SAN PETERSBURGO



                    EL CAPRICHO EUROPEO DE LOS ZARES



La segunda ciudad más importante de la antigua Rusia, nació como el capricho de un zar, Pedro I el Grande, hecho realidad en la desembocadura del río Neva. Esta “Venecia del Norte” ha cambiado de nombre varias veces a lo largo de su historia (fue Petrogrado entre 1914 y 1924 y Leningrado desde 1914 hasta 1991), pero siempre ha sido la más elegante ciudad de todo el país,
El centro de la urbe está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Muy a pesar de todos los vaivenes históricos de que ha sido escenario, San Petersburgo en ningún momento ha perdido ni un ápice de la atmósfera acogedora y única que la ha caracterizado a lo largo de tres siglos. Incluso la etapa soviética parece haber dejado menos huella aquí que en Moscú o Kiev.
Siempre ha sido una urbe cosmopolita y totalmente abierta donde ha calado la influencia occidental llegada desde el mar a través del golfo de Finlandia. Sus gentes parecen mucho más sociables que el ruso medio, pero también más presumidas. Los habitantes de la antigua capital imperial alardean de ser más europeos e intelectuales que el resto de sus compatriotas. Y muy probablemente tienen razón.

A ORILLAS DEL RÍO NEVA
Siguiendo la orilla izquierda del río Neva se suceden los grandes símbolos de la grandeza monumental del pasado imperial de esta ciudad.
El Hermitage, también conocido como Palacio de Invierno por haber sido la residencia de los zares rusos, es un edificio de enorme magnitud con mil habitaciones y salones que reúne una de las colecciones de arte más valiosas del mundo. La plaza del palacio es el decorado más espectacular del pasado imperial de la capital zarista.
El Hermitage es como una ciudad dentro de la propia ciudad. Perderse entre sus salas egipcias, asirias o babilónicas significa una aventura en la penumbra que parece detener el tiempo. Sus alrededores sirven como auténtico prólogo antes de visitar lo más importante: el Jardín de Verano, el Senado, el Almirantazgo, la columna de Alejandro, el Estado Mayor… Todo grandioso y armónico.
En pleno verano, las calesas corretean por la plaza del Palacio compitiendo con las bicicletas de los niños. Los kioscos de comida y recuerdos se reparten por las alamedas, mientras suenan los acordes de una banda de jazz callejera. Realmente encantador.
La catedral de San Isaac es un templo monumental en el que se asegura pueden caber hasta 13.000 personas, con grandes políticos columnados, puertas colosales y una famosa cúpula dorada que tardó 40 años construir al francés Montferrand. Esta cúpula es la segunda más grande del mundo, después de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. A pesar de que fue terminada hace más de un siglo, los andamios de madera no se separan del templo nunca. La razón es bien sencilla; los habitantes de San Petersburgo creen que el día en que se terminen definitivamente las obras, la ciudad acabará por hundirse sin dejar rastro alguno.
Desde la cúpula de la Catedral de San Isaac, el panorama es magnífico. A vista de pájaro, San Petersburgo es más europea que desde el suelo. Los tonos ocres de las casas y la simetría de los tejados se ajustan a las pautas de Viena o cualquier otra ciudad del viejo continente. Pero, una vez debajo de nuevo, vuelve a experimentarse esa sabor oriental que es inconfundible.
El monumento a Pedro I es una estatua ecuestre que remata la plaza de los Decembristas, donde están también el Almirantazgo, el antiguo Senado y la propia Catedral de San Isaac.
El Museo Ruso, antiguo palacio Mijailovski, es el segundo más importante de arte ruso después de la Galería Tretakov de Moscú. Incluye iconos de los siglos XII y XIII de la escuela de Rubliov y pinturas de artistas del XVIII y el XIX como Ivanov o Pepin.
La iglesia de la Resurrección fue construida siguiendo el modelo de San Basilio de Moscú, de estilo ruso antiguo, se edificó a finales del siglo XIX en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II.
Pedro I soñó convertir el Jardín de Verano en el Versalles ruso y mandó decorar sus avenidas con fuentes, esculturas y plantas exóticas. En el interior del jardín se puede ver el Palacio de Verano.
El curioso museo de Suvorov reúne más de cuatro mil objetos que pertenecieron al famoso general Suvorov.
El Palacio y Parque de Taurida los mandó construir Catalina la Grande para su favorito, el príncipe Potemkin tras su conquista de Crimea. Los interiores del palacio están decorados con gran esplendor.
Antes de la fundación de la ciudad, en Smolny había ya unos almacenes de alquitrán, de ahí su nombre. En 1744 fue levantado un convento barroco alrededor de una catedral central de cinco cúpulas en el antiguo estilo ruso.

