A través de los siglos y por tratarse de recintos prohibidos, siempre envueltos en misterio y fascinación, los harenes de Oriente han excitado la imaginación occidental.
En el corazón de la legendaria Constantinopla, la actual Istanbul, el harén del palacio de Topkapi es el más fiel exponente de la opulencia, exquisitez y fastuosidad en la que vivieron los sultanes otomanos, dueños y señores de uno de los mayores imperios que llegaron a existir sobre la tierra.
A causa de los relatos que contaron los guerreros de las Cruzadas a su regreso de Tierra Santa, un aura de extraña seducción comenzó a crearse en torno a estos lugares inexpugnables donde vivían recluidas las más hermosas mujeres que cualquier hombre pudiera imaginar, sin embargo, los harenes han existido siempre. Muchos siglos antes de la Era cristiana ya llegó a decirse que el poderoso Rey Salomón poseía más de mil mujeres entre esposas y concubinas, y lo mismo se habló de los reyes de la antigua Persia o de los faraones del no menos mítico Egipto, donde se cree que Ramsés II tuvo casi doscientos hijos con infinidad de muchachas, e incluso en la siempre enigmática China, según los relatos de Marco Polo, el Emperador tenía cuatro esposas legítimas al margen de un número no determinado de cortesanas que atendían sus más refinados caprichos… Infinidad de historias, cuentos o leyendas sobre singulares personajes y paraísos de placeres infinitos que, de alguna forma, han heredado los modernos jeques del petróleo.
UN LABERINTO DE LUJO Y RIQUEZA
De una gran magnitud, Topkapi es un excepcional complejo de pabellones, estancias, palacetes, corredores, terrazas, jardines, mezquitas, miradores y mil salones, antaño un reducto impenetrable y lugar de privilegio desde el que los sultanes gobernaron a lo largo de cuatrocientos años. A pesar de ser Mehmet Fatih quien mandó construir el palacio, al parecer entre 1461 y 1462, no existe una certeza histórica en torno al establecimiento del harén, aunque todo apunta a que fue durante el reinado de Süleymán el Magnífico y a causa de las insistentes súplicas de su esposa Roxelana, siendo entonces cuando alcanzó su época de mayor esplendor.
Con posterioridad, esta -Casa de la Felicidad- como llegó a denominársele, se convirtió en la residencia habitual de los grandes soberanos del Imperio, hasta que en 1853 Abdul Mecit terminó por trasladarse al palacio de Dolmabahce.
A partir de aquel momento, Topkapi quedó abandonado, volviendo a abrir sus puertas en 1924 cuando Mustafá Kemal Atatürk, el llamado "padre de la nación turca", lo transformó en museo, un extraordinario museo en constante evolución, no en balde cada año se abren nuevas salas al público para ser visitadas.
Una vez en el interior de Topkapi y después de cruzar a través de la puerta flanqueada por dos majestuosas torres octogonales de techumbre cónica y con un coronamiento almenado que más bien le asemejan a una fortaleza medieval, la cual fue construida por orden de Süleymán (del que se dice que era el único que podía cruzarla a caballo), se accede al segundo patio llamado del Divan y en el que están ubicados tres pabellones copulados o salas donde se reunían el Visir con los altos mandatarios para tratar asuntos de Estado; otro era el destinado a los archivos y en la actualidad alberga una parte importante de la colección de 350 relojes que fueron utilizados en el palacio durante diferentes épocas, la mayoría de ellos pertenecientes a obsequios realizados por monarcas europeos; y finalmente en el tercero o salón del Tesoro, que era donde se guardaba el dinero procedente de los impuestos y tributos recaudados por el Imperio, hoy convertido en una fantástica exposición de armas y objetos personales que llegaron a pertenecer a los sultanes y sus ejércitos.
En un extremo del patio del Divan se encuentra la puerta principal del harén, la zona más privada de todo el palacio.
UN VIAJE A TRAVÉS DE LA IMAGINACIÓN
El harén constituye, sin lugar a ningún género de dudas, un auténtico punto y aparte en Topkapi Sarayi, siendo uno de los lugares que despierta mayor expectación entre quienes llevados por una morbosa curiosidad desean contemplar lo que existía tras sus puertas.
El harén de Topkapi comprendía tres sectores principales: el que ocupaban los eunucos negros, las salas de las mujeres y los apartamentos del Sultán.
Los primeros aposentos revestidos con azulejos de color azul correspondían a los eunucos negros, quienes ejercían de mediadores con el mundo exterior al que rara vez se permitía salir a las mujeres.
