BUENOS AIRES

                                  
                                          
CON ACENTO EUROPEO Y CORAZON PORTEÑO


A orillas del Río de la Plata, la capital argentina, genuina y cosmopolita, se muestra grandiosa, siempre cambiante y capaz de ubicar en su geografía rascacielos al mejor estilo de Manhattan, bulevares que parecen extraídos del mismo París, barrios con sabor genovés y centros comerciales con aire europeo o norteamericano.
Inmersa en una atractiva y sorprendente mezcla de líneas arquitectónicas -que combinan lo más moderno y lujoso con lo más antiguo y colonial-, así vive la inconfundible Buenos Aires, la del tango, las mujeres elegantes y llamativas, los autobuses multicolores, los ríos de taxis, los antiguos almacenes y conventos… sin olvidar la pasión desbordante por el fútbol, la pizza, la trasnoche o la política.
Mi Buenos Aires querido. Una fascinante ciudad para conocerla y vivirla al mismo tiempo, considerada además como la más elegante de Suramérica. Teatros y museos, grandes parques y avenidas, hoteles, restaurantes y comercios en una metrópoli moderna y dinámica que convive con la más arraigada tradición porteña de viejos cafés y nostálgicas tanguerías.
Buenos Aires, antaño por mar, hoy en día por el aire, es la puerta de entrada a un país excepcional donde, en sus casi cuatro millones de kilómetros cuadrados, tienen cabida las selvas del Chaco y Formosa en el norte, la cordillera andina como auténtica espina dorsal al oeste, y los helados témpanos y la Tierra del Fuego en el sur, singulares contrastes en los que experimentar de cerca el gran espectáculo de la naturaleza en libertad.
Uno de los aspectos que, sin lugar a ningún género de dudas, llama de inmediato la atención del recién llegado, es la grandiosidad. Buenos Aires es una ciudad enorme, de proporciones extraordinarias, con avenidas amplísimas (se asegura, por citar un ejemplo, que la del -9 de Julio- con sus 150 metros de anchura es la mayor de todo el mundo), calles de manifiesta longitud, parques de una extensión desmesurada, etc. . . y de ello se tiene constancia apenas el avión sobrevuela la urbe minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Ezeiza. De inmediato surge ante la vista una panorámica que realmente asombra y viene a ser un anticipo de cuanto podrá comprobarse con posterioridad, al comenzar el viajero su aventura urbana a través de lo más relevante, percatándose de que no es suficiente con hacerlo a pie, sino que es preciso ayudarse de los -colectivos-, que es como se denomina a los autobuses, o incluso de algunos de los más de 45.000 taxis, ya sean éstos oficiales o furtivos, que colaboran en un tráfico denso y saturado a todas horas.
Otra de las características más destacadas de Buenos Aires es su gente. El porteño, orgulloso y enamorado de su ciudad, salvo muy raras excepciones, es abierto, gentil, de trato sencillo y agradable, siempre dispuesto al diálogo y a facilitar cualquier información que se le requiera, lo que en suma constituye otro aspecto muy positivo para el visitante.
Un recorrido por los lugares más simbólicos y a la vez la mejor forma de palpar el auténtico ambiente, el bullicio y la animación de las calles, puede iniciarse en la denominada zona centro, aunque no sea ésta su exacta ubicación geográfica, y comenzar en la histórica plaza de Mayo, escenario desde su fundación en 1560 de algunos de los acontecimientos más importantes para todo el país y donde siguen haciendo sus habituales rondas cada semana las tristemente famosas "madres" con sus pañuelos blancos.
En este lugar presidido por la pirámide de Mayo, donde late el corazón de la ciudad, destacan edificios tan emblemáticos como son la Casa Rosada, sede del Gobierno; el Cabildo (interesante su museo y sala capitular) con reminiscencias coloniales, y la catedral, con su fachada de doce columnas y en cuyo interior sobresale el altar mayor y el mausoleo en el que descansan los restos del General San Martin.
Recomendable el asistir a un cambio de guardia de los Granaderos, algo siempre espectacular y colorista, y también darse un paseo por los jardines del parque Colón, detrás de la Casa Rosada, donde se levanta el monumento al insigne navegante.
En dirección al norte de la plaza de Mayo, por la avenida Rivadavia, entre edificios de estilo clásico y modernas torres de vidrio y acero, el centro bancario y financiero de la urbe, infinidad de tiendas, librerías, restaurantes y cafetines de rancio sabor porteño jalonan el camino hasta la gran plaza donde se ubica majestuoso el Palacio del Congreso Nacional.
Regresando por Rivadavia hasta la avenida 9 de Julio, unas "cuadras" más allá, en el cruce con la no menos popular calle de Corrientes (otra de las arterias importantes de la ciudad y con un ambiente muy peculiar tanto de día como de noche) está el Obelisco, otro de los símbolos de Buenos Aires.
Muy cerca se encuentra el Teatro Colón, donde toda representación artística se convierte en un gran espectáculo, amén de ser punto de reunión de lo más relevante de la sociedad bonaerense, y siguiendo por Lavalle, repleta de cines y restaurantes, se llega hasta el cruce con la peatonal Florida, un constante hervidero de gentes, un fascinante ir y venir sin descanso, un mundo que asombra y en el que hay que adentrarse para vivirlo con intensidad.
Dejando atrás la galería Güemes y llegando a la avenida Córdoba, se hallan las galerías Pacífico (que fueron construidas en 1895), en la actualidad convertidas en un elegante "shopping".
Al final de la trepidante calle Florida, la plaza San Martin con sus jardines y arboledas invitan al descanso, no en balde se trata de uno de los lugares más apetecidos por quienes pretenden escapar del bullicio. Desde este punto se observan los antiguos palacios Anchorena (sede del Ministerio de Relaciones Exteriores) y Paz (Círculo Militar), así como el edificio Kavanagh, el que fue primer rascacielos de Buenos Aires (1935) con sus 105 metros de altura y 30 pisos.
Situada al otro lado de la plaza, en la avenida del Libertador, la llamada -Torre de los Ingleses- pone fin al recorrido por el teórico centro de la ciudad.

