A TRAVES DEL VIEJO CAIRO


A orillas del legendario Nilo, la antigua al-Fustat es una urbe de lejano esplendor que el transcurso de los siglos ha convertido en la más impresionante de las ciudades del mundo árabe, un laberinto enloquecedor donde todo resulta desmesurado, el ruido la contaminación, el tráfico e incluso la propia religiosidad.
Pretender observarla con el máximo detenimiento significa vivirla con intensidad, dejarse absorber por su magia y a la vez convertirse en víctima de sus encantos, que los tiene y son innumerables.
A decir verdad, todo en el viejo Cairo rebasa con creces los límites de la imaginación.
En el corazón de la mítica tierra egipcia, cuya apasionante historia siempre ha tenido un especial poder de seducción en Occidente, El Cairo antiguo y moderno conviven a la perfección y en ambos su ambiente resulta excitante, no en balde en el umbral del nuevo milenio su población se aproxima a los veinte millones, quizá más. Se trata de un calidoscopio humano como muy difícilmente puede encontrarse en otro lugar del mundo.
Sus gentes, por lo general extrovertidas, se muestran dispuestas a abrir sus brazos al visitante y éste, entre el aturdimiento y la fascinación por cuanto discurre a su alrededor, termina por convencerse de que recorrer sus intrincadas callejuelas de alguna forma es como volver a un pasado envuelto en misterio, iniciándose la auténtica aventura al tratar de descubrir la infinidad de secretos inexpugnables que aún hoy rezuman las mezquitas, sinagogas, palacios, medersas y bazares,  siempre saturados de mil historias y leyendas sobre pasiones inconfesables, enconadas rivalidades, traiciones, revueltas y conquistas, las cuales acaban por subyugar a quien procede de lejanas tierras.
El Cairo puede ser objeto de muchas críticas o bien ensalzada hasta límites increíbles, rara vez resulta indiferente al viajero, pero lo cierto es que tiene una inherente personalidad y, sin lugar a ningún género de dudas, es una ciudad apasionante. Ruidosa, polvorienta, abigarrada e incapaz de decepcionar, siempre termina revolucionando los sentidos.

LA CIUDADELA DE SALADINO
Referirse al Egipto musulmán es tanto como hacerlo sobre todos aquellos que a lo largo de los siglos propiciaron su magnitud histórica y llegaron a expandir su influencia y poder en todo el mundo.
Uno de los más relevantes y peculiares protagonistas fue, sin duda alguna, Ben Yusuf Salah al‑Din al‑Ayyubi, más conocido en Occidente por el nombre de Saladino.
Bravo guerrero y hombre de gran inteligencia, un líder que, a caballo entre la historia y la leyenda, siempre estuvo rodeado de una aureola que le ha convertido en un extraordinario personaje.
Fue Saladino quien levantó la fortificación existente en la colina de Moqattam para preservar la ciudad de los ataques de los Cruzados. En su recinto, la mezquita de Mohamed Ali está considerada como la mejor de todas por su riqueza decorativa y también recibe el nombre de "mezquita de alabastro" por haber sido inicialmente construida con este tipo de piedra. Sus minaretes se alzan majestuosos y dominan toda la ciudad.
En el interior de la ciudadela merecen destacarse el bien decorado palacio de al‑Gauhara, la mezquita de al‑Nasser Mohamed, único edificio que pertenece a la época de los mamelucos y la mezquita de Süleymán Pasha, la primera de las de origen otomano que existe en la capital cairota.
Cerca de la -Torre de los Leones- se ubica el llamado ‑Pozo de José‑ que fue tallado en la roca durante la época de Saladino, tiene alrededor de 80 metros de profundidad y de él se extraía el agua para abastecer a la fortificación.
El museo de carruajes, antiguo comedor de los oficiales británicos durante la etapa colonial, y el palacio del Haren, el cual fue residencia real, después hospital durante la ocupación inglesa y posteriormente se convirtió en museo militar, completan este maravilloso recinto en el que aún se conserva el famoso pasadizo donde Mohamed Ali llevó a cabo en 1811 la masacre de los mamelucos.
Considerado como uno de los gobernantes más destacados del Egipto medieval, Ahmed Ibn Tulun, hijo de un esclavo turco, fue quien estableció el primer estado musulmán por completo independiente y mandó erigir la mezquita que lleva su nombre en lo que entonces era el centro de la ciudad. Es una de las más antiguas de El Cairo y fiel exponente de la arquitectura islámica.
La construcción de la mezquita del Sultán Hassan concluyó en el a½o 1362 y curiosamente fue financiada con los bienes pertenecientes a las víctimas de la peste, la denominada "muerte negra" que asoló el país, siendo entonces declarado el Sultán heredero de todas las propiedades de los afectados. En ella, cada rincón es una muestra palpable de exquisita y sobria decoración.
La fuente de las abluciones situada en el centro del patio al que confluyen cuatro naves donde antaño se impartían enseñanzas islámicas, es realmente asombrosa, sin olvidar el mausoleo que ubica las tumbas de dos hijos del Sultán Hassan. Sin duda, se trata de la más grandiosa de las edificaciones pertenecientes a la época de los mamelucos.
La mezquita de al‑Rifai, situada junto a la del Sultán Hassan e igualmente de grandes dimensiones, es moderna (data de principios de este siglo) y centra su principal atractivo en las diferentes tumbas que guarda en su interior, destacando la del último Sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi, quien recibió asilo en Egipto tras huir de su país perseguido por los fanáticos seguidores del Ayatollah Jomeini.
Al margen de las mezquitas, para los cairotas pocos lugares hay tan sagrados como los cafés, dado que significan un auténtico refugio para escapar del implacable sol, disfrutar del ocio, poder cambiar impresiones e incluso donde efectuar operaciones comerciales, charlar sobre cualquier tipo de negocios o simplemente explicar chistes, algo a lo que están muy habituados las gentes de la ciudad. Asimismo, estos acogedores rincones, auténticos oasis en el corazón del mítico Cairo donde antaño se acostumbraban a dar cita narradores de mil historias y músicos que amenizaban las veladas a sus clientes, son punto de ineludible encuentro para intelectuales, artistas y eruditos, quienes con frecuencia llevan a cabo reuniones en las que igual se habla de literatura o política, se lee el periódico o comentan las últimas noticias acaecidas mientras toman un café aromatizado y saborean pausadamente una buena sisha (una pipa de agua).
A cualquier hora del día, disfrutar del ambiente que reina en los cafetines es un auténtico placer.                         
A lo largo y ancho de la congestionada urbe existen infinidad de locales, se asegura que la cifra ronda los treinta mil sin exagerar un ápice, muy capaces de satisfacer también al nostálgico viajero.
Aunque la radio y la televisión han roto parte del encanto de muchos de estos lugares públicos, todavía existen algunos entrañables en los que sólo el murmullo de las conversaciones trunca el silencio y el sosiego que en ellos impera.
Situado en una callejuela del populoso bazar de Khan el Khalili, muy cerca de la mezquita de al‑Husein, el café Fishawy conserva desde hace siglos el ambiente tradicional que le ha convertido en el más genuino de El Cairo y uno de los mejores de Oriente.
En las últimas décadas, la historia del Fishawy ha estado estrechamente relacionada con el que fuera uno de sus clientes más asiduos. Naguib Mahfuz, Premio Nobel de Literatura en 1988, padre de la llamada novela realista y quien de mejor forma ha expresado la realidad del Egipto contemporáneo.

