SANTA MARIA DE HUERTA


POR TIERRAS DE MEDINACELI



Desde la solitaria y pedregosa sierra Ministra, el río Jalón desciende al encuentro del Ebro formando un valle angosto. Son tierras altas de una gran belleza, en cuyo contorno pueden visitarse ciudades salpicadas de excepcionales monumentos y vestigios que fueron mudos testigos de su brillante historia.
A través de la denominada -ruta del Jalón- y dejando atrás montes en los que crece el romero, la sabina y la carrasca, después de cruzar Almazán, el camino conduce a Medinaceli y cerca del paisaje aragonés se alcanza Santa María de Huerta, una de las principales joyas de la arquitectura cisterciense.
Rodeado de murallas que le dan aspecto de fortaleza, la fecha de su fundación,
como sucede en general con los cenobios cistercienses de la época, es muy confusa y controvertida. Se puede afirmar con toda seguridad que los monjes estaban ya en Cántavos, en las proximidades de Almazán, a últimos de enero de 1151, cuando el emperador Alfonso VII de Castilla autoriza y confirma la fundación. La permanencia de los monjes en este lugar fue de corta duración. Las necesidades económicas de una comunidad creciente y el alejamiento del pueblo soriano que, presente en la frontera con Aragón, hostiga a los monjes, fuerzan el traslado, alrededor de 1162, a la granja de Huerta.
Cántavos en la mancomunidad de Almazán y Huerta en la de Medina, son castellanas pero abiertas a Aragón, así este cenobio es monasterio-frontera y punto de convergencia, de unión y encuentro entre dos reinos.
Al llegar al lugar, los primitivos monjes se encontraron con un pequeño poblado, muy probablemente anexionado a Montuenga y con el nombre de aldea de Huerta. El actual pueblo surgió alrededor del monasterio.
El monasterio es básicamente un edificio medieval. En los siglos posteriores se suprimieron o modificaron algunas dependencias, se añadieron otras con sus correspondientes estilos artísticos, pero es en el conjunto primitivo donde se encuentran las peculiares características de la arquitectura propia de la Orden, estrechamente vinculada a sus orígenes, la cual se extendió por toda Europa a través de sus numerosos monasterios (siglos XII y XIII).
En aquel periodo en el que el arte románico había alcanzado su máximo desarrollo y se iniciaban las nuevas técnicas y fórmulas del gótico, las construcciones del Cister supusieron efectivamente un nuevo arte y no porque los monjes se propusieran crear una arquitectura específica, ni implantaran nuevas técnicas o métodos
El monasterio de Santa Mª de Huerta no es un monumento de gloriosas ruinas, tiene la inmensa suerte de albergar una comunidad de monjes cistercienses que continúan su historia y dan vida a todo su conjunto.

