PERACENSE Y SU CASTILLO



A lo largo y ancho de la comarca turolense del río Jiloca pueden localizarse en muchos pueblos con ruinas en lo más alto, descubrirse huecos en las torres pétreas de algunas iglesias que, rápidamente, en el pensamiento se convierten en posibles saeteras, e incluso encontrar restos de lo que pudieran ser antiguos recintos amurallados o torres de vigilancia, adarves o ladroneras, que transportan en la imaginación a una época de caballeros y conquistas, nobles y vasallos, guerras y defensas, que se ambientan en estas poblaciones. Y es que, en buena parte de ellas, todavía subsisten recuerdos de lejanas y míticas épocas, moras para algunos, cristianas en su mayor parte.
Sin embargo, no todo es fantasía. Si se repasa la historia, resulta fácil encontrar que, en estas tierras de la comarca del Jiloca, los primeros asentamientos celtibéricos que se conocen estaban fortificados; que habitaron caudillos musulmanes que defendieron sus poblamientos ante el avance de las tropas cristianas, y que entre los propios reyes cristianos existía una inusitada ansia de poder que los llevaba a enfrentarse de forma continua entre ellos. Este territorio fue escenario de múltiples contiendas, no en balde tantas veces estuvo considerado como tierra de frontera. Sin ir más lejos, el propio Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, un héroe legendario, también cabalgó a través de los campos aledaños del Jiloca y fortificó un asentamiento en El Poyo.
En época mucho más reciente, las tropas carlistas aprovecharon varios de estos colosales edificios medievales como cuarteles o puntos fuertes donde asentarse, y llegaron a destruir otros que no lograron conquistar. También la comarca se encuentra agrietada de trincheras de la última contienda civil, al fin y al cabo fortificaciones defensivas de algunos pueblos que fueron mudos testigos de los avatares de nuestra Historia de España.
En la comarca del río Jiloca no puede olvidarse, por supuesto, uno de los más relevantes ejemplos, uno de los más atractivos castillos medievales de todo Aragón. Nos estamos refiriendo a Peracense, la Pietra Solez de los códices medievales, con varios recintos separados por rojizas murallas de piedra de rodeno y su impresionante falsa torre del homenaje. Esta fortaleza, por derecho propio y sin lugar a ningún género de dudas, se convierte en uno de los puntales del desarrollo turístico de esta comarca.

UNA DILATADA HISTORIA
Situada en la comarca de Calamocha (Teruel), Peracense es de sobra conocida por su castillo, uno de los lugares de interés más relevantes de todo el territorio.
El de Peracense es uno de los más bellos castillos aragoneses. Rodeado de un entorno privilegiado, dado que en su construcción se ha aprovechado la topografía natural del terreno para construir un enclave defensivo de primer orden. Se asienta sobre una prolongación rocosa de rodeno fuertemente escarpada, que pertenece a la terminación sur de Sierra Menera, junto al Cerro de San Ginés.
Su cota media es de 1365 metros sobre el nivel del mar.
Esta fortaleza está conformada por tres puntos concéntricos asentados sobre afloramiento de areniscas rojas (rodeno), quedando en su conjunto totalmente integrado en el paisaje.
Como reseña histórica cabe destacar que ya fue ocupado desde finales de la Edad de Bronce, tomándose de nuevo en la época islámica (siglos X y XI). Pero, como resulta lógico suponer, es en la Edad Media cuando su importancia estratégica se acrecienta por su posición limítrofe, entre los reinos de Castilla y Aragón y de los señoríos de Albarracín, Molina de Aragón y la comunidad de Daroca (precisamente el cerro próximo de San Ginés fue el límite común hasta 1883).
La ampliación y reforma del castillo se realizaron a mediados del siglo XIV.
Fue en 1987 cuando, dado el interés que suscita por su singularidad, el Gobierno de Aragón dentro de la restauración de su patrimonio, acometió dicha iniciativa, trabajando paralelamente en las excavaciones que dieron como resultado diferentes e interesantes hallazgos, tales como los restos de una cantera en el interior del recinto exterior, la cual se utilizaba para la extracción de obleas circulares de piedra de rodeno, que eran utilizadas como piedras de molino.
Llamado también de Pietra Solez es el mejor conservado en la comarca del Jiloca y, sin duda, el más espectacular. Tanto por su magnitud como por su ubicación, la tonalidad rojiza de su construcción, contribuye al encanto del agreste entorno. La necesidad de vigilancia del desfiladero sobre el que se levanta y su proximidad a la frontera castellana, justifica su construcción en este emplazamiento, ya de por sí defensa natural. Las tocas de piedra evitaron la necesidad de amurallar los acantilados de los lados norte y este.
Bien pudo edificarse sobre los restos de un asentamiento ibérico a juzgar por los hallazgos arqueológicos de cerámica. Dependía de la comunidad de Daroca, sesma del río Jiloca, aunque los primeros referentes documentales se encuentran relacionados con la conquista de Albarracín, al ser utilizado por Pedro III en 1284 como base para tomar el señorío que estaba en poder de Pedro de Azagra. Desde 1301 a 1317 fue su alcaide Juan Ximénez de Urrea, nombrado por la comunidad de Daroca, siendo en aquella época una pieza clave en la defensa del Reino, gracias a su posición estratégica en la divisoria de las cuencas del Ebro y del Tajo.
En 1370 era alcaide Gonzalo Fernández de León y en 1373 Pedro Martínez. Seis años después, don Jimeno de Urrea lo vendió a la comunidad de Daroca, que siguió nombrando sus alcaides hasta 1702.
En el siglo XIV la fortaleza fue reparada para utilizarla como centro de aprovisionamiento de los ejércitos aragoneses, sobre todo en la llamada “Guerra de los dos Pedros”. No llegó a sufrir asedios, pues la primera línea fronteriza quedaba defendida por el castillo de Ródenas. Llegó a ser utilizado como cárcel y, tras la unión de Castilla y Aragón con el matrimonio de los Reyes Católicos, la necesidad de mantener el castillo pasó a segundo plano y acabó abandonado. En las guerras carlistas de 1835-40 habitaron entre sus muros un destacamento de soldados isabelinos.
La restauración actual corresponde en sus inicios a 1987 y el proyecto fue redactado por el arquitecto Pedro Ponce de León. Se tardaron trece años en reconstruir las murallas, torres, estancias interiores, caballerizas, aljibes y capilla, para que los visitantes puedan ahora contemplarlo en toda su magnitud.

