ALCOY (Alicante)

MOROS Y CRISTIANOS


Casi ocho siglos de dominación árabe tenían indefectiblemente que dejar una huella importante, de ahí que las fiestas de “Moros y Cristianos” como herencia que aún perdura, vengan a rememorarlo y a manera de inverosímil romance de caballerías o gigantesco auto sacramental, tengan por anfiteatro de gran magnitud las calles y plazas de algunos de los más bellos rincones de la geografía hispana.

Nuestras páginas, que habitualmente viajan en torno a lugares tan distantes como exóticos, en el continente negro, Extremo Oriente, Australia o en cualquier otro confín de nuestro planeta, se sitúan en esta ocasión en nuestro país, en la zona mediterránea, para ser más exactos en el pueblo alicantino de Alcoy, cuando en plena primavera se vibra de entusiasmo y fervor, transformándose la historia y la leyenda en la más fastuosa de las fiestas populares.

UN POCO DE HISTORIA
A pesar de no saberse con certeza cuando se iniciaron este tipo de manifestaciones de alegría y regocijo como homenaje de devoción y gratitud o simplemente como explosión del sentir popular, hablar de luchas entre partidarios de la cruz y la media luna, es algo que, a través de las épocas, puede incluso remontarse a finales del siglo XII.
En el decir de los historiadores, al filo de 1463 se celebraron ya en Jaén unos juegos a manera de desafíos entre caballeros, unos disfrazados de moriscos y otros de cristianos. También en Toledo y para festejar la llegada del Emperador Carlos I, hubo simulacros de asaltos y combates.
Alcalá de los Gazules y Tarifa, organizaron torneos medievales, así como en Tortosa cuando la visita del Rey Felipe II a esta ciudad, se obsequió al monarca con unos fingidos enfrentamientos en los que jugaron un papel preponderante los pescadores de la localidad ataviados de sarracenos, los cuales trataban de asaltar una supuesta fortaleza.
En la zona de Levante, también al norte de Cataluña, en Galicia e incluso allende nuestras fronteras, se tienen noticias de representaciones basadas en ciertos hechos históricos, pero llevados a cabo con una saludable pincelada de humor.
En los siglos XVI y XVII el teatro aportó gran interés en torno a las batallas entre moros y cristianos, sin quedar excluidos tampoco algunos de nuestros mejores escritores y poetas como Cervantes, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón y tantos otros, quienes con ágil y magnífica pluma vertieron en sus romances relatos sobre estas conmemoraciones.
Los hechos reales hicieron historia, ésta fue tradición y recuerdo, y posteriormente el pueblo lo transformó en fiesta para su propio deleite. Puede pues decirse que la celebración de estos eventos es casi tan antigua como las propias batallas a que los mismos hacen referencia.

TRADICIÓN POPULAR
El simbolismo de la fiesta, el rico y multicolor espectáculo que se ofrece ante nuestros ojos, sin embargo, va mucho más allá de la propia manifestación y tiene sus raíces en la misma tradición popular.
Vestirse de cristiano o sarraceno, participar en el festejo enrolado en tal o cual escuadra, grupo o “filae” y convertirse en el auténtico protagonista, no es algo meramente casual. En la mayoría de los casos, el estar integrado entre “Guzmanes” o “Cruzados”, “Mudéjares” o “Berberiscos”, responde, por así decirlo, a una especie de legado generacional, algo que se transmite de abuelos a padres, hijos, etc.
La indumentaria de los personajes, así como todos sus complementos, componen también un apartado muy peculiar dentro de este mundo fantástico y, sin duda, muy atractivo.
Son los vistosos trajes los que, de forma inmediata, causan un evidente impacto entre la muchedumbre expectante que abarrota calles y plazas, resultando como consecuencia uno de los aspectos fundamentales de la fiesta.
Por lo general, están elaborados con telas de excelente calidad, no escatimándose adornos, tales como ribetes, cosidos, metales o pliegues, todo ello con una riqueza de detalles a cual más efectista. Estos vestidos se diseñan y confeccionan en telares especiales, se trabajan también a mano y lógicamente tienen un alto valor, de ahí que el festero cuide su traje con suma delicadeza y meticulosidad. De hecho existen tradiciones familiares muy arraigadas y a este respecto hay quienes en ocasiones determinadas (bautizos, bodas, etc.) y a nivel personal, acudan ataviados con indumentaria cristiana o mora, no en balde para ellos resulta mucho más que un símbolo.

