TAHITI : SU MAJESTAD DE LOS MARES DEL SUR

A miles de kilómetros del resto del mundo, infinidad de islas perdidas en el cálido azul del Pacífico Sur evocan el atractivo de playas vírgenes, mujeres de seductora belleza, miles de especies de pájaros multicolores y una auténtica explosión de la naturaleza salvaje.
Tahití, Moorea, Bora Bora, Huahine… son nombres que suscitan fantasías de evasión y atraen con su magia indescriptible a los viajeros ávidos de placer que pretenden convertir sus vacaciones en un sueño inolvidable.
Ni siquiera la más desbordante imaginación sería capaz de reflejar tan insólita expresión de luz y color y, sin embargo, no se trata de ninguna ficción sino de una palpable realidad.
Como extraídas de relatos de fantásticas aventuras, todas y cada una de las islas que están diseminadas por el Pacífico, con sus especiales encantos, están ahí, existen y se muestran accesibles para quienes huyendo de la civilización buscan el auténtico paraíso.
Hombres como Bougainville o Cook no pudieron creer cuanto veían sus ojos al llegar a estas tierras e imaginaron un jardín del Edén nada similar a cuanto habían conocido hasta entonces. Islas y atolones volcánicos que han seducido con posterioridad a todos los visitantes que se han aproximado a descubrirlas. Pintores, escritores y poetas formaron parte de una legión de enamorados, Gauguin, por citar un ejemplo, se escapó de Europa para vivir y morir aquí. Otros como London, Matisse, Loti, Maugham, Defoe, Stevenson, etc. también habían de encontrar la paz, la luz y los colores especiales que atraen y excitan las mentes creativas.
A más de veinte horas de avión de cualquier capital europea, la Polinesia francesa está formada por alrededor de 120 islas agrupadas en cinco archipiélagos: Sociedad, Tuamotu, Marquesas, Australes y Gambier.
Los polinesios son de origen indeterminado. En lo máximo que han llegado a ponerse de acuerdo los historiadores es que son de procedencia asiática, fugitivos de guerras tribales y pescadores que huían de las persecuciones chinas y se refugiaron en las islas a las que luego se adaptaron.
Los polinesios de raza maorí que habitan las islas son el 75% (la mayoría tiene menos de veinte años de edad), mientras que los europeos suelen ser el 15% y el resto mestizos y especialmente chinos, muchos de ellos procedentes de Canton, descendientes de aquellos que llegaron al país para trabajar en las plantaciones de algodón de los ingleses.
LA ISLA DEL AMOR
Papeete, la capital, es lo que más se parece a una ciudad y tiene alrededor de cien mil habitantes, la mitad de todo Tahití, la denominada “isla del amor”.
La principal arteria de la ciudad, el Boulevard Pomaré, nombre de la familia que dominó en la isla durante los tiempos anteriores a la llegada de los europeos y cuyo último miembro entregó el poder a Francia, se extiende de un extremo al otro y ejerce de centro neurálgico, paralelo al mar y al puerto.
El Boulevard es una muestra heterogénea de gentes que discurre sin prisas en medio de un ambiente distendido, tranquilo y agradable que sorprende y cautiva de inmediato al recién llegado. Lo cierto es que el tiempo tiene aquí otra dimensión.
Los habitantes de la isla visten indumentaria informal y muestran la mas absoluta indiferencia por la ropa que cubre sus cuerpos. Las mujeres lucen vistosas ropas y flores en los cabellos, mientras los hombres llevan pantalones cortos y camisetas, calzando zapatos de esparto cuando no van descalzos.
Los domingos y días festivos, sin embargo, se produce una evidente transformación. La gran mayoría acude a los ritos protestantes o católicos, ataviados con elegancia, las mujeres de blanco con vistosas pamelas y sombreros, mientras que los hombres cambian sus habituales camisetas por conjuntos más presentables y camisas de lujo.
El sentimiento religioso está profundamente arraigado en estas latitudes. Las creencias tradicionales y primitivas han quedado relegadas por las religiones traídas por los occidentales y sólo son objeto de representación en las fiestas y celebraciones de ritos con danzas espectaculares y multicolores, otro de los muchos atractivos para los turistas.
Católicos y protestantes son los más numerosos, pero hay sitio para todos, cualquier doctrina  tienen sus adeptos, incluso los ritos budistas para los chinos que aquí trabajan.
El mercado es uno de los lugares más interesantes de Papeete, un punto de visita ineludible. Todo un espectáculo que asombra por la gran cantidad y variedad de frutas, verduras y pescados que se ponen a la venta.
Deambulando por el Boulevard Pomaré hay que llegarse hasta el museo de las perlas, donde se exhiben las famosas “perlas negras” que tanto fascinan en el resto del planeta por su brillo nacarado, lo más típico de esta zona y una de las exportaciones más importantes de la isla.