UN RECORRIDO POR LA FORTALEZA
El edificio conforma una planta muy irregular que ocupa una superficie de unos cuatro mil metros cuadrados. Se divide en tres recintos escalonados a capricho de la orografía del terreno: los dos inferiores ocupan la superficie plana del espolón hacia los lados sur y oeste, y el tercero se eleva sobre un peñasco del ángulo noroeste.
El primer recinto se construyó aprovechando las defensas naturales, y en las laderas sur y oeste se levantó una gruesa muralla en ángulo recto de unos tres metros de espesor reforzada por tres torreones que apenas se elevan en altura. Un estrecho portillo natural, producido por efecto de la erosión, en el extremo norte al borde del precipicio, era la única entrada al recinto. Conserva saeteras y almenas, además del camino de ronda. En el extremo sur hay una torre atalaya que enlaza con el segundo recinto o recinto intermedio.
Al segundo recinto se accede por una puerta de arco apuntado, protegida por un torreón de planta cuadrada, situada en el lado derecho. En este recinto existieron también una serie de edificios destinados al alojamiento de las tropas. En el lado sur se encuentra la torre del Hospital, una torre vigía que controlaba tanto el recinto interior como el exterior y dominaba visualmente uno de los flancos del castillo. Desde esta torre nace un muro hacia el exterior cuya misión era impedir el paso de asaltantes amparados en las concavidades de las rocas. En la explanada del segundo recinto se encuentra el aljibe principal, y en la zona suroeste, los restos de una pequeña capilla, un cementerio y una torre, que podría tener la función de cárcel o almacén. En esta zona existe también una poterna que servía de “salida de emergencia” y estaba comunicada con el pequeño poblado que se situaba a los pies del castillo.
Al último recinto se accede a través de una puerta elevada, de arco apuntado, situada en una fachada de sillería, cuya función era la de crear la apariencia de un torreón (falsa torre del homenaje). Unas escaleras de piedra dan acceso a una serie de estancias donde debía vivir el alcaide y su familia (almacén, cocina, salón principal, dormitorio…) Destaca el aljibe escavado en la roca al que se accede desde el salón principal.
La visita al castillo de Peracense tiene, además, el aliciente de que los dos patios o explanadas albergan una exposición permanente de reproducciones de armas de asedio medievales a tamaño real; Grúas elevadoras para lanzar piedras, escaleras de asalto, un manjaniq turco o pieza de artillería musulmana para lanzar hondas, ballestas de torno, un espringal que dispara flechas o proyectiles incendiados, manteletes o escudos grandes de protección y movidos por rodillos para poder avanzar los arqueros o bien un mangonel, un tipo de catapulta o arma de asedio para lanzar proyectiles a los muros de un castillo. Toda una serie de armamento medieval realmente interesante, cuya exposición supone un complemento adicional a la visita de la fortaleza.

ALREDEDORES DEL CASTILLO
También se puede visitar la iglesia parroquial de San Pedro, cuya construcción de mampostería y sillería es del siglo XVIII. Tiene planta basilical con tres naves de tres tramos. El crucero se cubre con una cúpula sobre pechinas. Al exterior, la iglesia presenta sólo volumen, con cubierta a cuatro aguas que cobija las tres naves y el crucero. Todo el edificio tiene una gran cornisa y óculos en la parte superior. La torre, situada a los pies en el lado del evangelio, es de dos cuerpos de piedra. El inferior de planta cuadrada, mientras que el superior tiene los ángulos rodeados de sillería y se decora con pilastras jónicas y rosetones. El chapitel es de perfil mixtilíneo. Dispone de un atrio de carácter popular adosado a la fachada.
La Casa Consistorial de Peracense resulta singular por su colorido que predomina en toda la localidad y tiene sus raíces en la piedra de rodeno.
El cerro de San Ginés es una magnífica atalaya que domina gran parte de la Cordillera Ibérica. Tiene una altitud de 1.605 metros y en la meseta que la corona se encuentra la ermita que le da nombre, patrono de la localidad (San Ginés), el cual se festeja con una romería popular el 25 de agosto de cada año.
En el entorno del castillo se puede visitar a pie la Peña del Tormo, el pozo Lagipe, el granero de Mototo, la Aguzadera, Los Castillejos, la fuente del Enebro y la fuente Narciso Moya. Las conocidas como lagunas de los Mojones merecen una visita especial, dado que es la única forma de admirar un fantástico relieve modelado en el rodeno.
Y por último, la Carrasca Milenaria, situada en el paraje de los Sasos, entre las localidades de Peracense y Almohaja. Tiene una altura de 14 metros y un diámetro de copa de 16 metros.
Desde Nogueras en el extremo norte hasta Peracense en el límite sur, y no solo por sus castillos y fortificaciones, la comarca del Jiloca está salpicada por infinidad de pueblos que merecen una detenida visita por su interés turístico, no en balde gozan de infinidad de atractivos para el viajero.

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