EL EMBRUJO DE KHAN EL KHALILI
Khan el Khalili siempre es un buen punto de partida para explorar las zonas más antiguas de la ciudad. Este gran bazar cairota, un entresijo de calles repletas de comercios de toda índole, comenzó siendo a finales del siglo XIV un caravanserai  donde solían descansar los mercaderes procedentes de Arabia.
Las más sofisticadas joyas y toda clase de bisutería, artículos de piel, alfombras, papiros, cajas de madera con excepcionales trabajos de incrustación de marfil, encajes, sedas, antigüedades, utensilios domésticos, telas, perfumes, hierbas medicinales, especias… Khan el Khalili es un paraíso multicolor, inmerso en el cual es posible experimentar un indescriptible flujo de sensaciones, un océano de infinitas sugerencias que atrapa a cada instante y frente al que es muy difícil, prácticamente imposible, resistirse.
El Cairo musulmán bien poco tiene que ver con el Egipto faraónico que venden las agencias de turismo.
El Gamaliya, la llamada “ciudad de los muertos”, el Muski o bien la escuela coránica de al-Ghuri, constituyen, asimismo, un punto y aparte muy especial dentro del Cairo milenario y sorprendente.
Recorrer los barrios islámicos es tanto como retroceder a épocas medievales y en ellos muy posiblemente los edificios sean incluso menos importantes que las propias calles, debiendo avanzar sin precipitación y tratando de saborear cuanto va surgiendo a cada paso.
Al-Azhar, mezquita y universidad al mismo tiempo, centro de la vida religiosa de todo el país, es la más antigua del mundo desde que en el siglo X se dedicó a la oración y los estudios de la doctrina islámica.
El abigarrado mundo de al-Muizz, la imponente mezquita de al-Muayad y la famosa Bab Zuwaila, sin olvidar la Asabil-kuttab de Nafisa al-Bayda o bien el conjunto de edificaciones del Sultán Barquq, suponen también un deleite para quien sólo pretende observar cuanto sucede a su alrededor. Sosegados rincones que expresan la admirable espiritualidad islámica de este corazón del mundo árabe, pero también espacios urbanos en constante degradación en los que suele moverse una marea humana resignada a sobrevivir entre enormes y suntuosos edificios, viviendas decrépitas, insoportable polución, un infernal ruido y el excitante ir y venir de todo tipo de vehículos, para los cairotas algo cotidiano pero que confunden al extranjero que se asoma a la ventana de su palpitante realidad.