A lo largo de los siglos
se ha mantenido que San Juan de los Reyes es el primer y colosal monumento de Toledo que no adopta
la más ligera señal del arte árabe o mudéjar, queriendo destacar con ello que
su estilo arquitectónico pertenece a la corriente occidentalista que invadió
Castilla a mediados del siglo XV. Esto permitiría pensar que no sería toledano
por sus rasgos estilísticos, o lo que es igual, que no reflejaría la
inspiración ambiental, de la que no habría huella ni en su traza ni en su
decoración.
Si con esta opinión se
pretende defender la innovación que el arte gótico-flamenco, supone, no sólo
para Toledo sino para toda la época de los Reyes Católicos y la cultura
española del momento, no es menos cierto que el cruce del arte gótico-flamenco
con la traición mudéjar medieval (de profunda influencia islámica) en España,
hará de San Juan de los Reyes un monumento muy peculiar. En efecto, las formas
europeas, debido a su inserción en las formas autóctonas mudéjares -con los matices
de adaptación- conseguirán hacer de él la obra más representativa de un arte
nuevo y original, que será llamado hispano flamenco o borgoñón.
EL LEGADO DE UNA ÉPOCA
Difícilmente se
comprende la presencia de las formas gótico-flamígeras en Toledo si se
desconocen los rasgos fundamentales que identifican la sociedad castellana del
siglo XV. La conquista del reino de Granada, que atrajo soldados foráneos, las
rutas europeas hacia Compostela y Portugal, el creciente intercambio comercial
desde Europa con los puertos cantábricos y mediterráneos, sin olvidar la feria
internacional de Medina del Campo (Valladolid) hicieron que, sobre todo Flandes
(bretones, borgoñones y alemanes) comulgase con los castellanos en una
consecuente y recíproca forma de usos y costumbres, como expresión de nuevas
formas de vida, evidentes en la indumentaria, en danzas y torneos y, tras la
aceptación de las formas de vida borgoñona, coincidentes en la común tendencia
al lujo, a la variedad y la excesiva ostentación de la riqueza, que también se
perciben en las manifestaciones artísticas de la época, como es la arquitectura
religiosa y civil.
MOTIVACIONES HISTÓRICO-RELIGIOSAS
Dos grandes componentes
históricas, la religión y la política, sirvieron de matriz para la fundación y
nacimiento de San Juan de los Reyes.
Fue Isabel de Castilla
quien mandó construir este monumento como templo votivo y memorial de la
victoria obtenida e 1 de marzo de 1476 en los campos de Toro (Zamora), al
derrotar el ejército de Fernando de Aragón al partido contrario que defendía
los intereses de Juana “la Beltraneja”, apoyada en sus pretensiones de heredera
legítima del trono castellano por el rey Alfonso V de Portugal. Fue esta
victoria la que abrió a doña Isabel las puertas de su glorioso reinado.
En Toledo quiso dejar
memoria histórica con un lugar sagrado, a la vez que tomó la decisión de que
sirviera de última morada para sus restos mortales y los de su esposo. Este
motivo condicionaría la arquitectura de la edificación, aunque las
circunstancias posteriores la hicieran desistir de esta determinación. En el
templo votivo está presente, además, la devoción de la casa de los Trastámara
al apóstol San Juan Evangelista (Juan II era el nombre del rey, padre de
Isabel, el de su abuelo, y el del hijo, el príncipe heredero Juan que murió en
plena juventud). Esta particularidad constituyó para la reina un motivo más
para dedicar la ora al santo patrono de su familia, como consta en la
heráldica, el escudo de armas en el que aparece el águila nimbada del libro del
Apocalipsis, símbolo del evangelista Juan, discípulo amado de Cristo y
tradicionalmente considerado autor de dicho libro.
