ESENCIA PURA DEL HINDUISMO
Un halo de misticismo y religiosidad envuelve Varanasi. Esta ciudad india a orillas de las aguas purificadoras del sagrado Ganges, se ha convertido desde hace siglos en la esencia pura del hinduismo.
El nombre original de Varanasi es Kashi, que deriva de la palabra kasha, que significa brillante, es decir “ciudad de la luz” o de luminosidad espiritual. El nombre actual se cree que es combinación de Varuna y Asi, que es el nombre de los dos ríos que hay en el norte y el sur de la ciudad. Benarés, como se la conoce popularmente, es sólo una modificación del nombre debido a la existencia de una cultura cambiante.
El Ganges tiene su centro más importante en esta abigarrada urbe, la ciudad del dios Shiva, donde toda relación natural, familiar y cotidiana con lo sagrado se transforma, además, en multitudinaria.
Comparte con Jerusalén o La Meca ese especial protagonismo religioso que las hace distintas a todas, sobreviviendo a la erosión de las civilizaciones.
En Varanasi o Benarés, cada mañana amanecen la vida y la muerte, porque en ella la muerte es sólo el inicio infatigable de un nuevo ciclo.
Esta ciudad sagrada es la meta para millones de peregrinos, personas de cualesquiera condición, campesinos y santones, personajes de relevancia social y parias, hambrientos o enfermos, pero la más solemne de todas ellas es la que camina desnuda porque tiene el propósito de la santidad y todos la ven pasar con reverencia, como si ya no perteneciese a la vida y la propia vida fuera claudicación. Son gentes que no buscan el equilibrio vital en la posesión, sino en la ausencia de deseos materiales, no en balde para quienes practican una religión que predica el carácter ilusorio de la realidad, aceptar lo efímero de las posesiones terrenales resulta algo completamente natural.
Lógicamente, en esta parte del mundo no se está exento de codicia y avaricia, pero la religión relativiza el valor de toda riqueza material, de ahí que no resulte infrecuente que un hombre que ha pasado toda su vida amasando una fortuna, en lugar de disfrutarla en sus últimos años de existencia, decida practicar la vida ascética.
El samsara o ciclo de las reencarnaciones, establece que los seres humanos deben pasar por todos los estados de la vida, así alguien que ahora es un poderoso príncipe o un acaudalado comerciante, en la vida siguiente puede ser un paria o viceversa. El único método para mejorar la condición venidera es la superación personal.
Bañarse en el Ganges, dirigirse en peregrinación a alguno de los muchos lugares sagrados y que sus cenizas sean esparcidas por la corriente del río, constituyen las máximas aspiraciones de todos los hindúes. Por extraño que parezca, si bien sus aguas están contaminadas por desperdicios y cadáveres en descomposición, no transmiten ninguna enfermedad y poseen, incluso, notables propiedades.
Las aguas del río sagrado han fluido desde el inicio de los siglos, tienen su origen en el centro del Universo y descienden a la tierra a través de los cabellos enredados del dios Shiva.
Para cualquier hindú, budista o jaín, ya sea un paria o un brahmán, la permanencia en la vida es un sufrimiento, por lo tanto, la salvación debe pasar por la aniquilación de ese sufrimiento que sólo se puede alcanzar dejando de ser, extinguiéndose en el todo, en el Dios absoluto, lo que implica huir de la rueda de las reencarnaciones.
Para algunas de estas gentes que acuden a Varanasi el viaje ha supuesto dejar atrás semanas, quizá meses, de sacrificios y penalidades, pero todo se da por bien empleado con tal de llegar a la sublime recompensa, sumergirse en las aguas del Ganges.
La alegría de los indios es la de quien sabe que el tiempo no existe. Para ellos la vida tiene un sentido muy relativo y, sin embargo, la respetan hasta el punto de que el hinduismo tomó la propia existencia vital como fundamento.