Cerca del museo se halla uno de las pocos monumentos que existen en Papeete y está dedicado al Conde Louis Antoine de Bougainville, navegante francés que en su vuelta alrededor del mundo llegó a Tahití en 1768.
Las iglesias protestante y católica también se hallan junto al Boulevard Pomaré y cerca de las mismas la redacción de uno de los periódicos más antiguos de la isla    -Les Nouvelles de Tahití-. Los periódicos suelen resultar curiosos y sorprendentes para cualquier occidental, dado que la información que publican es básicamente doméstica y sólo incluyen algunas noticias francesas. Cuanto sucede en el  resto del mundo ocupa un mínimo espacio. Apenas si merece interés.
El mar es la principal razón de existir para muchos. Existen foráneos solitarios que ni tan siquiera tienen casa en la ciudad y viven en los buques que se hallan anclados en el puerto, los mismos que les trajeron hasta aquí después de recorrer medio mundo.
Donde antaño sólo había nativos pescando, hoy existe un amplísimo puerto en el que permanecen amarrados buques de Oriente y Occidente.
El puerto de Papeete, uno de los más románticos y legendarios del Pacifico Sur, tiene una vida propia y en él existen tiendas, lugares donde comer, dormir, conversar y  frecuentar las relaciones sociales. Todo un mundo.
Al caer la tarde, el puerto se agita con sus yates, barcos de líneas oceánicas y goletas de copra, mientras la nostalgia embarga a quien se pierde a través de sus callejuelas. Contemplar desde este punto un atardecer es lo más bello que pueda imaginarse, parece un tópico pero hay que vivirlo para comprobar su veracidad.
Existen en Papeete numerosos clubes nocturnos donde es posible bailar -tamuré-,ritmo vertiginoso, frenético a veces, el cual hace las delicias de todos. Son locales muy animados a los que acuden matrimonios, parejas y gente joven en general con la finalidad de divertirse. Hay que tener muy en cuenta que el concepto de club nocturno es aquí por completo diferente al que tiene cualquier occidental.
En los últimos 25 años se han multiplicado los hoteles, apartamentos y bungalows, no obstante, a pesar del turismo (básicamente norteamericano y australiano) Tahití y el resto de la Polinesia francesa siguen conservando su primitivo encanto.
En los tiempos que corren, cuando prácticamente han desaparecido los paraísos y los poquísimos que quedan están muy alejados de la vieja Europa, Tahití es uno de ellos, posiblemente el último.
UNAS ISLAS DE ENSUEÑO
La primera percepción de Bora Bora suele ser desde la ventanilla de una aeronave de Air Tahití, al culminar su vuelo de cincuenta minutos desde Tahití. Empequeñecida por la inmensidad del cielo y del océano, semeja una diminuta esmeralda engastada en una montura de turquesa y encerrada por un collar de perlas iridiscentes.
Islotes cubiertos de vegetación parecen flotar en la cara interna del arrecife, orlados por playas blancas que se sumergen en las aguas de la laguna interior, matizada por infinitos tonos azules y verdes.
Es una de las islas más bellas, tiene un perímetro de 35 kilómetros y apenas unos 2.000 habitantes. Una visión utópica pero real de lo que es el soñado paraíso para cualquier occidental.
Es en la playa de Pahía donde están los mejores hoteles, rodeados de arenas blancas e infinidad de palmeras. Un entorno de ensueño.
Por su parte, Tetiaroa, a quince minutos de avión desde Tahití, es un retiro ideal para quienes aman la soledad, un mundo de lujo totalmente apartado que antaño fue lugar de reposo para la familia real de Pomaré. Su inmensa playa salvaje resulta espectacular.
El mágico encanto de Huahine se experimenta casi en el mismo momento de la llegada, bien si la visita comienza en el soleado aeródromo o en el embarcadero del soñoliento pueblecito de Fare, sombreado por frondosos almendros y acacias. Algo en el sutil colorido y la transparencia del aire parece despertar los sentidos, asi como la sensibilidad creadora de los artistas.
Moorea es una isla familiar para el turista que se encuentra en Tahití. Es la tierra volcánica que decora el horizonte frente a Papeete, cuya silueta se recorta bajo el cielo crepuscular y acrecienta el encanto de las puestas de sol tahitianas.
La isla bien puede considerarse una de las más espectaculares del grupo de la Sociedad. El propio James Cook, navegante incansable de tantos mares, sucumbió ante su belleza al fondear sus naves en la bahía que hoy lleva su nombre.
Rodeadas de lujuriosa vegetación, Tahití y sus islas constituyen un mundo sin prisas, sin multitudes, en plena libertad dentro de la naturaleza, un recóndito lugar del planeta que no tiene comparación posible y aglutina todos los adjetivos superlativos por lo que a exotismo se refiere, el último paraíso.