SAN PEDRO DE SIRESA



UNO DE LOS MONASTERIOS MÁS ANTIGUOS DE LA PENÍNSULA
 

El viajero que llega a este rincón oscense del valle de Hecho, en las estribaciones del Pirineo, bien pronto se percata de las dimensiones del excepcional edificio que tiene frente a él, más similar a una fortaleza que a un antiguo convento o un gran monasterio.
Por un instante se siente atraído y preso de una curiosa avidez, no dudando en penetrar en este colosal templo de Dios. Al comprobar la magnitud del interior del monasterio de San Pedro de Siresa, no se puede evitar sentirse empequeñecido.
De entrada, al acceder al cenobio y como no puede ser de otra manera, esta antigua abadía ofrece una promesa de paz y serenidad.

UNA APASIONANTE HISTORIA
Situado a 822 metros de altitud, se trata del monasterio aragonés situado geográficamente más al norte, en la comarca de la Jacetaina que limita el norte con Francia, el valle navarro del Roncal por el oeste, y por el sur y el este con las comarcas aragonesas de las Cinco Villas, la Hoya de Huesca y el Alto Gállego.
El monasterio posiblemente sea de orígenes visigóticos. Su esplendor en época tan temprana seguramente se vio impulsado por la proximidad de una antigua calzada romana, que seguía el valle de Hecho, desde Zaragoza y Berdún al Bearne francés, pasando por el collado del puerto de Palo.
Este cenobio de Siresa es, sin duda alguna, uno de los más antiguos de toda la Península y, por supuesto, el más viejo de todo Aragón.
Hay que buscar en los anales de la Historia y remontarse al año 714, cuando las tropas musulmanas penetraron en el valle del Ebro y en muy poco tiempo toda la zona estuvo en su poder. El primer germen de Aragón hay que buscarlo precisamente en el siglo VIII, inmediatamente después de la invasión musulmana, y la primera mención de la palabra Aragón para designar una comunidad humana dotada de unidad y organización política se remonta al año del Señor de 828, haciendo referencia geográfica a los valles de Hecho y Canfranc, un territorio denominado “la tierra de los aragones” abarcando menos de seiscientos kilómetros cuadrados de suelo abrupto, difícil de cultivar y aislado por elevadas montañas.
La primera noticia documental del establecimiento de Siresa se encuentra en una donación de tierras efectuada en el año 833 por Galindo Garcés, por aquel entonces Conde de Aragón, y su esposa Guldegrut. El primer abad del monasterio fue Zacarías, quien organizó a sus monjes de acuerdo con las reglas fijadas en el 816 en un sínodo celebrado en Aquisgrán, inspiradas en la Regla de Crodegango de Metz.
Más adelante, en una visita realizada en 852, Eulogio de Córdoba transmitió noticias a Guilesindo de Pamplona sobre el esplendor del monasterio y de su biblioteca. Encontró en San Pedro de Siresa obras de tradición grecolatina que no habían sido conservadas en la Córdoba del Califato. Relacionó la existencia de La Eneida, obra cumbre de la literatura épica latina, poesía de Horacio y Juvenal, fábulas de Aviano o La ciudad de Dios de Agustín de Hipona, que a partir de ese momento formaron parte de la cultura hispánica andalusí.
En el siglo IX, Galindo Aznárez, el sucesor del conde de Aragón, cedió la villa de Hecho, además de un importante patrimonio que incluía viñedos, campos de labor y la población de Surba. Y en los años siguientes fueron creciendo las donaciones de propiedades al monasterio.
A consecuencia de los ataques perpetrados por Al-Mansur (año 999), el azote de la cristiandad, se despobló el monasterio. En 1063 pasó a depender de la diócesis de Jaca y más adelante, en 1077, el rey Sancho Ramírez de Aragón, estableció una comunidad de canónigos que seguían la Regla de San Agustín, y a partir de entonces se inició la reconstrucción.
En este monasterio se educó Alfonso I quien una vez se convirtió en rey de Aragón (con el sobrenombre de Alfonso I el Batallador) confirmó los privilegios del monasterio, además de otorgarle otras propiedades y beneficios adicionales.

