A L E J A N D R Í A

HEREDERA DE UN LEGADO HISTÓRICO




Un extraño misterio envolvió la muerte del gran Alejandro, acaecida, según se cree, en Babilonia y a causa de las fiebres de la malaria. Así, en el año 323 antes de nuestra Era, concluía de forma trágica su ambicioso sueño político de unificar el mundo creando una especie de estado universal en el que se fusionaran culturas y razas. En ese mismo instante se empezó a forjar la leyenda de un general hábil y poderoso al que, por su grandeza, la historia ha otorgado el apelativo de Magno.
Sus restos fueron trasladados a Menfis, pero los sacerdotes no quisieron darles sepultura, siendo devueltos a la ciudad que él mismo fundara a orillas del Mediterráneo. Más tarde desaparecieron y nunca más se supo de ellos. En la actualidad, el paradero de su tumba, que sin duda debió albergar enormes riquezas, es un gran enigma. De hecho su localización ha sido y sigue siendo uno de los grandes retos y sueños de la arqueología.
A través de los siglos, sin embargo, ha perdurado la gran urbe que lleva su nombre, transformándose en un activo puerto y centro de gran poder e influencia en todas las rutas de Oriente.
Hoy, la segunda metrópoli más importante de Egipto es un enclave turístico por excelencia.

Reza la historia antigua que Alejandro llegó a Egipto en el año 332 a.C. tras sus campañas por Asia Menor, Biblos, Sidón y Tiro. Después de una breve estancia en el país de los faraones se dirigió a Babilonia y Persépolis, extendiendo sus dominios hasta el río Indo. A pesar del poco tiempo que pasó en Egipto, en él dejó huellas muy profundas: restauró santuarios devastados por los persas y llevó a cabo diversas construcciones a lo largo del valle del Nilo y los oasis, de las que Alejandría fue la más importante.
Ubicada al noroeste del inmenso delta del Nilo, esta perla del Mediterráneo se halla a poco más de 200 kilómetros de El Cairo y rezuma historia por los cuatro costados, no en balde desde su fundación ha sido escenario de múltiples episodios en los que fueron sus más relevantes protagonistas desde científicos hasta poetas, gentes que propagaron la cultura a todo el mundo como Teócrito, Euclides, Arquímides o Calímaco, o bien emperadores, guerreros y gobernantes romanos como Julio César, Marco Antonio y Octavio, sin olvidar a la mítica Cleopatra (hija de Ptolomeo XII) que ocupó el trono apenas llegada a la pubertad. Ella fue la última reina de Egipto.
Muchos han sido los historiadores que en el transcurso de los siglos han escrito sobre la reina Cleopatra, sin embargo, el misterio que rodeó su personalidad sigue siendo un gran secreto. Al hablar sobre ella siempre se cita que era una mujer de gran belleza y notable poder de seducción. Resulta innegable admitir que logró inflamar las pasiones de dos romanos poderosos de su época como fueron Julio César, con quien tuvo un hijo, y Marco Antonio, su amante durante más de diez años y el padre de otros tres hijos.
Ciego de amor por ella, Marco Antonio incluso llegó a enfrentarse a la propia Roma al proclamarla “reina de reyes” al frente del Imperio de Oriente. De inmediato, Octavio, heredero romano tras el asesinato de Julio César, no dudó en partir con su numeroso ejército al encuentro de las fuerzas de Cleopatra y Marco Antonio, a las que derrotó en la batalla de Actium, entrando triunfador en Alejandría el año 30 a.C.
Cleopatra se refugió en su mausoleo y al mismo fue trasladado también Marco Antonio agonizante tras clavarse su propia espada, dado que le habían hecho creer que su amada había muerto. Víctima de la desesperación y antes de caer prisionera y verse humillada por el vencedor Octavio, quien pretendía llevarla como una esclava de regreso a Roma, optó por suicidarse con el veneno de un áspid.
Según el historiador Plutarco, por orden de Octavio la última reina de Egipto recibió sepultura junto a su amante. Han transcurrido muchos siglos, pero la niebla del misterio continúa y en la actualidad son infinidad los arqueólogos que siguen buscando en los alrededores de Alejandría la tumba de Cleopatra y Marco Antonio, sin duda, una de las parejas más célebres de la historia.
Está claro que, desde el gran Alejandro o la dinastía de los ptolomeos hasta el siglo XIX con Mohamed Ali, fundador del Egipto contemporáneo, o incluso el rey Faruk… puede decirse que Alejandría es un auténtico compendio de historia.

