asombrado a un espectáculo inverosímil. Una explosión de colores, líneas y estructuras capaces de revolucionar los sentidos.
Relieves representando animales, dioses con múltiples brazos y cabezas, símbolos mitológicos, calaveras, horribles monstruos… Una sinfonía recargada de extraña religiosidad y que a la vez revela un pasado en verdad enigmático. Deambular sin prisa por la vieja Kathmandú es tanto como dejarse llevar a través de un mundo mágico y atractivo para confundirse entre ancianos leyendo escrituras budistas, sanadores del cuerpo capaces de atender a sus enfermos en plena calle, animadores, bailarines, vendedores de todo, desde exóticas verduras o frutas hasta pañuelos de seda china o flautas de bambú. Gentes musitando oraciones o participando en insólitas ceremonias, lanzando arroz o pétalos de flores a las estatuillas que representan a sus dioses, haciendo sonar campanillas o simplemente cantando acompañados de los más rudimentarios instrumentos, mujeres hilando en viejas ruecas, santones, mendigos, contadores de historias y hombres cargados con las más dispares mercancías. Todo eso y mucho más puede observarse a través de las abigarradas callejuelas de esta incomparable ciudad y siempre con la sonrisa en los labios como expresión permanente de unas gentes de aspecto sosegado y que resultan encantadoras para cualquier viajero que se asoma a este rincón apasionante.
Recorriendo la vieja capital nepalí, cuyo origen se atribuye al reagrupamiento de varios núcleos poblados más allá de la confluencia de los ríos Bagmati y Vishnumati, en apenas unos metros se aglutinan algunas de las más extraordinarias obras arquitectónicas del Nepal, desde los templos de Narayan y el Teleju con los techos dorados, hasta los de Machendranath, uno de los más venerados, Annapurna y Bhimsen, sin olvidar el santuario de Ashok Binayak, el templo octogonal de Krishna Mandir o los nueve pisos de la torre de Basantapur con sus relieves eróticos en la fachada, la riqueza de Kasthamandap o "casa de madera" y, por supuesto, el Hanuman Dhoka o palacio real levantado en honor del rey de los simios y en cuya puerta se halla la escultura del mono divino que, según se afirma, ayudó a Rama a conquistar la antigua Ceilán.
Sólo en la plaza Durbar, donde se da cita toda una marea humana, existen más de cincuenta templos y monumentos de relieve. Curiosamente, en el palacio de Shiva y Parvati cabe destacar que ambas deidades se hallan representadas en sendas tallas de madera, las cuales aparecen asomadas a una ventana central, como si estuviesen contemplando cuanto se mueve a su alrededor.
El palacio de la Kumari con sus balcones y ventanales en madera tallada es uno de los puntos donde se centra la atención de quienes llegan hasta aquí, no en balde en él habita la diosa viviente, reencarnación de Parvati, la mujer del todopoderoso Shiva. Otra muestra evidente del marcado ascetismo de este país.
Esta niña-diosa, la Kumari, protagoniza desde hace miles de años, una pequeña y triste historia a la vez. Elegida antes de los cinco años entre los orfebres de las familias del clan sakya, sólo puede salir de palacio en dos ocasiones a lo largo del año y siempre llevada a hombros de sacerdotes-sirvientes, ya que sus pies no pueden ni tan siquiera rozar el suelo. Ricamente engalanada, vive sin contacto con el exterior.
En muy determinadas ocasiones y si el visitante es oportuno, puede acercarse y sorprender a la pequeña diosa si ésta casualmente se asoma a alguna de las ventanas de su refugio, a buen seguro tratando de hallar un resquicio a su terrible soledad infantil.
La Kumari cuando llega a la pubertad y se convierte en mujer, pasa a ser virgen, la cual siempre vivirá en ésta condición. Al respecto existe una leyenda que habla sobre la muerte prematura que le sobreviene a cualquier hombre que trate de desposarla y tener algún tipo de relación sexual con ella.