A orillas del río Ganges, Varanasi o Benarés se ubica en el estado indio de Uttar Pradesh, a 320 kilómetros al sureste de la capital del estado, Lucknow. Es un importante centro religioso en la India, la más sagrada de las siete ciudades sagradas (Sapta Puri) en el hinduismo y el jainismo, y desempeñó un papel importante en el desarrollo del budismo y la ravidassia.
Benarés creció como un importante centro industrial, famoso por sus tejidos de muselina y seda, perfumes, trabajos de marfil y escultura.
Se cree que Buda fundó el budismo aquí alrededor del 528 a.C. cuando dio su primer sermón, "La puesta en marcha de la rueda del Dharma", en la cercana Sarnath. La importancia religiosa de la ciudad continuó creciendo en el siglo VIII, cuando Adi Shankara estableció el culto a la deidad Shiva como una secta oficial de Benarés. Durante el gobierno musulmán a través de la Edad Media, la ciudad continuó como un importante centro de devoción, peregrinación, misticismo y poesía hindúes, lo que contribuyó aún más a su reputación como centro de importancia cultural y educación religiosa.
En el siglo XVI, Benarés experimentó un renacimiento cultural bajo el emperador mogol Akbar, que patrocinó la ciudad, y construyó dos grandes templos dedicados a Shiva y Vishnu, aunque gran parte del Benarés moderno fue construido durante el siglo XVIII, por los reyes Maratha y Brahmin. El reino de Benarés fue reconocido oficialmente por los mogoles en 1737, y continuó como un área gobernada por la dinastía hasta la independencia de la India en 1947.
UN RITO SAGRADO
Con los primeros destellos del alba, las sinuosas callejuelas que conducen a los ghats, las escalinatas a orillas del Ganga Ma, se convierten en auténticos ríos humanos dispuestos para iniciar sus ritos habituales. Pobres y ricos, jóvenes y ancianos se confunden bajo las turbias aguas y en el ambiente se respira un profundo misticismo que subyuga a quien lo contempla.
Al margen de ello, deambulando por la ciudad resulta fácil encontrarse comitivas que transportan mortajas camino del ghat de Manikarnika, uno de los principales crematorios, donde las piras funerarias arden día y noche sin cesar.
Varanasi o Benarés, la más importante de las ciudades sagradas de toda la India, destila esencias imperecederas. Denominada la ciudad de la muerte, es para los hinduistas la antesala de la auténtica vida, una ciudad donde las sensaciones fluyen de forma incesante.
Al amanecer o en la hora del crepúsculo son los momentos más apropiados para acercarse al Ganges. En un recorrido por todos los ghats que jalonan la orilla del río se pueden contemplar las escenas cotidianas de la vida hindú. Cualquier actividad toma carácter sagrado en Varanasi y a nadie deja indiferente.
Existen diversos rituales para ejecutar diferentes ceremonias en el río. Uno de ellos, muy frecuente, consiste en, una vez efectuada la ablución, recoger agua con algún recipiente y trasladarse acto seguido a alguno de los numerosos templos que existen en la ciudad, principalmente el templo dorado de Shiva, donde el fervoroso creyente realiza ofrendas de flores a la divinidad y salpica con el agua sagrada las paredes de los muchos templos y santuarios que existen dispersos por sus calles.
Las estrechas y sombrías callejuelas que conducen a las piras crematorias, se ven con frecuencia concurridas por numerosos cortejos fúnebres que llevan a hombros y sobre parihuelas hechas con varas largas de bambú, cadáveres envueltos en un sudario, al tiempo que los familiares entonan cánticos mortuorios. Las comitivas confluyen en las terrazas que, sobre el río, están destinadas a las cremaciones.
Las piras arden de forma constante y, a menudo, los cortejos deben aguardar pacientemente a que les llegue su turno, hasta que queda alguna desocupada.
Especialmente de noche, las escenas sobrecogen a quien las contempla.