LA SÉPTIMA MARAVILLA DEL MUNDO

Durante 1.700 años, el faro de Alejandría fue considerada la séptima maravilla del mundo y orientó a los barcos que se acercaban al puerto, fascinando por sus colosales dimensiones.
Fue admirado y elogiado por nuestros antepasados desde su inauguración, en el año 283 a.C., hasta que un fuerte terremoto apagó su luz para siempre. En las noches de todo este tiempo, el fuego mágico del faro de Alejandría, merced a un espejo reflectante, orientó a los navegantes que llegaban al puerto de la ciudad y a quines se encontraban en la lejanía.
En el siglo XII, Al-Idrisi, geógrafo musulmán, mostró su admiración asegurando: “No hay otro igual de sólido en el mundo. Es muy útil el fuego encendido día y noche, que sirve de señal a los navegantes durante sus viajes. Los marinos reconocen este fuego y se dirigen hacia él, pues es visible desde una distancia de un día de mar (cien millas náuticas, alrededor de unos 180 kilómetros). Durante la noche parece una estrella brillante y durante el día se distingue por el humo”.
Ahora, 23 siglos después de su construcción, es bajo las aguas y con la imaginación como podemos disfrutar de la que fue considerada como la séptima maravilla del mundo.

LA ANTIGUA BIBLIOTECA

Otra de las grandes maravillas de esta ciudad fue su gran biblioteca. Estaba dotada de magnificencia en todos sus aspectos, dimensiones, información e importancia en comparación con las de Atenas y Antioquia. Su enclave y su arquitectura la hacía ser un lugar privilegiado en el que se podía disfrutar desde sus bancos de piedra bajo los pórticos de su imponente faro y el mar azul, con la excepcional luminosidad que siempre tuvo la ciudad. Sus archivos eran consultados por árabes, persas, judíos, indios, fenicios y griegos, pero su proximidad al mar también facilitó su perdición.
Suele afirmarse que la primera gran destrucción que sufrió la biblioteca fue la perpetrada por los romanos: Julio César, en persecución de Pompeyo, derrotado en Farsalia, arribó a Egipto cuando éste país se hallaba inmerso en luchas internas por la sucesión al trono y, pronto César se inclinó a favor de la hermana del rey, Claeopatra. El 9 de noviembre del año 48 a.C. las tropas egipcias comandadas por un general mercenario llamado Aquilas (antiguo centurión), asediaron a César en el palacio real de la ciudad e intentaron capturar las naves romanas en el puerto. En medio de los combates, teas incendiarias fueron lanzadas por orden de César contra la flota egipcia, reduciéndola a las llamas en pocas horas. Era un día en el que el fuerte viento hizo que se extendiera rápidamente el fuego por los muelles y parte de la ciudad, afectando a la gran biblioteca. Durante aquella “guerra alejandrina” murieron tanto Pompeyo como Ptolomeo XIII (hermano de Cleopatra).
El incendio devastó la biblioteca, convirtiendo en cenizas un trabajo de más de 250 años, que fue el tiempo que Ptolomeo II y su hijo Ptolomeo III tardaron en reunir el contenido de la misma. El fuego acabó con la ilusión de todos quienes habían trabajado en el proyecto, a la vez que millones de datos y la catalogación de todos los volúmenes y libros, los cuales podían haber sido muy útiles a las generaciones que nacieron después de la tragedia de la que llegó a culparse al propio Julio César.
La destrucción de la biblioteca, sin embargo, con el transcurrir de los siglos, fue objeto de muchas polémicas por parte de Occidente, asignándose a romanos, egipcios cristianos o musulmanes la culpa de lo sucedido, dependiendo de la fuente consultada.
Desde el siglo XIX, diversos han sido los eruditos que han intentado comprender la organización y estructura de la que fue gran biblioteca, y se ha debatido mucho sobre su final. Se han hecho centenares de afirmaciones contradictorias, dudosas o simplemente falsas, realizando suposiciones a partir de muy pocos datos que, la mayoría de las veces, son sólo aproximaciones. Ahora bien, sobre lo que no cabe la menor duda es que la biblioteca de Alejandría llegó a ser en su época la más grande del mundo.
En 2002 la UNESCO promovió en Alejandría la construcción de una nueva biblioteca, rememorando la antigua que resultó destruida.