Para el uso habitual de todas las personas que vivían en el harén fueron construidas cerca de trescientas habitaciones, agrupándose las destinadas a las mujeres alrededor de tres patios: el de la Sultana Madre, el de las favoritas y aquellas mujeres que hubiesen dado algún hijo al Sultán, y el de las sirvientas. Todas las dependencias revestidas con preciosos azulejos, amén de los techos y cúpulas adornados con pinturas al fresco, dibujos florales y paisajes.
En las estancias del Sultán destaca la Cámara Imperial así como el salón de la chimenea y el salón de Murat III con características de un pabellón del siglo XVI, el cual conserva la decoración original.
Con posterioridad fueron añadiéndose salones dedicados a biblioteca (donde las puertas de sus armarios con incrustaciones de nácar y conchas son un bello ejemplo del arte decorativo turco), baños y comedor, éste último también denominado la “sala de las frutas” por las fuentes de fruta y jarrones con flores pintados de vivos colores en los paneles de madera lacada de sus paredes… recónditos lugares, todos ellos embellecidos con los mejores azulejos de Iznik (la antigua Nicea), techos con cúpulas decoradas con pinturas sobre tela, columnas de mármol, baños con grifería de estilo barroco y otros en los que el agua caía en forma de cascada, todo tipo de complementos para convertir la confortabilidad en auténtico placer.
Un angosto corredor comunica todas las estancias del harén y recibía el nombre de “camino de oro” porque, según se cree, durante determinadas fiestas religiosas al pasar por el mismo el Sultán premiaba a las sirvientas echándoles monedas de oro.
El harén es un laberinto abrumador que subyuga hasta límites insospechados y que aún parece rezumar la fragancia de los más penetrantes perfumes, sándalo, jazmín, incienso… Un reducto más que privado al que sólo tenían acceso los eunucos, hombres castrados por lo general de raza negra, lo cual venía a garantizar la fidelidad de las mujeres, y que no eran más que los encargados de vigilar a las diosas del harén, el tesoro más valioso del Sultán, odaliscas de tez oscura y delicada belleza escogidas entre las mejores esclavas y otras que eran compradas a mercaderes que las traían en sus caravanas desde las lejanas tierras de Arabia para su adiestramiento en el arte del amor, las cuales recibían enseñanzas islámicas, instruyéndolas, asimismo, para que supieran maquillarse adecuadamente, tocar instrumentos musicales, vestirse con las mejores sedas y adornarse con cuantas joyas pretendieran a fin de complacer a su señor, a quien debían entregarse sumisas si resultaban elegidas y para despertar en él la más desenfrenada pasión.
En Topkapi, como en la mayoría de serrallos de Oriente, las mujeres occidentales eran muy apreciadas ya que el color blanco de su piel las convertía en más exóticas y difíciles de conseguir, especialmente las circasianas, éstas muy preferidas por su belleza, amén de su habilidad y elegancia. Generalmente se trataba de vírgenes entregadas como obsequio al Sultán por otros soberanos o gobernadores.
Mujeres que recobraban su estado natural, disfrutando de forma inocente del espectáculo de su propia hermosura y, aunque carecían de libertad, especialmente las favoritas estaban rodeadas de lujos inimaginables a cambio de vivir entregadas al afán voluptuoso del Sultán, quien tenía poder absoluto sobre la vida y la muerte, un ser al que las riquezas y el desmesurado poder le permitían disfrutar de cuantos placeres antojase.
Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre los sultanes, extravagantes personajes a los ojos occidentales, a los que la literatura ha rodeado de un cierto encanto, misterio y singular embrujo, aunque también se asegura que en muchos casos todo ha sido producto de un exceso de inventiva por parte de los escritores, ya que bien pocos llegaron a penetrar en estos recintos poco menos que sagrados, saliendo con vida para contarlo.
Sobre las mil leyendas del harén de Topkapi, uno de los más famosos de Oriente, pueden existir en nuestro mundo de hoy las más diversas interpretaciones, pero lo que sí es realmente cierto es que el mismo existió, puede contemplarse y no hace falta una excesiva imaginación para percatarse de que la suntuosidad y riqueza existentes en su interior son capaces de seducir hasta más allá del éxtasis.
Después de haber recorrido en silencio sus estancias y contemplarlas con detenimiento, dejar atrás el palacio de Topkapi y sumergirse en el excitante caos de las calles de Istanbul, supone tanto como abandonar un fantástico sueño y despertar a la realidad, lo cual no hace sino alimentar la fantasía del viajero sobre las innumerables historias que a través de los siglos se han contado y siguen contándose en torno a este lugar de excepción, cuyo lujo y refinamiento evidencian el supremo poder que ejerció el Imperio otomano sobre el resto del mundo.