L I S B O A

                                          ANTIGUA Y SEÑORIAL 



La capital lusitana es una de las ciudades más sorprendentes y vivas de Europa. La clave fundamental de Lisboa es el inmenso río Tajo, aunque también está marcada por sus colinas, desde donde se puede contemplar la ciudad y tener una amplia perspectiva. En ella, aunque parezca increíble, hay todavía calles sin coches, pero no porque exista una prohibición, sino porque ni siquiera tienen cabida. Sin olvidar los viejos barrios, donde a diario se concentran escritores, pintores y artistas de todo tipo y acaban convirtiéndose en el auténtico corazón de esta ciudad  poética, sencilla y agradable, en la que el visitante siempre suele sentirse como en su propia casa.
El suave embrujo de Lisboa es el marco adecuado para despertar pasiones melancólicas y deseos desconcertantes. Ni que decir tiene, el viajero, una vez adaptado al cadencioso ritmo de la ciudad, debe empezar a recorrerla.

LA “VELHA CIDADE”
El castillo de San Jorge en un buen punto de partida. Dentro de sus muros nació Portugal y aquí vivió su primer rey. La vieja fortaleza domina la ciudad medieval, alzándose sobre las estrechas y empinadas callejuelas de Alfama, la colina que ya había sido fortificada por los fenicios. A sus pies, se extiende el trazado rectilíneo de la Baixa, el viejo núcleo urbano lleno de comercios, bancos, lujosas joyerías y nostálgicos cafés.
Resulta espectacular pasear por los bellos jardines del castillo y por los alrededores de la iglesia de Santa Cruz, entre encantadores edificios del siglo XVIII.
Los planos resultan casi inútiles para orientarse en el viejo barrio árabe de Alfama. Es un paisaje urbano de aspecto medieval y calles laberínticas que serpentean hacia una de las siete colinas de la ciudad. Hay que perderse por sus calles empinadas y aprovechar todos los miradores y rellanos que permiten hacer un alto y contemplar la ciudad y el río. La ruta puede comenzar en la Iglesia de la Concepción Vieja y hacer un primer alto en la catedral, con aspecto de fortaleza. Románica y reconstruida dos veces, una tras el terremoto de 1344 y otra después del de 1755, alberga las tumbas reales y tiene un hermoso claustro del siglo XIV.
Los barrios de Madalena y Sé constituyen el núcleo medieval de la ciudad. Allí se encuentra la muralla construida por los musulmanes a partir de mediados del siglo X.
Por la Rua do Limoeiro se llega al mirador de Santa Lucía con sus bellos jardines y donde se disfruta de otra bella panorámica de la ciudad. El azar puede conducir al visitante a la calle de la judería, a las puertas manuelinas de la calle de los Remedios o a las pequeñas casas del siglo XV en la calle de San Pedro.
Bajando hacia el río desde Alfama sólo hay que dejarse conducir por la pendiente para llegar al Terreiro do Trigo. Se puede descender, por ejemplo, por el evocador Beco da Cardosa, un callejón del que parten otros más pequeños y sin salida, la esencia misma del antiguo barrio árabe.
Por la Baixa Pombalina, a los pies de la Alfama, aparece el trazado rectangular de la Baixa, el barrio planificado por el Marqués de Pombal para reconstruir Lisboa tras el terremoto de 1755. Sus elegantes edificios de colores claros se suceden unos con otros. Son calles comerciales, con modestas tiendas de artículos orientales, joyerías, cafés y pastelerías. Lo más aconsejable es pasear sin prisas por la calle peatonal Augusta o por la Rua  do Puro que es la más animada por lo general.
La Baixa finaliza en la popular plaza de Dom Pedro IV que todo el mundo conoce como el Rossio. Allí sorprende la curiosa fachada neomanuelina de la Estación subterránea del Rossio. Se puede concluir este paseo por la vieja Lisboa con una mirada a las ruinas de la Iglesia de Santo Domingo y al Palacio de la Independencia, donde se fraguó la rebelión contra la Casa de Austria.