A TRAVÉS DE LA AVENIDA NEVSKI
El que no pasea por esta avenida no tiene derecho a decir que ha visitado San Petersburgo. Además de importantes monumentos, aquí se encuentran las principales tiendas, grandes almacenes, teatros, cines, librerías e instituciones culturales de la ciudad.
La ancha calle comienza al borde del río, donde se alza el Almirantazgo, recorre cinco kilómetros en línea recta y termina en “Lavra” de Alexander Nevsky, de nuevo a orillas del Neva.
La mejor hora para visitarla es por la tarde, entre cuatro y siete, cuando todas las tiendas permanecen abiertas. Ninguna calle personifica mejor el alma de San Petersburgo que esta histórica avenida.
Al inicio de la avenida, el Almirantazgo fue creado por sobre los antiguos astilleros como una fortificación. Reconstruido en el siglo XIX, conserva el trazado primitivo y la vieja aguja culminada con una carabela.
La Catedral de Kazan posee una magnífica columnata que recuerda a la de San Pedro en Roma. El templo fue anteriormente museo de la Religión y el Ateísmo.
La Casa del Libro es una bella muestra del modernismo ruso que combina a la perfección granito y cristal. En otros tiempos fue la sucursal de la compañía de máquinas de coser Singer.
Los grandes almacenes Gostiny Dvor (El Patio de los Invitados) ocupan toda una manzana de arcos y arcadas. Fueron construidos en el siglo XVIII para reunir en el mismo lugar privilegiado a los mejores comerciantes.
Desde la plaza de Ostrovsky, recoleta y agradable, se advierte la fachada clásica del Teatro Dramático Pushkin. En el centro de los jardines, muy concurridos en verano, se alza la estatua a la zarina Catalina II, de finales del siglo XIX.
El Puente de Anichkov atraviesa el canal Fontanka y es famoso por las estatuas de jóvenes con caballos diseñadas por Meter Klodt. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron retiradas y enterradas en unos jardines próximos.
El Palacio de Beloselski es, sin duda, llama poderosamente la atención en toda la avenida, no sólo por su exquisita decoración sino también porque está pintado por completo de rojo.
En la plaza del Levantamiento está la estación de Moscú, abierta eN 1851 cuando empezó a funcionar el ferrocarril que une San Petersburgo con Moscú. Muy cerca de allí se encuentra el Instituto Científico del Ártico y la Antártida cuya puerta de bronce es realmente extraordinaria.
“Lavra” en ruso significa monasterio. Es el más grande de Rusia y el segundo de la ex-URSS. Tiene un total de once iglesias y se halla, según la tradición, donde el príncipe Nevsky derrotó a los suecos y a los caballeros teutones.
Dentro de la “Lavra” hay cuatro cementerios donde se encuentran las tumbas de algunos de los más ilustres científicos, escritores y músicos rusos.

