MONASTERIO DE PIEDRA

UNA MARAVILLA DE LA NATURALEZA


Escondido entre las abruptas tierras del Sistema Ibérico y situado en el término municipal de Nuévalos, en la provincia de Zaragoza, el paisaje que rodea el Monasterio de Piedra ofrece una de las experiencias más gratificantes que el ser humano puede encontrar en este mundo: entrar en contacto con la naturaleza.
La corriente del río Piedra ha modelado las rocas a través de los siglos, formando lagos, grutas y cascadas. El resultado de tal maravilla es un parque de ensueño donde es el agua la que marca el camino.

EL PARQUE NATURAL
El visitante advierte de inmediato el contraste que ofrece la zona con la exuberante vegetación que la invade, con el paisaje que la rodea, mucho más sobrio e incluso árido.
Declarado paisaje pintoresco desde 1945, el parque acoge densos bosques de ribera, en uno de los ecosistemas de mayor riqueza biológica, donde se encuentran muchas especies de animales y plantas en un espacio relativamente reducido y gran variedad de árboles gigantescos.
El modesto río Piedra, afluente del Jalón y éste a su vez del Ebro, nace a escasa distancia del Monasterio y antes de entrar en su recinto se divide en dos ramas: una de ellas va a fertilizar la huerta, alimentando diferentes lagos; y la otra, en la que parece que ya en tiempos medievales se hicieron algunas obras, en la parte más alta y próxima a la ermita de Santa María la Blanca, se derrama en multitud de arroyos que, buscando su salida entre los accidentes y altibajos del terreno, va escapando por distintos lugares dando lugar cada uno de estos arroyos o cascadas a saltos más o menos importantes en distintos lugares, hasta finalizar reunidos en el llamado torrente de los Mirlos, del cual toda esa agua acaba derrumbándose generosa desde lo alto de la cascada que se conoce como “Cola de Caballo” ofreciendo un espectáculo visual impresionante.
A cada paso, el paisaje exótico tiñe de verde ambientes y rincones, sintiendo el rumor de tumultuosas aguas y cascadas.
A lo largo del corretear impetuoso de las aguas entre desniveles, piedras y senderos, humedece esta tierra y acaba cubriéndola de rica vegetación. La variedad de perspectivas, el ruido continuo y fluyente del agua y su riqueza en colorido forman un conjunto inusitado muy especial que sorprende y termina cautivando, sin duda, a quien presencia este espectáculo de la naturaleza.
Describir este entorno de la mejor forma posible sería cosa de los más sensibles poetas, de ahí que quizá lo mejor sea simplemente exponer este ambiente natural, esta maravilla del río Piedra, siempre rodeado de una envolvente vegetación y dando origen a cascadas, grutas y lagos.
Imaginativas y siempre inspiradas son las designaciones dadas a cada uno de los recónditos lugares que el visitante encuentra a su paso.
De forma evidente, las cascadas muy posiblemente sean el principal atractivo de este vergel y su elemento más dinámico y vivificador. Los “Fresnos” son en realidad una sucesión de cascadas escalonadas. No lo es tanto la cascada “Iris”, una de las más efectistas por las distintas posibilidades de puntos de vista que tiene, así como por su variante estructura. Más pequeña y natural es el “Baño de Diana”, alimentada por otra más alta a la que se denomina “Caprichosa”, próximas a la que recibe el nombre de “Trinidad”, ofreciendo a no dudarlo este conjunto una de las visiones más hermosas del parque.
Más sencillas son la “Solitaria” o la “Sombría”, sin olvidar a la deliciosamente designada como los “Chorreaderos”, en la que la fusión del paisaje con el agua y la vegetación con el camino, consiguen evocar mil fantasías en la imaginación de quien hasta este rincón aragonés se aproxima.
El remate final, donde agua, grutas y cascadas fluyen sin cesar, concluye en la monumental “Cola de Caballo”, símbolo del parque. Encajada entre rocas, el agua cae en masa, tersa y reluciente, espumeando al llegar al final de su impetuoso recorrido. El esplendor magnificado da origen a insospechados reflejos acuáticos, mientras el sol con sus rayos parece juguetear entre la cristalina masa líquida. La gruta que da origen a la “Cola de Caballo” fue descubierta por el fundador del parque Juan Federico Muntadas allá por 1860.
Algo indudablemente natural en este paisaje son las grutas, dada la continua erosión producida por el corretear de las aguas. La piedra inamovible, se forma magnífica, segura y acogedora en el reposo.
Las rocas reciben de forma incesante ese fluir y por las vías más insospechadas van alterando muchas de las piedras. Las conocidas como “Carmela”, “Gruta de la Pantera”, “La Bacante” o la “Gruta del Artista” se encuentran situadas en la zona del máximo de cascadas, junto a “La Trinidad”. El conocimiento de estas grutas es muy fácil que no se hiciera notar hasta mediados del siglo XIX.
Resulta lógico pensar que tras el agua en movimiento, a veces violento y otras apacible, se encuentre el remanso adecuado, el lago. Y hablando del Monasterio de Piedra hay que hacerlo del maravilloso “Lago del Espejo”. Un lugar incomparable donde el agua antes movediza e impetuosa se transforma en inmóvil y reflectante. Situado al pie de la “Peña del Diablo” y bordeado por un sendero de ásperos arbustos, con la superficie cubierta a trechos por la propia vegetación acuática, este rincón se convierte, como su propio nombre indica, en un auténtico y casi inverosímil espejo en el que se refleja la citada peña y hasta la ermita de Santa María la Blanca desde lo más alto de los peñascos.
No puede quedar en el olvido que entre el “Baño de Diana” y la “Cascada Trinidad” queda el sencillo y no por ello menos encantador “Lago de los Patos”. Y antes de acceder al “Lago del Espejo” el camino discurre por “Las Pesqueras” o centro de piscifactoría.
En la época medieval a la que pertenece el Monasterio (siglo XII), el arte de la cetrería vivió su época más dorada. En aquellos lejanos tiempos, practicarla se convirtió en un signo de nobleza en todo el continente europeo, y cualquier caballero medieval que se preciase, debía conocer las técnicas de la cetrería.
Ahora, también es posible mostrar este arte, y a partir de la primavera y hasta el otoño, se pueden observar interesantes y curiosas demostraciones con aves rapaces al visitar el parque.
Resulta imposible mostrarse sobrio en los comentarios al hablar de esta recóndita belleza natural que es el parque del Monasterio de Piedra, donde los adjetivos siempre son superlativos.