CAFÉS, PLAZAS Y COMPRAS
El Chiado y el Barrio Alto enlazan con la moderna zona comercial de Amoreiras. Un paseo, entre nostálgicos cafés, plazuelas, anticuarios y tiendas.
Las zonas como el Barrio Alto están llenas de galerías de arte. Todavía se puede escuchar allí a los cantantes auténticos de fado.
El Rossio es una plaza histórica donde antaño se celebraban corridas de toros y autos de fe; hoy es la plaza más animada de la ciudad. La gente queda allí para ver escaparates, tomar café, comprar el periódico o coger alguno de los trenes que parte de la estación del Rossio. De esta plaza arranca la avenida de la Libertad, de estilo similar a los Campos Elíseos parisino, con palmeras en el centro.
El Chiado. El asombroso elevador eiffeliano de Santa Justa sube hasta las ruinas del Carmo, una iglesia del siglo XIV que fue destruida por el terremoto. En la calle peatonal del Carmo y en la de Garret se encuentran algunos de los cafés más conocidos y las mejores librerías de Lisboa, algunas de ellas especializadas en grabados antiguos. Además hay varios grandes almacenes y tiendas de tipo familiar.
El centro histórico de la ciudad se compone de siete colinas, siendo algunas de las calles demasiado empinadas para permitir el paso de vehículos. En esta zona es donde se ubican los tres funiculares y el elevador de Santa Justa.
Desde el Carmo se llega a la tranquila plaza de Camoes, por la Rua Trindade, en la que se puede contemplar una de las más bellas fachadas de azulejos de la ciudad. En la Rua Misericordia siguen abiertos los alfaquistas, viejos paraísos de los bibliófilos.
El Barrio Alto tiene su gran balcón en la calle de San Pedro de Alcántara, que se comunica con la parte baja de la ciudad por un popular y económico funicular. La iglesia de San Jorge, de fachada anodina, conserva en su interior una de las capillas más ricamente decoradas de Lisboa, barroca y dorada.
Interesante también seguir la llamada “ruta de los anticuarios”. En los aledaños de la calle Dom Pedro IV se encuentran algunos de los mejores anticuarios de la ciudad. Plata, cerámica y viejos muebles son sus especialidades. La calle conduce a la plaza del Príncipe Real, un espacio arbolado y agradable para pasear. Un rodeo por las calles Jazmín y Palmela lleva hasta la romántica plaza de las Flores.
En esta ruta comercial, el Jardín Botánico es un agradable alto en el camino lleno de curiosos árboles y plantas exóticas.
Por la Rua San Bento, siempre hacia el norte, siguen los anticuarios famosos y las mejores tiendas de porcelanas y azulejos de la ciudad. Para los coleccionistas es el paseo ideal.
Tras un paseo por la tradición comercial de Lisboa se llega al complejo de Amoreiras, el polémico edificio de arquitectura posmoderna de Tomás Taveira. Cientos de tiendas reúnen a las mejores firmas internacionales.

A ORILLAS DEL TAJO
El Terreiro Do Paço o plaza del Comercio, presidida por la estatua en bronce de José I y flanqueada por espectaculares arcadas de mármol, es una de las plazas más bellas del mundo. Rodeada de edificios neoclásicos porticados, desciende hacia el Tajo por una escalera entre columnas, de estilo veneciano.
En su puerto está el origen de Lisboa. Hacia el oeste, la ciudad se extiende de cara al mar, a lo largo del estuario del Tajo. Embarcaderos, museos, almacenes y barcos anclados se suceden hasta Belem, donde se encuentran algunos de los más bellos monumentos de la ciudad.
Del muelle del Sodré parten los trenes hacia la costa de Estoril y los transbordadores de Cacilhas, la zona portuaria de Almada es célebre por sus restaurantes populares. Aquí se encuentra también la Ribeira, el muelle donde descargan los barcos de pesca, y al otro lado de la carretera, el mercado, culminado por una gran cúpula, donde se pueden comprar frutas, verduras y pescado fresco. En los alrededores hay pequeños restaurantes populares, que sirven vino y pescado.
Por la avenida 24 de Julio que bordea el río se llega hasta el Barrio da Lapa, el de las embajadas y los bellos restaurantes de moda. Aquí se encuentra el Museo de Arte Antiguo, un edificio barroco que entre su magnífica colección de pintura portuguesa, custodia el enigmático Políptico de San Vicente, que ha dado lugar a apasionantes especulaciones sobre su origen y significado. En este barrio y en el próximo de Alcántara, se concentra la movida nocturna de moda.
El puente 25 de abril es el símbolo de la nueva Lisboa y la entrada más moderna de la ciudad. Es una espectacular obra de ingeniería sobre el estuario del Tajo (Mar de Palha) y uno de los mayores puentes colgantes del mundo. Junto al puente, se halla el moderno edificio de la Feria Internacional.
En la otra orilla del Tajo se alza la monumental y magnífica estatua, copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro. Fue esculpida por Francisco Franco de Sousa, quien falleció en 1955 sin poder ver su magistral obra erguida en lo alto. El enorme pedestal de 75 metros de altura está compuesto por cuatro pilares que representan los puntos cardinales. En el interior de estos pilares se encuentra la Capilla Nossa Senhora da Paz.
Siguiendo el paseo se llega al Palacio de Belem, antiguo retiro real y hoy palacio presidencial. Contiguo al palacio, en la antigua escuela hípica, está el Museo de Carruajes, uno de los mejores del mundo. Tras el palacio se abre el Jardín Colonial y en lo alto, el Palacio de Ajuda, que en ocasiones se utiliza para celebrar conciertos.
Los Jerónimos es el monumento más célebre de Lisboa y la gran obra maestra de estilo gótico portugués conocido como manuelino por el rey Manuel (1495-1521). Fue erigido en memoria del viaje de Vasco da Gama a la India en 1499 y alberga las tumbas de Camoens y Vasco da Gama. Más que imprescindible visitar su claustro.
El Monumento dedicado a los Descubrimientos es otro de los puntos de evidente interés en Lisboa. Mirando al mar, este es otro de los hitos que jalonan la fachada al río del barrio de Belem. Fue construido en el año 1960 y representa una carabela con el escudo de Portugal a ambos lados. Enrique el Navegante se alza en la proa sosteniendo una carabela con sus manos y en las dos filas descendentes de cada lateral del monumento, están las estatuas de héroes portugueses fuertemente vinculados a los Descubrimientos, así como famosos navegantes, cartógrafos y reyes. Allí están representadas las figuras de Luis Vaz de Camöes (poeta autor de Os Lusíadas), Pedro Alvares Cabral, Vasco da Gama, Fernando de Magallanes, Alfonso de Albuquerque, San Francisco Javier, Bartolomeu Dias (descubridor del cabo de Buena Esperanza), el infante Don Henrique… hasta un total de 33 personalidades.
Este monumento tiene más de 52 metros de altura y resulta especialmente interesante contemplarlo desde el oeste al ponerse el sol. Se trata de una obra realmente espectacular.
Y por fin se llega a la airosa y elegante Torre de Belem, todo un símbolo que hunde sus cimientos en las aguas del Tajo. Tras atravesar un pequeño foso se puede contemplar de cerca este pequeño bastión con poco aspecto defensivo. Desde las aguas de Belem partían los galeones lusitanos en busca de nuevos horizontes