UNA CIUDAD MODERNA

Desde orillas del Mediterráneo hasta los límites con el Sudán, Egipto es un maravilloso país capaz de ofrecer mil y una alternativas al visitante: el esplendor faraónico de sus templos, los confortables cruceros a través del Nilo, las rutas del Sinaí y el Mar Rojo, los intrincados recorridos por el Cairo islámico o copto y !como no! esta Alejandría mítica y legendaria, moderna y cosmopolita, que en los últimos años se ha convertido en atractivo centro estival, aunque conservando vestigios de las épocas en las que se erigió como capital del mundo antiguo.
De Abi Keir hasta Sidi Abd al-Rahman, o lo es que igual, de Este a Oeste, alrededor de 40 kilómetros de litoral con playas de blancas arenas y paisajes de incomparable belleza se han convertido durante el verano en uno de los lugares de esparcimiento más concurridos de todo Oriente Medio, dado que esta zona dispone de una interesante infraestructura hotelera, amén de los máximos alicientes capaces de satisfacer al visitante en materia de ocio.
Curiosamente fue el turismo interior quien descubrió la costa mediterránea, y de forma especial los cairotas deseosos de escapar del sofocante calor que invade la capital de junio a septiembre. Con posterioridad, han sido los viajeros procedentes de otros continentes los que le han conferido a la legendaria Alejandría ese aire cosmopolita que la distingue. Un lugar donde no sólo es posible enriquecerse culturalmente sino que, además, pueden practicarse toda clase de deportes, gustar  una gastronomía muy característica en sus restaurantes de pescado y marisco, o bien dedicarse a recorrer sus zocos más antiguos o modernas tiendas y dejarse seducir por la infinidad de tentaciones que se ofrecen a cada paso.


Con sus más de seis millones de habitantes, la ciudad resulta fácil encontrarla saturada durante la época estival, no obstante, cuando llega el suave otoño retorna a su ambiente habitual, apacible y tranquila, de enclave costero sumido en un remanso de paz que cautiva de inmediato al recién llegado. Se asegura que el sol, viejo amigo de las tierras egipcias, acostumbra a pasar el invierno en Alejandría, y no les falta razón a quienes lo afirman, habida cuenta de que durante todo el año la temperatura reinante es excepcional.
Aunque no son demasiados los vestigios que se conservan de hace siglos, precisamente porque la ciudad moderna se erigió sobre los restos de la más antigua, existen una serie de monumentos capaces de aproximar al viajero a una mayor comprensión sobre lo que fue su esplendor de antaño.
En el corazón de Alejandría, en los barrios de El Anfushi y  Ras el-Tin, la zona que los primeros viajeros occidentales denominaron “ciudad turca”, se encuentra la fortaleza de Qaitbay, construida a finales del siglo XV sobre las mismas ruinas del famoso faro que estuvo considerado como una de las siete maravillas del mundo. Esta bella edificación de estilo medieval ha sido reformada en diferentes ocasiones y alberga el museo naval en la actualidad. Dada su posición de privilegio, dominando toda la bahía y parte de la costa, mientras las olas del Mediterráneo se abaten contra sus muros, desde las almenas pueden contemplarse excelentes panorámicas de la ciudad.
No lejos de Qaitbay y de la Corniche, la bahía alejandrina, y bordeando el puerto oriental, están ubicadas varias necrópolis que datan de los siglos II y III a.C. así como la impresionante mezquita dedicada a Abul Abbas al-Mursi, santo de origen andalusí que murió en el siglo XIII. Aunque de construcción bastante moderna (fue erigida en las ruinas de otra mezquita de 1767 que resultó devastada por un incendio), llama poderosamente la atención la magnitud y belleza de sus líneas con una planta octogonal de alrededor de 3.000 metros cuadrados. Las cuatro cúpulas y el esbelto minarete la distinguen del resto, especialmente de las más antiguas mezquitas de Terbana (1677) y el complejo arquitectónico de Al-Sorbagui (1757) que se hallan en las inmediaciones.