EL MONASTERIO Y LOS MUSEOS
Aseguran los antiguos cronistas que allá por el año 1195 una docena de monjes cistercienses salidos del monasterio de Poblet (Tarragona), buscaban el emplazamiento idóneo para fundar un nuevo cenobio, atendiendo así al requerimiento de D. Alfonso II de Aragón. El lugar elegido debía brindar la paz y sosiego imprescindibles para el recogimiento y meditación espiritual. Tras un largo deambular, los monjes descubrieron un paraje en el que la naturaleza favorecía el entorno buscado, un lugar a orillas del río Piedra, en las proximidades de la población de Nuévalos.
Dejando a un lado la indudable belleza natural de este paraje, destaca el monasterio propiamente dicho. Como consecuencia de las continuas y abundantes reformas y ampliaciones en este monasterio de cistercienses concluido en 1218 por obra de Jaime I, en el mismo se mezclan elementos románicos, góticos, renacentistas e incluso posteriores. La Torre del Homenaje, la gran escalera conventual y de los claustros de estilo gótico y la fachada renacentista de la vieja hospedería, son algunos de los ejemplos de sus innumerables joyas arquitectónicas.
Los edificios monásticos se construyeron en tres etapas: la de estilo gótico primitivo (siglo XIII); la gótica-renacentista del siglo XVI y la clásica-barroca de los siglos XVII-XVIII.
El conjunto del monasterio estaba amurallado y se accedía a él por la iglesia y la Torre del Homenaje, obra bajomedieval de planta cuadrada con matacanes y terminación almenada.
La iglesia, lamentablemente hoy en ruinas, comunicaba con el claustro abierto con grandes arcos apuntados al que daban las distintas dependencias monásticas: el refectorio gótico, la sala capitular cisterciense y la cocina.
Destaca la monumental escalera alojada en una inmensa nave cubierta por bóvedas estrelladas. El edificio del siglo XVII donde se ubicaban las celdas, aloja hoy las habitaciones del hotel. Hay que resaltar también el palacio abacial nuevo del siglo XVIII, de estilo neoclásico, junto al antiguo con columnas románicas reutilizadas.
Abandonado en 1835 tras la salvaje desamortización de Mendizábal, más tarde fue adquirido por la familia Muntadas, los verdaderos artífices del parque exterior tal y como puede contemplarse en la actualidad, transformaron parte de las instalaciones en hotel y acondicionaron el entorno natural en el que se encuentra como parque apto para las visitas turísticas.  Lo verdaderamente triste es que se hayan dejado perder algunos aspectos importantes del conjunto monástico, probablemente por considerar en mayor medida lo relacionado con el paisaje que con la parte arquitectónica.
Una visita cultural llena de historia comienza en el claustro, siguiendo por las distintas dependencias: la Sala Capitular, las capillas Barrocas, la Abadía, la Cripta, el pasadizo Románico de los Conversos y la Cocina Conventual (donde se elaboró el primer chocolate de Europa en 1535. En el refectorio se conserva la reproducción del retablo gótico-mudéjar Tríptico Relicario del Monasterio de Piedra (1390), el cual impresiona por la policromía que cubre la carpintería, con predominio de escenas pintadas y cuya copia original se encuentra desde el año 1851 en la Real Academia de Historia de Madrid.
Al margen de la visita al monasterio, también se puede acceder al Museo sobre la historia del chocolate, el cual se resume en una exposición monográfica y cuenta que Fray Jerónimo de Aguilar fue quien envió el primer cacao, junto con la receta del chocolate, al Abad del monasterio de Piedra, siendo los monjes los primeros en probar este manjar. En los paneles de esta exposición se puede observar gráficamente todo lo relacionado con el mundo del chocolate: el origen del cacao, el proceso de transformación, así como los diferentes tipos, colores y sabores.
Interesante también el Museo del Vino D.O. Calatayud que se ubica en los antiguos cilleros o bodegas monacales. La visita se realiza por un innovador paseo por el mundo de los vinos de la comarca de Calatayud, mediante tres salas dedicadas a la Ciencia, Cultura y Calidad.
Asimismo, vale la pena efectuar un breve recorrido por el Museo de Carruajes.
Al abandonar este recóndito paraíso en el que se ubica el monasterio de Piedra, no cabe la menor duda de que, al margen de disfrutar visualmente de todo cuanto rodea al visitante, éste consigue sentirse espiritualmente reconfortado.