TANZANIA : AMANECER EN EL NGORONGORO

La Gran Falla, una de las áreas volcánicas más espectaculares de nuestro planeta, se extiende a lo largo de unos diez mil kilómetros desde el norte del Líbano hasta el sur de Mozambique.
Objeto de múltiples leyendas en el pasado, siempre estuvo rodeada de misterios un tanto indescifrables, de hecho los indígenas de Ujiji, adonde llegó Livingstone camino del lago Nyassa en 1859, ya hablaban sobre extraños monstruos y mundos desconocidos en lo que ellos calificaban como la puerta del infierno.
En el extremo sur de esta gran hendidura sobre la faz de la tierra se encuentra el área del mítico Ngorongoro.
Millones de años atrás el Ngorongoro fue un volcán con intensa actividad, sin embargo, sufrió una profunda transformación en la época glaciar y su cráter pasó a ser un reducto completamente virgen con sabana, bosques, zonas pantanosas , un lago interior y, por supuesto también con una gran riqueza de fauna.
Lejos de la imagen de fuego, lava, destrucción y muerte, el enorme volcán se convirtió en una extensión privilegiada, la mayor reserva natural del mundo y hasta no hace demasiado tiempo prácticamente desconocida.
ASCENDIENDO HACIA EL CRATER
Dejando atrás la reserva de Manyara, la ruta se adentra en una zona de pequeños arbustos, la cual a medida que se avanza va convirtiéndose en un complicado bosque con el sendero muy pedregoso, difícil y con intrincada vegetación, troncos cubiertos de pequeñas lianas, helechos arbóreos, bambúes, musgos y líquenes, aparte de una ligera niebla que parece ir envolviendo por momentos.
Comienza a ascenderse al cráter y el objetivo se halla a una altura próxima a los 2.400 metros. La marcha no hace sino aumentar la inquietud por llegar al punto culminante del recorrido.
Los siguientes kilómetros se cubren bajo un clima de tensa expectación hasta que, aupado por una evidente ansiedad, el viajero suele detenerse en la misma ladera, recorriendo a pie la distancia que le separa de la cumbre.
Son instantes de una emoción contenida.
Segundos después, se llega junto al mismo borde del cráter.
Asomarse al Ngorongoro supone tener una panorámica extraordinaria sobre su magnitud y belleza, algo incomparable que absorbe por completo a quien se extasía en su contemplación. La visión de la tierra a los ojos de Dios como relataba Karen Blixen en su libro “Lejos de Africa”.
Con la vista perdida en la inmensidad, disfrutando de semejante maravilla natural y subyugado por el singular espectáculo, transcurren unos minutos inenarrables, sin duda, una de las más gratificantes experiencias vividas a lo largo de todo el viaje, observando en el interior del cráter las zonas de sabana, bosques de acacias, la densa vegetación y el lago amparado en una suave neblina.
Tras reponer fuerzas y entrar en contacto con un ranger para que haga de guía (las autoridades tanzanas con muy buen criterio y por motivos de seguridad, no permiten acceder en solitario a la reserva), hay que elaborar el plan a seguir a la mañana siguiente para adentrase en el corazón del Ngorongoro.
Resulta inevitable un cierto nerviosismo por estar a punto de vivir lo que se presiente va a ser una apasionante aventura.
UN MARAVILLOSO MUNDO NATURAL
Descender al interior del cráter con más de 17 kilómetros de diámetro, supone tanto como sumergirse en un auténtico paraíso en las mismas entrañas de la madre naturaleza y donde tienen su hábitat todas las especies de la fauna salvaje. Un lugar de excepción que a lo largo de muchos decenios ha servido para que científicos e investigadores hayan podido realizar estudios y de esta forma tengamos en la actualidad un conocimiento más profundo sobre esta área.
Durante más de 40 minutos se desciende por una accidentada pendiente, difícil incluso para un vehículo todo-terreno, hasta llegar a la planicie interior.
El calor comienza a resultar sofocante, pero apenas si es perceptible dado el creciente interés por iniciar el recorrido.
Grandes manadas de antílopes, cebras y ñus, así como alguna que otra jirafa, van surgiendo de inmediato a través de la sabana.
En las inmediaciones de las zonas pantanosas que ocupan el centro del cráter, se suelen presenciar secuencias tan dramáticas como naturales, no en balde los grandes ungulados acostumbran a acudir a saciar su sed y es entonces cuando son sorprendidos por sus depredadores, leones muy especialmente, los cuales se encuentran apostados en lugares estratégicos y a la espera de poder capturar algún ejemplar muy joven o quizás menos dotado físicamente y, por tanto, más accesible a sus terribles garras.
El león es quizá el auténtico rey en esta reserva, no así el leopardo, aunque en ello también influye el hecho de que este último es menos visible ya que acostumbra a moverse en las zonas más selváticas y de exuberante vegetación.
Entre los colosos, elefantes y rinocerontes no son demasiado frecuentes, aunque los hay, y en ello mucho ha tenido que ver la enorme caza incontrolada que se ha llevado a cabo en los últimos años y que ha movido a los responsables de este país a proteger buena parte de su territorio con cuerpos especializados de anti-furtivos y tratando de vigilar, pese a no disponer de muchos medios, las posibles rutas del tráfico de marfil y pieles, las cuales suelen discurrir hacia Zaire y Zambia.
El Ngorongoro, por sus muy singulares características, tiene una evolución realmente compleja y muy distinta a la de otras zonas africanas, constituye un punto y aparte, por decirlo de alguna forma, y no siempre las alteraciones ecológicas que en él se producen están relacionadas con la actuación del hombre ya que existen otras influencias iguales o incluso más importantes y a veces hasta en sentido inverso.
Variaciones en el régimen de lluvias y consecuentemente una progresiva disminución de la sequía, provoca en ocasiones el aumento de las grandes manadas de herbívoros (gacelas, ñus, búfalos, cebras) y a renglón seguido lo hacen también aquellos animales que son sus rivales más directos (leones, leopardos, hienas). Por otra parte, los incendios forestales (aunque de ellos suele acusarse a los masai) y el constante ir y venir de elefantes y otras especies que acostumbran a variar con frecuencia de hábitat, destrozando a su paso los grandes baobabs, acacias y otros arbustos… son también factores determinantes que, de una forma decisiva, alteran el ecosistema básico.
Unas jornadas atravesando los senderos del cráter del Ngorongoro significan atesorar extraordinarias vivencias a todos los niveles y un fantástico recuerdo, amén de la satisfacción por haber conseguido un amplio material fotográfico.
Con cierta nostalgia suele abandonarse el inmenso cráter, tratando de sortear las complicaciones del terreno que van surgiendo durante la ascensión de retorno, en los 700 metros de tortuosa y desigual pendiente que separan la llanura del punto más álgido.
De regreso en el campamento, nada mejor que un buen baño y después, a la hora de cenar, una ensalada de verduras y un exquisito estofado de búfalo junto con frutos y unos deliciosos pasteles, todo ello acompañado con la excelente cerveza que se acostumbra a saborear por estas latitudes, ponen un broche de excepción.
Por la noche, en la tranquilidad de bungalow nadie escapa a soñar con este mítico Ngorongoro, un paraíso salvaje para el viajero.