MONASTERIO DE LA RÁBIDA


CUNA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA



En la madrugada de aquel histórico 3 de Agosto de 1492, un gran revuelo quebró el silencio de la villa de Palos. Inquietud y expectación reinaban entre sus gentes y, autoridades, marinos y escribanos, se apiñaban en los aledaños del pequeño puerto ávidos de presenciar el inicio de la gran empresa.
Martin Alonso y Vicente Yáñez Pinzon subieron a la Pinta y la Niña, mientras el montañés Juan de la Cosa se ponía al frente de la nao Santa María. Se estaban viviendo unos instantes de incontenible emoción.
A escasa distancia del lugar y desde un altozano que domina el Odiel y el Tinto, envuelto en fragancia de pinos y eucaliptos, el convento de La Rábida, donde había tomado forma el ambicioso empeño, asistía como testigo de excepción a la que iba a ser la más fascinante aventura de todos los tiempos. El descubrimiento del Nuevo Mundo.

Cuentan los historiadores que corría el año de 1485 cuando hizo su aparición en La Rábida un navegante, un hombre desilusionado en extremo que recién acababa de llegar de tierras portuguesas donde habían sido rechazados sus proyectos.
Los franciscanos del convento, sencillos de costumbres y sinceros de corazón, no dudaron un instante en darle cobijo y sustento a él y a su hijo, un mozalbete que reflejaba en sus ojos un evidente cansancio.
Bien pronto se percataron los frailes de que aquel atormentado peregrino escondía una indudable personalidad y sus conocimientos eran notorios, aunque lejos estaban de imaginar que su presencia allí iba a significar el comienzo de una época decisiva para España y toda la humanidad.
Cristóbal Colón, que así se llamaba el recién llegado a La Rábida, no dudó en sincerarse con aquellos hombres que a partir de aquel momento iban a convertirse en sus amigos y más fieles colaboradores, les expuso sus ideas, les habló de ciencias y geografía, repitiendo una vez más sus teorías sobre los mapas, cartas de navegación, estudios… fueron días y días, horas y más horas de constante diálogo. La fe del experto marinero parecía inquebrantable y más aún tras recobrar el entusiasmo que le proporcionaban los frailes, no sólo prestándole atención, sino inclusive debatiendo temas y axiomas.
Dos franciscanos, dos nombres ilustres sin duda, tuvieron una participación activa y resultaron providenciales en aquellos difíciles momentos: fray Antonio de Marchena y fray Juan Pérez, quien había sido contador y confesor de la Reina Isabel.
El convento de Santa María de La Rábida estaba destinado a protagonizar una etapa crucial en la historia, la que iba a determinar el encuentro entre dos mundos.

LA GRAN DECISIÓN
Después de varias visitas y múltiples reuniones con los frailes, Colón volvió en 1491 a La Rábida, aprovechando que tenía que recoger a su hijo Diego y ver a varios familiares en Huelva. Observando con desánimo que el apoyo de los franciscanos no era suficiente y las gestiones apenas si fructificaban, el navegante ya se había hecho a la idea de partir hacia Francia, siguiendo su peregrinaje en busca de ayuda.
Fue entonces cuando fray Juan Pérez prometió escribir a la Reina, rogándole se quedara en el convento hasta que llegase una respuesta.
Fueron catorce días de angustia y zozobra, al cabo de los cuales Sebastián Rodriguez, marino de Lepe, regresó con la ansiada contestación. La Corona estaba presta en el empeño y como prueba de ello, Diego Prieto, en nombre de la propia Reina hizo llegar a Colón 20.000 maravedíes para gastos de viaje. Acto seguido, el almirante salió al encuentro de los monarcas que se hallaban en Santa Fe, en fecha próxima a la conquista de Granada.


Algunas de las exigencias de Colón (títulos y otras prerrogativas sobre futuras tierras a conquistar) retrasaron el proyecto y a punto estuvo de darse al traste con el viaje. Nuevo paso atrás y vuelta a empezar en las conversaciones hasta que, una vez más, fray Juan Pérez intervino como mediador.
El entusiasmo del franciscano fue tan grande como la comprensión y el interés de la Reina, hasta que !por fin! se llegó a un histórico acuerdo, firmándose las Capitulaciones el 17 de Abril de 1492.
En las semanas siguientes, los preparativos del viaje se sucedieron. Las naves, la tripulación, las provisiones, la tremenda algarabía que se había levantado en los alrededores de Palos no era sino el fulgor de aquel hecho sin precedentes.