IMPRESIONANTE EDIFICIO
Concretamente, la edificación se inició alrededor de 1082, como reforma de la antigua abadía carolingia. Se reanudó a mediados del mismo siglo pero parece que quedó inacabada.
Se trata de una construcción de grandes dimensiones, de planta cruciforme (en cruz latina) y con un único ábside semicircular (por su interior, aunque en el exterior es poligonal) bajo el que se encuentra la cripta.
Esta iglesia conserva los restos de construcciones prerrománicas, a los pies de la nave. En este sentido hay que destacar la maciza construcción que da forma en la puerta principal, exteriormente destaca un cuerpo que se avanza del nivel de la fachada, rematado con un par de arcos de medio punto, y un pequeño campanario dotado desde 1920 con un reloj mecánico, aún en funcionamiento. En el tímpano de esta puerta figura un crismón. Interiormente esta estructura soporta una tribuna elevada.
En el crucero hubo un cimborrio provisto con cúpula semiesférica que, tras derrumbarse por un incendio, fue sustituido en el tramo central del crucero por una bóveda de arista, y los tramos laterales por bóveda de cañón. El ábside tiene tres aberturas que se combinan con arcos ciegos, interior y exteriormente, decorados tan sólo por cordones.
En el siglo XIII se llevó a cabo una restauración del edificio, de menor calidad arquitectónica, apreciable a simple vista.
Conserva todavía una parte de su mobiliario del que hay que destacar:
En el ábside una talla de excepcional tamaño de San Pedro Apóstol, de piedra policromada del siglo XVII. En la nave central destaca la Virgen de Sirena, de madera policromada y dorada del siglo XIII y el retablo de Nuestra Señora del Pilar, barroco de 1675.
En el transepto septentrional merece una mención muy especial el Cristo de Siresa, talla en madera de nogal policromada del siglo XIII. El retablo de Santiago, pintura al temple sobre tabla del siglo XV. Y también el retablo de San Esteban, del mismo siglo y el retablo de San Blas del siglo XVI.
En el transepto meridional se hallan los retablos de San Juan Evangelista y de la Santísima Trinidad, pinturas al temple sobre tabla del siglo XV, y el retablo del Nuestra Señora del Rosario, pintura al óleo sobre tabla del siglo XVIII.
En la tribuna o coro, hay cuatro libros de coro de finales del siglo XVI.
Hay que resaltar que, contrariamente a los usos de la zona y periodo, no existe ninguna escultura en la edificación, que presenta de este modo un aspecto de total sobriedad. De esta manera, casi el único elemento decorativo presente en su fachada es el crismón.
Se dice que en una hornacina situada en el ábside se encontró el Santo Grial, al que se relaciona también con algunos monasterios u edificios religiosos de las cercanías, como el de San Juan de la Peña, la cueva de Yebra de Basa, la iglesia de San Adrián de Sásabe o la catedral de Jaca, hasta su posterior traslado a Valencia, concretamente a su catedral. De todas formas, esto forma parte de la leyenda de Siresa.
Al abandonar el monasterio y asomarse al exterior, hay que sumergirse en la contemplación de la naturaleza que lo rodea. Es, sin duda alguna, un hermoso paisaje de las inmediaciones de los Pirineos. Un lugar de serenidad capaz de templar los sentidos, tranquilizar la vista y serenar los pulsos más agitados a la vez que se contemplan los alrededores de la colosal abadía-fortaleza.
Fría piedra, viejos secretos y leyendas surgen a cada paso, santos preceptos enclavados en peñas y parajes naturales. En resumen, historia, arte y paisaje, pero también paz y misterio donde renace el espíritu de Aragón.

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