UN PASEO POR LA RECOLETA
Hablar de la Recoleta es tanto como hacerlo de la zona residencial más lujosa de todo Buenos Aires, un punto de cita de la "gente guapa", como suele decirse, y donde están los más sofisticados restaurantes y las tiendas más elegantes.
En este barrio tan singular como atractivo se halla el clásico Café La Biela, local bullicioso y alegre, especialmente por las noches, con terraza al aire libre. Enfrente, tras cruzar la ajardinada plaza, la basílica de Ntra. Sra. del Pilar y el famoso Cementerio, objeto de multitudinaria visita a diario.
Resulta curioso, al menos es poco frecuente, que una necrópolis se convierta en un enclave recomendable dentro de un itinerario turístico, pero lo cierto es que pasear por las estrechas callejuelas de este cementerio y detenerse a contemplar las numerosas esculturas y panteones, auténticas obras de arte, resulta en verdad interesante. En La Recoleta están enterrados relevantes personajes argentinos, entre ellos Eva Duarte de Perón, cuya bóveda, ni que decir tiene, es una de las más admiradas por los visitantes.
El monumento al Libertador, una estatua ecuestre del General San Martin, omnipresente en toda la ciudad; el Centro Cultural que antaño fue un convento de frailes, y el Museo de Bellas Artes, completan la serie de edificios dignos de mención en este distinguido barrio y que, por supuesto, no hay que obviar.
En cualquier recorrido por la ciudad tampoco puede faltar una visita al barrio de La Boca, el cual mantiene las peculiares características que le imprimieron los inmigrantes italianos.
La popular calle Caminito, con entrada por Magallanes o Lamadrid, es una angosta vía hoy convertida en mercadillo de artistas. En el decir de los expertos, Caminito es una "cuadra" repleta de color y obras de arte. Como así es en realidad.
No obstante, las auténticas noches tradicionales de La Boca se viven en sus cantinas, donde se saborea pescado y marisco, se escucha música y cada rincón evoca nostálgicos y emotivos recuerdos.
No puede cerrarse un paseo por Buenos Aires sin hacer mención de los bosques de Palermo y sus fastuosas mansiones; el cementerio de La Chacarita donde está enterrado el ídolo argentino por excelencia, el inolvidable Carlos Gardel, y finalmente, el barrio portuario de San Telmo, transformado en el centro más importante de tiendas dedicadas a las antigüedades, y en el que existen muchos locales donde se ofrecen espectáculos y variedades de  música y el baile más popular y auténtico del país, poco menos que un himno nacional, el mejor embajador argentino en el mundo: el tango.
Y al atardecer, cuando se encienden las luces del viejo Buenos Aires, se inicia la noche porteña. Atrás queda el frenesí diurno, y entre copas y alegría, al compás del bandoneón las parejas se enlazan dejándose llevar por la cadencia y los movimientos de la danza más sensual que, sin duda, se conoce.
Por supuesto, Buenos Aires no termina ahí y como en toda gran ciudad, siempre hay algo nuevo a la vuelta de cada esquina, aunque lo antiguo, lo tradicional, se resiste a desaparecer.
En realidad, Buenos Aires tiene una especial capacidad de seducción que atrae de forma irresistible al viajero que aquí deja de ser un extraño, con la belleza de sus barrios y la amabilidad de sus gentes.
Es la Argentina porteña de tango y arrabal, pero también la de reminiscencias europeas, vibrante, culta y refinada. Una ciudad extraordinaria y a la vez entrañable.