UN MONASTERIO CUAJADO DE HISTORIA
En la actualidad, más de quinientos años después de la gesta colombina, las piedras de Santa María de La Rábida siguen poniendo de manifiesto que en ellas van de la mano la sencillez y la grandiosidad al mismo tiempo, por eso quienes hasta el lugar se acercan no deben hacerlo con la pretensión de encontrar riquezas artísticas en pinturas, imaginerías o simplemente arquitectónicas.

A la inversa de como sucede en otros puntos de nuestra geografía hispana, en La Rábida prevalece sobre cualquier otra manifestación el hecho del sentimiento histórico y el recuerdo hacia unas ideas y personas que, en un determinado tiempo, supieron estar a la altura que les demandaban unas circunstancias muy concretas e irrepetibles.
Sobre los orígenes de La Rábida existen una serie de leyendas recogidas en el antiguo códice de fray Felipe de Santiago en las que se le atribuye unos orígenes legendarios. Según estas leyendas, en tiempo de los fenicios habría existido un altar dedicado a su dios Baal (posteriormente equiparado con Hércules) y más tarde los romanos habrían elegido este mismo lugar para venerar a su diosa Proserpina. Los árabes levantarían  en el mismo lugar un pequeño monasterio con monjes-caballeros similares a los de las órdenes cristianas. Este tipo de monasterio musulmán solía estar en la costa fronteriza y tomaba el nombre de rábida o rápita (del árabe ribat), de donde le vendría la denominación. Los ascetas musulmanes se perfeccionaban espiritualmente al tiempo que defendían el lugar fronterizo. En el siglo XIII, tras la conquista cristiana, pertenecería ya a los Caballeros Templarios, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Milagros. Esta misma tradición cuenta que San Francisco de Asís llegó a este lugar en compañía de doce discípulos para fundar un pequeño y humilde monasterio franciscano.
Dado el enclave que ocupaba, el lugar fue desde el principio un refugio o fortaleza para defenderse de los ataques frecuentes de los piratas que merodeaban la costa. El Papa Eugenio IV otorgó una bula de indulgencias para todo aquel que ayudara en este sitio a los viajeros necesitados. Gran parte de los edificios conventuales fueron construidos en aquellos años (primeros del siglo XV). Los nobles de la comarca y los vecinos del lugar ayudaron y colaboraron en gran medida.
El monasterio cobró gran importancia en la historia a partir de la llegada de Cristóbal Colón, quien encontró refugio y atención entre los frailes de La Rábida.
Martin Alonso Pinzón se encuentra enterrado en este monasterio. Llegó a su villa natal tras el primer viaje colombino, gravemente enfermo. Murió a los quince o veinte días de su vuelta y fue enterrado en la iglesia del monasterio de LA Rábida, a los pies de la Virgen de los Milagros y con hábito franciscano como sudario, según su voluntad.
En mayo de 1528 arribó al puerto de Palos Hernán Cortés tras conseguir la conquista de Nueva España. Se hospedó en el monasterio. Venía acompañado de su amigo y compañero Gonzalo de Sandoval, quien desembarcó gravemente enfermo, muriendo a los pocos días en una fonda de Palos donde estaba hospedado. Se trasladó su cuerpo sin vida al monasterio donde fue enterrado, cerca del altar de la Virgen de los Milagros.
Pocos días después llegó Francisco Pizarro a Palos, dirigiéndose también al convento donde, aparte de recibir ayuda espiritual, se entrevistó con su pariente Hernán Cortés.
Después de la Guerra de la Independencia española y de la terrible Desamortización de Mendizábal, el monasterio quedó casi en ruinas, hasta que en 1855 se llevó a cabo una restauración por iniciativa de los duques de Montpensier y de la Diputación Provincial. El monasterio fue declarado Monumento Nacional en 1856.
En 1882, el rey Alfonso XII visitó el monasterio y apoyó una segunda iniciativa de rehabilitación y mejora con el fin de conmemorar años más tarde, el IV Centenario del Descubrimiento de América.
La toma de posesión oficial del monasterio por los franciscanos tuvo lugar en 1920.
Ya en el siglo XX, el monasterio fue testigo de la expedición del Plus Ultra. Los tripulantes de la misma se hospedaron en él antes de iniciar el vuelo Palos de la Frontera-Buenos Aires.
El 14 de junio de 1993, el Papa Juan Pablo II visitó el monasterio con motivo de la coronación real y pontificia de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros.
La Rábida ha mantenido siempre fuertes vínculos con todos los pueblos iberoamericanos.