A las afueras de la ciudad, a pocos kilómetros y en la cima de una verde colina, se ubica la estupa de Swayambhunath rodeada de pequeños templos, un gompa o monasterio y otros lugares de oración. Antaño lugar sagrado, aún hoy es centro de peregrinación en el que se realizan ofrendas y donde cada rincón tiene un significado simbólico que, sin duda, impacta en el viajero poco habituado a este tipo de profundas manifestaciones religiosas.
Esta estupa budista data, casi con toda seguridad, de dos siglos antes de J.C. no en balde existen escrituras que hablan sobre una visita que realizó el Emperador Ashok en ésa época. Fue escuela de budismo al filo del siglo XIII, siendo destruida posteriormente por un sultán bengalí. Cuatro siglos más tarde se reconstruyó durante el reinado de Pratap Malla, añadiéndose a la construcción original una escalinata de más de trescientos peldaños de piedra que conducen hasta la base de la colina.
En el otro extremo de Kathmandú, la estupa budista de Bodnath es la mayor de todo el valle, y su aspecto multicolor y de superiores dimensiones a la de Swayambhunath, le confieren un aspecto en verdad impresionante.

A TRAVES DEL VALLE
Patan y Bhadgaon son otras dos ciudades importantes que, como Kathmandú, muestran con amplia generosidad su arte milenario, todo un prodigio creado por los emperadores que adoraron a sus divinidades en el legendario reino de Shangri-la hasta más allá del límite del entendimiento.
Patan, también llamada Lalitpur o "ciudad hermosa", está situada al sur de Kathmandú y en una meseta elevada sobre el río Bagmati, es el mayor centro artesano del país y en ella pueden admirarse los templos en honor a Krishna, con esculturas representando las más cruentas escenas guerreras extraídas de las narraciones hindúes del Mahabarata y el Ramayana, así como la pagoda de Lokeshwor, el palacio real o el templo de Vishnú, de singular belleza.
Bhadgaon o Bhaktapur, de estilo medieval, es otro de los puntos de ineludible visita, no en balde en él se encuentra el palacio de las cincuenta y cinco ventanas y la pagoda de los cinco techos de Nyatapola, erigida en honor de la diosa Laxmi.
A orillas del sagrado río Bagmati, en Pashupatinath, a diario tiene lugar el baño para miles de creyentes que buscan su purificación, junto a las escalinatas o ghats posteriores al templo de Shiva, donde se efectúan también las cremaciones de cadáveres. Una ceremonia con evidente impacto, algo estremecedor a los ojos occidentales y que se asemeja a cuanto sucede habitualmente en la ciudad india de Benarés.
Una visita a esta ciudad sagrada, a no dudarlo, es capaz de absorber los sentidos de cualquier viajero, habida cuenta del marcado ambiente de misticismo que se vive a través de sus abigarradas calles repletas de mendigos, santones, peregrinos y mercaderes.
Aunque lejos del valle, llegar hasta Pokhara es también interesante ya que supone observar relativamente cerca la cumbre del Annapurna, del mismo modo que desde la franja norte del país resulta habitual extasiarse con la vista perdida en la lejanía, donde se encuentran los míticos Everest, Pumo-Ki, Noptse, Lhotse Shar, Makalu… sensacionales, gigantescos y dignos de los mayores adjetivos superlativos. Algo incomparable.
Los más de cuatro mil templos que se hallan esparcidos por todo el valle son centros de peregrinación, siendo el exponente más claro de una cultura que tuvo y sigue teniendo en sus religiones la auténtica razón de ser, para asombro de quienes, llegados de lejanas civilizaciones, observamos su forma de vida actual, igual a como se desarrollaba hace infinidad de siglos.
Más allá del mundo del silencio, donde la superstición es una ciencia y el misterio casi una religión, y rodeado de un ambiente que rezuma profundo ascetismo y espiritualidad, a los pies de las nevadas cumbres del Himalaya, el valle de Kathmandú pese a lo que pueda llegar a creerse, sigue siendo un recóndito lugar bastante desconocido en el que sus gentes de confusos orígenes permanecen fieles a los ritos y costumbres más ancestrales y, por tanto, despierta en el visitante atractivos que rebasan los límites de la fascinación.