UN OASIS ESPIRITUAL Y DE AUSTERO RECOGIMIENTO
Desde la lejanía y cuando se inicia el desvío al pueblo de Sta. María de Huerta, se alcanza una bella panorámica del conjunto monástico, sobre todo por la tarde, cuando su piedra ocre con matiz dorado parece fundirse con el sobrio entorno.
La extensa muralla que rodea al monasterio, rehecha y modificada a lo largo de los siglos, queda interrumpida de trecho en trecho por ocho pequeños torreones, realizados algunos de ellos con motivo de la visita del Rey Felipe II al monasterio.
En la plaza que da acceso al monasterio, de inmediato resalta la fachada de la iglesia, de final del siglo XII, que primitivamente constaba de tres cuerpos. En ella se abre una gran portada abocinada con seis arquivoltas decoradas con diferentes esquemas geométricos.
Sobre la puerta, destaca el rosetón, inmenso e imponente, formado por cuatro circunferencias concéntricas que se adornan con puntas de diamante, enmarcando doce arquillos trilobulados.
El remate de la fachada se hace con una sencilla cornisa de canecillos con algunas figuras humanas y otros motivos, todo de talla muy rudimentaria.
Enfrente, varias de las casas sin ningún valor artístico, pertenecen al monasterio y, según parece, se está a la espera de poder acondicionarlas algún día como hospedería externa. Entre ella y la iglesia se encuentra el cementerio del pueblo. Desde él se puede ver la parte exterior de la iglesia y de la capilla de reliquias.
La visita al monasterio se inicia por el claustro de la hospedería actual.
Fr. Juan de la Cruz en 1582 lo comenzó a edificar y duró muchos años, siendo al final concluido por Fr. Froilán de Urosa en 1630, aunque algunos abades posteriores añadieron algunos detalles.
Sus dos cuerpos están construidos en piedra caliza y su geométrico estilo herreriano se ajusta a la sobriedad de la línea toscaza. En el claustro superior, de cuyas arcadas desaparecieron los barandales y bolas propios del herreriano, están situadas distintas dependencias de la Comunidad actual.
Las dos figuras erigidas en el centro de este claustro corresponden a S.Martin de Finojosa y a D. Rodrigo Jiménez de Rada.
En el pasaje que conduce al claustro gótico, a poniente del mismo están las dependencias destinadas a los Hermanos conversos o legos. De ellas subsisten la cilla, el parlatorio del cillerero y el refectorio. Eran usadas por los Hermanos que no eran monjes y, por tanto, no participaban en las horas litúrgicas ni estaban sometidos a las mismas obligaciones que ellos, aunque vivían bajo la misma Regla, hacían votos religiosos y estaban sujetos al monasterio por el voto de estabilidad.
La Cilla de Huerta no se visita dado que se halla en proceso de restauración. El término “cilla” es típicamente monástico y viene a ser el almacén general donde se guardan provisiones y utensilios de trabajo, enseres personales que puedan necesitarse y todo lo necesario para atender a los huéspedes, pobres, etc…
Del siglo XII y construido con un estilo muy francés, el refectorio de conversos está formado por dos naves y seis tramos por cinco columnas monocilíndricas, asentadas sobre basas altas con garras. Los capiteles de las columnas son de forma prismática y están decorados con elementos románico-mudéjares. Los arcos de perfil rectangular sin molduras, arrancan de las columnas, dejando entre ellos el espacio preciso para que se acoplen los nervios que sostienen las bóvedas de crucería.
El claustro gótico, de austera sencillez, fue iniciado en 1533. El cuerpo superior es de estilo renacentista, con arcos muy rebajados y adornados con medallones. El piso inferior está formado por una original arquería monumental.
En éste claustro, las galerías son de ocho tramos desiguales, separados por arcos fajones ojivales y cubiertas con bóvedas de crucería conservadas en buen estado, aunque han sido restauradas en algunos sectores. Los arcos arrancan de los muros interiores, entrando en bisel en los capiteles que rematan los falsos soportes, tan característicos de la arquitectura cisterciense.
El claustro gótico recibe también el nombre de -claustro de los caballeros- porque en él quisieron ser enterrados muchos personajes de la nobleza y benefactores del monasterio.
Destacan principalmente los de la familia Finojosa, los pertenecientes al linaje de los Condes de Molina, los de los Bera y de los Montuenga, así como eclesiásticos y nobles relacionados con D. Rodrigo Jiménez de Rada
En el ángulo noroeste del claustro, un doble arco apuntado da paso a la gran cocina gótica de principios del siglo XIII.
Comunicada con el refectorio por una ventana apaisada, es una estancia de tres naves con una gran chimenea en el centro, la cual tiene sus muros inclinados en el interior y abiertos en todas sus caras, mediante tres arcos apuntados. En ella destaca su belleza artística.
Los tres ventanales apuntados en su muro exterior dan luz al recinto.

MAGNÍFICO REFECTORIO E IGLESIA
La sala más importante del monasterio fue construida en el siglo XIII, siendo la obra maestra del arte cisterciense. Es una única nave muy luminosa, cubierta con bóvedas ojivales. Su originalidad radica en la escalera calada, abierta en el muro a través de los arcos y que da acceso al púlpito del lector.
Este refectorio está catalogado entre los más puros y bellos de la Orden, siendo la admiración de cuantos lo visitan.
Interesantes son también el calefactorio y la escalera real, así como la galería oriental
Por lo que respecta a la iglesia es la expresión más evidente y característica del espíritu del Cister, por eso es la edificación más cuidada y ha sido también la más estudiada.
De tres naves, construida de estilo románico-cisterciense en el siglo XIII.
En ella la austeridad, despojo y desnudez de la piedra dan su forma más simplificada a los espacios que se conjugan y equilibran en una armónica proporción, de la que también forman parte el juego bien calculado de la luz y las sombras
En su interior sobresale el Retablo Mayor dedicado a la Asunción de la Virgen, obra de Félix Malo (siglo XVIII). A ambos lados y tras las rejas rectangulares de bronce dorado, dos grandes hornacinas contienen los sarcófagos de S. Martin de Finojosa y D. Rodrigo Jiménez de Rada (datan de 1660).
Destacan, asimismo, el panteón de los Duques de Medinaceli y la Sacristía, así como las capillas de la Magdalena y la de las reliquias. Interesante el órgano (siglo XVII) que fue costeado inicialmente por Fr. Pedro de Oviedo
La comunidad monástica, tan variada en formación, edad o lugar de procedencia, no se ha unido para vivir juntos por ninguna afinidad o proyecto humano, sino por una común llamada divina en este peculiar carisma dentro de la Iglesia. De ahí también la preocupación porque la unidad fraterna se extienda más allá de los muros del monasterio. Esta es una inquietud que empuja a los monjes a abrir sus puertas a todos aquellos que buscan un lugar de reencuentro espiritual.
Tanto en la montaña como en el llano, atravesando las rutas castellano-leonesas y mezclados con sus gentes, se revela una fuerza interior robusta, una noble dignidad heredada de los viejos hidalgos, una grandeza severa y un señorío tales que, el viajero llega a sentirse subyugado y atraído con la fuerza de un remolino del que resulta difícil escapar.