Una vez resuelta la
lucha dinástica por la sucesión al trono de Castilla, otra motivación religiosa
añadida intervino en la dedicación del convento a la memoria de San Francisco
de Asís, como indica el santoral franciscano representado n la iglesia y en el
claustro, y convertirlo en sede principal de sus frailes en la Imperial Toledo
El afecto a los franciscanos fue uno de
los rasgos de doña Isabel, poco destacado por los estudiosos, que merece la
pena no obviar si se quiere comprender el significado de San Juan de los Reyes.
Los franciscanos
llegaron a esta ciudad hacia el año 1219, instalándose, con la ayuda del rey
Fernando III de Castilla y León y del arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada en
la ermita de La Bastida extramuros de Toledo, a poniente. Con posterioridad, y
por medio de otros patronazgos habitaron el convento de San Francisco situado
donde está el actual convento de la Concepción. A lo largo la historia del
siglo XV, la reforma franciscana observante fue poco a poco ganando estabilidad
y presencia; los observantes se instalaron en La Bastida, con las reacciones y
tensiones de la comunidad conventual residente en San Francisco. La nueva
reforma fue apoyada por los reyes, a quienes los observantes se habían dirigido
desde el convento de La Esperanza de Ocaña, villa en la que residía doña Isabel
mientras se resolvía la batalla de Toro. Después de la victoria obtenida se
afianzó el apoyo a la observancia, que gozaría de un gran peso específico con
el posterior nombramiento de Francisco Jiménez de Cisneros como encargado de
llevar a cabo la reforma y unificación de las distintas comunidades
franciscanas de la ciudad del Tajo.
Así pues, la batalla
victoriosa de Toro y el apoyo decidido
de la reina doña Isabel de Castilla a la causa observante en el último
cuarto del siglo XV harían triunfar la causa reformista en toda la Península y
dio a San Juan de los Reyes la consistencia histórica que tuvo en la Orden
franciscana y su proyección futura, que llegó a ser centro y cabeza de su labor
teológica docente como centro de estudios
y lugar en el que se celebraron algunos capítulos generales de la Orden.
VISTA EXTERIOR
A causa del apretado
entorno urbano en el que se halla hoy enclavado San Juan de los Reyes, resulta
aconsejable que la primera visión del conjunto se haga desde una distancia
suficiente para tener la perspectiva y la idea perfecta de lo que es el
magnífico templo, por ejemplo, desde abajo, en el puente de San Martín, o desde
el cerro de Gracia, en la parte opuesta.
Contemplando el
monasterio desde poniente, allende el río Tajo, se aprecia la monumentalidad de
la obra, su maciza fábrica de piedra berroqueña, esbelta dentro de la
austeridad. Cabe, de esta forma, estimar debidamente su peculiar localización
en el extremo amurallado de la ciudad -peñascosa
pesadumbre diría Miguel de Cervantes- sobre un promontorio o vértice rocoso
que se precipita desde el llamado cerro de Gracia con acusado desnivel hacia el
río. El visitante consigue hacerse con la impresión que sin duda quisieron
darle sus autores: hacer de San Juan de los Reyes fortaleza toledana, una más,
sabedora de éxitos y conquistas. Promontorio, murallas, puente y río forman
parte esencial del entorno, no en balde se trata de un monumento que
inmortaliza la victoria en una batalla decisiva que significó el comienzo de la
historia moderna de nuestro país, y revela la devoción religiosa de sus
patronos.
INTERIOR DE LA IGLESIA
Para visitar el interior
del monasterio se accede desde la calle Reyes Católicos por la puerta que da
paso a lo que fue antigua sacristía. La portada se llama “del Pelícano” por el
Calvario enmarcado en un arco rehundido que ostenta la gruesa cruz florida,
labrada en forma hexagonal para representar los nudos del madero de la cruz,
sobre el promontorio del calvario con la calavera de Adán, entre dos expresivas
estatuas de la Virgen María y San Juan Evangelista en la parte superior de la
cruz, un nido de pelícano simboliza el misterio de la muerte redentora de
Cristo. Según la tradición, el pelícano hiere con su propio pico su pecho de
cuya sangre se alimentan los tiernos retoños. Es una obra de Enrique Egas y,
según opiniones, destinada a coronar el presbiterio en el arco de su parte más
elevada, como parecería sugerir la misma representación que preside el ábside
de la iglesia toledana de San Andrés, obra del mismo autor.
