VIAJE AL CORAZÓN DE INDOCHINA
El Mekong nace en las estribaciones del Tíbet y, tras cruzar por completo la península Indochina, desemboca en el mar de China meridional a través de un inmenso delta que se desparrama en diferentes brazos e inunda el sur de Vietnam.
A lo largo de su recorrido, naturaleza y gentes de confusos orígenes conviven en una existencia tan diversa como distintos son los recónditos lugares en los que nacen y en cada tierra todos buscan la armonía con sus dioses.
Con sus aproximadamente 4.200 kilómetros , el Mekong (en sánscrito significa “río madre”) es uno de los ríos más largos y caudalosos de Asia y del mundo.
Los tibetanos aseguran que tiene dos fuentes, en lo alto de un glaciar y junto a una montaña sagrada en la que habita un dragón. Quien bebe de estas fuentes disfruta de una larga vida.
Durante el monzón su nivel suele ascender entre diez y doce metros por encima de lo normal, de ahí que en muchos poblados que habitan en las márgenes construyan sus viviendas sobre plataformas elevadas porque saben las trágicas consecuencias de las crecidas del río.
En sus inicios discurre en cierto modo paralelo al Yang Tsé o río Azul, el más extenso de China. Atravesando las tierras de Yunnan recibe el nombre de Lancang Jiang o "río turbulento" y después baña las tierras de hasta seis países, desde China hasta Vietnam pasando por Myanmar (la antigua Birmania), Tailandia, Laos y Camboya, regando sus campos y convirtiéndolos en fértiles. Antaño separaba la Indochina francesa del reino de Siam.
Al cruzar por la región de Yunnan su recorrido se transforma en un exótico paisaje de lujuriosa vegetación que muchos escritores han descrito como un autentico jardín del Edén. Las selvas tropicales son el escenario incomparable en el cual habitan infinidad de especies de animales salvajes.
La zona está habitada por diferentes pueblos, los dong, dai, lahu, daba, etc… quienes merced a su aislamiento geográfico han conservado sus costumbres a través de los siglos y permanecen fieles a los ritos más ancestrales. En muchos casos, los animales, las plantas y la propia naturaleza forman parte de las divinidades a las que adoran.
Los campesinos suelen cultivar arroz en las proximidades de sus aldeas. Resulta vital para la subsistencia de la población.
Durante su recorrido existen algunos puertos naturales con gran actividad, en los cuales se cargan las más heterogéneas mercancías para abastecer diferentes pueblos diseminados por las orillas, no existiendo en ellos ningún tipo de infraestructura que no sea la propia maquinaria humana.
La zona denominada “el triángulo de oro”, donde el río ejerce de frontera entre Tailandia, Birmania y Laos, es una de las zonas productoras de opio más importantes del mundo.
La amapola del opio, cuyo extracto es conocido por sus fortísimas propiedades analgésicas e hipnóticas, siendo sus derivados más importantes la heroína y la morfina, a lo largo de los siglos ha sido cultivada por las tribus de las montañas.
Tribus como los hmong o los mien cultivan la amapola del opio en las laderas montañosas y en terrenos pobres.
En épocas más modernas y después de los múltiples conflictos bélicos, el gobierno tailandés ha sustituido el cultivo de la amapola del opio por otros como el café y el tabaco, aparte de hacer rentable el turismo en la zona. A pesar de ello, después que el ejército destruye algunas plantaciones que aún persisten de forma ilegal, de nuevo y en otra parte, generalmente en lugares más inaccesibles, vuelven a surgir nuevas plantaciones. Lamentablemente el consumo no cesa y se ha convertido en un negocio muy rentable para los nativos.
El Mekong recibe a su paso por Laos el nombre de Mae Nam Khong o “madre de las aguas” y en épocas de monzón se convierte en el medio de comunicación por excelencia entre los poblados diseminados en sus orillas.
Aseguran que los casi 500 kilómetros que separan Luang Phrabang de Vientiane, en Laos, son los más bellos de todo el curso del Mekong, abriéndose paso la corriente entre una exuberante vegetación y envolviendo la atmósfera con un hechizo impregnado de misticismo y religiosidad.
En la intrincada y selvática geografía de Laos, el llamado “reino del millón de elefantes”, un rincón realmente olvidado del sudeste asiático, todo parece estar allí desde siempre, es un mundo inmutable en el que tiempo se detuvo hace siglos y donde las cosas y las personas están tan identificados con su entorno y son tan fieles a su forma de vida que parecen formar parte del paisaje.
El budismo theravada que practican los laosianos les ha transformado en gentes de una exquisita sencillez y amabilidad, que tienen simplemente en el sonreír su respuesta al existir. Mirarse en sus ojos es reconocer y sentirse reconocido. Las sonrisas son también una forma habitual y afable de expresión, un signo de conciliación.
A través del cauce del río son palpables el hambre, la pobreza y las enfermedades que atenazan a los pobladores de muchas aldeas. Es la huella indeleble que dejaron muchos años de una guerra atroz.
Aún hoy, cruzar el Mekong continúa siendo para muchos la última esperanza de alcanzar la libertad, una vida mejor. Los vigilantes de la margen laosiana siguen escudriñando las aguas para detectar la presencia de aquellos que pretenden atravesar de forma clandestina el río y llegar a la otra orilla. Un salto a otro mundo distinto aunque geográficamente pertenezca a la misma península indochina.