LAS ISLAS Y VASILIEV
La ciudad está formada por 44 islas y más de seiscientos puentes. En las islas de Petrogrado y en Vasiliev, los monumentos conmemorativos recuerdan de forma paralela la historia zarista y la de la Revolución. Fortalezas, palacios, museos y hasta mezquitas adornan un paseo por el pasado majestuoso de la capital del Neva.
Aquí se encuentra la famosa estación de Finlandia, a la que llegó Lenin para encabezar la Revolución. Es un puro ejemplo de la arquitectura soviética.
Cerca de la Academia Naval Najimov, en el malecón Petrovski, está fondeado el famoso Aurora, el barco que dio la señal para el inicio de la Revolución Bolchevique. Ha sido totalmente reconstruido.
La Casita de Pedro I es la primera casa de la ciudad, de estilo holandés, levantada en 1703. Desde aquí el zar vigilaba la construcción de la ciudad, aunque lo cierto es que sólo vivió en ella un verano y por eso no tiene ni chimeneas, ni hornos ni tampoco cimientos de piedra.
Ksheshinskaya es el elegante palacio con fachada de azulejos que perteneció en su tiempo a la bailarina Matilda Ksheshinskaya, amante de Nicolás II. En 1917 fue el cuartel general del partido bolchevique.
Justo al lado de este palacio, se ubica la mezquita que tiene dos minaretes y su piedra gris está decorada con alegres azulejos coloreados. Reproduce la tumba de Timur en Samarcanda, de principios del siglo XV.
La fortaleza de Pedro y Pablo originalmente fue pensada como reducto militar para defender a los rusos de los ataques de la flota sueca en 1703. Más tarde se utilizó como prisión política por los zares. En el interior de esta fortaleza se hallan el Palacio de la Moneda, el Arsenal y la Catedral de Pedro y Pablo, ésta última de la primera mitad del siglo XVIII, coronada por una torre-aguja de 120 metros visibles desde cualquier punto de la ciudad.
Columnas Rostrales. Después de cruzar el Puente de la Bolsa, se llega hasta estas dos columnas de 32 metros de altura y del siglo XIX. Decoradas con espolones de galeras y figuras de náyades que personifican a los cuatro ríos comerciales de Rusia: el Volga, el Dnieper, el Neva y el Voijov. También sirvieron como faros, transformadas en gigantescas antorchas.
Junto enfrente de las Columnas se alza el edificio de la Bolsa, que imita a un antiguo templo romano y descansa sobre una base de granito. La fachada principal está coronada por Neptuno en un carro tirado por caballos de mar.
Rodeando la Bolsa, en el malecón de la Universidad está el edificio de Kunstkammera que alberga el Museo Etnográfico, el Lomonosov y el Gabinete de “curiosidades, rarezas y monstruos” de Pedro I. Una calle más adelante se halla la Universidad, doce construcciones idénticas, diseñadas a mediados del siglo XVIII por Trezzini.
En el mismo malecón, destacan dos esfinges egipcias obtenidas de las canteras de Asuán.

ANTIGUA Y COSMOPOLITA
Los inviernos son fríos, pero no tan crudos como en el interior. La ciudad adquiere entonces una belleza diferente, el Neva se congela en un abrir y cerrar de ojos y su corteza gélida es aprovechada por muchos para patinar o jugar con trineos. La primavera llega poco a poco deshelando el río. El verano es bastante caluroso y tiene fama porque proporciona a la ciudad las Noches Blancas durante las cuales el sol no termina de ponerse por el horizonte.
Hasta la desintegración de la URSS, la ciudad contaba con muy pocos hoteles que pudieran presumir de cierta calidad internacional, debido al monopolio de la compañía Intourist. Sin embargo, el panorama actual es muy distinto, ha dado un giro significativo y la competencia comienza a dar buenos resultados.
En San Petersburgo no es nada difícil probar la auténtica comida rusa, como por ejemplo, los pelmenis o la sopa schi. Existe un amplio catálogo de restaurantes aptos para todos los bolsillos.
El jazz en directo ha sido protagonista de muchas veladas bohemias en la ciudad. El rock de protesta, que nació en la última etapa soviética, también ha conseguido echar raíces entre los más jóvenes de San Petersburgo. Chaika (La Gaviota), The Tunnel, Vecherny Laberint, Stiers y Nevsky Melody son buenos locales para los amantes de bailar o escuchar buena música.
Para ir de compras por San Petersburgo no es necesario desplazarse por distintos puntos de su geografía urbana. Basta recorrer un par de veces la inevitable Nevsky Prospekt. Allí está localizada la mayoría de las grandes firmas internacionales que han abierto sus tiendas.
En esta ciudad imperial, la más europea de todas las rusas, resulta una verdadera delicia dejarse enamorar por el encanto especial que destilan sus monumentos, su historia y sus recuerdos que resultan inolvidables.

(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)