DEL GÓTICO AL MUDÉJAR
El edificio del monasterio tiene una superficie de 2.137 metros cuadrados, es de planta irregular y su conjunto externo es de estructura medieval. A lo largo de su existencia se han ido incorporando diversos elementos nuevos, si bien el conjunto arquitectónico conserva los aspectos más importantes de su construcción original.
Tras la modesta fachada, similar a la de cualquier otro recinto franciscano, se penetra en un zaguán al fondo del cual existe la puerta del convento que pertenece al estilo gótico y se cree que es la original. Atravesando la misma se accede a la denominada sala de Vazquez Diaz, porque en ella se encuentran los frescos de este pintor, reflejando situaciones y actitudes en torno al descubrimiento de América y sus principales protagonistas.
Sin duda alguna, la iglesia es la pieza más antigua del actual edificio y la que tiene una mayor relevancia. Su construcción, como resulta frecuente en el sur de España, es una mezcla de gótico y mudéjar y data del siglo XV, aunque hay quienes aseguran que es anterior. Está compuesta por tres partes principales: la única nave principal, el presbiterio-capilla mayor y la capilla de Nuestra Señora de los Milagros. Se pueden ver algunos frescos originales que son piezas de arte de gran valor. El techo está cubierto por un artesonado de madera policromada de influencia mudéjar. Sobre las paredes hay diez cuadros del pintor Juan de Dios Fernández, del siglo XVIII, con representaciones de la vida de San Francisco.
Dos esculturas acaparan la atención de forma casi exclusiva en el interior de la iglesia, de patente sobriedad franciscana: el Jesucristo crucificado del altar mayor (siglo XV)  y Santa María de La Rábida o Virgen de los Milagros, que se venera en su capilla, de estilo gótico-francés, es de alabastro y perteneciente a finales del siglo XIII. Según una leyenda sin base histórica, esta imagen fue traída en uno de sus viajes por un marinero de Palos de la Frontera y después, a la llegada de los árabes, fue ocultada en el fondo de la ría de Huelva. Más tarde la rescataron con sus redes unos pescadores y la devolvieron a la iglesia del monasterio. Según documentos existentes en la parroquia de San Jorge Mártir de Palos de la Frontera, en una restauración que se hizo en la imagen de la Virgen durante el siglo XVIII, se encontraron restos de sal y de limo marino, como si hubiera estado sumergida en el mar.
Ante ella rezó Colón y todos sus acompañantes horas antes de partir camino del océano.
A través del patio de la hospedería y bajo unos arcos de influencia almohade, se accede al claustro mudéjar, de planta rectangular y adosada al muro de los pies de la iglesia. Data del siglo XV y es el conjunto del monasterio que mejor se ha conservado. En sus cuatro galerías bajas se conservan algunos trozos de la primitiva decoración mudéjar, pintados al fresco y que fueron completados en restauraciones posteriores. En el segundo piso hay una exposición permanente de maquetas a escala de las tres carabelas: la Pinta, la Niña y la Santa María
En las galerías bajas de Sur y Poniente están situadas algunas humildes celdas, sin características especiales, pero en las que se supone se albergó a Colón y habló de sus proyectos con fray Juan Perez..
La Sala Capitular es rectangular y amplia de aspecto recoleto y sencillo. Se trata de la celda más amplia del monasterio; algunos colombinistas sostienen que en esta sala podrían haber tenido varias de las conversaciones de La Rábida, tanto con fray Antonio de Marchena como con Pinzón o el físico de Palos Garci Fernández. Se reconstruyó en el siglo XVII y tiene un buen artesonado. Tanto en la Sala Capitular como en la planta alta del claustro de la hospedería y la Sala de Documentos, se pueden apreciar interesantes lienzos que representan diferentes fases del Descubrimiento, los Reyes Católicos, los marineros, las carabelas, etc.
En la sala denominada de “las Banderas” es donde posiblemente se guardan algunos de los más preciados recuerdos de la epopeya americana, amén de banderas de todos los países allende los mares y un puñado de tierra de cada uno de ellos celosamente conservado en sendos cofres.
Puede decirse, sin lugar a ningún género de dudas, que en este recinto se guardan documentos y objetos de un valor histórico, como una copia algo deteriorada del famoso mapa-mundo de Juan de la Cosa en el que aparece por primera vez la costa americana.
En el exterior del monasterio y frente a la puerta de entrada puede verse una cruz de hierro y los bustos de fray Juan Perez y fray Antonio de Marchena, y en los jardines un monumento de Cristóbal Colón, inaugurado con motivo del 500 aniversario de su fallecimiento.
Cuando se abandona este sencillo y acogedor convento, se experimenta la sensación de haberse empapado de historia, una historia apasionante, no obstante, antes de partir el visitante puede asomarse al mirador de La Rábida y desde allí divisar tierra firme, Huelva, Punta Umbría… y también el inmenso océano, el mismo que besa y une al viejo y nuevo continente. La misma visión que un día, hace de ello más de seis siglos, tuvieron quienes, sin sospecharlo, iniciaron la mayor aventura de la historia.