La sacristía es una
espaciosa y amplia nave que impresiona al visitante por sus tres cuerpos de
bóveda de crucería, de gusto germánico, con claves en forma de florones en la
intersección de sus arcos. Sirve para entrar a la visita de los claustros y la
iglesia.
Conforme se entra al
edificio, la impresión austera y sobria que se conserva del exterior
desaparece; el granito ha sido sustituido por piedra blanca, caliza, extraída
de la cantera toledana “La Rubia”, lo que favorece los efectos de luminosidad
que acoge al visitante. La austeridad geométrica exterior cede paso a todo un
conjunto de formas elegantes, esbelto en su elevación y no exento de inesperada
profundidad. Sorprende la cantidad de adornos flamígeros, tanto en las
tracerías como en la repetitiva decoración y arqueadas bóvedas. Las formas
arquitectónicas, labradas por una imaginación sin límites, convienen en el
manejo de una técnica atrevida y en una geometría vegetal complicada, juntando
lo instintivo de la expresión a la originalidad de sus formas.
Conforme al estilo
gótico del tiempo, la planta de la iglesia es de cruz latina con brazos poco
saliente, orientada de este a oeste. La planta central mide 25 metros de
longitud, 12 de anchura, 20 la nave del crucero y 30 de altura. Está dividida
en cuatro cuerpos con sus correspondientes bóvedas de crucería.
A destacar los bellos
detalles en la ornamentación del crucero.
Maravilla del arte
gótico flamenco que admira a cuantos lo contemplan, es el cimborrio o
lucernario octogonal, comenzado por Juan Guas y, después de su muerte,
terminado por Simón de Colonia. Es de inspiración alemana y con recuerdo del
mudéjar por su geometrismo, como indica la decoración estrellada de la bóveda.
La capilla mayor o
presbiterio corresponde al espacio del ábside poligonal, con una bella bóveda
de nervios en forma de palmera. El testero, en su parte más elevada, lleva un
arco de medio punto que, a juicio de algunos críticos, estaba destinado a
enmarcar el Calvario del Pelícano de Enrique Egas. En este lugar hay un lienzo
alusivo a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de María por parte
de la orden franciscana, representada por santos y santas, además del cardenal
Cisneros, la reina Isabel la Católica y un heraldo abanderado que representa a
la ciudad de Toledo.
En cuanto al retablo
central original del presbiterio, fue incendiado por las tropas francesas en la
Guerra de la Independencia. El actual procede de la capilla del Hospital de la
Santa Cruz, en Toledo.
MAGNÍFICO CLAUSTRO
Una bellísima portada da
paso a los claustros; es típica del arte flamenco, con un bajorrelieve a la
altura del arco, en el que los ángeles arrodillados y vestidos de túnicas de
amplios pliegues, presentan el emblema de las Cinco Llagas, propio de la Orden
Franciscana, como indica el cordón franciscano que lo rodea.
El claustro bajo está
pensado como continuación de la iglesia y al servicio de ésta para las
ceremonias y procesiones litúrgicas, coincidiendo bóvedas y ventanales, la
profusión de esculturas con sus penas, doseles y los adornos calados, con la
decoración innovadora característica del gótico flamígero. La composición
rítmica y repetida de los motivos con sutiles variaciones compite con una
desconcertante riqueza decorativa en la que predomina la naturaleza vegetal y
animal, que evoca, con gran sentido realista, el carácter del claustro, símbolo
del paraíso terrenal; de aquí la intención de destacar que es a la vez huerto y
jardín, como indica la decoración.