UNA EXPLOSIÓN DE ENTUSIASMO

Uno de los puntos álgidos del programa de festejos de Alcoy suele ser la entrada o desfile de los contendientes, es entonces, muy posiblemente, cuando la celebración alcanza su momento cumbre, cuando guerreros, caballeros, nobles y peones, hacen brillar armaduras y correajes, cuando de sus escudos y espadas surge el fulgor que provoca el entusiasmo entre las gentes que se apiñan en el recorrido, ávidos de presenciar el paso solemne y majestuoso de toda una escuadra precedida de clarines y timbales con jinetes montando enjaezados corceles.
Y si sugestionan los cruzados, más tarde cuando hacen su aparición los moros, entonces llega el delirio. Bajo los ritmos enervantes que interpretan sus bandas de música, capas y turbantes, chilabas y cimitarras hacen explotar una auténtica sinfonía de colores, de lujo y elegancia. Algo, sin duda, difícil de calificar, pero que año tras año enardece a todos cuantos lo viven y presencian. Es un espectáculo de derroche y fastuosidad en el más elevado grado superlativo.
Existe la creencia general de que en torno a los sarracenos siempre reina una mayor expectación, son en número incluso superiores a los que representan ser cristianos y ello tiene su explicación, no en vano se han realizado estudios sociológicos al respecto y los mismos han revelado que una mayoría suele enrolarse entre los “perdedores” aunque sólo sea por simpatía y admiración.
Además, los compases que acompañan sus desfiles tienen un ritmo muy especial, una cadencia distinta, su vestuario suele ser también más llamativo y en definitiva siempre se ha contemplado la figura del moro como la del prototipo del aventurero, del soñador, del personaje llegado de más allá de la fantasía, de un país de ensueño.
En los últimos años, este tipo de festejos considerados en principio como muy machistas, por aquello de que siempre eran hombres en su totalidad quienes lo representaban, han sufrido una notable transformación y en la actualidad ya suelen verse nutridos grupos de bellas jóvenes acompañando ¡como no! a las carrozas y comitivas de sultanes, emires y califas.
La presencia femenina le ha dado a los desfiles alcoyanos, que duda cabe, un toque más refinado y de mayor distinción.
Antes de dar comienzo a luchas y enfrentamientos, por lo general, suele producirse el diálogo entre los capitanes moro y cristiano, las embajadas como se las acostumbra a denominar, mutad en verso, mitad en prosa, con énfasis en toda y cada una de sus palabras, injurias, bravatas, amenazas y mucho dramatismo en las frases. Conversación entre caudillos en defensa de sus religiones o ideales, que está condenada a fracasar como intento de acuerdo y a dar paso, por tanto, a la feroz batalla, siendo entonces cuando irrumpe la pólvora, otro de los factores importantes de la fiesta.
Por esquinas y plazuelas, en los más recónditos lugares de Alcoy, resuena el vómito de arcabuces y cañones y el ambiente rezuma fuego y venganza mientras unos avanzan y otros retroceden. La epopeya está llegando a su final.
La victoria o derrota de los contendientes no significa demasiado, lo que realmente importa es que una vez más, cristianos y moros se han enfrentado como ya lo hicieran hace siglos, aunque los protagonistas de ahora sólo con el ánimo de rememorar una tradición, exaltar a su santo patrón San Jorge y de esta forma poder expresar algo que, sin duda alguna, forma parte del vivir y el sentir de su propio pueblo.
Desfiles multicolores, simulacros de batallas, trajes fastuosos, estruendo de pólvora, música y algarabía sin cesar y, sobre todo, un fervor y entusiasmo sin límites. Es tanto como hablar de que la historia y la leyenda a través de los siglos, vuelven a cobrar carácter de actualidad y originan la celebración de unos festejos que tienen en el pueblo de Alcoy una magnitud incomparable.