MÁS ALLÁ DE CARTAGO



Auténtica perla del Mediterráneo y, sin lugar a dudas, donde mejor se manifiesta el verdadero esplendor del Magreb, entre el mar y el desierto, Túnez es un país capaz de ofrecer las más apasionantes sorpresas. Una tierra de contrastes camino del exótico Oriente que interesa, fascina al mismo tiempo y en la actualidad se ha convertido en uno de los más apetecidos objetivos turísticos.
Para encontrar los orígenes de este milenario crisol de culturas, etnias y paisajes hay que remontarse muchos siglos atrás, a la época de fenicios y cartagineses, antes de que este estratégico enclave se transformase en la Roma africana bajo el poder de uno de los mayores imperios que jamás se hayan conocido en la Historia.
En el lugar don se alzó la antigua Cartago, que fue una de las ciudades más poderosas de su época, se extiende en la actualidad una región que rebosa encanto y variedad. A lo largo de un exótico mar de color turquesa, que a veces adquiere reflejos de laguna, se suceden unos coquetos pueblos como La Marsa, Sidi Bou Said, Cartago… que conforman las elegantes afueras de la capital; una capital que cuida mucho el ocio y la cultura, una ciudad moderna que conserva cierto art de vivre.
A las ciudades perdidas les sienta bien el sol y la arena. Por eso Túnez conserva tan bien los restos de civilizaciones del Mediterráneo. Sus orillas surtieron al Imperio Romano de animales salvajes para sus coliseos, oro, aceite de oliva y crecieron hasta el esplendor con el comercio.
La más legendaria es Cartago, la gran preocupación de Roma desde la que Aníbal se atrevió a desafiar el poder del Imperio, ahora convertida en el barrio residencial más lujoso del país. Sus sucesivas destrucciones (la de Roma y la de los bárbaros) sólo permiten hacerse una idea de la espléndida ciudad fenicia, que tenía unas murallas de 34 kilómetros y unas vistas espectaculares al puerto desde la colina de Birsa, lo que le ha valido su declaración como Patrimonio de la Humanidad.

TÚNEZ ROMANA
Recorriendo su intrincada y multicolor geografía, a cada paso se encuentran singulares vestigios que hablan por sí solos de la importancia que antaño tuviera esta tierra atormentada y en cuyo suelo dejaron huella todas las antiguas civilizaciones, fenicia, griega, romana, bizantina, etc. Sin olvidar la posterior influencia de bereberes, turcos, árabes, españoles y franceses; una encrucijada de la que surgió un pueblo amante de la paz, pero forzado a manifestarse con espíritu guerrero a fin de defenderse de sus rivales de allende el Mediterráneo.
Aunque Túnez, la antigua Utica según parece por lo citado en las escrituras, fue el puerto más primitivo establecido por los hombres del mar llegados de Sidón y Tiro, Cartago, fundada por los fenicios en el 814 a.C. se erigió bien pronto como el más inexpugnable bastión frente a las invasiones procedentes del exterior y cuna de una floreciente cultura.
No obstante, la incontenible ambición de Roma se hallaba al acecho y sólo aguardaba el momento preciso para asestar el golpe definitivo y de esta forma derrotar al gran adversario del sur.
Al filo del año 264 a.C. se iniciaron las hostilidades entre romanos y cartagineses, dando origen a las denominadas Guerras Púnicas. En la última de ellas, 118 años más tarde, diezmados los ejércitos y sin capacidad suficiente para poder zafarse del acoso enemigo, se consumó la destrucción de Cartago. Todos aquellos territorios fueron anexionados por los vencedores y erigidos en provincia romana. Era el África Vetus.
La que fuera capital del mundo púnico acabó condenada a muerte por el senado romano y la sentencia ejecutada por las legiones de Escipión.
Años después, con el emperador Augusto, llegó la resurrección de la prestigiosa Cartago, convirtiéndose en una gran metrópolis por un procónsul.
Con la paz volvió la prosperidad, aunque lógicamente Roma la utilizó en su beneficio y así fue como de nuevo soplaron aires de felicidad y el comercio y la industria resultaron notables fuentes de riqueza.
Ruinas y excavaciones arqueológicas ejercen casi siempre un atractivo muy particular -incluso para quienes no tienen un especial interés en ello- y por eso toda Tunicia sorprende a cada instante, porque no puede evadirse del viento arrollador de la historia de la que fue relevante protagonista y ofrece tesoros artísticos de un incalculable valor.

