LOS PEREGRINOS DEL SILENCIO

LES USERES (Castellón)


Al sur del Maestrazgo y en las inmediaciones de la sierra del Bueg, se viene cumpliendo desde hace siglos con una tradición cuyos orígenes se remontan a épocas medievales y que hasta hace bien poco tan sólo era conocida por algunos pueblos de la comarca castellonense de l’Alcalaten.
Un número reducido de hombres con semblante austero y vestidos con sencillos sayales, caminan en silencio hacia el santuario de San Juan de Penyagolosa. Su marcha a través del agreste paisaje únicamente queda truncada por los profundos y a la vez extraños cánticos que les acompañan y que, sin duda, proceden del más primitivo gregoriano con acentuados matices emocionales que inspiran un gran respeto.
El ambiente penitencial resulta obvio y, de alguna forma, quien a lo largo de senderos o caminos contempla su paso, queda de inmediato subyugado por la evidente espiritualidad que emana de sus rostros y de su proceder sigiloso y de estricto recogimiento. Son los peregrinos de Les Useres.

Destruidos los escritos que podrían dar fe de cómo se inició este singular peregrinaje, voces autorizadas aseguran que el mismo puede proceder de finales del siglo XIV o comienzos del XV, tiene pues, indudablemente, un sobrio sabor medieval con raíces marcadamente religiosas y únicas por sus muy especiales características en la historia de nuestro país.
En la actualidad, como ocurriera siglos atrás, quienes salen en penitencia no hacen sino seguir fieles a un voto que sus antepasados convirtieron en secular tradición.
Aunque, como se cree, tiene un fundamento religioso como tantas otras manifestaciones similares, nacidas para implorar ayuda divina contra desastres como la peste, la sequía, etc. lo realmente cierto es que se aprecian en el desarrollo de la peregrinación aspectos que quizás se apartan de su verdadera razón de ser, circunstancias o actos que más bien se decantan hacia determinados ritos o algún tipo de superstición que en nada o bien poco tienen que ver con su base religiosa y que pueden ser objeto de controversia. De todas formas, sea lo que fuere, la tradición está ahí, se conserva casi intacta y hay que respetarla tal como es.

PENITENCIA Y SACRIFICIO
Los peregrinos, nacidos en el pueblo de Les Useres y cabezas de familia, requisitos éstos indispensables, son buscados casa por casa y con un mes de antelación. No es frecuente hallar alguien que se niegue, lo cual quiere decir que pueden pasar varios años antes no les vuelva a tocar el turno.
El denominado “Guía” (que representa a Jesucristo) es elegido entre los demás, generalmente por ser el que más veces ha ido como penitente. Todos le deben obediencia y es el que debe hacer cumplir el ceremonial.
El resto, los doce peregrinos, a semejanza de lo que fueron los Apóstoles, rezan a lo largo de los dos días de camino. No pueden hablar y son los auténticos protagonistas a base de horas de esfuerzo físico, mal comidos y dormidos, en permanente meditación o, si se prefiere, olvidándose por completo de todo su entorno.
Llama poderosamente la atención el hecho de que pueden ir de peregrinos y comportarse como tales, personas que incluso no tengan un arraigado espíritu religioso. Junto a ellos, los tres cantores, el sacerdote, los “Clavarios” o responsables de la organización en todo momento y el alcalde o un representante de la autoridad, son los que integran el grupo fundamental, por así decirlo.
Existen también las caballerías o “cargas”, las cuales forman otro grupo y deben siempre llevar una cierta ventaja en el camino (alrededor de unos veinte minutos por delante de los peregrinos). Son 19 hombres con sus respectivas monturas, en las cuales se distribuyen los alimentos (huevos, bacalao, pan, tortillas, verduras, etc.) incluyendo las destinadas al depositario, sacerdote, alcalde, cocinero y “clavarios”. Este grupo realiza también sus rezos, pero sin tener contacto alguno con los peregrinos y, por supuesto, su marcha no tiene un sentido penitencial.
Las provisiones que sirven para preparar las comidas proceden todas de las donaciones efectuadas por los vecinos del pueblo y si estos ofrecen dinero, el mismo sirve para comprar aquello que hace falta.
Ni que decir tiene que, los refrigerios de los peregrinos son muy frugales a lo largo de toda la marcha penitencial. Por el contrario, al regreso a Les Useres, en la noche de la segunda jornada, en muchas casas se celebra el acontecimiento de forma ostensible con el llamado “tombet de carn”, plato típico y poco menos que obligado en esta ocasión, pasteles y toda clase de licores, especialmente moscatel, anís y coñac.
Algunos estudiosos de este apasionante tema, tales como Fernando Badal, Manuel Cruzado y Juan Miguel Gozalbo, entre otros, han escrito libros y poemas en torno a los peregrinos, ayudando al conocimiento de esta tradición que no debe perderse.
Los vecinos de Les Useres, a lo largo de los últimos años se han visto de alguna manera sorprendidos por el eco y el interés que la peregrinación ha despertado y que, de forma consecuente, atrae una singular afluencia de visitantes. Incluso es más, nos atreveríamos a asegurar que se sienten molestos porque está siendo difundida una tradición ancestral que mantenían casi oculta. Ello resulta inevitable y lo único que hay que esperar y desear de todos y cada uno de quienes se sienten atraídos por presenciarlo, es que lo hagan con respeto, habida cuenta de que no se trata de ningún evento folklórico, sino de una manifestación espiritual arraigada profundamente en el sentir de un pueblo.