Más adelante, las planicies centrales de Camboya ofrecen durante la estación de las lluvias un extraño y curioso espectáculo, dado que la región entera se convierte en una gran extensión de agua de poca profundidad que deja únicamente al descubierto los árboles que bordean los lechos de los ríos o las carreteras sumergidas. Las colinas se transforman en islas y el único medio de comunicación resultan ser las pequeñas embarcaciones. Sin embargo, estas inundaciones en lugar de ser un desastre, como podría pensarse, son una gran fuente de riqueza pues, al retirarse las aguas, dejan grandes depósitos de cieno muy fértil, lo cual hace que las llanuras sean el granero de arroz de toda Camboya. y los bosques sumergidos ofrezcan las condiciones ideales para el desarrollo de la pesca.
Toneladas de pescado se exportan a Vietnam a través del Mekong, siendo transportado en juncos.
A su paso por la tierra camboyana, el curso del Mekong se vuelve lento y parece sumirse en un silencio sobrecogedor, quizá como respetando el recuerdo de los miles y miles de víctimas, etnias y poblaciones enteras que perecieron durante el sanguinario régimen de Pol Pot y los jemeres rojos (1975‑78), cuando tuvo lugar en estas tierras el mayor genocidio que se recuerda en la historia de la humanidad. Mientras, sus afluentes inundan los campos y convierten las grandes extensiones de terreno en tablas de verdes arrozales e infinitas charcas rodeadas de palmeras, al margen de las rutas a través de la jungla que conducen a Siem Reap, donde se encuentran los maravillosos templos de Angkor.
Phnom Penh, la capital camboyana, es la ciudad más importante que el río cruza durante su largo recorrido.
Al llegar a las tierras de Annam, el río se desborda ante la imposibilidad de controlar su propia magnitud y queda dividido en infinidad de brazos, formando un delta que suele tener alrededor de 30.000 kilómetros cuadrados. Un final majestuoso y saturado de vida, una explosión de la naturaleza que invade los más recónditos lugares de este extremo del sudeste asiático. Se trata, sin lugar a dudas, de una de las regiones más fértiles de Vietnam.
En esta zona viven diferentes comunidades y gentes pertenecientes a sectas distintas como la Cao Dai y la Hoa Hao.
Sus mercados son excepcionales y en ellos se vende absolutamente de todo, arroz, maíz, sésamo, cacahuetes, plátanos, melones, tabaco, etc… Algunos de estos mercados son flotantes y resultan realmente multicolores. La venta que se realiza a través de las pequeñas embarcaciones y por los diferentes canales o klongs constituye un auténtico espectáculo. Ni siquiera la más desbordante imaginación sería capaz de reflejar tan insólita expresión de luz y color, sin embargo, no se trata de ninguna ficción sino de una palpable realidad.
Indochina ha sido un paraíso desconocido para el gran viajero debido a las guerras que la han asolado durante muchos años, sin embargo, el fantasma queda atrás, se va recuperando la normalidad y las agencias de viaje incluyen con toda normalidad a Vietnam, Laos y Camboya en sus ofertas.
Ho Chi Ming, la capital vietnamita, o lo que es igual, la mítica Saigón, es una ciudad alegre y capaz de aglutinar marcados contrastes, con bulliciosas calles en las que trata de abrirse paso un tráfico caótico, aunque muy lejos de ser como Bangkok, por citar un ejemplo, y unos mercados curiosísimos. Su gente es muy amable y el ambiente encantador.
Cuando cae el siempre enigmático manto de la noche sobre la ciudad, la vieja y atormentada Saigón cobra una vida diferente para convertirse en un oasis que deja entrever inimaginables fantasías.
Esta antigua posesión del Imperio Jemer merece ser visitada, al igual que otras urbes como Hanoi, Haiphong, Da Nang o Hué, sin olvidar por ello el mercado flotante de Cai Be, la playa de Bai Duong, una de las pocas opciones para bañarse en el mar, Can Tho o Vinh Long.
Durante años el trasbordador de Vinh Long (una lata flotante) prestó un excelente servicio a la economía al ser paso obligado de camiones repletos de frutas de todas clases y arroz, además de pangolines, anguilas, pollos, patos, etc… Largas colas de vehículos aguardan para cruzar todos los días y ofrecen una visión tan romántica como nostálgica.
En el delta hay infinidad de islas habitadas. En ellas abundan los manglares, huertos de frutas y pequeños bosques de bambú.
Remontando el Mekong por alguno de sus brazos principales se llega hasta la frontera camboyana, cerca de Chau Doc. En realidad, todo Vietnam constituye una aventura dado que las infraestructuras aún están reducidas a la mínima expresión y en ello radica precisamente uno de sus peculiares encantos
Extasiado en la contemplación de las turbias aguas del gran Mekong en un sosegado atardecer y mientras los últimos rayos de sol quedan reflejados en el cauce del río, el viajero tiene la oportunidad de observar como las siluetas de los pescadores que lentamente se deslizan con sus sampanes parecen recortarse en un paisaje tan sugestivo como impregnado de misterio y fascinación.