Los cuerpos de las viudas y los varones envueltos en un velo blanco, y en uno rojo el de las mujeres, son literalmente emparedados con leña y comienzan a arder lentamente. Mientras, los lamentos y las plegarias de los familiares se recrudecen a la vez que los cuidadores se sirven de grandes cañas de bambú para colaborar con el fuego, atizando los pedazos envueltos en llamas.
Hay una energía especial, una atmósfera que conmueve hasta lo más profundo. Huele a sándalo, a especias, a humedad y sudor. Huele a eternidad.
Cuando el fuego purificador ha concluido su función, las cenizas son esparcidas por las aguas del río. Así se sucede para todo hindú el eterno ciclo de la vida y la muerte, en un decurso sin fin que conducirá a la reencarnación.
Lo que constituye una ceremonia de una gran trascendencia religiosa, la incineración de los cadáveres y el esparcimiento de sus cenizas en el Ganges, ante cualquier occidental que lo contempla suele presentarse como un espectáculo insólito y que incluso nos atreveríamos a calificar de macabro. Sin embargo, muy posiblemente nos olvidamos de que un observador hindú quizá puede considerar mucho más morboso el hecho de que los occidentales abandonemos a nuestros muertos, en unas cajas de madera y dentro de un nicho de cemento, a la espera de su descomposición.
Lo cierto es que en el hinduismo el ritual de la muerte resulta verdaderamente sobrecogedor e impone un profundo respeto.
Algunos de los más destacados ghats de Varanasi son: Trilochan, Panchganga, Lalita, Kedar, Dasashwamedh, Hanuman, Shivala, Tulsidas i el de Manikarnika, que es aquel en el que las cremaciones se producen de forma incesante. Muy cerca se encuentra el de Charanpaduka, donde están impresas en mármol las huellas del dios Vishnu.
Al margen de las orillas del Ganges, la religiosidad queda bien patente también en la infinidad de templos dispersos por la ciudad. El Vishwanath o templo de oro, en honor de Shiva, es el más célebre, sin olvidar el templo de Annapurna, el Tulsi Manas o el de la Madre India.
Para captar la impresionante corriente de vida que fluye por toda la India, es necesario callejear sin descanso. Si se está perceptivo siempre es más fácil descubrir algo nuevo y una y otra vez seremos sorprendidos por toda clase de estímulos sensoriales y curiosas escenas.
A todas horas, Varanasi es bulliciosa en extremo. En el centro los atascos se hacen interminables. Millares de rickshaws quedan inmovilizados ante la imposibilidad de avanzar y camino de los ghats, en la parte vieja de la ciudad, el laberinto de calles y pasadizos es impresionante.
Varanasi es hoy también un centro de educación, arte y artesanía. La ciudad ha visto nacer a muchos académicos, músicos y artistas de renombre. La universidad sánscrita goza de gran prestigio en todo el país y su biblioteca es excepcional. No hay que olvidar que el sánscrito es la lengua más sagrada y clásica de la India, de la cual derivan los idiomas indoeuropeos.
Como centro de arte y artesanía Varanasi tiene también un extenso repertorio, desde la plata, bronce y utensilios de cobre, hasta perfumes y baratijas. Sin embargo, tiene más fama por sus saris de brocado de seda y alfombras.
Después de los ghats, las aguas del Ganges discurren silenciosas a los pies de los enormes muros de la bella fortaleza de Ramnagar del siglo XVII y sigue su curso camino del inmenso delta en el mar de Bengala.
Para los hindúes, que consideran que el alma es eterna e indestructible, Varanasi la ciudad sagrada, es la nave salvadora que les conduce a la trasmigración del alma. Es el lugar ideal para purificarse y morir, el reflejo más puro de una de las religiones más antiguas.
En Varanasi, como en ninguna otra parte, convergen la espiritualidad y la densa superstición, la mística más refinada y una acendrada religiosidad. Tratar de aproximarse a su conocimiento supone, sin duda alguna, una experiencia indescriptible.
(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)