Tiene 30 metros de largo
por lienzo, 4,20 de ancho y 8 de altura. La bella disposición de sus veinte
ventanales, cinco a cada lado, con arquería arborescente y hortelana (el
ventanal de las zanahorias, el de las coles, la granada, las vides o el roble),
imitando con sus calados una celosía con la ornamentación no repetida de sus
arquivoltas, en una disposición muy efectista de luces y sombras del gótico
florido, que impresiona al visitante. La piedra blanca labrada primorosamente,
como si fuera un encaje, colabora al subrayar loa efectos de la luminosidad
bajo el dorado sol de Toledo, que sobre el fondo verde del jardín central,
hacen de este recinto un policromado remanso de paz conventual. Cada uno de los
ventanales está compuesto por dos arcos de medio punto con adorno lobulado,
integrados en el arco apuntado, separados por el parteluz, destacando las
rosetas que adornan su haz vertical, y la burbuja decorada con los calados en
forma de trébol, los efectos cóncavo y convexo de los nervios laterales,
incluidos los de la oliva interior de cada ventanal. El ventanal
correspondiente a la puerta de acceso al jardín es de una airosidad y elegancia
notables en la superposición del arco de la puerta.
Este claustro fue
concluido en el año 1504 por los hermanos Egas.
Hay cincuenta y cinco
esculturas en todo el perímetro, algunas de ellas de difícil identificación,
pues fueron bárbaramente mutiladas en la ocupación napoleónica. Con todo, las
imágenes de la Virgen y de San Francisco, Santa Clara, Santa Bárbara, San
Andrés, los cuatro evangelistas, San Antón, San Lorenzo, Santa Lucía, Santa
Águeda, de los mártires franciscanos de Marruecos (1221), son claramente
identificables. Dando al jardín, hay unos disimulados contrafuertes, un poco
manieristas y rematados con pináculos floreados que equilibran el empuje de las
bóvedas. Los pretiles externos son también una obra calada de impresionante
efecto en su continuidad decorativa.
La escalera que conduce
al claustro alto es típicamente española, de cuatro tramos en caja cuadrada. Es
adjudicada a Egas, dada la semejanza que tiene con la escalera del Hospital del
cardenal Mendoza en Toledo y otras de la geografía española. En cuanto a la
ornamentación se le atribuye a Alonso de Covarrubias, a quien estaban
encomendadas otras obras importantes. Su estilo es plateresco, con una cúpula
rebajada, dividida en fajas y casetones que ostentan florones tallados en
piedra, cuyos recuadros van disminuyendo conforme se acercan en la perspectiva
al rosetón que sirve de clave. En uno de sus paños aparece el escudo imperial
del águila bicéfala, emblema de Carlos I de España, nieto de los Reyes
Católicos.
El plateresco introduce
rasgos clásicos, propios de la secularización de las formas, como las
cariátides en lugar de figuras angélicas y las pechinas en forma de concha.
Este claustro mide 4,60 metros de altitud, siendo más bajo que el claustro
inferior, asimismo muestra una austeridad monacal y sus muros son lisos y
blanqueados. Destaca la soberbia decoración del artesonado mudéjar, en madera
de alerce pintada, con los signos repetidos de los Reyes Católicos. Gruesas
arcadas rebajadas enmarcan sus lienzos desde las esquinas, con los leones
rugientes que sostienen los escudos de los reinos de España.
El monasterio de San
Juan de los Reyes es un magnífico ejemplo de las construcciones de fines del
siglo XV, tan europeas y tan españolas que son a la vez de una gran perfección
técnica, de una habilidad en su planteamiento y por la precisión de sus
detalles, que admiran más en un país propenso
a olvidar lo elemental para abstraerse en la concepción de la síntesis.
Más extraordinario si se tiene en cuenta que esta clase de monumentos se
construyeron antes incluso de que pudiera emplearse el oro traído de América
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)