EL BARDO COMO PUNTO DE PARTIDA
Cualquier ruta por esta Roma africana se inicia en el museo de El Bardo, en las inmediaciones de la capital, donde se conservan testimonios fehacientes y realmente maravillosos del arte púnico, romano, cristiano y árabe-musulmán, además de una colección de mosaicos que está considerada como la más rica del mundo.
A una veintena de kilómetros y a través del barrio de Salambó se accede a las ruinas de la vieja Cartago. Los puertos púnicos, las termas de Antonino, el santuario de Tania, el antiquarium, altares, columnas, canalizaciones, estancias, el anfiteatro…Todo un alarde sobre la presencia romana en el continente.
Dougga, en el norte, es posiblemente la más inhóspita muestra de la colonización de aquellas épocas y a la vez la mejor conservada, con sus templos consagrados a Júpiter y Celestis, amén de toda una serie de edificaciones de notoria belleza; sin embargo, la emoción del viajero se hace indescriptible ante la majestuosidad del coliseo de El Jem, magnífico en sus líneas. Construido por el emperador Gordiano, tiene unas dimensiones extraordinarias (considerado el segundo en importancia dentro del Imperio) y en él llegaron a tener cabida más de 35.000 espectadores.
La antigua Thysdrus tiene una historia tan densa como la del propio país y aún hoy, los más estudiosos e imaginativos, mientras contemplan y se quedan extasiados ante las gradas del inmenso coliseo, guardan el más sepulcral silencio, como si pretendieran escuchar el eco del violento galopar de los caballos al frente de sus cuadrigas, en medio de una gran polvareda, así como los gritos enfervorizados de la multitud animando a sus ídolos.
Más hacia el oeste, en el camino de Kairouan a Kasserine, se alza la vieja Sufétula (hoy Sbeitla). Tras su impresionante arco de triunfo, distintas termas, varios templos, el foro, la fortaleza y numerosas basílicas de la época paleo-cristiana, captan de inmediato la atención del viajero en torno a esta metrópolis que conoció días de gran importancia y desarrollo sobre todo en la etapa bizantina.
Desde la Utica al norte hasta Boughara al sur, como diseminadas en la gran variedad del paisaje tunecino, donde el azul del mar contrasta con el blanco de la arena y el verde de las palmeras con la nitidez de los jazmines, el rojo y el amarillo de la flor del cactus, almendros, naranjos y un largo etcétera, reencuentran infinidad de puntos que merecen una muy especial atención. El capitolio de Thuburbo Majus considerado como uno de los más bellos que se conservan en el continente africano, las grandes termas de Maktar, el templo de Zaghouan, así como Maidra, Gafsa y sus piscinas, Thina, Nabeul… Todo un alarde de construcciones que revelan de forma harto demostrativa el poderío del Imperio Romano sobre estas tierras favorecidas por el astro rey y las más suaves temperaturas climatológicas.

UN SIN FIN DE ATRACTIVOS
Sin embargo, la Tunicia es más, mucho más, y junto a los vestigios de su pasado púnico y romano ofrece infinidad de atractivos al visitante.
Considerado como el país del norte de África que más ha venido evolucionando a lo largo de las últimas décadas, ofrece contrastes que subyugan a quienes pretenden perderse por las abigarradas y multicolores callejuelas de las medinas de Túnez, Gafsa, Sfax, Sidi Bou Said… O bien prefiere descansar en las incomparables instalaciones hoteleras del litoral, ya sea Hammamet, Sousse, Monastir o la encantadora y verde isla de Jerba. Todo ello sin olvidar una ineludible visita a Kairouan, ciudad sagrada del Islam, o bien los oasis de Gabes en la costa, o los de Tamerza, Mides y Nefta cerca del lago salado de El Jerid.
Y para los más aventureros, siempre de forma perenne existe el embrujo y la magia del desierto, desde Douz o Tozeur hacia el gran sur, donde las arenas se pierden en el infinito.
Túnez, púnica y romana, pero también mucho más, con inimaginables posibilidades turísticas y singulares atractivos que envuelven al visitante en un ambiente fascinante, capaz de revolucionar los sentidos.

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