Otro de los múltiples encantos de Lisboa son los multicolores tranvías que avanzan traqueteando por las calles y se han convertido en otro de los símbolos de la ciudad, aparte de un medio eficaz para remontar las empinadas cuestas.
El laberinto de plazas, calles, jardines, terrazas, escalinatas y callejuelas empinadas que componen ese puzzle urbano que es Lisboa, desfilan por delante de las ventanillas del tranvía como si se tratara de los fotogramas de una película neorrealista. Es un verdadero encanto viajar sin prisa y subirse a un tranvía, pero sólo por el placer de observar, aunque no se vaya a ninguna parte concreta, sólo por el gusto de ir montado en él. Hacer un viaje en uno de esos transportes eléctricos se ha convertido en una exigencia irrenunciable para cualquier visitante.
Lisboa ofrece desde pequeñas y confortables pensiones en los barrios más céntricos a grandes hoteles internacionales, además de una interesante colección de bellos hoteles con encanto en edificios históricos. No existen problemas en cuestión de alojamiento.
En la capital portuguesa se come bien y a buen precio, tanto en las modestas casas de comidas, como en los restaurantes más exclusivos o en los nuevos locales de cocina creativa. Aseguran que los restaurantes lusitanos preparan el pescado mejor que en ninguna otra parte. Por lo menos hay un centenar o más de restaurantes de marisco, aparte de sitios agradables con terrazas en la calle. Y no son caros.
A ellos se suman las viejas cervecerías y tascas y, por supuesto, los nostálgicos cafés.
En Lisboa siempre ha habido una intensa vida nocturna, hay discotecas, y buenas cafeterías. En el dédalo de callejuelas que hay entre la avenida de Camoes y la ruta de Misericordia se encuentra el Barrio Alto. Es el territorio de la noche, animado por infinidad de restaurantes, discotecas, casas de fado, tabernas y burdeles. Hay para todos los gustos.
Siempre fascinante y encantadora, Lisboa se ofrece generosa a los ojos del viajero. Nadie que visite la ciudad debe abandonarla sin antes escuchar un fado. Se asegura que el fado es la clave perfecta para interpretar el estado de ánimo del portugués; en él se mezclan sus raíces gitanas, árabes y marineras. Siempre cuentan historias románticas con ribetes dramáticos y expresan el carácter melancólico y apasionado de los lusitanos.
Con vocación atlántica y orgullosa de su pasado histórico, la que llegó a ser capital cultural de Europa en 1994 y celebró la Exposición Internacional en 1998 supone, sin duda, una auténtica tentación para el viajero.

(Ver interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)