EL CAMINO A PENYAGOLOSA
En tan sólo unas líneas resulta muy difícil describir todos y cada uno de los actos que componen el ceremonial durante la peregrinación, el cual, ya desde su preparación es sumamente complejo.
Cada año, el último viernes de abril y cuando la madrugada aún se resiste a retirarse, en el interior del templo de Les Useres se celebran las misas previas a la partida, asistiendo todos cuantos irán después hasta San Juan de Penyagolosa.
Más tarde, apenas brillan los primeros rayos solares sobre los tejados, los peregrinos, en el más absoluto silencio y recogimiento, abandonan la iglesia de uno en uno y separados unos metros entre sí. Como sombras fantasmagóricas escapadas del más misterioso de los relatos, caminan lentamente por las calles hasta perderse en la lejanía, ascendiendo por las sierra próximas, mientras vecinos y curiosos contemplan casi sin pestañear la escena, en medio de una atmósfera impregnada de misticismo.
El recorrido viene a ser de unos setenta kilómetros, partidos en dos jornadas, llegando a San Juan de Penyagolosa justo en el instante en que cae la noche y el cielo acaba de oscurecer por completo. El ambiente expectante que reina a la entrada del santuario, los cánticos que acompañan de forma seca y casi desgarradora y el semblante de cierto cansancio que aflora en el rostro de los peregrinos, quienes avanzan pausadamente, todo ello le confiere al acto una magnitud al borde del éxtasis espiritual.
En la mañana del segundo día y después de una noche de penitencia, rezos y apenas sin poder descansar, la sobria comitiva inicia el regreso hacia Les Useres, adentrándose en los tupidos bosques de las laderas del Marinet (1.417 metros de altitud) y atravesando las angostas y empinadas callejuelas de la población de Xodos (como el día anterior ocurriera al pasar y detenerse para comer en la fortificación y ermita de San Miguel de Torrocelles).
Cuando las últimas luces del crepúsculo han desaparecido, los penitentes hacen su entrada en Les Useres, donde después de cumplir con el ceremonial previsto y tras entonar el Responso final, ya fuera de la iglesia, reciben pan y un par de huevos como cena. La peregrinación ha llegado a su fin. El voto de penitencia se ha consumado y la tradición ha vuelto a ser cumplida.