Es en la zona de Mansía donde se ubican los zocos más tradicionales de la ciudad, aquellos en los que a principios de siglo se vendía todo tipo de productos. Hoy se han especializado y así en el zoco líbico, por ejemplo, suelen encontrarse los vestidos bordados que generalmente confeccionan los beduinos, mientras que en el sector de los magrebíes se venden toda clase de hierbas con propiedades medicinales. Ni que decir tiene, se trata de una zona comercial muy visitada dado que hace las delicias de los amantes del shopping.
Otro de los puntos de cita ineludible es el majestuoso palacio de Montazah y los jardines que se extienden en sus alrededores, situados en el extremo opuesto del puerto oriental, a unos 25 kilómetros de Qaitbay. El complejo de Montazah lo componen una serie de edificios antaño pertenecientes a la familia real, frente a una tranquila playa y convertidos en una magnífica zona residencial, especialmente durante el estío.
Deambulando sin prisa por las callejuelas de la ciudad, dejándose atrapar por el encanto de cada rincón, esta urbe con cierto aire occidental pero egipcia de corazón y cuyo poder en otras épocas llegó a eclipsar a Roma y Atenas, surgen a los ojos del viajero múltiples opciones capaces de mantener vivo su interés a cada instante.
En la zona de Kom al Dikka, el anfiteatro romano, único en su estilo, y las termas descubiertas en sus inmediaciones; la columna de Pompeyo, el vestigio más relevante del antiguo templo dedicado al dios Serapis, la cual se alza en un promontorio rodeado de jardines, termas y dos esfinges; las catacumbas y necrópolis; los aljibes o una detallada visita al museo greco-romano (que también dispone de valiosas piezas de las dinastías faraónicas) pueden completar el programa del viajero que, caso de sentirse agobiado por el denso tráfico de sus principales calles, especialmente en los alrededores de la plaza Saad Saghlul, antiguo barrio europeo y donde palpita el corazón de la ciudad, puede escapar dándose un reconfortante paseo por los bellos jardines de Antoniadis y en el silencio del entorno recobrar un sosiego a veces ansiado y necesario.
Para quien dispone de más tiempo existen, asimismo, otras opciones igualmente atractivas como pueden ser una visita al museo de las joyas reales o el de las Bellas Artes; pasear por el barrio griego, una de las zonas residenciales más bellas de Alejandría, o simplemente efectuar un nostálgico recorrido en tranvía, un medio ideal para descubrir inéditos rincones.
Alejandría está muy bien comunicada y resulta fácilmente accesible desde El Cairo.
Para completar un viaje a Alejandría, nada mejor que desplazarse hasta la playa de Sidi Krer, King Mariout, Abu Mina y Borg al-Arab, junto con el pueblo de Marakia, dado que son zonas turísticas de mucho interés, sin por ello olvidar una visita a Al Alamein o Marsa Matrouh, dos enclaves famosos por su paisaje, la tranquilidad que se respira en sus alrededores y por los cementerios inglés, italiano y alemán, donde descansan los restos de quienes protagonizaron una de las más duras batallas de la Segunda Guerra Mundial. Una vez en Marsa Matrouh resulta recomendable recorrer el puerto que llegaron a construir los ptolomeos, la iglesia copta y el que fuera refugio del General Rommel, aparte del llamado -baño de Cleopatra-, situado en lo alto de una colina y en las inmediaciones de la playa.
Con menos acento faraónico que el resto de Egipto, pero con grandes influencias greco-romanas, Alejandría, la que fuera ciudad enriquecida material y culturalmente por los reyes de la dinastía de los ptolomeos, hay quien asegura que aún no ha desvelado todos sus fabulosos secretos a los arqueólogos. En la actualidad, dado el gran desarrollo de la industria hotelera en los últimos años y la excelente temperatura reinante en todas las estaciones, se ha convertido en un enclave de excepción capaz de satisfacer a todos aquellos viajeros que pretendan convertir su visita en algo realmente inolvidable.